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MOVIMIENTO OBRERO
S
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i pretendemos establecer un inicio sobre
el origen de este pensamiento es necesario partir de la base que el mismo es
independiente a las masas y a su vez éstas asumen formas autónomas de
organización. Podemos retrotraernos al Montevideo de la Guerra Grande, del cual
ya hemos hablado cuando analizamos el socialismo.
En la década de
los 70 del siglo pasado, el incipiente proceso de industrialización fue creando
grupos obreros. Es así que el 25 de junio de 1875 se funda la Federación Regional de la República
Oriental del Uruguay (F.R.R.O.U.), siendo miembro de la Gran Asociación Internacional de
Trabajadores (A.I.T.), creada ésta en Londres el 28 de setiembre de 1864,
de orientación marxista.
En el programa que elaboró la F.R.R.O.U.
establecía: “Comités de colocación, para
facilitar el trabajo a los obreros que carezcan de él; Comités de defensa, cuya
misión sea velar por los obreros de su localidad y proteger a los que fuesen
perjudicados, oprimidos o calumniados por sus patrones, maestros o principales;
Sociedades de socorros mutuos, de Instrucción, etc.”.[1]
En los 90 el movimiento de asociación
obrera y huelguista se venían desarrollando en Montevideo, con importante
consideración, aunque se decía que no tenían oportunidad ni razón de ser en un
país como el nuestro, para los industriales, donde había territorio abundante
y escasa población.
Para el batllismo, el movimiento obrero
estaba perfectamente justificado: se entendía que si el mal existía -las
asociaciones de los obreros- por que
debía ser combatido; y si no existe, porque debía ser evitado. La clase trabajadora
hacía uso de un derecho al preocuparse de su propia suerte y asume una actitud
profundamente simpática al establecer la solidaridad de los elementos que la
componen y al exponer sus ideas y aspiraciones sometiéndola a la controversia
pública para que se determine la
cantidad de verdad y de justicia que encierran.
Es así que el movimiento obrero era
considerado como el advenimiento del pueblo trabajador a la vida pública,
adquiriendo una importancia nacional.
Sus reclamos comenzaron pidiendo una reducción
del horario de trabajo, aumento de salario; pero en el futuro reclamaban
honradez administrativa, leyes protectoras de sus derechos y finanzas que
tengan por objeto el bienestar del pueblo.
Es ampliamente sabida la simpatía que
tanto Batlle como El Día tenían
referente a las huelgas: “Una huelga es
mirada siempre como una sublevación. Y así se explica los malos ojos que ponen
siempre a los huelguistas las autoridades
policiales y, en general, el poder público, enemigo por naturaleza de
las sublevaciones. Así se explica que la policía de investigaciones ofreciese y
pusiera sus empleados al servicio de las empresas de tranvías cuando las
huelgas de los cocheros y guarda trenes, y que los titulados agentes del
orden, con frecuencia verdaderos agentes del desorden, no se den punto de
reposo para disolver, con fútiles pretextos, las reuniones obreras en que los
huelguistas conciertan su defensa. Las huelgas son, sin embargo, simples
fenómenos de la oferta y de la demanda de objetos de comercio que las
autoridades públicas, si fuesen un poco más ilustradas y cultas de lo que son,
deberían respetar con el mismo respeto de que rodean los arreglos entre
comprador y vendedor, que se concretan detrás de los escaparates de las
tiendas, almacenes, bazares, etc.”.[2]
En febrero de 1896 comienzan a darse los
primeros pasos para la formación de la Federación Obrera del Uruguay:
“Artículo
1º- La Federación Obrera del Uruguay es la unión de las colectividades obreras
de resistencia en un pacto solemne de solidaridad y mutuo apoyo de modo que sin
perjuicio de la autoridad de cada una de ellas, sean todas una y una para todas
en la lucha que han de emprender y emprenderán contra el capital en pro de la
emancipación del obrero.
Artículo
2º- Esta Federación tiene por objeto:
1º -
Intervenir en todas las cuestiones que se susciten entre los obreros y los
patrones.
2º -
Representar a las asociaciones obreras
de resistencia y reclamar de los patrones el estricto cumplimiento de los
compromisos que hayan contraído y contraigan con los obreros.
3º -
Intervenir ante los poderes públicos en todas las cuestiones de interés para
los trabajadores y reclamar de ellas las mejoras que se consideren necesarias.
4º -
Reglamentar eficazmente el horario y el salario del obrero, estableciendo en
cuenta a lo primero el máximo de 8 horas para todos los oficios y en cuanto a
lo segundo el salario mínimo que los
patrones deben de pagar a sus operarios.
.....................................................................
6º -
Vigilar las condiciones higiénicas de los talleres y casas de inquilinato.
7º -
Fundar una bolsa de trabajo para todos los obreros”.[3]
Los conflictos serán moneda corriente
teniendo momentos de gran agitación entre las partes, patrones-obreros, y por
supuesto más de una vez la autoridad se hizo presente de una forma violenta.
