ESPIRITUALISMO
E
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n el siglo XIX en el ámbito de los
intelectuales la preocupación filosófica fue importante. El predominio era de
tres escuelas: espiritualismo, materialismo y positivismo.[1] Siendo frecuente el debate
entre ellas, incluso esa polémica no quedaba en las salas de dicho centros,
sino que la tribuna periodística fue otro frente para defender sus principios.
La primera se diferencia por aceptar la
existencia de Dios y la inmortalidad del alma; la segunda las niega y lo
explica todo por la materia; y la tercera sostiene que no se puede saber nada
sobre esas cuestiones. Tanto positivistas como espiritualistas coincidían en
sostener la libertad de pensamiento.
A fines de los años 70 del siglo XIX, el
país vivió un gran auge en la polémica filosófica, ella se dio entre católicos, positivistas y espiritualistas.
El catolicismo, era la religión heredada de la época colonial y hasta la década
del 60 no había sido cuestionada. A partir de dicha fecha se manifiesta la
predica de Plácido Ellauri[2] y del chileno Francisco Bilbao que llegan a levantar
una generación que terminará en el país cuando la primera ruptura colectiva
con la Iglesia. Esta nueva generación se encauzó en el Club Universitario fundado en 1868, del cual surge en 1872 el Club Racionalista.
Esta generación rechaza el dogmatismo
teológico del catolicismo, y entre sus creencias espirituales estaba la
existencia de Dios y la inmortalidad del alma, y como escuela se centraba en el
deísmo clásico de la religión natural. Entre sus figuras universitarias más
importantes se destacan Justino Jiménez
de Aréchaga, Carlos Ma. de
Peña, José P. Ramírez, Pablo de María, Eduardo Acevedo Díaz, Gonzalo
Ramírez, Duvimioso Terra, Teófilo Díaz.
Desde mediados de los 70 comienza a
manifestarse una preocupación por la incidencia que tenía la religión sobre la
educación; por ello entendemos
interesante rescatar de la publicación La
Voz de la Juventud el siguiente artículo redactado por Prudencio Vázquez y Vega sobre "La enseñanza religiosa en los colegios del Estado y el Sr. Serralta".
"El
señor Serralta no dice cuál sea la religión que deba enseñarse en los colegios
públicos, pero vamos a suponer, quizás con fundamento, que él cree que esa religión
debe ser la católica, que en este caso el padre, protestante o judío le diría
con sobrada razón: ¿Por qué se le ha de enseñar la religión católica a mi hijo,
cuando yo que tengo su dirección moral creo firmemente que la religión judía o
protestante es la más pura y moral, única verdadera?
¿Por
qué se le ha de enseñar una religión cualquiera si yo creo que toda instrucción
religiosa dada a la niñez, es un ataque a la libertad de conciencia?
¿Cómo
el Estado, cuya misión es garantizar el ejercicio de todos los derechos, se
convierte en un sectario religioso, llegando hasta exigirme impuestos para
sostener una religión que yo detesto?
Por
otra parte dice, el Sr. Serralta, que es un delito el no enseñar en los
colegios primarios donde está probado que es la base de la moral...
La
base de la moral no es ni será nunca una religión determinada; los principios
morales no tienen un carácter absoluto y general que no emana de una religión
positiva, pero sí de la ley eterna del deber, que es la única que debe regir la
actividad libre del hombre.
Es
falso que una religión positiva se imponga a nuestro espíritu con un carácter
de evidencia superior a la ley absoluta del deber; si nuestra inteligencia
acepta algunas verdades morales proclamadas por una secta religiosa, no es por
lo que esta religión pueda ser en sí misma, sino porque aquellos principios
morales se encuadran y están en la más perfecta armonía con la ley innata que
rige nuestra libertad....".[3]
Esta forma de pensar no es la más común en
la época; para lograr tales objetivos se debían superar varias barreras, por
un lado la que tenía la propia gente y
por otro la impuesta por la Iglesia. No estaba establecido en ninguna parte
que la religión debía de enseñarse en la escuela, simplemente había quedado por
tradición.
La década de los 80 significo una
renovación en filas del catolicismo
con figuras de la talla de Mariano Soler y Juan Zorrilla de San Martín, quienes
actuaban en el Club Católico y en el
diario El Bien Público.
Por su parte en el espiritualismo racionalista surgen Daniel Muñoz, Anacleto Dufort y
Álvarez, y el positivista B. Otero y Prudencio Vázquez y Vega desde El Ateneo y el diario La Razón.
Prudencio Vázquez y Vega
18 de abril de 1853-7 de
febrero de 1883
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Sin duda Vázquez y Vega[4] fue un gran impulsor y
guía de la juventud de su tiempo, teniendo su pensamiento un
peso importante en el ámbito filosófico y en esta lucha contra el catolicismo,
siendo numerosos los artículos en tal sentido.
"Si
existe una institución contraria al progreso que haya ejercido perniciosa
influencia en las sociedades en estos últimos tiempos, esa institución es la
institución del cristianismo. Nadie debe admirarse de esta proposición; por más
atrevida que parezca ella, entraña una verdad evidente.
