G - INTERPRETACIONES DEL BATLLISMO
Se ha interpretado al batllismo de diferentes formas, veamos algunas de
ellas:
1 - Como historia de
héroes, existen varias obras de las cuales se destacan: Giudice, Roberto y
González Conzi, Efraín- "Batlle y el batllismo".
"El
batllismo, después de señalar la existencia de una graduación infinita de posiciones
económicas entre la burguesía y el proletariado, apoya su acción más en el
sentido moral de los hombres que en su posición económica. Y no hace -ni podría
hacer- un llamado exclusivo a determinada clase: convoca a todos los hombres
que amen la libertad y la justicia -hállense donde se hallen- para establecer
un régimen de justa distribución de la forma social.
Así integrado, el batllismo utiliza la democracia como medio de acción:
"Los procedimientos revolucionarios están buenos para los gobiernos
absolutos que niegan todas las libertades. En las repúblicas el obrero tiene el
voto que es la fuerza que fácilmente puede realizar, sin una gota de sangre y
sin una lágrima, las más justas aspiraciones del proletariado", dice
Batlle. Y con el voto por arma, los más fuertes, los que tienen la victoria en
sus manos, los seguros vencedores son los desheredados: porque son más.
El pueblo directamente, o sus representantes, reducidos a simples
ejecutores de la voluntad popular gracias al mandato imperativo irán realizando
las reformas. La vía parlamentaria o la vía directa son las que adopta el batllismo
en su acción política. Gracias a la labor legislativa, el batllismo responde a
las necesidades de cada momento histórico con reformas inmediatas que no son un
fin en sí mismas sino un medio de alcanzar la reforma última. En efecto: El
batllismo fundamenta la eficacia de la acción legislativa en este axioma: una
mejora cultural, moral o económica de la multitud provoca en ésta un
sentimiento de desconformidad que genera a su vez un deseo de nuevas y más
grandes mejoras: el legislador ya no puede detenerse. Nuevas exigencias del
pueblo provocarán nuevas reformas. Y así hasta la última.
El batllismo es, pues una tendencia netamente reformista: una primera reforma
prepara una segunda, y ésta a su vez una tercera; y cada una apoyándose en la
anterior y derivando de ella, no brusco o repentino cambio, sino gradual
transición. De esta manera todo se alcanza sin perturbar el equilibrio social,
paulatinamente, en un movimiento progresivo, rítmico. Las conquistas se irán
sucediendo, una tras otra: hasta la última. Sin violencias ni sacudidas.
Armoniosamente.
El batllismo persigue como solución final el desplazamiento hacia la
sociedad de los medios de riqueza. Este desplazamiento de manos de particulares
a manos de la colectividad, se hará gradualmente. Se hará respetando la
libertad del trabajo y el derecho de propiedad privada producto del trabajo.
"La unificación de una industria y el establecimiento, por tanto, de un
monopolio particular, y, en consecuencia, perturbador e injusto", dice
Batlle, es lo que constituye la posibilidad -con otros medios- de aquella
paulatina transformación.
Con la nacionalización de algunos servicios públicos e industriales (y
no se han nacionalizado todos por falta de una mayoría electoral) ya se ha dado
un gran paso: ello representa el apoderamiento por la sociedad de útiles de
trabajo hasta entonces en manos de particulares. En cuanto a las industrias
serán monopolizadas por el Estado cuando ellas hayan sido monopolizadas o estén
a un paso de serlo, por un particular o por un pequeño número de particulares.
Por el Estado que, para el batllismo, no es más que la sociedad organizada
jurídicamente. Lo mismo acontecerá en el suelo.
Y así el batllismo alcanza la finalidad última. Habrá establecido
entonces totalmente la libertad del trabajo, que no existe hoy en los servicios
que no pueden presentarse sin autorizaciones especiales
(aguas-electricidad-ferrocarriles-tranvías-telégrafos-teléfonos); y que no
existe tampoco en los otros servicios cuando han sido monopolizados por
particulares. Y que no existe desde muchos puntos de vista, para el salariado
cuando impera el régimen patronal. Y habrá respetado la propiedad privada
producto del derecho y de la justicia.
Cuando todas las industrias y demás agentes de producción hayan sido
monopolizadas por el Estado, será llegado el momento de articular a cada uno lo
que le corresponda. Las dificultades de hallar la fórmula absoluta justa, son
enormes. El Batllismo, estudiando la realidad de ese momento histórico
establecerá la fórmula de acuerdo con la nueva realidad".[1]
2 - Batlle como proyectista y conductor de un proceso. Así lo
presenta Grompone, Antonio M., en- "La ideología batllista".
"...fue
el hombre que transformó un partido llevándolo a basar su acción en
afirmaciones ideológicas de justicia social, de perfeccionamiento institucional
y de mejoramiento nacional, sustentando la tendencia ideal sobre las
corrientes sentimentales, que parecían constituir los partidos políticos
tradicionales en nuestro medio...
En general, el pensamiento es, en los políticos, un adorno o un
instrumento para catequizar prosélitos o para ocultar la realidad; en Batlle el
pensamiento era la exposición de un convencimiento que lo había hecho ya
realidad o que intentaba llevar a la práctica, un modo de despertar adhesiones
a algo que se tenía el firme propósito de realizar o que ya se había
realizado.
Había una diferencia básica entre el demagogo que promete y que elogia
los extremismos para halagar a las masas, o el que afirma como programa verbal
que realizará una obra de bienestar nacional, de respeto al derecho, y Batlle.
Para aquéllos, la realidad está divorciada de las promesas, Batlle sólo hizo
afirmaciones como modo de exponer lo que se podía esperar de él o lo que creía
debía defender.
