miércoles, 26 de noviembre de 2014

RADICALISMO

RADICALISMO







S
e hace difícil definir el radicalismo. Es más que nada un estado de ánimo más que una doctrina, a su vez, éste es lo bastante conciliador como para presentar una amplia gama. Es un conjunto de ideas y doctrinas que pretenden reformar total o parcialmente el orden político, científi­co, moral y aun el religioso.

Por su parte Real de Azúa considera equitativo, en el plano de la organización estatal y política,  reconocer que un planteo democrático radical probablemente es más sincero en el batllismo que en movimiento alguno de su tiempo. La tentativa de dinamizar una colectividad política activa en toda su base, de hacer del gobierno un gobierno por el pueblo, participante, responsable, vigilante, no constituye para el batllismo retórica electoral sino leal y efectivo empeño.

Georges Clemenceau
1841-1929
Nuestro país en 1910 tuvo la presencia de uno de los personajes más ilustres de Francia de la época, Mr. Georges Clemenceau, que alcanzó gran repercusión en la prensa uru­guaya, siendo presentado como un gran luchador por la justicia: “Del Clemenceau político no diremos sino que queda de él, en su país, el recuerdo  del temido y formida­ble demoledor de ministerios. La dialéctica suya era como un ariete de cuyo poder destructor puede dar fe la historia política de Gambetta y de Freveinet, de Brisson y de Rou­vier, de Ribot y de Ferry. La actuación parlamentaria de Clemenceau fue un perpetuo combate. Bullían en el cerebro del tribuno brillantes  quimeras socialistas. Soñaba con la redención de los oprimidos, con la rehabilitación de los humildes, con la liberación de todos los esclavizados por la sociedad o por el dogma, sea éste cual fuere. Vaticinaba el advenimiento del Estado laico bajo la égida de un gran gobierno revolucionario y liberal que dejara de lado las timideces de los pobres de espíritu y las estulticias reaccionarias... Cuando él llegó al poder, caído Sarrien desde las alturas de su jefatura efímera, la revolución estaba casi consumada, en las conciencias y en  las leyes. Él a su vez, realizó su programa de acción, su plan de gobierno, sin extremosidades y sin intemperancias, sin precipitaciones y sin cóleras...



Mezclándose a la apasionada controversia que suscitó el proceso Dreyfus, y arrojándose a la defensa del inocente, predica el culto inmutable de la justicia; la religión del sufrimiento humano lo cuenta entre sus filas y en la legión de sus apóstoles; por último, interpreta bien el espíritu de su siglo cuando, planteando en su programa de salvadores radicalismos el problema del Estado laico, coopera a la emancipación de las conciencias en aquel país providencial que retumba todavía con el trueno de su Revolución inolvi­dable, y en estos tiempos augurales que marchan al encuen­tro de un ideal de reparadora justicia y de humana y efi­ciente piedad”.[1]

En su estadía en Montevideo Clemenceau visitó el diario El Día, de lo cual se transcribe el siguiente fragmento “...Agregó que sabía también que, en punto a conquistas morales e intelectuales, el Uruguay marchaba entre las primera repúblicas de América. Opinó que lo único que nos falta es el espíritu de iniciativa y de audacia que carac­teriza a los argentinos, y que la extremada prudencia de nuestro carácter es la que nos impide avanzar más rápida­mente...

Se interesó por conocer el estado actual de nuestra legislación y los programas de nuestra instrucción primaria y secundaria, para las que tuvo grandes y calurosos elo­gios. Refiriéndose a la cuestión religiosa que tanto ha agitado los espíritus en su país, dijo que en el nuestro es mucho más fácil de resolver, puesto que no existe aquí  el grave problema de las congregaciones, con toda la enorme masa de intereses morales y materiales que aquél remueve. El rostro de Clemenceau  se iluminó de júbilo cuando supo que el principio de la enseñanza laica estaba impuesto por nuestra leyes y dominaba en las escuelas del Estado, y aun en las particulares”.[2]

El ilustre visitante manifestaba: “Vds. deberían dar vuelo a la publicidad de obras de noticia de sus institu­ciones e historia política; pero traducidas en idiomas extranjeros y repartidas profusamente en Europa.