La
religión cristiana está en pugna con las ciencias naturales; lo está también
con las ciencias filosóficas. Alguno de los redactores de este diario han
demostrado en parte la oposición entre el Génesis y las ciencias naturales;
demostraremos ahora que la religión del divino maestro ya no se puede armonizar
con las ciencias filosóficas. Este será, pues, el objeto de varios artículos
que pensamos dedicar a tan importante asunto. Y si nuestra tesis es cierta,
según creemos, fácil será comprender cómo es verdad que la religión de Jesús y
sus sectarios está en completo divorcio con la civilización contemporánea".[5] La serie de
artículos publicados en ese tenor son: La
moral de Jesús. La revelación. La
intolerancia cristiana. La divinidad de Jesús. La Trinidad.
El pecado original. La predestinación.
La gracia. La condena eterna. La esclavitud.
Por su parte Vázquez y Vega establecía:
"...Jesús para hacer efectivas sus
enseñanzas, ha caído en la moral del interés. ¿Cuál ha sido la razón que ha
dado para aconsejar a sus discípulos la ejecución del bien? ¿Ha sido el bien
mismo? No, ciertamente... él ha invocado siempre el galardón, siempre el
premio. Jesús ha dicho: haced el bien y recibiréis vuestro galardón. La moral
del deber dice: haced el bien porque ese es vuestro deber... El racionalismo...
es el sistema filosófico que busca la verdad por el empleo de las facultades
intelectuales del espíritu, es decir por la percepción sensible, la conciencia
y la razón. En moral profesa la doctrina del deber... como residiendo en Dios...
profesa hacer el bien por el bien mismo... En
materia religiosa proclama la existencia de un solo Dios, como ser
infinito y absoluto, bueno y justo, inmanente y trascendente, como razón de
todas las cosas y como ideal de la persona humana. Rechaza la revelación
histórica y personal de Dios al hombre, niega la verdad de todas las religiones
positivas y predica la religión santa del deber. Y en política enseña la
existencia de la idea del derecho como principio regulador del orden social,
benéfico principio que debe ser respetado por la voluntad individual y por
todo poder público; enseñó el imperio de la soberanía popular, tratándose de la
organización de la autoridad, no
habiendo más límites para aquella soberanía que los principios eternos de la
justicia y el bien".[6] A través de ello Vázquez y
Vega intenta marcar la diferencia entre el cristianismo y el espiritualismo
racionalista, desde el punto de vista de la moral de uno y otro. Su aporte no
es solo en el plano filosófico-religioso, es importante destacarlo en la
temática política: "Generalmente
se dividen los derechos del hombre en
dos grandes categorías: derechos civiles o individuales, y derechos políticos.
¿En
qué consisten los derechos civiles y cuáles son los políticos?
Los
derechos individuales tienen por base la naturaleza humana considerada en sí
misma, son desarrollos naturales del hombre que se concibe necesarios para el
cumplimiento de sus fines, aun considerado en aislamiento; como ejemplo de estos
derechos pueden presentarse: la libertad del pensamiento, la libertad
religiosa, la libertad de trabajo, de locomoción, de asociación y otros
análogos que se enumeran comúnmente con el nombre de declaración de derechos,
en el preámbulo de las constituciones modernas que aceptan las instituciones
libres.
Los
derechos políticos, sin perder de vista la naturaleza del ser humano, toman por
base la sociedad: son ciertas facultades del hombre en cuanto pueden
ejercitarse en el sentido de la organización del Poder Público.
Los
derechos individuales, que son los que más interesan a la persona humana, no
caen ni deben caer, en general, bajo la jurisdicción del Estado; y éste no debe
ocuparse de ellos sino con un solo fin, con el fin de garantizarlos, si fuera
posible en toda su plenitud.
Existe
también un derecho político de gran importancia, que es el sufragio, o sea el
derecho de concurrir con el voto a la organización del Poder Público.
El
voto es uno de los medios más legítimos de manifestarse la soberanía nacional.
Respetemos
los derechos ajenos, respetemos los nuestros y habremos realizado el ideal de
las instituciones republicanas.
Trabajemos
con tan magnífico propósito y habremos concurrido a la realización del bien y a
la felicidad de la Patria".[7]
En la época en la que es escrito este
artículo se encontraba en el poder Latorre, de ahí la importancia a los
derechos políticos, tema en que Batlle trabajara durante toda su vida. Una
herencia también para esta nueva generación es lo referente al respeto de los
derechos individuales, en especial en lo religioso, tarea que culminara con la
separación de la Iglesia del Estado.
De sus escritos filosóficos la idea de
derecho que maneja Vázquez y Vega es: "El
derecho tiene como fin inmediato armonizar esas relaciones, para que el hombre
concurra rápidamente a sus ideas, sin que encuentren su desenvolvimiento
ascendente fuerzas extrañas que obstaculicen su marcha; hacer que no haya
ataques a la actividad legítima y que el individuo y Estado, se desarrollen en su
esfera propia sin que se produzcan violaciones recíprocas en el ejercicio de
las facultades de cada uno.
Donde
la libertad civil y política ha sido respetada y garantizada, parece que se ha
comprendido mejor el principio del derecho, lo que se explica, a mi modo de
pensar, precisamente porque es ese principio quien motiva el ejercicio armónico
de aquellas libertades, y es quizás en virtud de las estrechas relaciones que
de ahí emanan, que muchos han confundido el derecho con la libertad...