Lo hemos dicho y lo repetimos: con Batlle se inició un movimiento que
tiene un doble aspecto. Es ante todo una tendencia ideológica sobre el gobierno
y la organización social que tiene características bien definidas y que se
ajusta a una concepción de problemas nacionales que se van resolviendo por la
adaptación a las necesidades del medio, de principios racionales. Los une un
plan armónico en el que todo tiende a la liberación del hombre, tal como lo
hemos sintetizado".[2]
3 - Como revolución burguesa para Trías en su "Raíces, apogeo
y frustración de la burguesía nacional"; como revolución de mediana y pequeña burguesía
para.
"El batllismo mantiene el carácter burgués del Estado ampliando
su estructura democrático-burguesa y la apropiación privada de los medios de
producción y de cambio. Sostiene el sistema burgués y propagandea entre las
masas la confianza hacia el régimen democrático-burgués. El punto principal del
batllismo ideológicamente consiste en valorar la democracia y la ley, como
factores supremos, estables y condicionantes de los demás...

Favorecida por esa circunstancia, la burguesía permite que dentro del
batllismo se hable de conquistar una auténtica libertad y justicia a través de
la colectivización, se manifiesten propósitos antiimperialistas y hasta socializante.
Permite que el Estado se mantenga "neutral" en los conflictos
obrero-patronal, aunque ejerciendo el papel de sostenedor jurídico del orden
burgués, y hasta llega a tolerar que el representante más radical de la pequeña
burguesía, el "obrerista" Domingo Arena, declare que debe dejarse de
lado la simple neutralidad estatal en los conflictos obrero-patronal para
colocarse de parte del más débil.
Tan liberal es
que, por boca de ese batllista, se denuncia duramente a la sociedad
capitalista: "esta sociedad capitalista, para poder seguir marchando como
marcha, para poder seguir utilizando como utiliza al pobre rebaño humano, necesita
forzosamente mantenerlo en un estado de abyección, de embrutecimiento, de
abandono que hoy vive".
O se plantea, para un futuro indefinido, la colectivización de la
tierra y de los restantes medios de producción.
El gradualismo reformista es posible mientras se exprese el propósito
(¡y hasta Domingo Arena lo hace!) de aplicar la ley contra los que inciten a
la violencia.
De esta forma, hábilmente, el batllismo actúa como antídoto contra la
revolución proletaria. Su práctica es la siguiente: cuando el proletariado
forcejea para romper sus cadenas, le dirige palabras dulces convenciéndole de
que no apele a la violencia, de que dirija sus argumentos a convencer al
patrón, o se dirige al patrón pidiéndole que no sea cruel. Y por fin, mientras
le asegure que algún día todos serán iguales, permite que el patrón mantenga
las cadenas de la esclavitud asalariada.
Por fin es preciso estimar la significación política de José Batlle y
Ordóñez. Su aguda inteligencia, su habilidad para maniobrar entre amigos y
enemigos, su penetrante visión psicológica, puesta sagazmente de relieve por
Arena, al servicio de la unidad del partido. Es la expresión más alta, más
definida, de lo que es su partido. Con sus virtudes y defectos. Cobija bajo su
atenta mirada intereses contradictorios pero no antagónicos. Está siempre listo
a inclinarse, según las circunstancias, a desplegar el progresismo social,
económico y político del partido hacia el cual parece predispuesto, e
igualmente a replegarse, en aras de la unidad partidaria, en aras de seguir
siendo expresión política de la burguesía industrial en los períodos de
crisis, como ocurre con el "alto de Viera".
Su progresismo de los años de apogeo económico poco a poco se va
apagando, a medida que la burguesía industrial retrocede y, junto a él, en
primera fila, retrocede el partido en su conjunto.
Cumple en el Uruguay, y dentro de su partido, similar papel al de Luis
Bonaparte, que Marx pone de relieve. Su papel "bonapartista" consiste
en otorgar leyes avanzadas a los obreros, favorecer a los pequeños
propietarios, proteger a las mujeres, ancianos y niños impulsar el desarrollo
de la burguesía industrial, serenar a los grandes propietarios de tierras y de
comercios, nacionalizar resortes básicos y otorgar concesiones a los
imperialistas. A diferencia de Luis Bonaparte, tuvo la suerte de morir a
tiempo, como muy lúcidamente afirma Martínez Ces, ante de que su creación estallara
en mil pedazos como consecuencias de la crisis del sistema.
Batlle y Ordóñez es imagen y reflejo de una época: de un Uruguay que
quiso y no pudo ser."[3]
4 - Como el intérprete de su
tiempo y resultado de las transformaciones migratorias, del impacto del garibaldismo
y del ascenso del movimiento social. Rama, Carlos M.-"Historia social del
pueblo uruguayo".
"El movimiento obrero y social que corre en el Uruguay entre los
años 1885 y 1928, corresponde a un gran momento de las luchas sociales latinoamericanas,
y ha ejercido una influencia importantísima en la historia del país.
En 1885 aparecerá la llamada "Federación de los Trabajadores del
Uruguay", que continúa la anterior "Federación Regional" de la
Asociación Internacional de los Trabajadores de 1875...
La nueva federación desarrollará una obra importantísima, organizando
sindicatos de oficio, que se denominan en el lenguaje de la época, respondiendo
a una efectiva realidad sindical: Sociedades de resistencia...
La administración Batlle (1903-1928) coincidió con buena parte de este
momento del desarrollo del sindicalismo y del movimiento obrero.
Batlle dio garantías tanto a los burgueses para la política, como a los
obreros para la vida sindical y social, pero muchas veces la prensa opositora
le acusó de permitir y proteger "agitadores profesionales", y
"grupos subversivos".