Vds. se quejan de que no los conocemos bien, mientras aquí se sabe hasta de nuestras interioridades. Es cierto. Pero deben convenir que en parte Vds. mismos tienen la culpa.

Tenemos en Europa verdaderos deseos de estudiarlos; pero nos es imposible hacerlo como Vds. a través de los libros, porque no los hay.

Poco antes de emprender mi viaje para el Río de la Plata, busqué en vano obras que me informaran sobre el Uruguay. Tuve que recurrir a la Legación donde me atendió muy amablemente el señor Encargado de Negocios, suminis­trándome abundante y satisfactoriamente toda clase de informes. Pero una relación verbal no graba las ideas como la lectura, y desde luego no está al alcance de todos.

Vds. nos conocen no tanto porque nos visiten, como porque nos leen. Pues bien: suminístrennos lectura de Vds., y verán cómo pronto desaparecerán los errores de concepto que nos formamos respecto a Vds.



Tendré siempre por qué felicitarme de este viaje.

Antes de resolverme a emprenderlo,  preparaba una obra sobre “La Democracia”.

Suspendí su preparación hasta mi regreso en la seguri­dad de que la gira me  sería bastante provechosa para la obra.

Ahora veo que me ha sido enormemente útil.

Mi libro habría resultado muy incompleto si lo hubiera escrito sin estudiar de cerca las democracias latinas.

Nunca creí que pudiera encontrar en estos países tan elocuentes materiales.

Tienen Vds. una moralidad democrática un tanto apasio­nada y tumultuosa, pero tan real y vívida, que es imperdo­nable tratar el tema de las instituciones republicanas sin conocer las de este continente”.[3]

Joseph Caillaux
1863-1944

Otra de las visitas con que contó el país en 1915 fue la del presidente del Partido Radical Francés, Joseph Caillaux. Uno de sus interlocutores  establecía: “El partido radical es simplemente como lo ha expresado muchas veces M. Caillaux en sus discursos, la democracia francesa organiza­da. ¿Qué importan, en efecto los adjetivos o los epítetos? Sólo las realidades valen. La realidad es que el partido que se denomina hoy partido radical, que hace veinte años, cincuenta años o cien años, revestía otra denominación, representa la democracia nacional, ávida de progreso, pero alejada de las quimeras, en lucha incesante contra las fuerzas de la reacción y del clericalismo, esforzándose al mismo tiempo en poner al pueblo en guardia contra las ilusiones de felicidad inmediatamente, de transformación mágica de la sociedad. Es esta democracia nacional enrolada hoy bajo la bandera del partido a que pertenece M. Cai­llaux…”.[4]



En su estadía el visitante hizo referencia a la figura de nuestro presidente: “Estoy verdaderamente encantado de vuestro país. Sabía que el Uruguay era una nación adelanta­da. Pero nunca supuse que podría encontrar en América un núcleo de civilización de relieves tan subidos y avanzados como el que vosotros podéis presentar al mundo. Vuestra sociabilidad entusiasma. Vuestra legislación y vuestras ideas son la legislación y las ideas que triunfan en Fran­cia. Ya sé que no es ajena a vuestro progreso moral la obra fecunda llevada a cabo por el ciudadano que rige los desti­nos de esta república y a quien conceptúo un sincero amigo de mi país. Sé también que el presidente Batlle es muy discutido. He ahí una prueba de sus méritos; las mediocri­dades no se discuten jamás. Los uruguayos, que pueden estar orgullosos de su cultura nacional, tendrán que agradecer algún día los esfuerzos hechos por este hombre para llevar a su patria a la altura envidiable en que actualmente se encuentra”.[5]

El batllismo continuará la obra iniciada por Varela en el área de la enseñanza del siglo pasado, especialmente en el tema  del laicismo –recordemos que Batlle, no compartía la colaboración que hizo este en el gobierno de Latorre-. En 1905 se suprime el subsidio que se le daba al Seminario Católico, y el 6 de julio de 1906, la Comisión de Caridad suprime los crucifijos en todos los hospitales de su jurisdicción.