El
derecho no es seguramente ni una condición ni un medio, es sí una facultad
propia de nuestra personalidad, y como tal
eminentemente subjetiva, por lo que puede manifestarse aun prescindiendo
de la existencia de todo otro individuo; de otra manera vendría a dársele un
tinte completamente variable y sería un principio que no existiría donde no
hubiera sociedad.
El
derecho es anterior a las sociedades, y si se ha dicho que una condición de
armonía entre las personas que las constituyen habrá sido, quizá, porque es en
estas sociedades donde principalmente se ejercita.
Cuando
el hombre entra en sociedad ya entra armado de su derecho, y sin que nadie sin
palpitante injusticia pueda prohibir cierta esfera de actividad que le es
propia.
Podemos
afirmar, pues, que el derecho es una facultad y no un conjunto de condiciones,
que es un principio y no un medio".[8]
La presente es una conferencia leída por
Prudencio Vázquez y Vega en el Ateneo del Uruguay, el 26 de abril de 1879 y
publicada en La Razón, el 29 de abril
de 1879.
"Y
ya que comienzo por hablar de mis aspiraciones y de mi ideal en el orden
religioso -¿me permitiréis que os diga ahora cuál es ese ideal?- Pues bien, ese
ideal es la ruina del mal y el reinado del bien, la muerte del dogmatismo y de
las farsas de todas las religiones positivas, y la vida fecunda y el imperio
augusto de la religión sublime del deber.
¿No
pensáis vosotros que el catolicismo primero, y el cristianismo después, deben
desaparecer de la conciencia popular, para dejar su puesto a los sacrosantos
principios de la moralidad y de justicia, que deben construir la base de la
religión universal?
¿No pensáis
vosotros que la revelación histórica, la divinidad de Jesús, los milagros, el
misterio estúpido de la trinidad, el pecado original, la gracia, la
infalibilidad de los pontífices, como el culto de todos los santos y santas
hasta el de las modernas vírgenes de la Salette y de Loudres, son algunas de
las más grandes farsas y de los más grandes errores que presencia nuestro
siglo?
Yo
juzgo que sí, y sigo creyendo que ese coloso de diez y ocho siglos, se derrumba
con estrepito bajo los nutridos fuegos de la conciencia libre.
Es
indudable; el catolicismo se muere; y no vayáis a pensar que por ello se ha de
morir también la sociedad, muy al contrario, anonadado el ultramontanismo, las
benéficas doctrinas de una verdadera y sana moral vendrían a sustituir con
ventaja, en todos los círculos de la actividad humana, todas las
preocupaciones, todos los errores, todos los misterios y todas las farsaicas
tradiciones que caracterizan al catolicismo, y a todas las religiones
reveladas.
¿Qué
valen hoy ante la civilización moderna, las ridículas ceremonias del culto
católico? ¿Qué significancia o trascendencia noble y moralizadora puede
hallarse en las prácticas de una religión de sangrientos y que no pueden
justificar su existencia, ni ante la filosofía ni ante la historia?
Muy
poca o ninguna utilidad moral puede ofrecer por cierto a la humanidad, una
religión que se halla en tan lastimosas condiciones.
Yo
lo declaro ingenuamente: creo que el momento histórico del catolicismo ha
pasado ya hace mucho tiempo.
Las
religiones positivas se han sucedido siempre en un orden progresivo. Así la
religión positiva de Buda sucede a la inferior de Brahma; la religión revelada
de Jesús viene, por más que éste diga lo contrario, a invadir gran parte de la
ley y los profetas. Grandes reformas análogas a éstas, se han realizado no sólo
en la antigüedad, sino en todas las épocas de la historia. En los tiempos
modernos de la reforma protestante que proclama la necesidad y conveniencia del
libre examen, lo absurdo del sacramento de la eucaristía, del culto de las
imágenes y otros errores análogos, significa indisputablemente un verdadero
progreso en el desenvolvimiento de la idea religiosa que fluye de las antiguas
escrituras. Y aún en los tiempos contemporáneos y sin salir del cristianismo,
una nueva revolución se opera en las creencias religiosas. Los cristianos más
avanzados convienen ya, en que es necesario realizar una nueva reforma, en el
sentido de amoldarlo o conformar las doctrinas de los evangelios con la
civilización moderna: haciendo que la religión siga, en lo posible una marcha
paralela con los últimos progresos que sucesivamente vaya realizando la
humanidad en su perfeccionamiento indefinido.
La
ley del progreso rige, pues, a la humanidad, y todas las instituciones
sociales, experimentan su benéfica influencia. Las ciencias resuelven los
problemas más trascendentales y difíciles, la política demuestra con más
exactitud los derechos del hombre y los consigna en leyes positivas, y el arte
realiza cada día mejor los conceptos de la perfección y la belleza. Y esto que
se observa en las ciencias, en la política y en las artes, se realiza
igualmente en el orden moral y en el orden religioso. Así el hombre concibe hoy
con mayor claridad que en los tiempos antiguos, el bien y el mal, la virtud y
el vicio, la perversidad y la honradez, las leyes morales, sus deberes y sus
derechos; y comprende también hoy las cuestiones religiosas de una manera más
acabada y perfecta que en los tiempos del paganismo y de la aparición de la
religión cristiana.
