domingo, 16 de noviembre de 2014

ESPIRITUALISMO

ESPIRITUALISMO






E
n el siglo XIX en el ámbito de los intelectuales la preocupación filosófica fue importante. El predominio era de tres escuelas: espiritualismo, materialismo y positivis­mo.[1] Siendo frecuente el debate entre ellas, incluso esa polémica no quedaba en las salas de dicho centros, sino que la tribuna periodística fue otro frente para defender sus principios.

La primera se diferencia por aceptar la existencia de Dios y la inmortalidad del alma; la segunda las niega y lo explica todo por la materia; y la tercera sostiene que no se puede saber nada sobre esas cuestiones. Tanto positivis­tas como espiritualistas coincidían en sostener la libertad de pensamiento.



A fines de los años 70 del siglo XIX, el país vivió un gran auge en la polémica filosófica, ella se dio entre católicos, positivistas y espiritualistas. El catolicismo, era la religión heredada de la época colonial y hasta la década del 60 no había sido cuestionada. A partir de dicha fecha se manifiesta la predica de Plácido Ellauri[2] y del chileno Francisco Bilbao que llegan a levantar una genera­ción que terminará en el país cuando la primera ruptura colectiva con la Iglesia. Esta nueva generación se encauzó en el Club Universitario fundado en 1868, del cual surge en 1872 el Club Racionalista.

Esta generación rechaza el dogmatismo teológico del catolicismo, y entre sus creencias espirituales estaba la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, y como escuela se centraba en el deísmo clásico de la religión natural. Entre sus figuras universitarias más importantes se destacan Justino Jiménez de Aréchaga, Carlos Ma. de Peña, José P. Ramírez, Pablo de María, Eduardo Acevedo Díaz, Gonzalo Ramírez, Duvimioso Terra, Teófilo Díaz.

Desde mediados de los 70 comienza a manifestarse una preocupación por la incidencia que tenía la religión sobre la educación;  por ello entendemos interesante rescatar de la publicación La Voz de la Juventud el siguiente artículo redactado por Prudencio Vázquez y Vega sobre "La enseñanza religiosa en los cole­gios del Estado y el Sr. Serralta".

"El señor Serralta no dice cuál sea la religión que deba enseñarse en los colegios públicos, pero vamos a suponer, quizás con fundamento, que él cree que esa reli­gión debe ser la católica, que en este caso el padre, protestante o judío le diría con sobrada razón: ¿Por qué se le ha de enseñar la religión católica a mi hijo, cuando yo que tengo su dirección moral creo firmemente que la reli­gión judía o protestante es la más pura y moral, única verdadera?

¿Por qué se le ha de enseñar una religión cualquiera si yo creo que toda instrucción religiosa dada a la niñez, es un ataque a la libertad de conciencia?

¿Cómo el Estado, cuya misión es garantizar el ejercicio de todos los derechos, se convierte en un sectario religio­so, llegando hasta exigirme impuestos para sostener una religión que yo detesto?

Por otra parte dice, el Sr. Serralta, que es un delito el no enseñar en los colegios primarios donde está probado que es la base de la moral...   

La base de la moral no es ni será nunca una religión determinada; los principios morales no tienen un carácter absoluto y general que no emana de una religión positiva, pero sí de la ley eterna del deber, que es la única que debe regir la actividad libre del hombre.

Es falso que una religión positiva se imponga a nuestro espíritu con un carácter de evidencia superior a la ley absoluta del deber; si nuestra inteligencia acepta algunas verdades morales proclamadas por una secta religiosa, no es por lo que esta religión pueda ser en sí misma, sino porque aquellos principios morales se encuadran y están en la más perfecta armonía con la ley innata que rige nuestra liber­tad....".[3]



Esta forma de pensar no es la más común en la época; para lograr tales objetivos se debían superar varias barre­ras, por un lado  la que tenía la propia gente y por otro la impuesta por la Iglesia. No estaba establecido en ningu­na parte que la religión debía de enseñarse en la escuela, simplemente había quedado por tradición.

La década de los 80 significo una renovación en filas del catolicismo con figuras de la talla de Mariano Soler y Juan Zorrilla de San Martín, quienes actuaban en el Club Católi­co y en el diario El Bien Público.

Por su parte en el espi­ritualismo racionalista surgen Daniel Muñoz, Anacleto Dufort y Álvarez, y el positivista B. Otero y Prudencio Vázquez y Vega desde El Ateneo y el diario La Razón.
Prudencio Vázquez y Vega
18 de abril de 1853-7 de febrero de 1883
  
Sin duda Vázquez y Vega[4] fue un gran impulsor y guía de la juventud de su tiempo, teniendo su pensamiento un peso importante en el ámbito filosófico y en esta lucha contra el catolicismo, siendo numerosos los artículos en tal sentido.