“El
obrero es hombre, y como hombre tiene derecho a la vida y al bienestar: a la
vida porque es hombre y al bienestar porque es obrero.
Sería
sencillamente infame pretender que al trabajador, que es el verdadero
productor, que es quien mueve las máquinas, produce los adelantos y es fuente
del bienestar, le toque la peor parte en la lucha por la existencia.
El
obrero merece la defensa del bien intencionado y por eso es que nuestro país,
donde los hombres no son en general de sentimientos tan egoístas como en los
de Europa, el obrero es apreciado, constituyendo un timbre de honor el
trabajar, pues es una verdad por demás sabida que donde existe el trabajo allí
mora la virtud”.[4]
El perfil popular de Batlle y Ordóñez al
asumir el poder en 1903, es visto con simpatía por los socialistas de la época:
“El presidente ha vivido toda su vida en
contacto con el pueblo. Sabe sus miserias y sus necesidades, tiene conocimiento
de las reformas llevadas a cabo por los gobiernos europeos en beneficio de la
clase trabajadora. No ignora que para nada valen las glorias de la patria, las
satisfacciones del honor nacional, la esperanza del porvenir y otras
zarandojas por el estilo, si ellas no se expresan en mejoras públicas. En el
aumento de la productividad y del consumo material del pueblo. En la suba de
los salarios reales, en el aumento de los niños que van a las escuelas, de los
estudiantes que frecuentan las bibliotecas ... Para traer la buena inmigración,
para poblarse en una palabra, para empezar a salir del estado superior de la
barbarie en que aún se encontraba su mayoría social, y entrar de lleno en la
civilización. No ignora el nuevo gobernante que la autoridad civil y militar a
él supeditada, jamás deberá oprimir las fuerzas expansivas de la clase obrera
en sus movimientos de pacífica y justa emancipación... y que se imponga derogar
alguno de esos impuestos que gravan los artículos de primera necesidad,
sustituyéndolos con un impuesto nacional sobre la propiedad territorial. Que en
una democracia como la nuestra que en cinco años de buen gobierno (el del señor
Cuestas) envía más de 50 millones de pesos oro al extranjero, es una vergüenza
que el presupuesto escolar sea tan mísero; que abunden las maestras y maestros
sin empleo, que falten escuelas en las campañas y en las ciudades; que la
educación de los niños no pueda hacerse efectiva... por falta de recursos. (Que
un país) cuyos habitantes soportan la mayor tasa de impuestos del mundo civilizado,
47%, carezca de un ministerio de Instrucción Pública... “Esperemos pues, los
hechos para juzgarle. Y a lo que resulte de su gestión administrativa
ajustaremos nuestra conducta social”. Y la ajustaron. El advenimiento del
sucesor de Batlle, José C. Williman, fue para el movimiento social un paso
atrás. El autoritarismo y la intransigencia ante los obreros fue la norma. Por
eso esperaban con ansiedad la segunda presidencia de Batlle, y condenaron el
levantamiento de 1910, que intentó impedirla: “La conciencia pública sabe bien
a qué atenerse respecto a los factores que intervinieron en la fracasada
conmoción, cuyos jefes visibles han declarado al país en el manifiesto
explicatorio que siguió al sometimiento, su convivencia con personalidades del
Partido Colorado que no pueden ser sino los mismos que componen el núcleo
concreto de la oposición a Batlle en una endeble ramificación de dicho partido;
es decir: viejos representantes de las nefastas épocas del despilfarro
administrativo y la crónica corrupción gubernamental ... La causa de esta
revuelta, que se proponía impedir el advenimiento al poder de un hombre
representativo de principios democráticos y liberales, -en quien el pueblo ha
puesto su esperanza de ver realizadas algunas importantes reformas y que es, en
las actuales circunstancias y dentro de la relatividad de las cosas en el
dominio de las instituciones burguesas y tratándose de gobernantes burgueses,
el único candidato que puede ser considerado prenda segura de un gobierno
respetuoso de los derechos y reivindicaciones de la clase trabajadora- era, no
solamente la causa de la oposición nacionalista, sino también de la iglesia, de
la política sin escrúpulos y del conservadurismo intransigente”.[5]
El 3 de mayo de 1904 se presenta en la
Cámara el proyecto del Dr. Ricardo Areco sobre el horario de trabajo. Por su
parte el 23 de febrero de 1905 el Partido Nacional, con el ingreso de Carlos
Roxlo y Luis Alberto de Herrera, presenta un amplio proyecto de ley laboral el
cual consta de 58 artículos, nucleándose en:
a - Los accidentes de trabajo y su
reparación pecuniaria, llegando a prever un Banco de recursos contra la vejez
de los obreros y los accidentes de trabajo.
b - Intervención arbitral y conciliación
en los conflictos obreros. Para ello se disponía la creación de un Comité de
Cuestiones Sociales con integración tripartita: delegación del Gobierno y una
delegación paritaria de patronos y obreros. El Comité tenía facultades de
presentar proyectos en materia laboral en el Parlamento, los que debían ser
tratados en forma prioritaria.
c - Horario obrero y descanso semanal.
