RADICALISMO
S
|
e hace difícil definir el radicalismo. Es
más que nada un estado de ánimo más que una doctrina, a su vez, éste es lo
bastante conciliador como para presentar una amplia gama. Es un conjunto de
ideas y doctrinas que pretenden reformar total o parcialmente el orden
político, científico, moral y aun el religioso.
Por su parte Real de Azúa considera equitativo, en el plano de la organización
estatal y política, reconocer que un
planteo democrático radical probablemente es más sincero en el batllismo que en
movimiento alguno de su tiempo. La tentativa de dinamizar una colectividad
política activa en toda su base, de hacer del gobierno un gobierno por el
pueblo, participante, responsable, vigilante, no constituye para el batllismo
retórica electoral sino leal y efectivo empeño.
Georges Clemenceau
1841-1929
|
Nuestro país en
1910 tuvo la presencia de uno de los personajes más ilustres de Francia de la
época, Mr. Georges Clemenceau, que alcanzó gran repercusión en la
prensa uruguaya, siendo presentado como un gran luchador por la justicia: “Del Clemenceau político no diremos sino que
queda de él, en su país, el recuerdo del
temido y formidable demoledor de ministerios. La dialéctica suya era como un
ariete de cuyo poder destructor puede dar fe la historia política de Gambetta y
de Freveinet, de Brisson y de Rouvier, de Ribot y de Ferry. La actuación
parlamentaria de Clemenceau fue un perpetuo combate. Bullían en el cerebro del
tribuno brillantes quimeras socialistas.
Soñaba con la redención de los oprimidos, con la rehabilitación de los
humildes, con la liberación de todos los esclavizados por la sociedad o por el
dogma, sea éste cual fuere. Vaticinaba el advenimiento del Estado laico bajo la
égida de un gran gobierno revolucionario y liberal que dejara de lado las
timideces de los pobres de espíritu y las estulticias reaccionarias... Cuando
él llegó al poder, caído Sarrien desde las alturas de su jefatura efímera, la
revolución estaba casi consumada, en las conciencias y en las leyes. Él a su vez, realizó su programa
de acción, su plan de gobierno, sin extremosidades y sin intemperancias, sin
precipitaciones y sin cóleras...
Mezclándose
a la apasionada controversia que suscitó el proceso Dreyfus, y arrojándose a la
defensa del inocente, predica el culto inmutable de la justicia; la religión
del sufrimiento humano lo cuenta entre sus filas y en la legión de sus
apóstoles; por último, interpreta bien el espíritu de su siglo cuando,
planteando en su programa de salvadores radicalismos el problema del Estado
laico, coopera a la emancipación de las conciencias en aquel país providencial
que retumba todavía con el trueno de su Revolución inolvidable, y en estos
tiempos augurales que marchan al encuentro de un ideal de reparadora justicia
y de humana y eficiente piedad”.[1]
En su estadía en Montevideo Clemenceau
visitó el diario El Día, de lo cual
se transcribe el siguiente fragmento “...Agregó
que sabía también que, en punto a conquistas morales e intelectuales, el
Uruguay marchaba entre las primera repúblicas de América. Opinó que lo único
que nos falta es el espíritu de iniciativa y de audacia que caracteriza a los
argentinos, y que la extremada prudencia de nuestro carácter es la que nos
impide avanzar más rápidamente...
Se
interesó por conocer el estado actual de nuestra legislación y los programas de
nuestra instrucción primaria y secundaria, para las que tuvo grandes y
calurosos elogios. Refiriéndose a la cuestión religiosa que tanto ha agitado los
espíritus en su país, dijo que en el nuestro es mucho más fácil de resolver,
puesto que no existe aquí el grave
problema de las congregaciones, con toda la enorme masa de intereses morales y
materiales que aquél remueve. El rostro de Clemenceau se iluminó de júbilo cuando supo que el
principio de la enseñanza laica estaba impuesto por nuestra leyes y dominaba en
las escuelas del Estado, y aun en las particulares”.[2]
El ilustre visitante manifestaba: “Vds. deberían dar vuelo a la publicidad de
obras de noticia de sus instituciones e historia política; pero traducidas en
idiomas extranjeros y repartidas profusamente en Europa.