"Si existe una institución contraria al progreso que haya ejercido perniciosa influencia en las sociedades en estos últimos tiempos, esa institución es la institución del cristianismo. Nadie debe admirarse de esta proposición; por más atrevida que parezca ella, entraña una verdad evi­dente.
La religión cristiana está en pugna con las ciencias naturales; lo está también con las ciencias filosóficas. Alguno de los redactores de este diario han demostrado en parte la oposición entre el Génesis y las ciencias natura­les; demostraremos ahora que la religión del divino maestro ya no se puede armonizar con las ciencias filosóficas. Este será, pues, el objeto de varios artículos que pensamos dedicar a tan importante asunto. Y si nuestra tesis es cierta, según creemos, fácil será comprender cómo es verdad que la religión de Jesús y sus sectarios está en completo divorcio con la civilización contemporánea".[5] La serie de artículos publicados en ese tenor son: La moral de  Jesús. La revelación. La intolerancia cristiana. La  divinidad de Jesús.  La Trinidad.  El  pecado original. La predestina­ción. La gracia. La condena eterna. La esclavitud.



Por su parte Vázquez y Vega establecía: "...Jesús para hacer efectivas sus enseñanzas, ha caído en la moral del interés. ¿Cuál ha sido la razón que ha dado para aconsejar a sus discípulos la ejecución del bien? ¿Ha sido el bien mismo? No, ciertamente... él ha invocado siempre el galar­dón, siempre el premio. Jesús ha dicho: haced el bien y recibiréis vuestro galardón. La moral del deber dice: haced el bien porque ese es vuestro deber... El racionalismo... es el sistema filosófico que busca la verdad por el empleo de las facultades intelectuales del espíritu, es decir por la percepción sensible, la conciencia y la razón. En moral profesa la doctrina del deber... como residiendo en Dios... profesa hacer el bien por el bien mismo... En  materia religiosa proclama la existencia de un solo Dios, como ser infinito y absoluto, bueno y justo, inmanente y trascendente, como razón de todas las cosas y como ideal de la persona humana. Rechaza la revelación histórica y perso­nal de Dios al hombre, niega la verdad de todas las reli­giones positivas y predica la religión santa del deber. Y en política enseña la existencia de la idea del derecho como principio regulador del orden social, benéfico princi­pio que debe ser respetado por la voluntad individual y por todo poder público; enseñó el imperio de la soberanía popular, tratándose de la organización de la autoridad,  no habiendo más límites para aquella soberanía que los princi­pios eternos de la justicia y el bien".[6] A través de ello Vázquez y Vega intenta marcar la diferencia entre el cris­tianismo y el espiritualismo racionalista, desde el punto de vista de la moral de uno y otro. Su aporte no es solo en el plano filosófico-religioso, es importante destacarlo en la temática política: "Generalmente se  dividen los dere­chos del hombre en dos grandes  categorías: derechos  civiles o individuales, y derechos políticos.

¿En qué consisten los derechos civiles y cuáles son los políticos?

Los derechos individuales tienen por base la naturaleza humana considerada en sí misma, son desarrollos naturales del hombre que se concibe necesarios para el cumplimiento de sus fines, aun considerado en aislamiento; como ejemplo de estos derechos pueden presentarse: la libertad del pensamiento, la libertad religiosa, la libertad de trabajo, de locomoción, de asociación y otros análogos que se enumeran comúnmente con el nombre de declaración de derechos, en el preámbulo de las constituciones modernas que aceptan las instituciones libres.

Los derechos políticos, sin perder de vista la naturaleza del ser humano, toman por base la sociedad: son ciertas facultades del hombre en cuanto pueden ejercitarse en el sentido de la organización del Poder Público.

Los derechos individuales, que son los que más interesan a la persona humana, no caen ni deben caer, en general, bajo la jurisdicción del Estado; y éste no debe ocuparse de ellos sino con un solo fin, con el fin de garantizarlos, si fuera posible en toda su plenitud.

Existe también un derecho político de gran importancia, que es el sufragio, o sea el derecho de concurrir con el voto a la organización del Poder Público.

El voto es uno de los medios más legítimos de manifestarse la soberanía nacional.

Respetemos los derechos ajenos, respetemos los nuestros y habremos realizado el ideal de las instituciones republicanas.

Trabajemos con tan magnífico propósito y habremos concurrido a la realización del bien y a la felicidad de la Patria".[7]


En la época en la que es escrito este artículo se encontraba en el poder Latorre, de ahí la importancia a los derechos políticos, tema en que Batlle trabajara durante toda su vida. Una herencia también para esta nueva generación es lo referente al respeto de los derechos individuales, en especial en lo religioso, tarea que culminara con la separación de la Iglesia del Estado.

De sus escritos filosóficos la idea de derecho que maneja Vázquez y Vega es: "El derecho tiene como fin inmediato armonizar esas relaciones, para que el hombre concurra rápidamente a sus ideas, sin que encuentren su desenvolvimiento ascendente fuerzas extrañas que obstaculicen su marcha; hacer que no haya ataques a la actividad legítima y que el individuo y Estado, se desarrollen en su esfera propia sin que se produzcan violaciones recíprocas en el ejercicio de las facultades de cada uno.

Donde la libertad civil y política ha sido respetada y garantizada, parece que se ha comprendido mejor el principio del derecho, lo que se explica, a mi modo de pensar, precisamente porque es ese principio quien motiva el ejercicio armónico de aquellas libertades, y es quizás en virtud de las estrechas relaciones que de ahí emanan, que muchos han confundido el derecho con la libertad...