El
progreso realizado en virtud del cual se comprende mejor hoy en los tiempos
antiguos las cuestiones sociales, nos demuestra pues que las doctrinas del
cristianismo predicadas hace dos mil años son en su mayor parte falsas e
infundadas.
Y
este mismo progreso en el orden moral y religioso es que nos hace condenar
todas las farsas del culto católico y de todas las religiones positivas.
El
mundo civilizado aspira hoy a una nueva religión, que se funde en la razón y en
ciencia, no en el dogmatismo de la fe y del misterio. La austeridad en el
cumplimiento de los deberes, la virtud más esclarecida, he ahí la base y el
coronamiento de la moderna religión.
El
catolicismo rompe con la ciencia, con la razón y con la moralidad en muchos
casos. No necesita probar esta verdad ya demostrada muchas veces. Ahí están los
cánones de la Iglesia, ahí está el Syllabus que condena expresamente la
autoridad de la razón, la soberanía del pueblo, las instituciones libres y
lanza un estúpido anatema contra el progreso, el liberalismo y la civilización
moderna. Y es bueno tener presente que las prescripciones del Syllabus
constituyen dogmas de fe infalibles y no es éste un mero documento doctrinal,
como lo han consignado aquellos que después de haber enarbolado el tal Syllabus
como bandera santa de combate, lo han despreciado y arrumbado a retaguardia
allá entre las últimas filas del moribundo ejército de los ultramontanos.
Podemos,
pues, establecer que el catolicismo ha muerto, porque ha muerto ante la
conciencia del hombre que razona, ante la filosofía, ante la historia, ante la
ciencia y ante el mundo civilizado".[9]
Todo este pensamiento aspira a crear una
nueva mentalidad, donde su deseo de progreso se basaba en la razón y en la
ciencia y no en el dogma de alguna religión. Aun así no se puede establecer tan
categóricamente la muerte del catolicismo, ya que éste ha sobrevivido hasta
nuestros días.
Por su parte el joven Batlle que integraba
esta generación de universitarios y cultores de las ciencias filosóficas se
encuentra consustanciado con tales ideas, manifestando su pensamiento en esta
primera etapa a través de la poesía y de numerosos artículos. En este período
no aparecerán grandes escritos de corte político pero sí nutrida fundamentación
para marcar su distanciamiento con el positivismo y su ruptura con el
catolicismo.
EL
MENDIGO
De un solo transeúnte
No se oía el ruido
Cuando con sorpresa,
Creía oír un gemido.
Y era que del templo
Sobre el peristilo,
Plegado en un ángulo,
Muriendo de frío,
Andrajoso, sucio,
Cual triste prescito
Sus hondas miserias
Lloraba un mendigo.
Me acerqué a su lecho
De duros ladrillos
Y, entre aquellas sombras,
Pregunté indeciso
-¿Qué pena motiva
Tan hondos gemidos?
-¿Qué pena... qué pena?...
¡Decid qué martirio!
Yo soy leve arista
Soy débil pistilo
Que en alas del viento
Va dando mil giros;
Soy grano de polvo
Por siempre perdido.
¿No lo he dicho todo?
¡Soy triste mendigo...
Para mí, no hay cómo
Templar mi apetito
Ni menos hay ropas
Ni lecho ni asilo.
Yo no tengo patria
Y (¡oh destino mío!)
Ni padre, ni madre,
Ni esposa, ni hijos,
Ni, entre tantos hombres
Siquiera un amigo;
Que es mi única parte
Del mundo en que vivo
Las rudas fatigas
El hambre y el frío
En aquel instante
Oímos de improviso
Del baile lejano
Los últimos ruidos:
Olas de armonías
Acordes y ritmos
De goces humanos
Ecos fugitivos.
Lanzó el desgraciado
Un hondo suspiro
Mezcla de reproche
Y de afán tristísimo.
Luego con un gesto
De desdén altivo
Inmóvil quedóse
Mudo y pensativo.
-Ha, paria doliente!
Dije conmovido-
Apuras el vaso
De acíbar henchido!...
¿Por qué habrá guardado
Misterioso sino
Para otros la dicha
Para tí el martirio?...
Pero no queramos
Conocer el libro
En que ha escrito el cielo
Sus hondos designios.
Calme tus dolores
Como blando alivio
La fe en un Dios sabio
Justiciero y pío.
¡Quién sabe, quién sabe
Qué oscuro camino
Conduce a las puertas
Del dulce paraíso!
Tal vez tenga un puesto
Más alto el mendigo
Que los soberbios,
Opulentos ricos![10]
MI
RELIGION
"Mi Dios, que es más sublime
que los dioses
Humanos del Calvario
es aquel, cuya imagen llevo impresa
con rasgos imborrables, para
siempre,
del alma en el santuario.
Mi verdad revelada, más fecunda
que la verdad mentida
de
la leyenda bíblica, está escrita
en el libro sagrado de la ciencia,
que es el libro de la vida.
Mi ley, mi única ley, la que me
obliga
cual mandato divino
es aquella que dice al hombre
honrado:
"Haz el bien sin temor, sin
esperanzas;
realiza tu destino".
Mi templo, que es más bello que los
templos
de mármol y granito
tiene por pedestal la tierra entera
y por inmensa bóveda, los astros
y el espacio infinito.