Disponía 9 horas de trabajo diurno con dos de descanso intermedio obligatorio,
lo cual hace un total de 11, incluido el descanso y ocho horas de trabajo
nocturno. Estas 9 horas previstas en el proyecto en fecha de 1905, serían
reducidas por la Convención del Partido Nacional a 8 horas en agosto de 1906,
antes de que el Partido Colorado hubiera dicho una sola palabra sobre el tema.
Disponía asimismo un día por semana de
descanso obligatorio.
d - Se reglamentó el trabajo de los niños
y de las mujeres. Prohibía el trabajo de los menores de 12 años y autorizaba a
los de 15 años previa certificación médica habilitante; el horario era de ocho
horas con dos de descanso a las cuatro horas. El régimen se extendía a las
mujeres, prohibiéndose el trabajo a las obreras-madres hasta pasados cuatro
meses del parto.
e - Por último, reglamenta la higiene en
los talleres y prevé la creación de Reglamentos de Taller.[6]
Estos proyectos y las propuestas de Emilio
Frugoni constituyen buenos antecedentes para la legislación posterior, que
tanto invocó el Uruguay como carácter de su protección social.
Los agitadores en 1905 fueron comparados
con la Revolución Francesa, la cual no sólo tendía a la reivindicación política sino a la
reivindicación social del hombre.
Por su parte Domingo Arena desde las
páginas de El Día, defenderá la razón
de las huelgas y la necesidad de los obreros de organizarse: “Se alega que las huelgas son el fruto de la
presión de los menos sobre los más, que son el fruto de la propaganda de los
obreros exaltados sobre los obreros tímidos, etc. etc. Pues no hay nada de eso.
Las huelgas son, sencillamente, fruto de lo mal que se paga el trabajo del
obrero y de los esfuerzos que realiza aquél para conseguir que se pague mejor
precio por su sudor y por sus afanes.
¿Cuánto
vale el trabajo de un obrero? ¿Cuánto vale un día de esfuerzo, de sol a sol,
arando tierra, arrancando piedra? Es lo que no se ha establecido todavía, ni se
va en vías de establecer de una manera equitativa y justa...
...generalmente,
lo que el obrero gana, tanto en la fábrica como en la cantera, como en el
campo, es la cantidad mínima que necesita para sostenerse, y esa cantidad mínima no es, no puede ser el
valor del trabajo! El obrero se gasta físicamente, da todo lo que puede dar,
por una mala comida, por una mala vivienda, por mucho menos de lo que necesita
para mantener a su mujer y a sus hijos, pues es notorio que los hijos de los
obreros no siempre pueden crecer, y cuando crecen, crecen raquíticos y
marchitos! Es el caso de las máquinas
que sólo exigen el carbón y el aceite
necesario para su funcionamiento! No están peor las mulas de los carros y los
caballos de los tranvías, a los que se les alimenta mientras tienen fuerza para
tirar! Están mucho mejor los caballos de paseo y de carreras porque hay interés
en mantenerlos gordos y vistosos. Para el obrero basta el alimento de los
flacos, desde que, cuando no puede más, sobra con quien sustituirlo...
Naturalmente,
el obrero que se consume así, estérilmente, en la lucha por la vida,
comprende, siente, que lo que se le paga no es, no puede serlo, el precio de su
trabajo, y lo primero que se le ocurre es reclamar de su patrón un aumento
razonable. Pero el patrón raras veces atiende el pedido. “Mal puedo pagarle
más, le dice al obrero protestante, cuando hay quien me haga ese mismo trabajo
por el mismo precio y hasta por un precio menor. Si no le conviene seguir en mi
taller se retira y tomo otro”. Y el patrón que contesta así, no sólo obra
dentro de un derecho, sino que muchas veces movido por la necesidad.
Efectivamente: si dejándose llevar por un espíritu de justicia y de generosidad,
levantara irreflexivamente el sueldo de sus obreros, se colocaría
inmediatamente en una situación de inferioridad sobre los fabricantes
similares. Sus productos resultarían más caros que los que produjeran los
patrones más tirantes y no podrían sostener la lucha en el mercado. Su
generosidad y su justicia podrían traducirse en su ruina.
Todos
estos hechos concluyen por iluminar al obrero y por convencerlo de que el
enemigo del obrero es el obrero mismo. Comprenden al fin que lo que quita valor
a su trabajo es la competencia que se hacen los unos a los otros, es la
facilidad con que los talleres y las fábricas encuentran brazos que se ofrecen
cada vez a menos precio. Comprenden que no pueden pensar en su mejoramiento
mientras no haya entre todos, por lo menos entre la mayor parte, un acuerdo
mutuo que los haga obrar de una manera conjunta y solidaria; y desde ese
momento empiezan a asociarse, a disciplinarse, para concluir por formular sus
exigencia colectivas. Desde ese momento empiezan a jugar su verdadero papel
esas sociedades de resistencia que no tienen otro objeto que poner en
condiciones de lucha a la masa obrera, aunando voluntades, formulando planes,
acumulando recursos que en el momento oportuno hagan posible la resistencia. Y
cuando esas asociaciones creen que ha llegado el momento, se formula la protesta
colectiva, y si los patrones no acceden se contesta con la huelga.