El derecho no es seguramente ni una condición ni un medio, es sí una facultad propia de nuestra personalidad, y como tal  eminentemente subjetiva, por lo que puede manifestarse aun prescindiendo de la existencia de todo otro individuo; de otra manera vendría a dársele un tinte completamente variable y sería un principio que no existiría donde no hubiera sociedad.

El derecho es anterior a las sociedades, y si se ha dicho que una condición de armonía entre las personas que las constituyen habrá sido, quizá, porque es en estas sociedades donde principalmente se ejercita.

Cuando el hombre entra en sociedad ya entra armado de su derecho, y sin que nadie sin palpitante injusticia pueda prohibir cierta esfera de actividad que le es propia.

Podemos afirmar, pues, que el derecho es una facultad y no un conjunto de condiciones, que es un principio y no un medio".[8]

La presente es una conferencia leída por Prudencio Vázquez y Vega en el Ateneo del Uruguay, el 26 de abril de 1879 y publicada en La Razón, el 29 de abril de 1879.

"Y ya que comienzo por hablar de mis aspiraciones y de mi ideal en el orden religioso -¿me permitiréis que os diga ahora cuál es ese ideal?- Pues bien, ese ideal es la ruina del mal y el reinado del bien, la muerte del dogmatismo y de las farsas de todas las religiones positivas, y la vida fecunda y el imperio augusto de la religión sublime del deber.

¿No pensáis vosotros que el catolicismo primero, y el cristianismo después, deben desaparecer de la conciencia popular, para dejar su puesto a los sacrosantos principios de la moralidad y de justicia, que deben construir la base de la religión universal?



¿No pensáis vosotros que la revelación histórica, la divinidad de Jesús, los milagros, el misterio estúpido de la trinidad, el pecado original, la gracia, la infalibilidad de los pontífices, como el culto de todos los santos y santas hasta el de las modernas vírgenes de la Salette y de Loudres, son algunas de las más grandes farsas y de los más grandes errores que presencia nuestro siglo?

Yo juzgo que sí, y sigo creyendo que ese coloso de diez y ocho siglos, se derrumba con estrepito bajo los nutridos fuegos de la conciencia libre.

Es indudable; el catolicismo se muere; y no vayáis a pensar que por ello se ha de morir también la sociedad, muy al contrario, anonadado el ultramontanismo, las benéficas doctrinas de una verdadera y sana moral vendrían a sustituir con ventaja, en todos los círculos de la actividad humana, todas las preocupaciones, todos los errores, todos los misterios y todas las farsaicas tradiciones que caracterizan al catolicismo, y a todas las religiones reveladas.

¿Qué valen hoy ante la civilización moderna, las ridículas ceremonias del culto católico? ¿Qué significancia o trascendencia noble y moralizadora puede hallarse en las prácticas de una religión de sangrientos y que no pueden justificar su existencia, ni ante la filosofía ni ante la historia?

Muy poca o ninguna utilidad moral puede ofrecer por cierto a la humanidad, una religión que se halla en tan lastimosas condiciones.

Yo lo declaro ingenuamente: creo que el momento histórico del catolicismo ha pasado ya hace mucho tiempo.

Las religiones positivas se han sucedido siempre en un orden progresivo. Así la religión positiva de Buda sucede a la inferior de Brahma; la religión revelada de Jesús viene, por más que éste diga lo contrario, a invadir gran parte de la ley y los profetas. Grandes reformas análogas a éstas, se han realizado no sólo en la antigüedad, sino en todas las épocas de la historia. En los tiempos modernos de la reforma protestante que proclama la necesidad y conveniencia del libre examen, lo absurdo del sacramento de la eucaristía, del culto de las imágenes y otros errores análogos, significa indisputablemente un verdadero progreso en el desenvolvimiento de la idea religiosa que fluye de las antiguas escrituras. Y aún en los tiempos contemporáneos y sin salir del cristianismo, una nueva revolución se opera en las creencias religiosas. Los cristianos más avanzados convienen ya, en que es necesario realizar una nueva reforma, en el sentido de amoldarlo o conformar las doctrinas de los evangelios con la civilización moderna: haciendo que la religión siga, en lo posible una marcha paralela con los últimos progresos que sucesivamente vaya realizando la humanidad en su perfeccionamiento indefinido.



La ley del progreso rige, pues, a la humanidad, y todas las instituciones sociales, experimentan su benéfica influencia. Las ciencias resuelven los problemas más trascendentales y difíciles, la política demuestra con más exactitud los derechos del hombre y los consigna en leyes positivas, y el arte realiza cada día mejor los conceptos de la perfección y la belleza. Y esto que se observa en las ciencias, en la política y en las artes, se realiza igualmente en el orden moral y en el orden religioso. Así el hombre concibe hoy con mayor claridad que en los tiempos antiguos, el bien y el mal, la virtud y el vicio, la perversidad y la honradez, las leyes morales, sus deberes y sus derechos; y comprende también hoy las cuestiones religiosas de una manera más acabada y perfecta que en los tiempos del paganismo y de la aparición de la religión cristiana.