Vds.
se quejan de que no los conocemos bien, mientras aquí se sabe hasta de nuestras
interioridades. Es cierto. Pero deben convenir que en parte Vds. mismos tienen
la culpa.
Tenemos
en Europa verdaderos deseos de estudiarlos; pero nos es imposible hacerlo como
Vds. a través de los libros, porque no los hay.
Poco
antes de emprender mi viaje para el Río de la Plata, busqué en vano obras que
me informaran sobre el Uruguay. Tuve que recurrir a la Legación donde me
atendió muy amablemente el señor Encargado de Negocios, suministrándome
abundante y satisfactoriamente toda clase de informes. Pero una relación verbal
no graba las ideas como la lectura, y desde luego no está al alcance de todos.
Vds.
nos conocen no tanto porque nos visiten, como porque nos leen. Pues bien:
suminístrennos lectura de Vds., y verán cómo pronto desaparecerán los errores
de concepto que nos formamos respecto a Vds.
Tendré
siempre por qué felicitarme de este viaje.
Antes
de resolverme a emprenderlo, preparaba
una obra sobre “La Democracia”.
Suspendí
su preparación hasta mi regreso en la seguridad de que la gira me sería bastante provechosa para la obra.
Ahora
veo que me ha sido enormemente útil.
Mi
libro habría resultado muy incompleto si lo hubiera escrito sin estudiar de
cerca las democracias latinas.
Nunca
creí que pudiera encontrar en estos países tan elocuentes materiales.
Tienen
Vds. una moralidad democrática un tanto apasionada y tumultuosa, pero tan real
y vívida, que es imperdonable tratar el tema de las instituciones republicanas
sin conocer las de este continente”.[3]
Joseph Caillaux
1863-1944
|
Otra de las
visitas con que contó el país en 1915 fue la del presidente del Partido Radical
Francés, Joseph Caillaux. Uno de sus interlocutores establecía: “El partido radical es simplemente como lo ha expresado muchas veces M.
Caillaux en sus discursos, la democracia francesa organizada. ¿Qué importan,
en efecto los adjetivos o los epítetos? Sólo las realidades valen. La realidad
es que el partido que se denomina hoy partido radical, que hace veinte años,
cincuenta años o cien años, revestía otra denominación, representa la
democracia nacional, ávida de progreso, pero alejada de las quimeras, en lucha
incesante contra las fuerzas de la reacción y del clericalismo, esforzándose al
mismo tiempo en poner al pueblo en guardia contra las ilusiones de felicidad
inmediatamente, de transformación mágica de la sociedad. Es esta democracia
nacional enrolada hoy bajo la bandera del partido a que pertenece M. Caillaux…”.[4]
En su estadía el visitante hizo referencia
a la figura de nuestro presidente: “Estoy
verdaderamente encantado de vuestro país. Sabía que el Uruguay era una nación
adelantada. Pero nunca supuse que podría encontrar en América un núcleo de
civilización de relieves tan subidos y avanzados como el que vosotros podéis
presentar al mundo. Vuestra sociabilidad entusiasma. Vuestra legislación y
vuestras ideas son la legislación y las ideas que triunfan en Francia. Ya sé
que no es ajena a vuestro progreso moral la obra fecunda llevada a cabo por el
ciudadano que rige los destinos de esta república y a quien conceptúo un
sincero amigo de mi país. Sé también que el presidente Batlle es muy discutido.
He ahí una prueba de sus méritos; las mediocridades no se discuten jamás. Los
uruguayos, que pueden estar orgullosos de su cultura nacional, tendrán que
agradecer algún día los esfuerzos hechos por este hombre para llevar a su
patria a la altura envidiable en que actualmente se encuentra”.[5]
El batllismo continuará la obra iniciada
por Varela en el área de la enseñanza del siglo pasado, especialmente en el
tema del laicismo –recordemos que
Batlle, no compartía la colaboración que hizo este en el gobierno de Latorre-.
En 1905 se suprime el subsidio que se le daba al Seminario Católico, y el 6 de
julio de 1906, la Comisión de Caridad suprime los crucifijos en todos los
hospitales de su jurisdicción.
El 6 de abril de 1909, firmada por el
Presidente de la República, Claudio Williman y el Ministro Gabriel Terra, se
sanciona la Ley de Enseñanza Laica:
Art. 1º - Desde la promulgación de la presente ley, queda suprimida toda
enseñanza y práctica religiosa en las Escuelas del Estado.