Esto
es, en general, el proceso de todas las huelgas. Ellas no significan otra cosa
que el esfuerzo supremo que hace un gremio para conseguir que se mejoren un
poco el precio de su trabajo. Con ellas, los obreros tratan de sacarle al
taller o a la fábrica, que le absorbe todas sus energías, nada más que un poco
de mejora en el alimento, alguna mejora en la vivienda, lo necesario para
sostener a alguna mujer y criar algún hijo, -que es a lo menos que parece debe
aspirar un hombre. Así explica que los obreros, cuando el caso llega, se lancen
a la huelga con tanta decisión, imponiéndose tantos sacrificios. Es que ven en
ella el único medio de obtener un resuello, de subir un escalón en la ruda
senda de su vida!
Conviene hacer notar que en esta lucha entre obreros y
patrones no debe verse una verdadera lucha de clases, como algunos parecen
entenderlo, examinando superficialmente las cosas. No es raro que un obrero,
por su esfuerzo constante y ayudado por la fortuna se transforme en patrón y
tenga que seguir la corriente de todos los patrones, ni es imposible que un
patrón o alguno de sus hijos, concluya
por ser obrero. De manera que en el fondo, no hay razón alguna para que
patrones y obreros se traten como adversarios y mucho menos como adversarios
irreconciliables. Todos deberían esforzarse por arreglar un mal que viene de muy lejos y en el cual no sería muy fácil
descubrir al culpable. El mejoramiento del obrero debería perseguirse con el
mismo afán, tanto por los patrones como por los obreros mismos, desde que, en
definitiva, los aumentos de salario no han de traer otro resultado que
encarecer un poco los productos y aumentar proporcionalmente los desembolsos
del consumidor. Por eso es que, a nuestro juicio, las huelgas generales no
deberían ser miradas con mal gesto por los buenos patrones, desde que tienden a
colocar a los fabricantes de un mismo producto en las mismas condiciones de
lucha, haciendo imposible toda competencia desventajosa”.[7]
Las Sociedades
de Resistencia son legítimas e importantísimas para los obreros, de esta
forma las defendía Arena: “...son, pues,
absolutamente necesarias para los obreros. Además, son perfectamente legítimas.
Los patrones hacen uso de ellas a cada rato, ya sea cuando imponen tarifas al
público, ya sea cuando establecen normas de conducta para obrar con los propios
obreros, ya sea cuando acumulan sus capitales para explotar un negocio. Los
obreros, pues, no hacen más que imitar a los patrones cuando por medio de sus
sociedades tratan de imponer un jornal, o cuando en vez de capitales que no
tienen, ponen en común sus brazos para sacar de su trabajo un mejor provecho.
Siendo esto así, carece de todo fundamento la propaganda que contraría las
asociaciones de resistencia. Los que se interesan por el mejoramiento paulatino
de las clases trabajadoras deberían, por el contrario, fomentar la creación de
aquellos centros, pugnar porque estuviesen bien dirigidos y que contasen con
elementos suficientes para poder ayudar o sostener a los asociados que cayesen
en desgracias. Los que pugnan por la eliminación de las sociedades de
resistencia pugnan por que el obrero quede sin dirección, sin apoyo, entregado
a sí mismo; pugnan porque el trabajo del hombre, que es lo que da vida a los
países, se malbarate por la imprevisión y por la precipitación de los mismos
obreros”.[8]
José Batlle y Ordóñez, siendo Presidente
de la República en 1906, envía a la Asamblea General un Proyecto de Ley
Laboral, siendo sus puntos esenciales los siguientes: “Entre las diversas exigencias que formulan las huelgas que se producen
en el país, figura casi sin excepción la de que la jornada de trabajo se
reduzca a ocho horas. No obstante, esta aspiración es casi constantemente
desatendida, no porque el capitalista no la considere justa, sino porque el
régimen de la competencia de las industrias sólo permite hacer concesiones de
esa especie a los establecimientos que se han sobrepuesto a sus competidores y
realizan ganancias suficientes ... Sin declamación ni exageración, puede
asegurarse que las condiciones de vida, a este respecto de los animales de
trabajo, son frecuentemente más ventajosas que las del hombre, pues, siendo
aquéllos propiedad del que los utiliza, inspira mayores cuidados su conservación
ya que el sustituirlos con otros importa nuevos dispendios, mientras que el
obrero que desfallece es inmediatamente reemplazado sin mayores erogaciones.