Resulta evidente que sin este movimiento obrero tan arraigado, no habría
sido nunca el Uruguay el país famoso por la legislación social, el nivel de
vida de sus trabajadores y su sistema de libertades públicas.
Pero esas mismas realizaciones, el hecho que se lograran en pocos años
y que las mismas estuvieran visiblemente vinculadas en su iniciativa a un
estadista no revolucionario, hizo paradojalmente descreer a muchos
revolucionarios de la futura Revolución Social, de la toma del poder por los
obreros, del comunismo del porvenir...
Pero si el mérito de Batlle es muy grande por iniciar la legislación
laboral, ésta no hubiera prosperado si no tuviera la defensa, el apoyo y la
vigilancia de los gremios federados...
Cosmopolitas, abiertos a todos los horizontes, estos círculos hacen de
Montevideo la ciudad-refugio de los
perseguidos del mundo. Argentinos, españoles, italianos, se unen con los
uruguayos en la creación de un ambiente social particular, afecto a las nuevas
ideas, favorable a las aspiraciones obreras, despectivo de los valores de la
burguesía o de la tradición.
Estas capas proveyeron de auditores y amigos a ilustres intelectuales
extranjeros, como al italiano Edmundo De Amicis (que tuvo por 1880), al
anarquista Pietro Gori (que participo en la ceremonia de la piedra fundamental
del monumento a José Garibaldi en 1900), de los franceses Jean Jaurès y Antole
France, del diputado socialista e ilustre criminólogo Enrico Ferri, de José
Ingenieros, de general Ricciotti Garibaldi, o del historiador Guglielmo
Ferrero...
José Batlle fue un intérprete de su tiempo, y de un pueblo que ya había
recorrido pasos importantes en su progreso. El batllismo de principios de siglo
no hubiera sido posible sin el éxito de la escuela pública vareliana, creada
por la ley de 1877, que había lanzado en la vida pública varias generaciones de
lectores de extracción popular. Tampoco sin el anotado fenómeno de la
inmigración europea, y en especial del garibaldismo italiano, producto del
Risorgimiento en Italia, en su versión radical (racionalista, anticlerical,
socializante, popular). También el ascenso del movimiento obrero y social
uruguayo, iniciado en 1865, vinculado al proceso internacional desde 1875,
vencedor por sus propias fuerzas desde 1895, pero incapaz de una expresión
política, práctica e inmediata.
José Batlle dio una voz, y admitió la presencia en el plano político, de
ese Uruguay nuevo, que desbordaba pretendidos "proceratos", para
expresarse plebeya y vigorosamente en los talleres, en las aulas, en el surco.
El éxito del plan de Batlle fue tan rotundo que emergió un Uruguay nuevo, un
país original latinoamericano al servicio de las clases medias, un Estado del
cual se interesaron por todas partes no por su grandeza material, sino por la
originalidad de sus instituciones, la audacia de sus leyes, sus soluciones
distintas a los viejos problemas. La orgullosa afirmación de Batlle según la
cual sus reformas serían "para sus partidarios y sus adversarios, para los
hijos de sus partidarios y para los hijos de sus adversarios" resultó
cierta".[4]
5 - Destacando la capacidad de la política como "variable"
independiente de la imagen proyectiva de la sociedad, la estructura de
compromisos y próximo a una interpretación "bonapartista". Real de
Azúa, Carlos- "El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo y las
raíces de la crisis uruguaya".
"...el Batllismo contribuyó a modelar, en esfuerzo dominante o
más egregio que otros factores concurrentes, una sociedad y un Estado muy
superior a casi todos los otros hispanoamericanos según pautas determinadas.
Unas pautas que, ni exclusivas ni intemporales, cabe llamar, más
localizadamente, "modernas" y "progresistas".
Todas las dimensiones del país dieron un salto hacia adelante y
seguirían creciendo un tiempo, siendo los guarismos decisivos de la población
y la producción los que antes se detuvieron. De cualquier manera, pasó el
Uruguay en las primeras décadas del 900, por esa etapa del regodeo de las
cifras que fue una hora también de la vida argentina.
Con acrimonia (como siempre en él), un antibatllista tan consecuente
como Mario Falco Espalter, criticó en 1920, tal estado de espíritu.
Por ello, es como siempre a los factores cualitativos a los que hay que
apelar cuando se quieren sorprender "las grietas en el muro", el
gusano en la fruta exteriormente opulenta. Aventuremos, sin embargo, antes de
su estricta consideración, que los modelos del subdesarrollo y los modelos de salir de él, dan relevancia y
cohesión a muchas de las críticas que en estas reflexiones (y algunas de ellas
con reiteración) se han realizado. Tal es, por ejemplo, el evidente fracaso en
diversificar y hacer crecer el sector primario agrícola-ganadero en términos
sustanciales. Tal, el no haber previsto el efecto embotellador que sobre todo
el desarrollo industrial tendrían, tanto aquél como la pequeñez del mercado.
(Una seña, si se quiere, uno de los muchos lados desde el que puede presentarse
el capital problema de la "magnitud nacional", geográfica,
demográfica y económica, en que una empresa modernizadora se hace factible y el
acuciante para nosotros de qué porvenir poseen, como tales, las "pequeñas
naciones"). Tales podrían ser también (reanudo el recuento) el carácter
negativo de ciertos trazos que aquí se han subrayado. El haber dejado
subsistente el sesgo predominante intelectualista y universalista de la
educación uruguaya. El haber promovido un espíritu de "alto consumo",
de reclamo, derecho y facilidad antes de haberse llegado a estadios más altos
de desarrollo. El haber anquilosado una suprestructura política haciéndola
sólo nominalmente representativa tan inepta para recibir auténticas inflexiones
del entramado social como para comunicar a éste impulso valederos. Haber
angostado por sectarismo político y religioso la generosidad y la amplitud de
su veraz llamado a construir un país nuevo. Haber empantanado en la rutina
política y en la torpeza burocrática toda dirección dinamizadora.