El progreso realizado en virtud del cual se comprende mejor hoy en los tiempos antiguos las cuestiones sociales, nos demuestra pues que las doctrinas del cristianismo predicadas hace dos mil años son en su mayor parte falsas e infundadas.

Y este mismo progreso en el orden moral y religioso es que nos hace condenar todas las farsas del culto católico y de todas las religiones positivas.

El mundo civilizado aspira hoy a una nueva religión, que se funde en la razón y en ciencia, no en el dogmatismo de la fe y del misterio. La austeridad en el cumplimiento de los deberes, la virtud más esclarecida, he ahí la base y el coronamiento de la moderna religión.

El catolicismo rompe con la ciencia, con la razón y con la moralidad en muchos casos. No necesita probar esta verdad ya demostrada muchas veces. Ahí están los cánones de la Iglesia, ahí está el Syllabus que condena expresamente la autoridad de la razón, la soberanía del pueblo, las instituciones libres y lanza un estúpido anatema contra el progreso, el liberalismo y la civilización moderna. Y es bueno tener presente que las prescripciones del Syllabus constituyen dogmas de fe infalibles y no es éste un mero documento doctrinal, como lo han consignado aquellos que después de haber enarbolado el tal Syllabus como bandera santa de combate, lo han despreciado y arrumbado a retaguardia allá entre las últimas filas del moribundo ejército de los ultramontanos.

Podemos, pues, establecer que el catolicismo ha muerto, porque ha muerto ante la conciencia del hombre que razona, ante la filosofía, ante la historia, ante la ciencia y ante el mundo civilizado".[9]

Todo este pensamiento aspira a crear una nueva mentalidad, donde su deseo de progreso se basaba en la razón y en la ciencia y no en el dogma de alguna religión. Aun así no se puede establecer tan categóricamente la muerte del catolicismo, ya que éste ha sobrevivido hasta nuestros días.

Por su parte el joven Batlle que integraba esta generación de universitarios y cultores de las ciencias filosóficas se encuentra consustanciado con tales ideas, manifestando su pensamiento en esta primera etapa a través de la poesía y de numerosos artículos. En este período no aparecerán grandes escritos de corte político pero sí nutrida fundamentación para marcar su distanciamiento con el positivismo y su ruptura con el catolicismo.

EL MENDIGO
De un solo transeúnte
No se oía el ruido
Cuando con sorpresa,
Creía oír un gemido.
Y era que del templo
Sobre el peristilo,
Plegado en un ángulo,
Muriendo de frío,
Andrajoso, sucio,
Cual triste prescito
Sus hondas miserias
Lloraba un mendigo.
Me acerqué a su lecho
De duros ladrillos
Y, entre aquellas sombras,
Pregunté indeciso
-¿Qué pena motiva
Tan hondos gemidos?
-¿Qué pena... qué pena?...
¡Decid qué martirio!
Yo soy leve arista
Soy débil pistilo
Que en alas del viento
Va dando mil giros;
Soy grano de polvo
Por siempre perdido.
¿No lo he dicho todo?
¡Soy triste mendigo...
Para mí, no hay cómo
Templar mi apetito
Ni menos hay ropas
Ni lecho ni asilo.


Yo no tengo patria
Y (¡oh destino mío!)
Ni padre, ni madre,        
Ni esposa, ni hijos,        
Ni, entre tantos hombres   
Siquiera un amigo;                          
Que es mi única parte      
Del mundo en que vivo                       
Las rudas fatigas         
El hambre y el frío                         
En aquel instante       
Oímos de improviso       
Del baile lejano        
Los últimos ruidos:       
Olas de armonías          
Acordes y ritmos      
De goces humanos       
Ecos fugitivos.       
Lanzó el desgraciado       
Un hondo suspiro        
Mezcla de reproche        
Y de afán tristísimo.      
Luego con un gesto          
De desdén altivo                               
Inmóvil quedóse         
Mudo y pensativo.
-Ha, paria doliente!
Dije conmovido-
Apuras el vaso
De acíbar henchido!...
¿Por qué habrá guardado
Misterioso sino
Para otros la dicha
Para tí el martirio?...
Pero no queramos
Conocer el libro
En que ha escrito el cielo
Sus hondos designios.
Calme tus dolores
Como blando alivio
La fe en un Dios sabio
Justiciero y pío.
¡Quién sabe, quién sabe
Qué oscuro camino
Conduce a las puertas
Del dulce paraíso!
Tal vez tenga un puesto
Más alto el mendigo
Que los soberbios,


Opulentos ricos![10]

MI RELIGION

"Mi Dios, que es más sublime que los dioses
Humanos del Calvario
es aquel, cuya imagen llevo impresa
con rasgos imborrables, para siempre,
del alma en el santuario.

Mi verdad revelada, más fecunda
que la verdad mentida
de  la leyenda bíblica, está escrita
en el libro sagrado de la ciencia,
que es el libro de la vida.
                 
Mi ley, mi única ley, la que me obliga
cual mandato divino
es aquella que dice al hombre honrado:
"Haz el bien sin temor, sin esperanzas;
realiza tu destino".

Mi templo, que es más bello que los templos
de mármol y granito
tiene por pedestal la tierra entera
y por inmensa bóveda, los astros
y el espacio infinito.