El 6 de abril de 1909, firmada por el Presidente de la República, Claudio Williman y el Ministro Gabriel Terra, se sancio­na la Ley de Enseñanza Laica: Art. 1º - Desde la promulga­ción de la presente ley, queda suprimida toda enseñanza y práctica religiosa en las Escuelas del Estado.

Ese laicismo llegó incluso a las casas de caridad: “...Fundándose en datos científicos ofrecidos por la peda­gogía se señalaba a priori que era necesario hacer tabla rasa con las escuelas sectarias si se quería formar niños que respondieran a las necesidades de la época y que fueran capaces, en el porvenir, de emprender en buenas condiciones de lucha, cualquiera de las vías que señala la vida a los que han de sostenerse por sí mismos... las escuelas laicas contrastando con la decadencia vertiginosa de las que siguen aferradas a los viejos sistemas y que deben su persistencia a un anacronismo casi inconcebible dado el adelanto de la civilización”.[6]

La influencia del pensamiento vareliano plasmada en la gestión legislativa impulsó a la enseñanza laica a ser vista como un instrumento para alcanzar el porvenir y a través de ella es que se advierten los grandes esfuerzos del gobierno.

Hace muchísimos años que nuestros hombres de gobierno, acompañando  a nuestros hombres de pensamiento, han dictado su fallo en contra del régimen monástico en la enseñanza de la niñez. Desde la reforma vareliana se ha considerado axiomático que era un verdadero sacrilegio en materia de educación, abandonar niños en manos de un régimen que disecaba las mentes y enervaba todas las actividades infantiles... A la actual Comisión de Caridad le ha cabido el honor de reaccionar contra el mal, obrando con una energía y una claridad de criterio que había faltado en las corpo­raciones que la habían precedido. Gracias a ella la ense­ñanza laica, uno de los ideales de los tiempos modernos, reinará de una manera absoluta en todas las reparticiones que dependen del Estado”.[7]

Desde el gobierno se instrumentarán  los pasos para la creación de:
v  Escuelas nocturnas para adultos, 1906.
v  Liceos departamentales, 1912.


v  Liceos nocturnos, 1919.
v  Universidad de mujeres, 1921.
v  Escuelas rurales.
v  Escuelas técnicas.
v  Educación Física.

No era un capricho del batllismo la lucha que emprendió por el establecimiento de la enseñanza laica: “...el Estado debe ser prescindente en materia religiosa. El Estado no puede imponer en ese sentido ninguna convicción, ni debe permitir que otros la impongan tampoco, violentando y extorsionando la conciencia ajena. Por eso al mismo tiempo que puede y debe laicizar la enseñanza que imparte en sus propios establecimientos de cultura, puede y debe también, hasta por medio de severas prohibiciones legales, impedir que la escuela embanderada en determinada tendencia dogmá­tica consume su obra de atracción y de proselitismo, moldee a su capricho y de acuerdo con sus estrechas conveniencias sectarias la mentalidad en germen del niño, incapaz de reaccionar contra la presión y el atentado, y arroje, por último, en una sociedad ya tan agitada y conmovida por tantas discordias un nuevo motivo de disensión y una causa más de enconadas desavenencias”.[8]



Se entendía que la enseñanza por un lado tenía una parte técnica científica encargada de transmitir las verda­des parciales de cada una de las ciencias; y  por otra parte la educación propiamente dicha, la cual busca pulir, afinar y mejorar la sensibilidad y la moral del alumno, que tendría como resultado final prepararlo para la convivencia social: “...La escuela no necesita solicitar orientaciones espirituales a ninguna organización sectaria, por secular y poderosa que sea. Ella tiene en sí misma una finalidad superior a la que se proponen alcanzar las capillas reli­giosas que se disputan el predominio y el gobierno de la sociedad. Vulgarizar las verdades de la ciencia, preparar a los hombres para la vida intensa de la cultura, enseñar a las masas el deber primordial de la solidaridad, la santi­dad del esfuerzo, la necesidad de luchar por el progreso indefinido de la especie: he ahí la alta función de la escuela pública, función que el Estado moderno prestigia y tutela porque colabora eficazmente en la realización defi­nitiva de sus propios fines fundamentales. ¿Quién le ha dicho al órgano clerical que la enseñanza laica carece de contenido, de vitalidad y de sustancia? ¿Quién le ha hecho creer que la cultura que la escuela del Estado difunde es una cultura sin alma y sin identidad? Desde que se propone formar hombres y ciudadanos para la democracia, educándolos en el culto sincero de la verdad, de la justicia, de la libertad bien entendida ¿no debe ser considerada superior a esa enseñanza religiosa cuya preocupación dominante es conquistar adeptos y prosélitos para una secta que ha maldecido el progreso, que vuelve obstinadamente los ojos hacia sus orígenes tradicionales y que ha proclamado en nombre de la fe la inanidad de la ciencia y la bancarrota de la civilización?[9]