Mi altar es más hermoso que los
ricos
altares de oro y seda
es el nido de flores, cuyo aroma
es el incienso del jardín poético
en la mañana leda.
Mis reliquias sagradas, las que
adora
con efusión el alma,
duermen bajo la losa funeraria
el sueño misterioso de la muerte
en triste y honda calma.
Y mi bella esperanza, mi ideal
bello
es siempre ver cumplida
la dulce aspiración del
sentimiento,
el profético ensueño de la mente
en una eterna vida."[11]
"COMO
SE ADORA A DIOS"
¡Oh!...
No se adora a Dios como el prescito
traficante del templo
con palabras vacías de sentido
y con gestos extraños, que provocan
la risa y el desprecio.
Se adora a Dios en la abstracción
profunda
que aclara el pensamiento;
siguiendo en su carrera al
infusorio
o pesando los mundos admirables
que ruedan en el cielo.
Se adora a Dios como el cincel de
Fidias
que admira el Universo
con la brocha inmortal de Miguel
Angel
con las sublimes notas de Rossini,
con los cantos de Homero.
Se adora a Dios en el hogar modesto
de la austera familia;
en el beso de amor de los esposos
y, de la madre que columpia al hijo
en las tiernas caricias.
Se adora a Dios al inclinar la
frente
sobre la tierra inculta,
rasgando sus entrañas tibias
la semilla fecunda.
Se adora a Dios viviendo en los
hospicios
consolando al enfermo;
o difundiendo la salud del alma
en los pueblos remotos, como el
noble,
el gran misionero.
Se adora a Dios bebiendo la cicuta
como el sabio de Atenas,
o ascendiendo a la cumbre del
Calvario
para rendir la vida en holocausto
al triunfo de una idea.
Se adora a Dios con la cabeza
erguida,
En medio del combate
despreciando las iras del protervo
y hundiendo a los imperios en el polvo
con su hueste execrable!
__________________________________
¡Oh!... No se adora a Dios como el
prescito
traficante del templo
con palabras vacías de sentido
y con gestos extraños que provocan
la risa y el desprecio..."[12]
A través de estas poesías se puede ver una
dimensión dogmática de la existencia de Dios, también un gran entusiasmo por
la ciencia, pero esto no implica ser positivista, asimismo queda claro un
rechazo explícito del cristianismo, siendo la religión de Batlle un deísmo
naturalista.
En su artículo "La pluralidad de los mundos habitados" Batlle demuestra su
deísmo: "...Y en esos mundos la
organización, la vida, la inteligencia, la belleza y el amor retratan también
la omnipotencia de Dios.
Casi
podría explicarse ahora esa ternura misteriosa que embarga nuestras almas en
las despejadas noches del estío, en las que halagados por la tristeza
regeneradora del ambiente, nos entregamos a la contemplación de los astros
solitarios a través del azulado cristal de la bóveda del cielo!
Tal
vez allá alejados, a distancias desconsoladoras, hay seres semejantes a
nosotros que también se inundan de un sentimiento secreto en la calmosa
contemplación de los astros habitados.
Tal
vez allá con una sonrisa de felicidad nos esperan los que ligaron al pasado
nuestra existencia, para que llevándonos juntos en la escala de los mundos
infinitos, lleguemos al final oasis que nos promete la filosofía del
espíritu...".[13]
Finalizando esta serie de artículos sobre
los mundos habitados el último de ellos Batlle lo cierra en forma de prosa:
"¡Noche espléndida! ¡Cielo
misterioso! Vosotros habláis a mi alma con el lenguaje del infinito. Yo
sospecho el hondo significado de vuestros jeroglíficos! ¿No es verdad que Dios
ha escrito en el cielo con esos caracteres indelebles el oculto destino de los
hombres? ... ¿No es verdad, también, que los hombres mismos han principiado a
descifrarlos?".[14]
Por su parte Domingo Arena en las
conversaciones que tenía con Batlle, tocaban estos temas: "Hablábamos mucho, con frecuencia, del
misterio de la creación y de las causas primeras, en el conocimiento de las
cuales, según él, la Humanidad no había avanzado un paso desde que hablaron los
grandes filósofos griegos. La vida era para él, sustancialmente,
incomprensible, algo así como un azaroso y estrecho puente tendido sobre el
abismo insondable y entre dos misterios, el nacimiento y la muerte que nos
obligaban a atravesar a ciegas y sin ningún objetivo satisfactorio... La
armoniosa inmensidad del mundo lo desconcertaba. Pensar, decía, que si se
recorren en el espacio, miles y miles de leguas sembradas de astros, quedan
todavía por recorrer miles y miles de leguas totalmente llenas de soles. Ese
prodigio, casi inconcebible, ¿puede ser obra de la casualidad? ¿Cómo han
podido surgir tantos millones de animales distintos y perfectamente
organizados, tantas plantas, chicas y grandes, con formas tan precisas e
inconfundibles? Su raciocinio simplista pero preciso, lo inclinaban a admitir
la existencia de una fuerza creadora, todopoderosa y supremamente inteligente.
