SOCIALISMO
L
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os antecedentes en nuestro país, se pueden
datar desde 1838 al aparecer El Iniciador,
dirigido por Andrés Lamas,
influenciado por la generación de “La
Joven Argentina” y el “Dogma Socialista de la Revolución de Mayo”
de Echeverría, donde se publican
artículos en los cuales se difunden las ideas de Saint Simón.
El 10 de octubre de 1842 en “Le Messager Français”, el periodista
Eugène Tandonnet, discípulo del socialista utópico Charles Fourier, escribe un
número especial que dedica a la memoria de éste. En la obra de Domingo F. Sarmiento, “Viajes en Europa, África y América”, se
hace la siguiente referencia: “Mr.
Tandonnet, ahora mi amigo, ofrecía aun más instructivos detalles de su
residencia en América. Con una educación aventajada, y por la posición de su
familia, en actitud de viajar sin miras de comercio, había residido en
Montevideo largo tiempo, puéstose en contacto con los jóvenes montevideanos y
argentinos, teniendo reyertas por la prensa con Rivera Indarte, y formándose
una pobre idea personal de los enemigos de Rosas. Contrariado en sus miras
como redactor de un diario en francés, por el gobierno de Montevideo, que en
los primeros días del sitio no podía permitir la emisión de opiniones que
contribuían con los esfuerzos de Mr. Pichón a retraer a los Franceses de
armarse en defensa de la plaza, Mr. Tandonnet abandonó la ciudad abrigando
cada día mayor enemistad contra aquellas gentes; pasó al campamento de Oribe,
y aunque en su círculo no hallase nada más digno de su aprecio, el jefe se
captó su voluntad por sus maneras afables, y una verdadera amistad los ligó
desde entonces...
Tandonnet
profesaba además doctrinas que falseaban su razón en punto a libertad.
Tandonnet era falansteriano. Había bebido la doctrina en la fuente misma: era
discípulo de Fourier, y el Juan bien amado del maestro. Habíale cerrado los
ojos, y conservaba en su poder la pluma con que escribió en los últimos
momentos de su vida, algunos cabellos suyos y sus zapatos, como reliquias
carísimas...”.[1]
Posiblemente entre 1840 y 1853, en un
Montevideo cosmopolita como fue en los años de la Guerra Grande se difundieron
ideas socialistas, destacándose Gian Batista Cúneo y Francisco Anzani por medio
de sus periódicos “Il Legionario” y “L'Italiano”.
En 1871 José Pedro Varela traduce en el
diario “La Paz” fragmentos de “La lucha de clases” de Karl Marx.
Por otra parte desde fines del siglo
pasado El Día publicaba notas haciendo referencia a los avance de los
socialistas en otras partes del mundo. “Mr.
Jaures, el notable orador socialista acaba de proponer a la Cámara de Diputados
de la República Francesa un proyecto de ley en el cual se pena con multa de 100
francos a 1000, al patrón que despida a uno o varios obreros por formar parte
de sindicatos o sociedades obreras.
En
Europa el obrero lleva sus representantes a las asambleas en que se hacen las
leyes y éstos cuidan de sus intereses y de hacer valer sus derechos. Aquí el
trabajador es extranjero en su mayoría, vive apartado de la política, no puede
llevar sus representantes al Cuerpo Legislativo y al Gobierno y, por tanto no
siempre es objeto de grande solicitud”.[2]
Como podemos ver las ideas estaban en el ambiente,
debiendo mencionar las dos formas en que se manifiesta el socialismo: por un
lado el socialismo de cátedra, representado por List, Roscher, Hidebrand, Knies. Estos autores sostenían una concepción relativista de las
leyes económicas, a las que consideraban válidas sólo en determinados
contextos y nunca de una manera absoluta.
La otra forma, el socialismo de Estado,
tiene sus figuras principales en: Schmoller,
Held, Bretano, Engels, Wanger; autores que concebían la
intervención del Estado en los asuntos económicos como un imperativo básico, lo
que habría de traducirse luego en el desarrollo de las denominadas funciones
secundarias del mismo (salud, educación, monopolios, servicios públicos, etc.).
A esta última tendencia se acerca el
batllismo para elaborar el rol del Estado, que intervendrá en la vida del país
sin privilegiar a nadie: “Todo cuanto
produce una empresa del Estado debe aplicarse a dar mejor servicio a los
clientes, y clientes son o pueden ser, en último término, todos los habitantes
del país, y a mejorar la situación de sus obreros y empleados, ya que no tiene
por qué proporcionar lucros a sus dueños y puede ofertar gran parte de sus
utilidades a crearles una posición feliz a sus servidores”. [3]
Los autores socialistas fueron manejados y
difundidos por El Día constantemente
cuando en 1911 comienza a darse los primeros pasos para el monopolio de los
seguros.