La actuación de los radicales franceses fue importante en todo este debate con la Iglesia: “No era demagogo Ferry cuando prestigiaba en el parlamento francés aquella inicia­tiva fecunda que puede ser considerada con razón como el punto de partida de la revolución ideológica que dio en tierra con los privilegios del clero católico y estableció en Francia la escuela despojada de prejuicios sectarios”.[10]

El catolicismo era visto como la negación de la liber­tad, y en especial de la libertad de enseñanza, porque se entendía que el clero en ningún momento se resignaría a renunciar a su antigua aspiración de educar a los hombres sin inculcarles la obediencia a sus dogmas.

El Uruguay no pretendía ser un país avanzado en la materia, simplemente buscaba ponerse acorde con las demás naciones como Inglaterra, Estados Unidos, Perú, Paraguay, Chile, Cuba, México, Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, Panamá, Ecuador y Bolivia.

Estos países contaban dentro de su legislación impor­tantes avances en el desplazamiento de la Iglesia en dife­rentes ámbitos donde el Estado asumía nuevos roles y prota­gonismos como se lo determinaba los tiempos modernos. Esta acción la podemos resumir en palabras de Thiers: “...el Estado tiene el derecho de querer que se forme un ciudadano imbuido del espíritu de la Constitución, que ame las leyes, que ame al país, que tenga todas aquellas inclinaciones que puedan contribuir a la grandeza y a la prosperidad naciona­les”.[11]

Para finalizar transcribimos el juramento de Batlle al asumir su segunda presidencia:

Honorable Asamblea General:

1º de Marzo de 1911
Permitidme que, llenado el requisito constitucional, para mí sin valor, a que acabo de dar cumplimiento, exprese en otra forma el compromiso solemne que contraigo en este instante. Juro por mi honor de hombre y de ciudadano que la justicia, el progreso y el bien de la República realizados dentro de un estricto cumplimiento de la ley, inspiran mi más grande y perenne anhelo de gobernante. Vuestra Honora­bilidad conoce mis ideas y mis aspiraciones. La confianza con que acaba de honrarme, demuestra que ellas han merecido su aprobación. Cuento con que mi conducta en el gobierno la merecerá también, y con que, unidos por el ideal y por el esfuerzo, daremos cumplida satisfacción a las más levanta­das exigencias de la vida nacional. Honorable Asamblea: Aceptad mi patriótica gratitud por la trascendencia y noble tarea que me habéis confiado”.[12]

Queda de manifiesto que desde el vértice del poder se emprendía la lucha contra todo aquello que implicara lo religioso.




[1] Clemenceau. El Día. Agosto, 31 de 1910.
[2] Clemenceau en "El Día". Una visita del insigne orador. El Día. Setiembre, 1º de 1910.
[3] Algunos conceptos de Clemenceau. Con respecto al país. El Día. Setiembre, 3 de 1910.
[4] El viaje de Joseph Caillaux. El partido radical y la democracia. El Día. Enero, 13 de 1915.
[5] Ibídem.                                                           
[6] La enseñanza laica. En las casas de caridad. El Día. Enero, 7 de 1908.
[7] El régimen laico. En los asilos. El Día. Febrero, 12 de 1908.
[8] Enseñanza laica. El Día. Enero, 2 de 1918.
[9] Moral y religión. El Día. Enero, 28 de 1918.
[10] Un sofisma católico. El Día. Febrero, 1º de 1918.
[11] El Estado y la enseñanza. El Día. Mayo, 28 de 1918.
[12] La trasmisión del mando. El Día. Marzo, 2 de 1911.

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