Con todo, si hubiera que ceñir las debilidades más globales más
conspicuas, de más efectos a largo plazo, es especialmente a dos a las que hay
que hacer referencia.
La del móvil filosófico cultural podrían ser una de ellas, pues es dable
pensar que la filosofía "progresista" de que el Batllismo se reclamó
ha entrado en proceso definitivo de disgregación y caducidad y que sus
ingredientes racionalistas, individuales, hedonistas, ético-inmanentistas,
romántico-populistas o han seguido la suerte del compuesto que los integraba o
han entrado -lo que en cierto modo es
más seguro- en nuevas, en muy disímiles y hasta casi siempre irreconocibles
recomposiciones.
Ceguera al contexto podría registrarse por fin; olvido, por ejemplo, de las restricciones que
imponía al desenvolvimiento industrial la pequeña magnitud de la comunidad y de
su mercado, desprecio a las constricciones a que sujetaría el crecimiento de la
clase media y obrera una estructura agraria del tipo de la uruguaya, desatención
a los fenómenos y desequilibrios de una situación de marginalidad en un medio
cultural tan intensamente europeizado como ya era el nuestro. La falta de
conocimiento de las condiciones americanas y de la naturaleza y significación
del imperialismo que hizo a Batlle, en 1904, acariciar la idea de la
intervención de la marinería yanki en nuestra guerra civil no es, en cierto
sentido, más que el corolario verosímil de una situación ambigua, de la
residencia en un limbo en el que no éramos ni americanos ni europeos.
A este respecto se ha hablado, como se recordaba, del "país de
espalda a América", bullente, promisoria, trágica que geográficamente
integramos. Es un tema predilecto de las recientes promociones intelectuales y
algunos libros muy conocidos de Mario Benedetti, de Carlos Martínez Moreno, lo
han orquestado con riqueza. Vale la pena señalar, con todo, que es dudoso que
una "atención a lo americano", una menor alineación a los figurines
de la cultura literaria y social de Francia tuviera que haber llevando a una
renuncia de ciertas superioridades naturales de nuestro país respecto a otras
zonas de América, a un masoquista ponernos a la altura de las más infortunadas.
En realidad entre no haber conseguido hacernos una nación
"central" y no "periférica" (una tarea de la magnitud de
parar el sol) y este habernos diferenciado de lo específicamente rioplatense y
americano; entre haber querido dotarnos de todos los órganos y los tejidos de
una nación madura y haberse conformado con el destino y la magnitud de una
pequeña comunidad económica e ideológicamente mediatizada se deslinda con
suficiente precisión la falacia batllista. Una falacia que en cierto modo era
inevitable: el despejarla hubiera reclamado esas grandes energías históricas de
eslora, de aliento universal que recién las naciones marginadas del Tercer
Mundo están, como un todo, en condiciones de potenciar y planear. La situación
desde la que tal empresa quiso acometerse en nuestro país es de las que están
más allá de la mera culpa o mala fe subjetivas: cualquier solución de fondo
sólo podría haber vencido la precariedad de lo que se logró (dejando, por
obvio, de lado el no haber hecho nada) por medio de un giro copernicano del
destino de latinoamérica entera.
Pudo con todo darse, pudo alborear una comprensión más exacta, menos
satisfecha, menos hinchada de las contracciones que acechaban a lo ya
realizado. La lucidez de una intelección plena es un bien en sí y pudo dictar a
nuestros órganos gobernantes de las últimas décadas acciones y abstenciones que
no hubieran lucido pero que pudieron dejar más desbrozado el camino. La
convicción, por el contrario, de que con algunos retoques políticos y
económico-social se había llegado a un estado de perfección no sólo es antidialéctica
y antihistórica sino que tiene mucho que ver con todo el espíritu que inficionó
lo mejor de la obra Batllista.
Ricardo Martínez Ces le ha llamado el "espíritu de facilidad",
señalando de paso lo ajeno que la propia personalidad de Batlle era a él.
Podría llamársele "espíritu acreedor" también. Un trazo universal de
la sociedad de masas, que países industrializados y maduros pueden (incluso)
tener interés en fomentar, pero que aquí se desplegó en un muy distinto
contexto. Un inverosímil optimismo, una sistemática ceguera a la dureza
acechante de la historia, al rigor de la competencia entre sociedades naciones
fue transfundido a grandes oleadas a toda una colectividad, a la que se
acostumbró al constante reclamo, a la que se aflojó hasta un ritmo de trabajo
propio de tiempos idílicos, a la que se dotó de un sistema de seguridad social
cuyo costo respecto a la producción de la que tiene que salir, del aporte de
los activos de la que ha de ser extraído, nadie se atreve ya a decir que,
absoluta o comparativamente, no sea desmedido. Una colectividad, en suma, a la
que se hizo creer que tras el éxito de los primeros esfuerzos, la plenitud del
reino, y sus "añadiduras", habían llegado.
En su terminología de las etapas de desarrollo, Walt Rostow opinó tras
un rápido conocimiento del Uruguay que éramos una sociedad que había pasado sin
etapas del "take off", del "demarrage" o del impulso del
crecimiento inicial a la del "alto consumo de masas". Traducido a cualquier
otra terminología el diagnóstico sigue siendo exacto. Y aun otra cosa podría
resultar más grave: una sociedad a la que se estancó en una suerte de
radicalismo verbal básicamente conservador y a la que se limó de toda energía
revolucionaria incómoda, trabajosa, dura al fin, haciéndole creer que con
algunas elecciones ganadas, algún impuesto más, algunas medidas legislativas
los privilegios de los grupos superiores caerían al suelo como hojas secas y
el feliz imperio de la igualdad sería alcanzado. No se necesita ser un revolucionario
cabal para pensar que si en algún país el "evolucionismo" social ha
tenido un sentido enervador, ese país es el Uruguay.