Mi altar es más hermoso que los ricos
altares de oro y seda
es el nido de flores, cuyo aroma
es el incienso del jardín poético
en la mañana leda.

Mis reliquias sagradas, las que adora
con efusión el alma,
duermen bajo la losa funeraria
el sueño misterioso de la muerte
en triste y honda calma.

Y mi bella esperanza, mi ideal bello
es siempre ver cumplida
la dulce aspiración del sentimiento,
el profético ensueño de la mente


en una eterna vida."[11]



"COMO SE ADORA A DIOS"
¡Oh!... No se adora a Dios como el prescito
traficante del templo
con palabras vacías de sentido
y con gestos extraños, que provocan
la risa y el desprecio.


Se adora a Dios en la abstracción profunda
que aclara el pensamiento;
siguiendo en su carrera al infusorio
o pesando los mundos admirables
que ruedan en el cielo.

Se adora a Dios como el cincel de Fidias
que admira el Universo
con la brocha inmortal de Miguel Angel
con las sublimes notas de Rossini,
con los cantos de Homero.

Se adora a Dios en el hogar modesto
de la austera familia;
en el beso de amor de los esposos
y, de la madre que columpia al hijo
en las tiernas caricias.

Se adora a Dios al inclinar la frente
sobre la tierra inculta,
rasgando sus entrañas tibias
la semilla fecunda.

Se adora a Dios viviendo en los hospicios
consolando al enfermo;
o difundiendo la salud del alma
en los pueblos remotos, como el noble,
el gran misionero.

Se adora a Dios bebiendo la cicuta
como el sabio de Atenas,
o ascendiendo a la cumbre del Calvario
para rendir la vida en holocausto
al triunfo de una idea.



Se adora a Dios con la cabeza erguida,
En medio del combate
despreciando las iras del protervo
y hundiendo a  los imperios en el polvo
con su hueste execrable!
__________________________________
¡Oh!... No se adora a Dios como el prescito
traficante del templo
con palabras vacías de sentido
y con gestos extraños que provocan
la risa y el desprecio..."[12]

A través de estas poesías se puede ver una dimensión dogmática de la existencia de Dios, también un gran entu­siasmo por la ciencia, pero esto no implica ser positivis­ta, asimismo queda claro un rechazo explícito del cristia­nismo, siendo la religión de Batlle un deísmo naturalista.

En su artículo "La pluralidad de los mundos habitados" Batlle demuestra su deísmo: "...Y en esos mundos la organi­zación, la vida, la inteligencia, la belleza y el amor retratan también la omnipotencia de Dios.

Casi podría explicarse ahora esa ternura misteriosa que embarga nuestras almas en las despejadas noches del estío, en las que halagados por la tristeza regeneradora del ambiente, nos entregamos a la contemplación de los astros solitarios a través del azulado cristal de la bóveda del cielo!

Tal vez allá alejados, a distancias desconsoladoras, hay seres semejantes a nosotros que también se inundan de un sentimiento secreto en la calmosa contemplación de los astros habitados.

Tal vez allá con una sonrisa de felicidad nos esperan los que ligaron al pasado nuestra existencia, para que llevándonos juntos en la escala de los mundos infinitos, lleguemos al final oasis que nos promete la filosofía del espíritu...".[13]



Finalizando esta serie de artículos sobre los mundos habitados el último de ellos Batlle lo cierra en forma de prosa: "¡Noche espléndida! ¡Cielo misterioso! Vosotros habláis a mi alma con el lenguaje del infinito. Yo sospecho el hondo significado de vuestros jeroglíficos! ¿No es verdad que Dios ha escrito en el cielo con esos caracteres indelebles el oculto destino de los hombres? ... ¿No es verdad, también, que los hombres mismos han principiado a descifrarlos?".[14]

Por su parte Domingo Arena en las conversaciones que tenía con Batlle, tocaban estos temas: "Hablábamos mucho, con frecuencia, del misterio de la creación y de las causas primeras, en el conocimiento de las cuales, según él, la Humanidad no había avanzado un paso desde que hablaron los grandes filósofos griegos. La vida era para él, sustancial­mente, incomprensible, algo así como un azaroso y estrecho puente tendido sobre el abismo insondable y entre dos misterios, el nacimiento y la muerte que nos obligaban a atravesar a ciegas y sin ningún objetivo satisfactorio... La armoniosa inmensidad del mundo lo desconcertaba. Pensar, decía, que si se recorren en el espacio, miles y miles de leguas sembradas de astros, quedan todavía por recorrer miles y miles de leguas totalmente llenas de soles. Ese prodigio, casi inconcebible, ¿puede ser obra de la casuali­dad? ¿Cómo han podido surgir tantos millones de animales distintos y perfectamente organizados, tantas plantas, chicas y grandes, con formas tan precisas e inconfundibles? Su raciocinio simplista pero preciso, lo inclinaban a admitir la existencia de una fuerza creadora, todopoderosa y supremamente inteligente. Pero entonces se le ocurría observar que, por las apariencias al menos, el Creador, en vez de mostrarse como suprema bondad en movimiento, apare­cía como un diablo omnipotente empeñado en desconcertar a sus criaturas, confundiéndolas en las angustias de sus imperfecciones y con la tragedia constante de la lucha por la vida. ¿Por qué, pudiendo tanto, le dio tanta preponde­rancia al dolor?