...Hay
que reconocer al obrero, y, en general, a todos los hombres de trabajo,
miembros y factores importantes de una sociedad civilizada, el derecho a la
vida de la civilización, a la vida del sentimiento, de las afecciones, de la
familia, de la sociedad, y, por tanto, el derecho de disponer del tiempo
indispensable para participar de esos bienes. Cuando hayan destinado a la
alimentación y al reposo de su organismo el tiempo necesario, todavía deben
armonizar ideas con sus esposas, para conocer y acariciar a sus hijos y para
extender su cultura moral e intelectual.
Nuestra
República debe aprovechar estos tiempos de formación que corren para ella, en
que es fácil corregir vicios y defectos incipientes, así como implantar instituciones
nuevas y prepararse para ocupar un puesto distinguido entre las naciones
civilizadas, no por la prepotencia de la fuerza, a la que no debe ni tampoco
puede aspirar por la pequeñez de su territorio, sino por lo racional y avanzado
de sus leyes, por su amplio espíritu de justicia, y por el vigor físico, moral
e intelectual de sus hijos.
El
hecho de que una reforma no se haya todavía realizado en otro país o que no
sea generalmente aceptada ... no debe ser invocado sino con mucha parsimonia,
pues nuestra condición de pueblo nuevo nos permite realizar ideales de gobierno
y organización social, que en otros países de vieja organización no podrán
hacerse efectivos sin vencer enormes y tenaces resistencias.
Inspirado
en estas ideas el Poder Ejecutivo expone a vuestra consideración el proyecto de
ley adjunto, en que se reducen las horas de trabajo diario para niños y
adultos, se establece el descanso de un día por semana para todos, se hace
obligatorio el descanso de un mes para la mujer que ha estado de parto, y se
extienden estas disposiciones a todos los órganos de trabajo en que la
limitación del esfuerzo y la obligatoriedad del descanso se hacen necesarias
atendiendo a consideraciones análogas a las que se acaban de exponer con
respecto al trabajo de los obreros.
El
Poder Ejecutivo considera que la reducción obligatoria a ocho horas no
presenta en nuestro país las dificultades que en las grandes naciones
industriales y os lo propone para hacerse efectiva después de un período de
transición de un año, en que la tarea sería de nueve horas. Actualmente la
jornada de ocho horas ha sido ya conquistada por numerosos gremios entre
nosotros, pero quedan muchos otros que no gozan de este beneficio por no haber
tenido la organización y los recursos necesarios para obtenerla, y la ley debe
acudir en su ayuda, ya que se trata de una viva necesidad higiénica y moral…”.[9] La cuestión obrera resuelta y aplicada como
ley de Estado representa, para la
sociedad y la industria, garantías de equilibrio común, las cuales no pueden
ser eficaces ni estables cuando de una parte son atropelladas por la violencia,
o concedidas con rencorosa desconfianza.
La legislación obrera garantizará al
trabajador la protección del estado y al industrial la seguridad de que todos sus
colegas deberán someterse a los términos de la ley sin temor de que la
concurrencia del trabajo producida por acuerdos especiales pueda incomodarlo o
colocarlo en condiciones de inferioridad cualesquiera sean los productos de su
industria.
El diario El Siglo se manifestaba de acuerdo
con el mensaje que acompañaba el proyecto, en sus consideraciones
generales de teoría, pues lo considera perfectamente justo.
Recordemos que Batlle, con su obra, cubrió
nada más que un período de la formación y desarrollo del derecho del trabajo,
encarándolo como una tutela jurídica y todas las leyes sancionadas estuvieron
destinadas a dignificar y proteger al obrero y dulcificar las condiciones del
trabajo.
En los conflictos del capital y el trabajo
se revelo siempre firme y equitativo, sin perturbar por eso la actividad del
país.
Uno de ellos es el caso del obrero
deportado de la Argentina, al que se le impidió desembarcar en nuestro país.
Batlle se interesó vivamente por este asunto, telegrafiando al cónsul uruguayo
en Dakar para que, tan pronto tocara en aquel punto el trasatlántico que
conducía al obrero deportado, se apersonara a él y le interrogara si
efectivamente deseó bajar a tierra en nuestro puerto. En caso afirmativo le daba
instrucciones para que lo alojara convenientemente, tomándole pasaje de retorno
en el primer vapor que saliera con destino a ésta. Tan honroso proceder no fue
un hecho aislado de Batlle. En la primera presidencia aconteció un caso
análogo de retorno. Sin apasionamiento,
con sencillez de verdadero demócrata, llego al corazón del pueblo.
Estando Batlle en Europa, El Día mantendrá su prédica por la
defensa del obrero, es así que en 1908 la lucha está enfocada hacia la
necesidad de los contratos colectivos.
“...Es
necesario reconocer y tutelar el contrato colectivo, como único medio de
oponer a la fuerza del capital una fuerza que, si bien no es tan poderosa, por
lo menos es capaz de hacerse sentir eficazmente. Es muy fácil dictar reglas que
teóricamente colocan a los patrones y a los obreros en las mismas condiciones
pero que prácticamente establecen las más irritantes desigualdades. Sólo así,
desconociendo lo que pasa en realidad se ha podido hablar, y se habla todavía,
de contrato de trabajo, cuando debería hablarse, si se emplearan los términos
con propiedad, de enganche de trabajadores.