Richard Wagner
1813-1883
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“Uno de los grandes maestros de la ciencia
económica contemporánea, Wagner, fustiga con razón a los que combaten el monopolio
de los seguros. El seguro no es pura y simplemente un “negocio” al que pueda
aplicarse el criterio que sirve para apreciar las operaciones comerciales en
general; el seguro es ante todo un medio de “felicidad social” y nadie podrá
desconocer que a esta institución le está reservada una importante función
social en los pueblos de civilización superior. Tal es la premisa de que parte
el ilustre y respetado maestro. He aquí sus conclusiones. La primera, es el
seguro obligatorio de ciertos riesgos; la segunda es el monopolio del seguro.
La escuela liberal individualista, dice Wagner, ha puesto en duda cuando no ha
negado que los seguros puedan imponerse con carácter obligatorio; y las
legislaciones inspiradas en estas ideas económicas han rechazado el seguro
obligatorio. Esta apreciación completamente unilateral está fundada sobre
débiles razones teóricas y prácticas, entre otras, la petición de principios de
que el seguro debe ser voluntario por ser su esencia que los beneficios no
pueden imponerse...
El
ilustre economista exponía estas ideas por primera vez en el año 1881. Desde
entonces hasta la fecha han hecho camino y tratadistas de la talla de Witti se
han pronunciado en favor del monopolio de los seguros y otros como el ilustre
Schmoller, profesor de la Universidad de Berlín, han señalado la misma
tendencia”.[4]
Gustav Friedrich von Schmoller
1838-1917
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Batlle utiliza la nacionalización y la
estatización como una de las palancas de la modernidad y el Estado tomará un
nuevo rumbo del que hasta el momento venía desarrollando. “La unificación de una industria y el establecimiento
por tanto, de un monopolio particular, y, en consecuencia, perturbador e
injusto no parece preparar la expropiación de esa industria por el Estado, o
sea la expropiación por la sociedad de los útiles de trabajo. Una de las
tendencias bien definidas de nuestro Partido es la que llevaría a nacionalizar,
o convertir en empresas del Estado, todos los grandes servicios públicos. Si
lleváramos nosotros un número suficiente
de representantes al Cuerpo Legislativo, convertiremos en empresas del Estado
los ferrocarriles, los tranvías, las aguas corrientes, el gas, etc.”.[6]
El Estado no debe de beneficiar tampoco a
un determinado grupo privilegiado, debe
de distribuir y difundir en forma justa para toda la sociedad. “La asunción de los servicios públicos por
el Estado, responde a la difusión y
distribución colectiva de agentes indispensables de bienestar, comodidad e
higiene, a dotar a las clases sociales más numerosas y menos favorecidas, de
una suma de beneficios, que, de otra manera, sería únicamente accesible a las
acomodadas. Se trata, sensiblemente, de favorecer al público, mejorando,
extendiendo y abaratando los servicios”.[7]
José Serrato
1868-1960
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Por su parte el Ministro de Hacienda, José
Serrato, establecía en 1912 en la Cámara de Diputados: “Lo que yo he dicho es que conviene mantener las industrias, cuando son
ejercidas por el Estado, y en eso me ratifico, porque no hay que olvidar -y esto es lo que parece olvidar el señor
diputado Frugoni- que las condiciones en que se desenvuelven esas dos
actividades, son completamente distintas: la privada va siempre en busca de un
lucro más o menos elevado y más o menos legítimo, mientras que la actividad
ejercida por el Estado no va en busca de lucro alguno, sino sencillamente movida por el interés de mejorar y abaratar
los servicios”.[8]
De esto se deriva que el Estado debe
aparecer como representante del interés general de la opinión pública, y
protector de las libertades. Los gobernantes deberán ser electos por medio del
sufragio universal y los partidos políticos serán los intermediarios en ese
proceso. En éste período, se dará la creación de los Entes Autónomos consagrados
en el artículo 100 de la Constitución de 1919. Dicho proceso ya se venía manifestando desde la
última década del siglo pasado, en discursos y debates que mostraban las
ventajas del intervencionismo estatal en la esfera económica.
Destacándose entre ellos Juan A.
Capurro, Carlos de Castro, Francisco Bauzá, con intervenciones importantes
sobre los fines secundarios del Estado.