Pero entonces se le ocurría observar que, por las apariencias al menos, el
Creador, en vez de mostrarse como suprema bondad en movimiento, aparecía como
un diablo omnipotente empeñado en desconcertar a sus criaturas, confundiéndolas
en las angustias de sus imperfecciones y con la tragedia constante de la lucha
por la vida. ¿Por qué, pudiendo tanto, le dio tanta preponderancia al dolor?
¿Qué
necesidad tenía de rodearnos de fieras y de animales ponzoñosos y de microbios
asesinos? Y sobre todo, ¿por qué hacer aparecer con tanta frecuencia la fiera
en el hombre mismo? ¿Por qué ha hecho que no se pueda dar un paso, ni hacer un
gesto, sin destruir alguna cosa?, o por lo menos ¿por qué, ya que sentía la
necesidad de hacer de la vida la gran usina abastecedora de la muerte, no hizo
de ésta una fuente de placer, en vez de ser siempre la suprema manifestación
del dolor? ¿Por qué, por lo menos, no nos constituyó mejor, librándonos de
prosaísmos que nos empequeñecen y dotándonos de órganos más puros y mejor
ubicados para satisfacer las supremas necesidades que nos impuso? Pero como
nada de lo que se ve se entiende y todo pude ser distinto de lo que parece,
Batlle admitía el sentimiento religioso como manifestación superior abstracta,
dirigida hacia lo desconocido".[15]
Otro frente de debate que Batlle en su
juventud confronta es el positivismo, siendo en la sección Gotas de Tinta de El Espíritu Nuevo que establecía: "La Sección de Filosofía viene a llenar una necesidad vivamente sentida
entre los que conservan aún enhiesta la bandera del espiritualismo, pues ella
ha sido fundada con el objeto de contrarrestar la influencia de los que
escudados con el aparato de los grandes descubrimientos de la época -muchos de
ellos debidos a espiritualistas notables- pretenden hacer triunfar entre
nosotros la metafísica del materialismo".[16]
Ardao establece ser poseedor de dos libros
de Paul Janet que pertenecieron a Batlle, editados en 1877 "El materialismo contemporáneo" y
"El cerebro y el pensamiento".
En este último está estampada la firma de Batlle, con fecha de Marzo 28 de 1878, suponiéndose que
sus intervenciones en la Sección de
Filosofía del Ateneo estuvieron inspiradas en dichas obras.
Ateneo de Montevideo.
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En la sección del
11 de julio de 1879 Batlle establecía: "...que al exponer sus ideas sobre la doctrina materialista prescindirá
completamente de los argumentos clásicos con que se la combate; que eran
demasiado conocidos, harto manejados, para que no fastidiaran a un auditorio
sólidamente iniciado en las cuestiones filosóficas. Así pues, y colocando la
cuestión bajo el punto de vista de la certeza, emprende demostrar la absoluta
impotencia del materialismo para establecer de una manera lógica y científica
la realidad que se esconde tras todo ese mundo de variadas apariciones a que
llamamos fenómenos; para verificar con derecho el salto de lo subjetivo a lo
objetivo, ese tránsito místico que ha desafiado por muchos siglos los esfuerzos
desesperados del genio. En consecuencia examina el fenómeno de las sanciones y
cuéstale poco establecer su carácter esencialmente subjetivo. Si pues, dice, no
hay en nosotros algo anterior y superior a los sentidos; si éstos se resuelven
en último análisis (bajo el punto de vista de sus operaciones), en puras
modalidades de nuestro yo; ¿en nombre de quién y con qué derecho supondríamos
en realidad un objeto al cual reproduzcan? A menos que se busquen razones en
otra parte el materialismo está invenciblemente reducido al escepticismo. Pero
al espiritualismo, que conoce más alto veneros de conocimiento que la infecunda
y por sí ilusoria percepción sensible, ¿le será dado salir de la desesperante
soledad y la duda insoluble en que arroja al espíritu humano la pura
subjetividad del sensualismo? Solo de un modo: aceptando como Descartes lo que
se impone por su virtud propia al pensamiento, y apelando al Dios que la
conciencia percibe en las profundidades del espíritu, ese Dios cuya veracidad
no puede cuestionarse sin manifiesto absurdo".[17]
Todo esto no significará tácitamente su alejamiento o un rechazo total a
esta corriente, la que tendrá un importante peso en el siglo XX.
Es el propio Batlle quien establece el
momento de su alejamiento con el catolicismo: "A los 19 años yo era católico, esto es, no había abandonado la
religión en que se me había criado. Mis padres eran católicos; pero con un catolicismo
que no iba a la Iglesia con curas. A mí
se me había enseñado el Padre Nuestro, que aún recuerdo, y llegué a saberlo en
inglés, aprendido en una escuela protestante, el Credo, que no recuerdo bien, y
nada más. Se trató de hacerme confesar cuando tenía ocho o diez años; pero el
poco empeño de mis padres en que lo hiciera y el mío en no hacerlo, dieron por
resultado el que no se realizara nunca aquel acto. No recuerdo haber hablado en
mi niñez, con más cura que el Padre Estrázulas, muy conocido entonces, pues
administraba la homeopatía y algunos otros remedios, y solía asistirme cuando
yo estaba enfermo.