Culminando este proceso, hemos llegado a ser una sociedad
económicamente estancada, políticamente enferma, éticamente átona. Podrá
decirse, también, que civilmente sana y socialmente más equilibrada que muchas
otras de su tipo pero las notas peyorativas son las dinámicas y éstas sólo
pasivas y remanentes. Porque, globalmente (ya se trató de fundarlo) parecemos
ineptos para la altura de los tiempos y sus implícitos desafíos.
No pretendo afirmar que entre este cuadro y el Batllismo la relación
sea inequívoca. Puede defenderse aun ahora que el Batllismo no es el
responsable de nuestra crisis porque no es "el único responsable".
Empero si todavía se lo considera hipotéticamente actor único, podría alegarse
dispensas que tendrían a su mano tres "porqués".
Primero, porque completó de alguna manera una imagen del país y la
consideró aceptable, juzgando, por ende, que no tenía razón de hacer
"otra" cosa.
Segundo, porque, supuesto lo anterior, fueron factores supervivientes
que la destruyeron y ya no estaba el Batllismo, por lo menos en mejor
"forma", en su plenitud histórica
para calafatearla o inventar otra nueva.
Tercero, porque (matizando la primera dispensa), cuando un movimiento
político -como es caso del Batllismo- alcanza esa "imagen
satisfactoria" se detiene y el esfuerzo por hacerla más veraz, cabal y
profunda alteraría el cuadro y las estructuras alcanzadas. Ello hace que cuando
es atacada esa imagen, o ésta se desdibuja, se plantee la duda de si el
esfuerzo correlativo por devolverle su vigencia no hará correr demasiados
riesgos a lo que, de alguna manera, se conserva, de algún modo sobrevive.
Sin embargo, de tener que escoger entre una opción, podría resistir
buena andanada de críticas, sostener que determinadas limitaciones internas,
ciertas carencias y falibilidades fueron las que no le permitieron culminar su
importante obra; las que de algún modo le impidieron darle perduración, hacerla
resistente a todos los embates de descomposición que por tres décadas más
sobrevendrían".[5]
6 - Teniendo como única variable explicativa la capacidad del líder,
el papel del Partido Colorado en cuanto a tradición y organización y que
considera que las transformaciones las realiza Batlle sin vinculación alguna
con la estructura social emergente, se encuentra en la obra del historiador,
Vanger, Milton- "El país modelo. José Batlle y Ordóñez. 1907-1915".
"La presidencia de Batlle ya estaba llegando a su término medio
-más de la mitad si el Colegiado iba a cortar su administración en un año- y
aunque Batlle retenía algunas de sus más radicales propuestas hasta después de
que se estableciera el Colegiado, las líneas generales de su visión del Uruguay
-país modelo- eran ahora más definidas y más conocidas de lo que habían sido
cuando su elección basada en la imagen de un Batlle "maduro". Estaba
utilizando la prosperidad de la nación para impulsar la transformación
económica, rural y urbana. La estancia se tornaría intensiva, la agricultura se
extendería; la industria crecería (la sustitutiva de importaciones y la nueva,
como la pesca, el alcohol industrial, la minería). Nuevas y amplias empresas
del Estado detendrían el drenaje del oro a la vez que reducirían los costos
para los consumidores. El Estado, dueño de todas las fortunas y de gran parte
de ellas, por medio de los impuestos, estaría capacitado para proporcionar a
todos una vida decorosa. La educación y la cultura estaría al alcance de todos.
En contraste con revolucionarios posteriores que quieren eliminar la distancia
entre intelectuales y obreros forzando a los intelectuales a realizar trabajos
manuales, Don Pepe quería disminuir esa distancia dándole a los trabajadores
una cultura intelectual. Las mujeres serían liberadas de la Iglesia y de las
contradicciones de la dominación masculina. El proceso hacia el país modelo
continuaría, bajo la creciente democracia, dirigido por el Partido Colorado y
asegurado por el Colegiado.
Este resumen de lo que Batlle estaba haciendo, difiere en la mayoría de
los escritos recientes -comenzando en la década de 1960- acerca de él. Esos
escritos ven a un Batlle que, por falta de conocimiento sobre asuntos rurales y
por cálculo político, deja tranquilos a los estancieros, descuida al interior
y concentra sus planes en Montevideo donde estaba su respaldo político.
Afirmaciones tales como "el núcleo del problema -la tenencia de la tierra-
aún no había llegado al líder en la Presidencia" (J. P. Barrán y B.
Nahum); "aunque Batlle adoptó una postura reformista radical con respecto
a un amplio sector de intereses e instituciones, ella no se extendió a la
cuestión de la propiedad de la tierra" (Henry Finch); "el gobierno de
Batlle operaba en un contexto casi completamente urbano" (John Kirby), son
ejemplos de lo que se ha convertido en conocimiento convencional.
"El arreglo de Batlle -reformas urbanas a cambio del status quo
rural" (Peter Winn) es visto como un "camino lateral" (Ricardo
Martínez Ces) destinado a expandir el consumo urbano, "resolver tensiones
sociales" y así "no afectar las estructuras tradicionales que él
quería preservar" (Hery Finch).
Tomados en conjunto, estos estudios interpretan mal las intenciones de
Batlle, reducen el alcance de su política y subestima su radicalismo. En vez de
aceptar el statu quo rural, se estaba en movimiento para imponer el uso intensivo
de la tierra y reclamar las tierras fiscales. En lugar de operar en un contexto
casi exclusivamente urbano, su obra de gobierno y su política eran nacionales.