¿Qué necesidad tenía de rodearnos de fieras y de anima­les ponzoñosos y de microbios asesinos? Y sobre todo, ¿por qué hacer aparecer con tanta frecuencia la fiera en el hombre mismo? ¿Por qué ha hecho que no se pueda dar un paso, ni hacer un gesto, sin destruir alguna cosa?, o por lo menos ¿por qué, ya que sentía la necesidad de hacer de la vida la gran usina abastecedora de la muerte, no hizo de ésta una fuente de placer, en vez de ser siempre la suprema manifestación del dolor? ¿Por qué, por lo menos, no nos constituyó mejor, librándonos de prosaísmos que nos empe­queñecen y dotándonos de órganos más puros y mejor ubicados para satisfacer las supremas necesidades que nos impuso? Pero como nada de lo que se ve se entiende y todo pude ser distinto de lo que parece, Batlle admitía el sentimiento religioso como manifestación superior abstracta, dirigida hacia lo desconocido".[15]



Otro frente de debate que Batlle en su juventud con­fronta es el positivismo, siendo en la sección Gotas de Tinta de El Espíritu Nuevo que establecía: "La Sección de Filosofía viene a llenar una necesidad vivamente sentida entre los que conservan aún enhiesta la bandera del espiri­tualismo, pues ella ha sido fundada con el objeto de con­trarrestar la influencia de los que escudados con el apara­to de los grandes descubrimientos de la época -muchos de ellos debidos a espiritualistas notables- pretenden hacer triunfar entre nosotros la metafísica del materialismo".[16]

Ardao establece ser poseedor de dos libros de Paul Janet que pertenecieron a Batlle, editados en 1877 "El materialismo contemporáneo" y "El cerebro y el pensamiento". En este último está estampada la firma de Batlle, con  fecha de Marzo 28 de 1878, suponiéndose que sus intervenciones en la Sección de Filosofía del Ateneo estuvieron inspiradas en dichas obras.

Ateneo de Montevideo.

En la sección del 11 de julio de 1879 Batlle estable­cía: "...que al exponer sus ideas sobre la doctrina mate­rialista prescindirá completamente de los argumentos clási­cos con que se la combate; que eran demasiado conocidos, harto manejados, para que no fastidiaran a un auditorio sólidamente iniciado en las cuestiones filosóficas. Así pues, y colocando la cuestión bajo el punto de vista de la certeza, emprende demostrar la absoluta impotencia del materialismo para establecer de una manera lógica y cientí­fica la realidad que se esconde tras todo ese mundo de variadas apariciones a que llamamos fenómenos; para verifi­car con derecho el salto de lo subjetivo a lo objetivo, ese tránsito místico que ha desafiado por muchos siglos los esfuerzos desesperados del genio. En consecuencia examina el fenómeno de las sanciones y cuéstale poco establecer su carácter esencialmente subjetivo. Si pues, dice, no hay en nosotros algo anterior y superior a los sentidos; si éstos se resuelven en último análisis (bajo el punto de vista de sus operaciones), en puras modalidades de nuestro yo; ¿en nombre de quién y con qué derecho supondríamos en realidad un objeto al cual reproduzcan? A menos que se busquen razones en otra parte el materialismo está invenciblemente reducido al escepticismo. Pero al espiritualismo, que conoce más alto veneros de conocimiento que la infecunda y por sí ilusoria percepción sensible, ¿le será dado salir de la desesperante soledad y la duda insoluble en que arroja al espíritu humano la pura subjetividad del sensualismo? Solo de un modo: aceptando como Descartes lo que se impone por su virtud propia al pensamiento, y apelando al Dios que la conciencia percibe en las profundidades del espíritu, ese Dios cuya veracidad no puede cuestionarse sin manifies­to absurdo".[17] Todo esto no significará tácitamente su alejamiento o un rechazo total a esta corriente, la que tendrá un importante peso en el siglo XX.



Es el propio Batlle quien establece el momento de su alejamiento con el catolicismo: "A los 19 años yo era cató­lico, esto es, no había abandonado la religión en que se me había criado. Mis padres eran católicos; pero con un cato­licismo que no iba a la Iglesia con curas. A  mí se me había enseñado el Padre Nuestro, que aún recuerdo, y llegué a saberlo en inglés, aprendido en una escuela protestante, el Credo, que no recuerdo bien, y nada más. Se trató de hacerme confesar cuando tenía ocho o diez años; pero el poco empeño de mis padres en que lo hiciera y el mío en no hacerlo, dieron por resultado el que no se realizara nunca aquel acto. No recuerdo haber hablado en mi niñez, con más cura que el Padre Estrázulas, muy conocido entonces, pues administraba la homeopatía y algunos otros remedios, y solía asistirme cuando yo estaba enfermo.  