Ese laicismo llegó incluso a las casas de
caridad: “...Fundándose en datos
científicos ofrecidos por la pedagogía se señalaba a priori que era necesario
hacer tabla rasa con las escuelas sectarias si se quería formar niños que
respondieran a las necesidades de la época y que fueran capaces, en el
porvenir, de emprender en buenas condiciones de lucha, cualquiera de las vías
que señala la vida a los que han de sostenerse por sí mismos... las escuelas
laicas contrastando con la decadencia vertiginosa de las que siguen aferradas a
los viejos sistemas y que deben su persistencia a un anacronismo casi
inconcebible dado
el adelanto de la civilización”.[6]
La influencia del pensamiento vareliano
plasmada en la gestión legislativa impulsó a la enseñanza laica a ser vista como
un instrumento para alcanzar el porvenir y a través de ella es que se advierten
los grandes esfuerzos del gobierno.
“Hace
muchísimos años que nuestros hombres de gobierno, acompañando a nuestros hombres de pensamiento, han
dictado su fallo en contra del régimen monástico en la enseñanza de la niñez.
Desde la reforma vareliana se ha considerado axiomático que era un verdadero
sacrilegio en materia de educación, abandonar niños en manos de un régimen que
disecaba las mentes y enervaba todas las actividades infantiles... A la actual
Comisión de Caridad le ha cabido el honor de reaccionar contra el mal, obrando
con una energía y una claridad de criterio que había faltado en las corporaciones
que la habían precedido. Gracias a ella la enseñanza laica, uno de los ideales
de los tiempos modernos, reinará de una manera absoluta en todas las
reparticiones que dependen del Estado”.[7]
Desde el gobierno se instrumentarán los pasos para la creación de:
v
Escuelas
nocturnas para adultos, 1906.
v
Liceos
departamentales, 1912.
v
Liceos
nocturnos, 1919.
v
Universidad
de mujeres, 1921.
v
Escuelas
rurales.
v
Escuelas
técnicas.
v
Educación
Física.
No era un capricho del batllismo la lucha
que emprendió por el establecimiento de la enseñanza laica: “...el Estado debe ser prescindente en
materia religiosa. El Estado no puede imponer en ese sentido ninguna
convicción, ni debe permitir que otros la impongan tampoco, violentando y
extorsionando la conciencia ajena. Por eso al mismo tiempo que puede y debe
laicizar la enseñanza que imparte en sus propios establecimientos de cultura,
puede y debe también, hasta por medio de severas prohibiciones legales, impedir
que la escuela embanderada en determinada tendencia dogmática consume su obra de
atracción y de proselitismo, moldee a su capricho y de acuerdo con sus
estrechas conveniencias sectarias la mentalidad en germen del niño, incapaz de
reaccionar contra la presión y el atentado, y arroje, por último, en una
sociedad ya tan agitada y conmovida por tantas discordias un nuevo motivo de
disensión y una causa más de enconadas desavenencias”.[8]
Se entendía que la enseñanza por un lado
tenía una parte técnica científica encargada de transmitir las verdades
parciales de cada una de las ciencias; y
por otra parte la educación propiamente dicha, la cual busca pulir,
afinar y mejorar la sensibilidad y la moral del alumno, que tendría como
resultado final prepararlo para la convivencia social: “...La escuela no necesita solicitar orientaciones espirituales a
ninguna organización sectaria, por secular y poderosa que sea. Ella tiene en sí
misma una finalidad superior a la que se proponen alcanzar las capillas religiosas
que se disputan el predominio y el gobierno de la sociedad. Vulgarizar las
verdades de la ciencia, preparar a los hombres para la vida intensa de la
cultura, enseñar a las masas el deber primordial de la solidaridad, la santidad
del esfuerzo, la necesidad de luchar por el progreso indefinido de la especie:
he ahí la alta función de la escuela pública, función que el Estado moderno
prestigia y tutela porque colabora eficazmente en la realización definitiva de
sus propios fines fundamentales. ¿Quién le ha dicho al órgano clerical que la
enseñanza laica carece de contenido, de vitalidad y de sustancia? ¿Quién le ha
hecho creer que la cultura que la escuela del Estado difunde es una cultura sin
alma y sin identidad? Desde que se propone formar hombres y ciudadanos para la
democracia, educándolos en el culto sincero de la verdad, de la justicia, de la
libertad bien entendida ¿no debe ser considerada superior a esa enseñanza
religiosa cuya preocupación dominante es conquistar adeptos y prosélitos para
una secta que ha maldecido el progreso, que vuelve obstinadamente los ojos
hacia sus orígenes tradicionales y que ha proclamado en nombre de la fe la
inanidad de la ciencia y la bancarrota de la civilización?”[9]
La actuación de los radicales franceses
fue importante en todo este debate con la Iglesia: “No era demagogo Ferry cuando prestigiaba en el parlamento francés
aquella iniciativa fecunda que puede ser considerada con razón como el punto
de partida de la revolución ideológica que dio en tierra con los privilegios
del clero católico y estableció en Francia la escuela despojada de prejuicios
sectarios”.[10]
El catolicismo era visto como la negación
de la libertad, y en especial de la libertad de enseñanza, porque se entendía
que el clero en ningún momento se resignaría a renunciar a su antigua
aspiración de educar a los hombres sin inculcarles la obediencia a sus dogmas.