Las estaciones agronómicas, caminos, ferrocarriles del Estado, un nuevo puerto
todavía no anunciado, sobre el Atlántico, cerca de Brasil, todo estaba
destinado al desarrollo del interior, el crédito y los seguros de los bancos
del Estado servían al interior y a Montevideo, ahora tenía usinas en todo el
país; los nuevos liceos departamentales acercarían el nivel cultural del
interior al de Montevideo.
Políticamente, Batlle presidía un partido nacional, no sólo
montevideano.
Tampoco creo sea acertada la opinión de que Batlle quería preservar las
estructuras tradicionales y aliviar tensiones sociales a través de caminos
laterales. Un hombre que estaba proponiendo hacer del Estado "el dueño de
todas las fortunas o de gran parte de ellas", obviamente no quería
preservar las estructuras tradicionales. Esta interpretación errónea de las
intenciones y de la política de Batlle surge por mirar el pasado del Uruguay
desde el punto de vista de la continuada crisis económica posterior a la década
del 50, cuando el consumo excedía a la producción, cuando el país tenía una
enorme burocracia, y cuando las empresas del Estado producían déficit, paros y apagones.
El argumento del "camino lateral" ubica el camino de esta
situación en la segunda presidencia de Batlle. Según este argumento, Batlle
incrementó intencionalmente el empleo público, especialmente en las empresas
del Estado, para aumentar la masa obrera, el consumo y el mercado de productos
(Ricardo Martínez Ces). Una opinión similar en Carlos Real de Azúa (El impulso
y su freno. Tres décadas de Batllismo y la raíces de la crisis uruguaya). Pero
el propio Batlle, como lo demuestra el análisis de sus presupuestos, fue muy
cuidadoso en mantener bajo el crecimiento del empleo público. Hasta he
sostenido que las empresas proyectadas por Eduardo Acevedo tenían menos
empleados de los necesarios para llevar adelante sus propósitos. Para Batlle,
la función primordial de esas empresas era restringir el drenaje del oro y
proporcionar servicios nuevos y más baratos dentro del programa de desarrollo
económico que estaba imponiendo al Uruguay. Llenar las empresas con demasiados
empleados elevaría los costos y les impediría ofrecer servicios baratos. El
éxito justificaría la creación de otras; la ineficiencia, no.
Cuando las Usinas Eléctricas extendieron sus servicios a todo el país,
se le dio a su Directorio el derecho de despedir trabajadores aun cuando,
normalmente, los empleados públicos sólo podían ser despedidos con venia del
Senado. Los legisladores se opusieron. El Ministro de Hacienda, José Serrato,
contestó que el Estado quería que sus empresas tuvieran éxito y tenía que
"organizarlas... en igual forma en que las organiza la industria privada".[6]
7 - El batllismo como una de las primeras expresiones populistas de América Latina. Zubillaga,
Carlos- "El batllismo una experiencia populista".
"...el populismo aparece como un movimiento político
característico de América Latina, fundado en la concertación social, que
intenta modificar -a través de una estrategia reformista promovida por un
líder carismático y sin un sistema político democrático formal en pleno
funcionamiento- la estructura primario-exportadora y promover una
industrialización acelerada, en búsqueda de caminos de inserción autónoma en el
mercado mundial. La acción populista resulta, por lo demás, sumamente fluida,
caminante, sostenida a impulsos pragmáticos no siempre gobernables, que juegan
como respuestas sensibles a los requerimientos de las masas pero sin una cabal
previsión de las consecuencias que los factores puestos en movimiento pueden
generar...
Sostenemos como hipótesis (para cuya confirmación empírica ofrecemos
algunas someras anotaciones) que el "primer batllismo" configuró una
de las primera experiencias populistas en América Latina...
Un intento de caracterización como el presente implica -parece obvio
pero no es desdeñable reiterarlo- un
esfuerzo científico por interpretar, sobre bases más sólidas que las de la
solidaridad ideológica o el simple "impresionismo" intelectual, un
proceso de honda incidencia en la configuración del Uruguay contemporáneo".[7]
8 - La relación entre estructura social emergente, con clases medias
y obrera urbanizada, y el proyecto de
transformación de Batlle, sin hacer del batllismo una representación de
aquellas clases que precisamente se van a conformar con su implementación.
Germán Rama destacó los aspectos del proyecto societal impulsado por una
élite política "La universidad y el desarrollo futuro del Uruguay"
Blanca París de Oddone y otros "Universidad, transición,
transformación".
"Bajo la conducción de Batlle y Ordóñez se inició un ciclo de
transformaciones de tres décadas de duración, en el que se creó el Uruguay
moderno y la democracia, y cuyo impacto en términos de valores se proyectó
hacia el futuro: después de la segunda guerra mundial, como intento de
"reproducir" el mismo proyecto, con los ajustes de la incorporación
del populismo, en la etapa de la crisis que se inició a mediados de los
cincuenta, como defensa del corpus institucional (pero sin las orientaciones de
transformación societal que le dieron base) o como recuperación de valores
democráticos entendidos como fundamentos de identidad nacional en el reciente
conflicto entre sociedad civil y Estado autoritario.