Con estos antecedentes católicos empecé a cursar el bachillerato en la Universidad, donde la muchachada era casi toda liberal. Mi catolicismo fue pronto conocido, porque yo me quitaba el sombrero al  pasar, a la vuelta de la Universidad, frente al Cristo de la Iglesia de los Ejercicios, afrontando las burlas de unos y los argumentos de otros y sintiéndome más impresionado por los argumentos que por las burlas.

Se me aproximó entonces a mí Augusto Serralta, falleci­do aún joven, católico militante y estudiante distinguido, con quien trabé amistad. No sé si fui socio del Club Cató­lico y creo probable que lo haya sido. Mi amigo Serralta, debió, sin duda, incluirme en las listas de los miembros de aquel Club que concurrían a sus sostenimientos. Ese Club ha de deberme, pues, algunos pesos con sus intereses que yo debía darle sin saber lo que hacía, y creyendo que allí, como se me decía, se veneraba a un Dios infinitamente poderoso, inteligente y justo. Pero, de lo que estoy segu­ro, es de que jamás puse los pies en su local por aquel tiempo, aun cuando, si hubiese autorizado mi enrolamiento como socio, no hubiese tenido nada de extraño que concu­rriera a alguna sesión o fiesta. Estoy cierto de que en los diarios de la época no ha de encontrarse nada que me con­tradiga.  

A los veinte años o entre los veinte y los veintiuno yo había dejado de ser católico. Por primera vez, en aquel tiempo, examiné mi religión; y la reputé absurda y grotes­ca. Y entonces, sí, fui alguna vez al Club Católico; pero lo hice formando parte de una banda de juventud que, enca­bezada por Vázquez y Vega, con cuya amistad me honraba y cuya memoria venero, solía ir al Club Católico, creado por Mariano Soler, el que fue Obispo, que era estudioso, dado a la filosofía y tenía gusto en discutir de viva voz con los incrédulos del Club Uruguay (debe de decir Club Universita­rio), hoy Ateneo, a quienes invitaba a controvertir con él sobre las verdades de la fe.



Era la época de Latorre. La prensa  estaba amordazada. No se podía hablar de política ni mucho menos de los críme­nes que se cometían. Pero podía hablarse de la religión y criticarla. En consecuencia, se inició una época en que no se hablaba de otra cosa. El tirano salía, sin falta, con su gran capote gris azulado con vivos verdes y kepí con el Nº 1 de Infantería, en que había hecho su carrera, con un cirio en la mano y gran aire de contrición, a la cabeza de las procesiones que frecuentemente recorrían las calles de la ciudad, y la policía obligaba a descubrirse a las perso­nas que las procesiones hallaban a su paso; pero la prensa podía decir a Dios y a sus ministros cuanto quería.     Se hablaba largamente, pues, de religión en el Club Uruguay al que concurrían personas de los dos sexos, y en el Club Católico; y los liberales: Vázquez y Vega, Dufort y Alvarez, Juan Paullier, Manuel Otero, Daniel Muñoz y algu­nos otros, hacían giras por campaña predicando sus ideas".[18]   
  
De este artículo se desprende que en el año 1877  Batlle había abandonado el catolicismo, pasando a ser un integrante más de los jóvenes del Club Racionalista fundado en 1872.

Sin duda el espiritualismo marco un mojón muy importan­te dentro de la estructura de su pensamiento, apreciándose el distanciamiento con el catolicismo. Llegó a utilizar posturas radicales para combatirlo y lograr de esa manera el rompimiento con los lazos que desde la época de la Colonia unía al Estado con la Iglesia.