El Uruguay no pretendía ser un país
avanzado en la materia, simplemente buscaba ponerse acorde con las demás
naciones como Inglaterra, Estados Unidos, Perú, Paraguay, Chile, Cuba, México,
Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, Panamá, Ecuador y Bolivia.
Estos países contaban dentro de su
legislación importantes avances en el desplazamiento de la Iglesia en diferentes
ámbitos donde el Estado asumía nuevos roles y protagonismos como se lo
determinaba los tiempos modernos. Esta acción la podemos resumir en palabras de
Thiers: “...el Estado tiene el derecho de querer que se forme un ciudadano
imbuido del espíritu de la Constitución, que ame las leyes, que ame al país,
que tenga todas aquellas inclinaciones que puedan contribuir a la grandeza y a
la prosperidad nacionales”.[11]
Para finalizar transcribimos el juramento
de Batlle al asumir su segunda presidencia:
“Honorable
Asamblea General:
1º de Marzo de 1911 |
Permitidme que, llenado el requisito constitucional,
para mí sin valor, a que acabo de dar cumplimiento, exprese en otra forma el
compromiso solemne que contraigo en este instante. Juro por mi honor de hombre
y de ciudadano que la justicia, el progreso y el bien de la República
realizados dentro de un estricto cumplimiento de la ley, inspiran mi más grande
y perenne anhelo de gobernante. Vuestra Honorabilidad conoce mis ideas y mis
aspiraciones. La confianza con que acaba de honrarme, demuestra que ellas han
merecido su aprobación. Cuento con que mi conducta en el gobierno la merecerá
también, y con que, unidos por el ideal y por el esfuerzo, daremos cumplida
satisfacción a las más levantadas exigencias de la vida nacional. Honorable
Asamblea: Aceptad mi patriótica gratitud por la trascendencia y noble tarea que
me habéis confiado”.[12]
Queda de manifiesto que desde el vértice
del poder se emprendía la lucha contra todo aquello que implicara lo religioso.
[1] Clemenceau. El Día. Agosto, 31 de 1910.
[2] Clemenceau en "El Día". Una
visita del insigne orador. El Día.
Setiembre, 1º de 1910.
[3] Algunos conceptos de Clemenceau. Con
respecto al país. El Día. Setiembre,
3 de 1910.
[4] El viaje de Joseph Caillaux. El partido
radical y la democracia. El Día.
Enero, 13 de 1915.
[5] Ibídem.
[6] La enseñanza laica. En las casas de
caridad. El Día. Enero, 7 de
1908.
[7] El régimen laico. En los asilos. El Día. Febrero, 12 de 1908.
[8] Enseñanza laica. El Día. Enero, 2 de 1918.
[9] Moral y religión. El Día. Enero, 28 de 1918.
[10] Un sofisma católico. El Día. Febrero, 1º de 1918.
[11] El Estado y la enseñanza. El Día. Mayo, 28 de 1918.
[12] La trasmisión del mando. El Día. Marzo, 2 de 1911.
No hay comentarios:
Publicar un comentario