Con
estos antecedentes católicos empecé a cursar el bachillerato en la Universidad,
donde la muchachada era casi toda liberal. Mi catolicismo fue pronto conocido,
porque yo me quitaba el sombrero al
pasar, a la vuelta de la Universidad, frente al Cristo de la Iglesia de
los Ejercicios, afrontando las burlas de unos y los argumentos de otros y
sintiéndome más impresionado por los argumentos que por las burlas.
Se
me aproximó entonces a mí Augusto Serralta, fallecido aún joven, católico
militante y estudiante distinguido, con quien trabé amistad. No sé si fui socio
del Club Católico y creo probable que lo haya sido. Mi amigo Serralta, debió,
sin duda, incluirme en las listas de los miembros de aquel Club que concurrían
a sus sostenimientos. Ese Club ha de deberme, pues, algunos pesos con sus intereses
que yo debía darle sin saber lo que hacía, y creyendo que allí, como se me
decía, se veneraba a un Dios infinitamente poderoso, inteligente y justo. Pero,
de lo que estoy seguro, es de que jamás puse los pies en su local por aquel
tiempo, aun cuando, si hubiese autorizado mi enrolamiento como socio, no
hubiese tenido nada de extraño que concurriera a alguna sesión o fiesta. Estoy
cierto de que en los diarios de la época no ha de encontrarse nada que me contradiga.
A
los veinte años o entre los veinte y los veintiuno yo había dejado de ser
católico. Por primera vez, en aquel tiempo, examiné mi religión; y la reputé
absurda y grotesca. Y entonces, sí, fui alguna vez al Club Católico; pero lo
hice formando parte de una banda de juventud que, encabezada por Vázquez y
Vega, con cuya amistad me honraba y cuya memoria venero, solía ir al Club
Católico, creado por Mariano Soler, el que fue Obispo, que era estudioso, dado
a la filosofía y tenía gusto en discutir de viva voz con los incrédulos del
Club Uruguay (debe de decir Club Universitario), hoy Ateneo, a quienes
invitaba a controvertir con él sobre las verdades de la fe.
Era
la época de Latorre. La prensa estaba
amordazada. No se podía hablar de política ni mucho menos de los crímenes que
se cometían. Pero podía hablarse de la religión y criticarla. En consecuencia,
se inició una época en que no se hablaba de otra cosa. El tirano salía, sin
falta, con su gran capote gris azulado con vivos verdes y kepí con el Nº 1 de
Infantería, en que había hecho su carrera, con un cirio en la mano y gran aire
de contrición, a la cabeza de las procesiones que frecuentemente recorrían las
calles de la ciudad, y la policía obligaba a descubrirse a las personas que
las procesiones hallaban a su paso; pero la prensa podía decir a Dios y a sus
ministros cuanto quería. Se hablaba
largamente, pues, de religión en el Club Uruguay al que concurrían personas de
los dos sexos, y en el Club Católico; y los liberales: Vázquez y Vega, Dufort y
Alvarez, Juan Paullier, Manuel Otero, Daniel Muñoz y algunos otros, hacían
giras por campaña predicando sus ideas".[18]
De este artículo se desprende que en el
año 1877 Batlle había abandonado el
catolicismo, pasando a ser un integrante más de los jóvenes del Club Racionalista fundado en 1872.
Sin
duda el espiritualismo marco un mojón muy importante dentro de la estructura
de su pensamiento, apreciándose el distanciamiento con el catolicismo. Llegó a
utilizar posturas radicales para combatirlo y lograr de esa manera el
rompimiento con los lazos que desde la época de la Colonia unía al Estado con
la Iglesia.
[1] Ardao, Arturo- Batlle y Ordóñez y el positivismo filosófico. Montevideo. 1951.
pág. 26.
[2] Plácido Ellauri: (Buenos Aires, 1815 -
Montevideo, 1893)
"El catedrático que subscribe ha tenido el honor de recibir la nota que
le ha dirigido en esta misma fecha el Señor Presidente del "Club
Universitario" haciéndoseme saber que "en la reunión general del
sábado último y por indicación general de la Comisión Directiva" han sido
proclamados unánimemente socios honorarios "todos los Catedráticos de la
Universidad de la República, habiendo merecido el Dr. D. Plácido Ellauri la
distinción de Presidente honorario". Acepto con agradecimiento el título
inmerecido por mi parte y con que esa Sociedad de jóvenes esperanzas de la
Patria (...).
Aunque
el Club Universitario no tuviese otro resultado que el formar en él, el hábito
de congregarse y reunir a cada uno de sus socios de Escuela Práctica para
aprender a hablar y discurrir en público, podría con razón decirse que esa
Asociación habría merecido bien de la Patria, desde que había preparado esas
inteligencias al libre ejercicio de sus derechos civiles y políticos. Con este
motivo me es grato saludar al Sr. Presidente y Sec. De la Asociación denominada
Club Universitario".
Plácido
Ellauri
Con esa breve carta (no obstante
documento útil para reconstruir la mentalidad de los fundadores del Club) el
Dr. Ellauri agradecía la distinción que le hacían sus estudiantes, el haberlo
nombrado presidente honorario de su Club. El futuro de la institución podía ser
incierto, pero, en la valoración del catedrático, si el hábito de congregarse
servía al solo fin de ejercitar libremente los derechos civiles y políticos de
la juventud, el Club podía ver realizado el propósito de su existencia. Idea,
oratoria y política (teoría y práctica) se encadenan en la visión del
intelectual, que parece observar al Club como una ramificación del ámbito
filosófico de la Universidad.