[1] Ardao, Arturo- Batlle y Ordóñez y el positivismo filosófico. Montevideo. 1951. pág. 26.
[2] Plácido Ellauri: (Buenos Aires, 1815 - Montevideo, 1893)
"El catedrático que subscribe ha tenido el honor de recibir la nota que le ha dirigido en esta misma fecha el Señor Presidente del "Club Universitario" haciéndoseme saber que "en la reunión general del sábado último y por indicación general de la Comisión Directiva" han sido proclamados unánimemente socios honorarios "todos los Catedráticos de la Universidad de la República, habiendo merecido el Dr. D. Plácido Ellauri la distinción de Presidente honorario". Acepto con agradecimiento el título inmerecido por mi parte y con que esa Sociedad de jóvenes esperanzas de la Patria (...).
Aunque el Club Universitario no tuviese otro resultado que el formar en él, el hábito de congregarse y reunir a cada uno de sus socios de Escuela Práctica para aprender a hablar y discurrir en público, podría con razón decirse que esa Asociación habría merecido bien de la Patria, desde que había preparado esas inteligencias al libre ejercicio de sus derechos civiles y políticos. Con este motivo me es grato saludar al Sr. Presidente y Sec. De la Asociación denominada Club Universitario".
Plácido Ellauri
Con esa breve carta (no obstante documento útil para reconstruir la mentalidad de los fundadores del Club) el Dr. Ellauri agradecía la distinción que le hacían sus estudiantes, el haberlo nombrado presidente honorario de su Club. El futuro de la institución podía ser incierto, pero, en la valoración del catedrático, si el hábito de congregarse servía al solo fin de ejercitar libremente los derechos civiles y políticos de la juventud, el Club podía ver realizado el propósito de su existencia. Idea, oratoria y política (teoría y práctica) se encadenan en la visión del intelectual, que parece observar al Club como una ramificación del ámbito filosófico de la Universidad.
Magistrado, Doctor en Derecho (1854), docente de filosofía en la Universidad (1852), director del Instituto de Instrucción Pública (1869) y Rector de la Universidad en los períodos 1871-73 y 75-76. Actúa como Fiscal de Gobierno y Hacienda durante el gobierno de Venancio Flores. Se reintegra al ámbito universitario en 1867, un año antes de ser nominado para la presidencia honoraria del Club. Doce años después Lorenzo Latorre decreta la supresión de las aulas universitarias de filosofía, matemáticas, geografía e historia, lo cual le obliga a abandonar sus clases. Sin desanimarse convierte a su estudio jurídico en punto de reunión de sus exalumnos nucleados en el Club, con los que compartía su ideología de espiritualismo ecléctico. Máximo Santos le devuelve a la cátedra de filosofía, que dirige hasta el 88. Durante su rectorado, se instalan las cátedras de Física e Historia Natural, las cuales abren el camino para la creación de la Facultad de Medicina, proyecto al que dio impulso en su segundo período. Retirado por razones de salud pasa sus últimos años con tranquilidad, ajeno a las difíciles realidades políticas y sociales de su tiempo. 
[3] La enseñanza religiosa en los colegios del Estado y el Sr. Serralta. La Voz de la Juventud. Junio, 20 de 1875.
[4] Prudencio Vázquez y Vega “nació el 18 de abril de 1853 en el Avestruz, jurisdicción de Cerro Largo. Después de cursar los estudios escolares, se trasladó a Montevideo e ingresó a la Facultad de Derecho. Inclinado a los estudios filosóficos, se vincula al racionalismo espiritualista, del que se convierte en su figura más representativa por la vehemencia y el apasionamiento con que combatió al positivismo. Integra varios de los centros culturales que florecieron en esa época: el Club Universitario, al que ingresó en 1872, Club Fraternidad, Club Literario Platense, Club Joven América, Sociedad Filo-Histórica y Sociedad de Estudios Preparatorios. El 15 de setiembre de 1877, al constituirse el Ateneo, suscribió sus bases como delegado de la Sociedad Filo-Histórica y del Club Literario Platense. No fue indiferente a la lucha política; el 13 de octubre de 1878, al fundarse “La Razón”, periódico opositor al gobierno de Latorre, compartió su redacción con Daniel Muñoz, su director, Manuel B. Otero y Anacleto Dufort y Álvarez. Desde sus columnas, su prédica filosófica se dirigió a la impugnación del cristianismo y de las religiones positivas. Colaboró ese mismo año en El Espíritu Nuevo, que dirigían Teófilo Díaz y José Batlle y Ordoñez, su íntimo amigo. En mayo de 1879, fue creada a iniciativa suya la Sección Filosófica del Ateneo, de la que fue su primer presidente. Desde el año anterior, estaba a su cargo el Aula de Filosofía de la institución. El 3 de julio de 1881, egresó de la Facultad de Derecho, doctorándose con la tesis: Una cuestión de moral política, tema que constituía el fundamento de su actitud, contraria a toda colaboración con gobiernos que como el de Francisco A. Vidal, no provinieran de la libre elección popular. Al año siguiente, enfermo, se trasladó a Minas donde falleció el 7 de febrero de 1883. José Batlle y Ordoñez trasladó su cadáver a Montevideo; se lo veló en el Ateneo”. Colección de Clásicos Uruguayos, Volumen 93, Prudencio Vázquez y Vega. Escritos Filosóficos. Biblioteca Artigas. Montevideo. 1965. pág. XXI.
[5] El cristianismo filosóficamente considerado. La Razón. Febrero, 27 de 1879.
[6] Cigliuti, Carlos W.- El batllismo en Canelones. Montevideo. 1981. pág. 40.
[7] Derechos del ciudadano. La Razón. Marzo, 16 de 1879.
[8] Vázquez y Vega, Prudencio- Escritos filosóficos. Montevideo. 1965. págs. 3-10.
[9] La muerte del catolicismo. La Razón. Abril, 29 de 1879.
[10] El mendigo. El Espíritu Nuevo. Diciembre, 29 de 1878.
[11] Mi religión. La Razón. Octubre, 27 de 1878.
[12] Cómo se  adora a dios. Espíritu Nuevo. Febrero, 16 de 1879.
[13] La pluralidad de mundos habitados. El Espíritu Nuevo. Noviembre, 24 de 1878.
[14] La pluralidad de mundos habitados. El Espíritu Nuevo. Diciembre, 8 de 1878.
[15] Andreon, Roberto- Humanismo batllista. Montevideo. 1996. págs. 24-25.
[16] Gotas de Tinta. El Espíritu Nuevo. Junio, 8 de 1879.
[17] José Batlle y Ordóñez. Documentos para el estudio de su vida y de su obra. Serie I 1856-1893. Ateneo de Montevideo 1874-1907. Montevideo. 1988. pág. 60.
[18] Del señor Batlle y Ordóñez. Mi catolicismo. El Día. Enero, 9 de 1922.

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