La mención de proyecto de cambio societal hace pensar en un corpus
teórico coherente que se lleva progresivamente a lo práctico, generalmente en
un plazo reducido y como consagración de un movimiento social que, a partir del
control del Estado, lo instrumenta en forma más o menos planificada. En el caso
del batllismo, si bien los objetivos fueron altamente coherentes, las
distintas prioridades relativas que se les asignaron (la mayor importancia de
la construcción de la democracia que da la transformación de la propiedad
rural, por ejemplo) introdujeron no pocos bloques en la emergencia de una nueva
estructura social. La realización del proyecto llevó el cuarto de siglo de liderazgo
político de Batlle y Ordóñez (1903-1929) y se prolongó aún en los años
inmediatos. La falta de mayoría electoral del batllismo en relación al Partido
Nacional y por ende la necesidad en mantener una alianza con las otras
fracciones coloradas, estableció complicados sistemas de acuerdos políticos que
frenaron, dilataron o modificaron las iniciativas. Las condiciones de inserción
económica internacional de Uruguay crearon instancias de auge y crisis
económica; las imágenes de sociedad propuestas y sus respectivos obstáculos
cambiaron en el tiempo y, por último, las resistencias del sistema social y de
poder y de las pautas cultivables de la sociedad preexistente y de lo que se
conforma con las transformaciones, fueron desigualdades en el tiempo y según
las áreas. Así las élites políticas resistieron con fuerza la transformación
autoritaria del Estado con la sustitución del poder personal del presidente por
una administración colegiada, y resistieron menos la creación de un área de
empresas públicas; la laicización de la sociedad fue relativamente fácil, pero
resistida la educación de las mujeres a niveles iguales a los de los hombres.
En consecuencia son grandes los riesgos de presentar las reformas como dimensiones
de un proyecto intelectual. En beneficio de esta oposición figura que la
sociedad que emergió, a través de sus élites, se percibió como resultado de una
voluntad proyectiva, ya fuera individual, partidaria o colectiva".[8]
9 - Como respuesta a los hechos que venían produciéndose desde el
siglo pasado, es el caso de Finch, Henry- "Historia económica del Uruguay
contemporáneo".
"En la
historiografía uruguaya ha existido una tendencia a considerar las dos
presidencia de José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915) y la sostenida
influencia que ejerció hasta su muerte en 1929, como un cambio radical en la
vida del país. En realidad, no puede existir dudas acerca de la importancia de
esos años decisivos para la posterior evolución del Uruguay. El último conflicto
armado entre blancos y colorados terminó en 1904 y, a partir de entonces, se
consolidaron las formas democráticas de gobierno y los partidos políticos
adquirieron definitivamente carácter civil. La legislación que le ha valido al
Uruguay la equívoca denominación de "estado benefactor" se originó en
ese período. El valor de las exportaciones se duplicó entre 1900 y el estallido
de la Primera Guerra Mundial a raíz de la iniciativa del comercio de carnes
congeladas. La actividad industrial aumentó y se realizaron importantes mejoras
en la infraestructura, tanto a nivel
urbano como nacional. La sola enumeración de estos cambios llevaría a pensar
que -sin desmedro alguno del significado de su obra- sería más acertado decir
que Batlle fue la creación de su tiempo que sostener -como lo hace Vanger- que
fue el creador del mismo.
En realidad, los logros de Batlle pueden ser considerados como
respuestas a dos procesos que eran ya evidentes a fines del siglo pasado: la
inestabilidad social del sector ganadero y el rápido crecimiento de la economía
urbana. El fenómeno batllista significó una transacción -de carácter liberal,
humanitario, muy de clase media- entre las tensiones sociales y políticas
resultantes de estos procesos encontrados. Aunque en algunas oportunidades
puede haber tomado formas radicales -más que nada en la defensa por parte del
Estado de los sectores económica y socialmente desvalidos- la intención
subyacente del batllismo era de esencia conservadora; se trataba de extender
las funciones del Estado a los efectos de asegurar el equilibrio de fuerzas
entre las distintas clases sociales y realizar el papel del sistema político...
La última guerra civil tuvo una gran importancia en la determinación de
las relaciones entre el gobierno esencialmente urbano de Batlle y los
propietarios rurales. A pesar de los daños y pérdidas físicas que tuvo que
sufrir y de su aislamiento político, que resulto evidente, la clase alta rural
pudo considerarse satisfecha. La conducta financiera del gobierno de Batlle fue
-a pesar de los costos de la guerra- inobjetable. Más importante aún fue la
concluyente demostración de que el poder de una autoridad central resultaba -a
largo plazo- una garantía mucho más efectiva de la paz y de la estabilidad
interna que cualquier acuerdo interpartidario sobre la base de una distribución
territorial de zonas de influencia. La época de los acuerdos, de las
tradicionales formas de coparticipación a través de las cuales los partidos
habían mantenido una paz inestable desde 1872, había llegado a su fin.
Los propietarios rurales tuvieron claro, a partir de 1904, que el
Partido Colorado no planea atacar el principio de la propiedad privada de la
tierra ni rescatar tierras fiscales que los propietarios habían ocupado. La
autonomía del sistema político era, en verdad, un privilegio del que la
naciente clase política no podía arriesgarse a abusar atacando las bases mismas
del sector rural. Un pacto implícito se estableció entonces entre ambos
sectores. Sin embargo, la paradoja de la vulnerabilidad política de la clase
alta rural -el hecho de que un grupo económicamente dominante no pudiese
controlar el sistema político- fue reconocido en 1916 cuando los propietarios
rurales se unieron para formar la Federación Rural como un grupo de presión que
actuase en el seno de ambos partidos tradicionales en defensa de los intereses
del campo.
A pesar de todas las ideas peligrosas que se proclaman en Montevideo,
los intereses rurales tenían poco que temer. La política agropecuaria de Batlle
fue, en realidad neutral. Su propósito era lograr la transformación gradual de
una estructura insostenible, pero las medidas que puso en práctica -elevación
de los impuestos sobre la tierra, impuestos a la herencia y al ausentismo,
salarios mínimos para el medio rural, planes de colonización, créditos a los
pequeños productores- fueron fácilmente evadidos o tuvieron escasos resultados.