Magistrado, Doctor en Derecho
(1854), docente de filosofía en la Universidad (1852), director del Instituto
de Instrucción Pública (1869) y Rector de la Universidad en los períodos
1871-73 y 75-76. Actúa como Fiscal de Gobierno y Hacienda durante el gobierno
de Venancio Flores. Se reintegra al ámbito universitario en 1867, un año antes
de ser nominado para la presidencia honoraria del Club. Doce años después
Lorenzo Latorre decreta la supresión de las aulas universitarias de filosofía,
matemáticas, geografía e historia, lo cual le obliga a abandonar sus clases.
Sin desanimarse convierte a su estudio jurídico en punto de reunión de sus
exalumnos nucleados en el Club, con los que compartía su ideología de
espiritualismo ecléctico. Máximo Santos le devuelve a la cátedra de filosofía,
que dirige hasta el 88. Durante su rectorado, se instalan las cátedras de
Física e Historia Natural, las cuales abren el camino para la creación de la
Facultad de Medicina, proyecto al que dio impulso en su segundo período.
Retirado por razones de salud pasa sus últimos años con tranquilidad, ajeno a
las difíciles realidades políticas y sociales de su tiempo.
[3] La enseñanza religiosa en los colegios del
Estado y el Sr. Serralta. La Voz de
la Juventud. Junio, 20 de 1875.
[4] Prudencio Vázquez y Vega “nació el 18 de abril de 1853 en el Avestruz,
jurisdicción de Cerro Largo. Después de cursar los estudios escolares, se
trasladó a Montevideo e ingresó a la Facultad de Derecho. Inclinado a los
estudios filosóficos, se vincula al racionalismo espiritualista, del que se
convierte en su figura más representativa por la vehemencia y el apasionamiento
con que combatió al positivismo. Integra varios de los centros culturales que
florecieron en esa época: el Club Universitario, al que ingresó en 1872, Club
Fraternidad, Club Literario Platense, Club Joven América, Sociedad
Filo-Histórica y Sociedad de Estudios Preparatorios. El 15 de setiembre de
1877, al constituirse el Ateneo, suscribió sus bases como delegado de la
Sociedad Filo-Histórica y del Club Literario Platense. No fue indiferente a la
lucha política; el 13 de octubre de 1878, al fundarse “La Razón”, periódico
opositor al gobierno de Latorre, compartió su redacción con Daniel Muñoz, su
director, Manuel B. Otero y Anacleto Dufort y Álvarez. Desde sus columnas, su
prédica filosófica se dirigió a la impugnación del cristianismo y de las
religiones positivas. Colaboró ese mismo año en El Espíritu Nuevo, que dirigían
Teófilo Díaz y José Batlle y Ordoñez, su íntimo amigo. En mayo de 1879, fue creada
a iniciativa suya la Sección Filosófica del Ateneo, de la que fue su primer
presidente. Desde el año anterior, estaba a su cargo el Aula de Filosofía de la
institución. El 3 de julio de 1881, egresó de la Facultad de Derecho,
doctorándose con la tesis: Una cuestión de moral política, tema que constituía
el fundamento de su actitud, contraria a toda colaboración con gobiernos que
como el de Francisco A. Vidal, no provinieran de la libre elección popular. Al
año siguiente, enfermo, se trasladó a Minas donde falleció el 7 de febrero de
1883. José Batlle y Ordoñez trasladó su cadáver a Montevideo; se lo veló en el
Ateneo”. Colección de Clásicos
Uruguayos, Volumen 93, Prudencio Vázquez y Vega. Escritos Filosóficos.
Biblioteca Artigas. Montevideo. 1965. pág. XXI.
[5] El cristianismo filosóficamente
considerado. La Razón. Febrero,
27 de 1879.
[6] Cigliuti, Carlos W.- El batllismo en Canelones. Montevideo.
1981. pág. 40.
[7] Derechos del ciudadano. La Razón. Marzo, 16 de 1879.
[8] Vázquez y Vega, Prudencio- Escritos filosóficos. Montevideo. 1965.
págs. 3-10.
[9] La muerte del catolicismo. La Razón. Abril, 29 de 1879.
[10] El mendigo. El Espíritu Nuevo. Diciembre, 29 de 1878.
[11] Mi religión. La Razón. Octubre, 27 de 1878.
[12] Cómo se
adora a dios. Espíritu Nuevo.
Febrero, 16 de 1879.
[13] La pluralidad de mundos habitados. El Espíritu Nuevo. Noviembre, 24 de
1878.
[14] La pluralidad de mundos habitados. El Espíritu Nuevo. Diciembre, 8 de 1878.
[15] Andreon, Roberto- Humanismo batllista. Montevideo. 1996. págs. 24-25.
[16] Gotas de Tinta. El Espíritu Nuevo. Junio, 8 de 1879.
[17] José Batlle y Ordóñez. Documentos para el
estudio de su vida y de su obra. Serie I 1856-1893. Ateneo de Montevideo 1874-1907. Montevideo. 1988. pág. 60.
[18] Del señor Batlle y Ordóñez. Mi catolicismo.
El Día. Enero, 9 de 1922.
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