...Hoy
no se puede olvidar que en el contrato de trabajo se plantea toda la cuestión
social, hoy no se puede sostener el principio del egoísmo individualista que
sirve de fundamento al contrato de arrendamiento de obras en el Código Civil.
El acuerdo de dos voluntades soberanas estableciendo las condiciones del
contrato de trabajo no existe y es una burla hablar a los obreros de semejante
acuerdo. Sólo hay una voluntad, la voluntad del patrón, y el obrero tiene
necesariamente que pasar por lo que se le antoje al propietario del
establecimiento a quien ofrece sus servicios. El patrón dirige la construcción
de sus talleres; el patrón determina el lugar y la función que deben desempeñar
sus obreros; el patrón resuelve por sí solo cuántos hombres prestarán sus
servicios en el establecimiento de su propiedad; el patrón toma las medidas de
seguridad y de higiene, (las menos posibles)
que le parecen convenientes; el patrón indica las horas de trabajo; el
patrón fija el salario; el patrón dice cuándo desea que sus obreros trabajen y
los despide cuando así conviene a sus intereses; el patrón paga en la forma que
tiene más ventajas para su industria; en fin, el patrón establece todas las
condiciones que quiere, y las presenta a los obreros para que manifiesten su
conformidad o disconformidad. Si los obreros aceptan, bien. El contrato de
trabajo está perfecto al decir de los economistas burgueses. Y hay acuerdo de
voluntades. Si los obreros no la aceptan, el patrón espera. La miseria y el
hambre son sus aliados. Al cabo de una semana, o de un mes, el obrero que no
aceptó las condiciones establecidas por el patrón se verá en la necesidad de
aceptarlas. Habrá acuerdo de voluntades y habrá contrato de trabajo...
A los
obreros no les queda, pues, más que un recurso: la coalición. Es natural que
este recurso supremo haya levantado airadas
protestas de parte de los patrones, protesta que consiguieron hasta no
hace mucho tiempo hacer desconocer un derecho indiscutible del obrero, el
derecho de huelga, y protestas que hoy se levantan contra el contrato
colectivo de trabajo. Los capitalistas ven con malos ojos las organizaciones
obreras, porque ellas tienden a crear una fuerza capaz de oponerse a sus
pretensiones y prueba de que ven con mala voluntad la organización de
sociedades de resistencia y de sindicatos obreros, es la resistencia que oponen
los patrones a estas corporaciones”.[10]
En el año que se aprueba la Ley de Ocho
Horas, Batlle aparecerá en la prensa prácticamente a diario para defender tal
iniciativa bajo varios seudónimos (Nemo,
Flag, Néstor, Whip).
“Ya
lo hemos dicho antes: nosotros queremos que cada trabajador tenga, por lo
menos, dieciséis horas de libertad por
día. Y aquí no hay medidas diferentes: la libertad, el descanso, la disposición
de sí mismo es un bien igual para todos. Nosotros queremos, pues, una suma
igual de dieciséis horas diarias, por lo menos, de libertad para los obreros y
dependientes de la industria y del comercio, cualquiera que sea la rudeza de su
trabajo.
Lo
que nosotros proclamamos es lo mejor: dieciséis horas de libertad para todos. Y
si hay oficios más rudos y menos rudos, que se compensen esas diferencias de
trabajo con diferencias de sueldo y aun con mayores descansos”.[11]
Nemo también analizará la posición del Dr.
Gallinal en el debate en la Cámara de Senadores, el cual es partidario de la
jornada de ocho horas para las tareas más pesadas, para las tareas más livianas
nueve, diez o no sabemos cuántas.
CUADRO
Nº 5
LEYES
DESTINADAS A BENEFICIAR A LOS OBREROS
1907- se creó
la Sección del
Trabajo dentro del Ministerio de Industria.
21 de
julio de 1914-
Ley que fija las normas de la reglamentación sobre accidentes del trabajo.
17 de
noviembre de 1915- se estableció la jornada de 8 horas y máximo
de 48 horas por cada seis días para los
adultos.
12 de
julio de 1916-
se estableció la obligación de proveer en las comisarías, cuarteles o locales
apropiados de comida a todo habitante del país que se encuentre sin trabajo y
carezca de medios de subsistencia.
19 de
marzo de 1918-
se prohibió el trabajo nocturno de las panaderías, fábricas de fideos, pastas,
confitería y similares.
10 de
junio de 1918-
se impuso a los almacenes, fábricas, talleres y todo establecimiento y local en
que trabajan mujeres, el proporcionar sillas para el descanso compatible con su
trabajo.