A largo plazo, el fracaso del batllismo en reformar la estructura agraria iba a
tener serias consecuencias para el futuro desarrollo del Uruguay. El rápido
crecimiento de las exportaciones y las demostradas habilidades en el difícil
arte de la consolidación política constituyeron -por otra parte- razones de
peso para evitar un enfrentamiento de fondo con los intereses rurales. Además,
en lo que respecta al corto plazo, existía un argumento concluyente: la
economía urbana -cuyos intereses Batlle representaba directamente- tenía margen
para creer sin entrar en conflicto con las arcaicas estructuras rurales...
La política económica de Batlle no logró ningún cambio importante en la
estructura económica del país. Se concedieron beneficios impositivos a las
nuevas empresa industriales que se sumaron a la protección arancelaria ya
existente. Pero al faltar una política fiscal progresiva, el mercado se mantuvo
sin desarrollarse y tuvo que ser el socialista Emilio Frugoni quien señalase el
carácter regresivo del proteccionismo aplicado a los artículos de primera
necesidad.
El crecimiento del sector público -otro rasgo del batllismo- lejos de
perjudicarlo, favoreció indudablemente al capital nacional. El monopolio por
parte del Estado en algunos tipos de seguros se realizó a expensas de empresas
extranjeras, no de las uruguayas.
Por otra parte, la hostilidad de Batlle hacia el capital extranjero, si
bien era sincera, distaba mucho de ser una actitud de enfrentamiento a la
intromisión imperial...
Si bien los resultados económicos de la política batllista fueron en
verdad modestos, sus logros sociales y políticos fueron realmente importantes.
La inmigración masiva introdujo nuevos intereses en Montevideo -instituciones
e ideologías de base social- que empezaron a entrecruzarse con las fidelidades
partidarias tradicionales que hasta entonces no habían tenido una base social
homogénea. Las organizaciones obreras se fortalecieron a partir de 1895 y el
descontento laboral se intensificó durante la década de rápido crecimiento que
precedió a la Primera Guerra Mundial provocó alarma entre los sectores empresarios
más poderosos. Los partidos políticos tradicionales, tan mal equipados para
registrar y articular los nuevos reclamos se sintieron igualmente amenazados
por la militancia de los obreros. La repuesta de Batlle fue elevar al Estado
-y con él al sistema político- al plano de una benevolente neutralidad desde la
que se podía mediar en los conflictos sociales que se convirtiese en un peligro
para el orden que el Estado quería salvaguardar. Las leyes consagraron una
aspiración primaria del movimiento obrero -la jornada de 8 horas- en 1915.
Posteriores actos legislativos fueron anticipando los reclamos laborales y, de
esa manera, los viejos partidos políticos se fortalecieron a expensas del
movimiento sindical y -más aun- de la eventual temática de los partidos de
izquierda. Mientras los clubes políticos cumplían el papel de agentes para la
integración de los inmigrantes montevideanos, la aprobación de leyes sobre
pensiones a la vejez, jubilaciones, descanso semanal para los trabajadores,
seguros de accidentes de trabajo y salarios mínimos consolidaba la lealtad de los trabajadores al aparato
estatal que los protegía. La legislación era el precio que debían pagar los
pequeños industriales en ascenso por la estabilidad política y social.
La ideología del batllismo fue, fundamentalmente, una ideología de clase
media. Aunque ningún sector social fue excluido de la alianza batllista, los
mejor representados fueron el de la pequeña industria y el de los empleados
públicos y privados. Un sentimiento igualitario combinado con la defensa de la
propiedad, la creencia en el valor de la movilidad social manifestada a través
del apoyo a la educación y a la igualdad de oportunidades y a la afirmación
del Estado por encima de los intereses de las distintas clases sociales,
fueron rasgos característicos de la temática del movimiento. La política
batllista consistía, entonces, en mantener mediante concesiones el equilibrio
entre fuerzas sociales crecientemente antagónicas, mientras conservaba y
fortalecía la independencia del sistema político a través de su capacidad de
mediar entre ellas.
Sin desmedro de la significación que el período batllista tuvo en la
evolución del Uruguay, resulta evidente que no se inició en él el crecimiento y
la diversificación de la economía urbana y que no representó enteramente el
ascenso de una nueva clase social. Menos aún puede decirse que haya logrado un
cambio significativo en los términos de la dependencia uruguaya. El sistema
político comparativamente autónomo que se gestó en épocas anteriores fue empleado
para asegurar el aislamiento político del sector económicamente dominante, es
decir, los propietarios rurales, y para establecer un cierto grado de
equilibrio entre el capital y el trabajo en el medio urbano, entre el capital
nacional y el capital extranjero, entre el capital británico y el capital
norteamericano. El Estado se convirtió en un mediador neutral en los
conflictos de intereses y el control de las organizaciones partidarias
tradicionales sobre un aparato estatal en franco crecimiento quedó plenamente
confirmado".[9]
Más allá de las interpretaciones que se pueden hacer de Batlle y del
batllismo, debemos de remarcar la presencia de un estilo batllista, que resulta
de la interpretación que hizo Batlle del país, de las condiciones políticas,
económicas, sociales y culturales del primer cuarto de siglo.
El ser batllista significa ser de una forma, actuar y concebir al país
en determinada clave.
[3] Louis, Julio
A.- Batlle y Ordóñez. Apogeo y muerte de la democracia burguesa.
Montevideo. 1969. págs. 183-190.
[6] Vanger,
Milton- El país modelo. José Batlle y Ordóñez. 1907-1915. Montevideo.
1980. págs. 212-215.
[7] Zubillaga,
Carlos- El batllismo, una expresión populista. En El primer batllismo. Cinco
enfoques polémicos. Montevideo. 1985. págs. 16-18.
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