11 de
febrero de 1919 y 13 de agosto de 1925- se estableció el derecho a pensión por
cuenta del Estado de toda persona llegada a los 60 años o antes si está
absolutamente inválida y en estado de indigencia, o a recibir el equivalente de
la pensión en asistencia directa o indirecta. La ley comprende a los
extranjeros que lleven 15 años de residencia en el país.
19 de
noviembre de 1920-
se estableció la obligación para los patronos de otorgar un día de descanso por
lo menos en cada semana a los conductores de automóviles y trabajadores del
servicio doméstico.
26 de
noviembre de 1920-
Ley. Se establece y reglamenta la indemnización de accidentes relacionando el
régimen con los servicios del Banco de Seguros del Estado.
10 de
diciembre de 1920-
declaran obligatorio un día de descanso después de seis de trabajo o cada seis
días. La reglamentación se dictó el 14 de junio de 1921 y se complementó con
los decretos del 6 de mayo de 1921, 6 de febrero de 1921, julio 22 de 1921 y
una ley del 25 de marzo de 1923.
15 de
febrero de 1923-
se fijó el salario mínimo de los trabajadores rurales.
13 de
julio de 1923-
se estableció un sistema que permite adquirir vivienda propia o edificar, a los
empleados públicos y a los empleados y obreros de empresas particulares
comprendidos en las leyes de jubilación con más de 10 años de servicio y con
derecho a aquélla.
Es oportuno ver en estos momentos la
relación que se pudo dar entre los obreros y el Partido Colorado. Ante la
abstención nacionalista en las elecciones de 1910, los católicos anunciaron que
se presentarían como partido a las elecciones; se constituyó así mismo una “Liga Agraria” por latifundistas de la Federación Rural.
Frente a estas propuestas gana terreno la
idea de crear partidos o agrupaciones electorales de origen obrero y social.
Es interesante el
intento de “Partido Obrero”. Con
fecha 2 de abril de 1910, el poeta Leoncio
Lasso de la Vega (“socialista, aunque
no de partido”, conocido por sus colaboraciones anticlericales en El Día), publica un manifiesto: “Sostenemos, sin reserva, que Batlle y
Ordóñez es una de las más grandes figuras de la historia uruguaya, y nuestros
nietos contemplarán con respecto en la plaza pública, la estatua que le habrá
levantado la gratitud de una posteridad exenta ya de las pasiones que hoy rugen”,
etc., y después de mostrar que sus enemigos son las clases propietarias y
reaccionarias, dice: “Son sus amigos (de Batlle) -no de la persona, sino de las
ideas que encarna- todos los propietarios, todos los obreros, todos los
desheredados, que constituyen el ochenta por ciento de la nación”. Prosigue: “¡hay
80 mil obreros en la capital! hay en los registros cívicos menos de 25 mil
inscriptos. Hay, según comprueba una larga experiencia estadística, menos de 12
mil votantes”. Los obreros, termina su pensamiento, “no saben la
incontrastable fuerza, el formidable empuje de progreso verdadero que podría
imprimir a esta frágil máquina poliquera, si ellos a su vez, en defensa de sus
derechos, siempre vejados, a un lado falsos perjuicios, desdeñaran la necia
preocupación de patria, para ciudadanizarse y votar y se desembarazaran del
sentimiento anárquico para inscribirse y
votar”.[12]
En un suelto del Centro Carlos Marx,
titulado Manifiesto socialista,
firmado por Emilio Frugoni,
establecía lo siguiente sobre la personalidad de Batlle: “...un hombre representativo de principios democráticos y liberales, en
quien el pueblo ha puesto su esperanza de ver realizadas algunas importantes
reformas y que es, en las actuales circunstancias y dentro de la relatividad de
las cosas en el dominio de las instituciones burguesas y tratándose de
gobernantes burgueses, el único candidato que puede ser considerado prenda
segura de un gobierno respetuoso de los derechos y reivindicaciones de la clase
trabajadora”.[13]
Desde el diario La Defensa Nacional se escribían artículos sobre “Las exigencias obreras”.
“Pensar
seriamente en la necesidad de oponerse al avance de las fuerzas proletarias, es
el deber primordial del momento... Negar que el capital está en peligro y que
debe intentarse una acción para contrabalancear los esfuerzos demoledores del
proletariado, que intentan subvertir el actual régimen social, es entregarse a
una acción suicida. Se impone la reacción. Y mucho más en nuestro país donde la
protección al obrero viene francamente de las esferas oficiales y de ellas
emanan también las leyes que castigan al capital”.[14]
En las elecciones de enero de 1917 El Día establecía: “Las clases trabajadoras sufragaron ayer a favor del Partido Colorado. Esta actitud de los
obreros caracteriza la tendencia del partido de gobierno, cuya preocupación por
tutelar sus derechos, ha sido siempre notoria.
Nuestra
legislación contempla las necesidades proletarias de una manera justa y
ecuánime...
Ningún
departamento de la República cuenta tantos obreros como el de la capital, no
sólo por ser el más poblado, sino también porque en él radican numerosas industrias
y manufactureras.
Y el
hecho de que la inmensa mayoría de los obreros haya votado en la capital a
favor del Partido de la Defensa implica un franco reconocimiento de su
tendencia a proteger las causas dignas, con un alto espíritu de equidad y sin
caer en sectarismos que malograrían las más levantadas inspiraciones.
Esta
circunstancia permite afirmar que ninguna otra colectividad puede ser
calificada de popular, con más derecho que el Partido Colorado, ya que es él
quien consulta con mayor acierto los bien entendidos intereses de las clases
laboriosas”.[15]
Un nuevo artículo referente a este tema
determinaba: “Nuestra propaganda
obrerista no se ha inspirado jamás en móviles de proselitismo político. Hemos
entendido y entendemos que las reivindicaciones proletarias son en la generalidad
de los casos, justas y respetables, y las apoyamos con todo el calor de
nuestras convicciones... la ley de ocho horas, dictó disposiciones atinadas
para prevenir los accidentes del trabajo, se esforzó en amparar a la ancianidad
desvalida, levantó por todos los medios a su alcance, con la creación de
múltiples centros de cultura, el nivel intelectual de las clases trabajadoras.
¿Qué
es lo que el Partido Colorado exigió a los obreros a cambio de tantos
beneficios? Nada absolutamente. Si obtuvo su adhesión fue porque los humildes
comprendieron que aquella gran fuerza democrática era la única que en nuestro
país los defendería contra los abusos de los privilegiados de la fortuna. Era
nuestra colectividad la única que se hacía eco de las reclamaciones de los
desheredados, traduciendo en leyes tutelares sus anhelos de mejoramiento moral
y económico...
Lo
extraño hubiera sido que la clase trabajadora se solidarizara con los partidos
políticos que no han servido sus intereses o que se han negado a prestar
atención a sus reivindicaciones; partidos que, por intermedio de sus
representaciones en el Parlamento o en la prensa, impugnaron y combatieron
todas las iniciativas de carácter social que prestigió la colectividad que
gobierna.
En
cuanto a que el Partido Colorado requisa balotas para obtener el concurso
electoral de los obreros a cambio de la protección que les dispensa, es una de
tantas vanas afirmaciones de la prensa nacionalista. Le basta al Partido la
cooperación decidida y espontánea de los que aprecian el valor de su obra
política y social”.[16]
Así era entendida la diferencia entre el
batllismo y el socialismo: “Los votos que
los obreros den al partido socialista son votos casi perdidos, pues este
partido no podrá imponer por sí reforma ni mejora alguna, aunque obtuviera
algunos representantes más en la próxima legislatura. La acción de esos
representantes se reducirá al discurso y a la protesta, sin efecto.
El
batllismo, -que contiene en su amplio programa democrático todo lo que hay de
justo en los partidos de orden más avanzados-, eliminando lo que es falso
dogmatismo y haciendo, por lo tanto, inútiles otros de ese orden en nuestro
país, es quien está en condiciones de hacer efectivas las aspiraciones de un
justo mejoramiento social, porque es una fuerza electoral y parlamentaria
decisiva en la vida de la República. Los votos que los obreros agreguen al
batllismo servirán, pues, de un modo efectivo, para aumentar las seguridades de
su propio mejoramiento”.[17]
[1] D'Elía, Germán - Miraldi, Armando- Historia del movimiento obrero en el
Uruguay. Desde sus orígenes hasta 1930. Montevideo. 1985. pág. 50.
[2] Las huelgas. El Día. Enero, 3 de
1896.
[3] La
Federación Obrera. El Día. Febrero, 24 de 1896.
[4] La
cuestión obrera. El Día. Noviembre, 2 de 1901.
[5] Fernández López, D'Alessandro- Historia de la izquierda uruguaya. Tomo I.
Anarquistas y socialistas. 1838-1910. Montevideo. 1988. pág. 106.
[6] Secretaría de Asuntos Sociales- El camino propio. Montevideo. 1987. págs.
32-33.
[7] La razón de las huelgas. El Día. Junio, 16 de 1905.
[8] Las sociedades de resistencia. El Día. Junio, 23 de 1905.
[9] Legislación obrera. Mensaje del Ejecutivo.
Un trabajo del Presidente. El Día.
Diciembre, 26 de 1906.
[10] El contrato colectivo. Sindicatos obreros.
El Día. Abril, 8 de 1908.
[11] La jornada de ocho horas. El Día. Octubre, 17 de 1915. Nemo.
[13] Ídem. pág.
47.
[14] Las exigencias obreras. La Defensa Nacional. Abril, 6 de 1919.
[15] El voto obrero. El Día. Enero, 15 de 1917.
[16] El partido y los obreros. El Día. Mayo, 31 de 1917.
[17] Batllismo y los obreros. El Día. Setiembre, 13 de 1919.
una porqueria no sirve parab nada pongan lo mas importante
ResponderEliminar¡Muy buenos artículos! ¡Viva el Batllismo!🌹
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