Feliciano Viera
1872-1927 |
Pero Batlle debió
de hacer frente a aquellas mentalidades que todavía veían un Estado
tradicional. Sus peores enemigos a veces salieron del propio Partido Colorado,
un caso típico fue Feliciano Viera, cuando estableció el 8 de abril de 1919 sus
diferencias con Batlle, y no olvidemos el famoso Alto de Viera: “Hasta aquí hemos estado de acuerdo con el
señor Batlle. Para el futuro no podemos decir lo mismo, porque no sabemos qué
quiere Batlle. Es posible que aceptemos de sus ideas todas aquellas que
encuadren dentro del programa colorado. Pero lo que es indudable es que no lo
acompañemos en un avancismo “a outrance”. El Partido Colorado no es socialista,
ni va al socialismo. A mi juicio, su
misión, ahora más que nunca, es conciliar al Capital con el Trabajo, sin
hostigar a ninguno de estos dos factores, de cuyo acuerdo depende el bienestar
nacional”.[9]
También lo atacó la prensa colorada, en
particular “La Mañana”: “¿Hasta dónde llegan las ideas comunistas del
batllismo? ¿Es un partido socialista? ¿Es un grupo de bolcheviques? Nos
parecería útil saberlo, porque ello interesa grandemente a todos. ¡Hasta podría invocarse razones
supremas de tranquilidad social! No vaya a ocurrir con eso de Lenin, Trotsky y
Cía., como ocurrió, con el colegiado... Hay ya gente que sueña con cosas
horribles y que hasta dormidas tiemblan de miedo ante multitudes enfurecidas
que piden el respeto general. Nosotros -queremos que conste- hacemos la
pregunta consultando única y exclusivamente al interés nacional y la paz de
los miedosos, porque personalmente no nos afecta un reparto del que oímos
hablar sonriendo, pensando con buen juicio que con algo que tenemos, y con algo
que nos toque, vivimos felices y contentos”.[10]
Emilio Frugoni Queirolo
1880-1969
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Son conceptos duros, pero esto deja ver
bien en claro lo difícil que era cambiar la mentalidad de los uruguayos, aunque
éstos fueran del propio Partido Colorado.
Emilio Frugoni establecía: “El único coraje que a mi juicio le faltó a
Batlle, fue romper abiertamente con la preocupación tradicionalista, en
momentos en que de haberlo hecho, hubiera concluido probablemente con ella”.[11]
En cambio el batllismo brega por la
subsistencia de la propiedad privada,
considerada el motor del desarrollo económico. Por ello el establecimiento del
impuesto a la tierra, por el cual se
buscaba la utilidad social, el fraccionamiento del latifundio ganadero, pasando
a la mediana propiedad agrícola, tema abordado en el georgismo.
Así lo establece Serrato en la Cámara de
Diputados el 7 de setiembre de 1911: “A
la idea de la propiedad individualista, se ha sustituido ya en el hecho la
idea social de la propiedad, la idea social que hace que el individuo tenga en
la sociedad moderna, no la libertad como derecho, sino la libertad como
función, para llenar una misión, en fin más o menos importante en la vida... Y
que la propiedad también ha sufrido restricciones, lo va a ver enseguida la
Cámara. ¿Fundada en qué principio individualista de la propiedad sería posible
imponer con una contribución diferencial superior a un terreno baldío dentro
de la ciudad de Montevideo?... Es fundado en la idea social de la propiedad,
que el Estado obliga al pago de una contribución mayor, a veces aparentemente
injusta y violenta, para obtener que ese baldío desaparezca”.[12]
Por su parte Juan Antonio Buero reafirmó
la idea de la utilidad social de la propiedad individual: “La propiedad individual, la propiedad de la tierra, es un hecho consagrado...
pero (ella) como el salario y el capital...
tienen esa función social que realizar... si protegemos a la propiedad, no es
por un razonamiento metafísico ni por una idea teológica, sino por una razón de
utilidad social...”.[13]
El batllismo es una tendencia
evolucionista, parte de un proceso nunca interrumpido a que está sujeta la
sociedad, el triunfo definitivo de la justicia social. Cree que debe
desarrollar su acción valiéndose de los órganos creados por la propia sociedad
para el orden y regulación de su vida interna. A su vez cree que las
instituciones políticas no son el producto de la especulación abstracta.
El
gerente general del Banco de la República, Octavio Morato, establecía en
1926: “Por socialismo de Estado debe
entenderse la política económica y financiera desarrollada con el fin de
introducir ideas de reforma social en la organización del Estado, sin conmover
y sin modificar fundamentalmente las instituciones legales y políticas. En vez
de ir a la conquista de las reivindicaciones sociales por medio de la
revolución, que puja por arrasar los fundamentos de la sociedad actual, el
socialismo de Estado tiende a dar satisfacciones a aquellas reivindicaciones,
por medio de la evolución, sobre la cual descansa la estabilidad social, mientras
que el socialismo como doctrina económica significa la apropiación social de
todos los medios de producción,
máquinas, instrumentos, etc.”.[14]
El batllismo no pretende ser el
representante de los intereses de una clase determinada, no es partidario ni contrario a la propiedad
privada, no busca defender a los individualistas, ni a los defensores de la
propiedad comunal.
El batllismo se acerca a las concepciones
solidaristas de Duguit, y representa
una tendencia política social y jurídica fundada en un conocimiento más preciso
y experimental de los hechos sociales,
que busca, no en el hombre -sino fuera de él- el nuevo punto de vista de la
ciencia social, política y económica.
El hombre, al decir de Bonnard,
es un ser esencialmente social: no puede vivir más que en sociedad.
Este hecho crea entre los individuos lazos
de interdependencia y de solidaridad, que resultan de la circunstancia de
tener necesidades que no pueden satisfacer más que por un cambio recíproco de
servicios, requiriendo reglas de conducta que se imponen a los hombres en razón
de la solidaridad que los une, y en virtud de organizar y reglamentarla.
Las reglas establecidas generan derechos
y, como corolarios, poderes. Así los derechos tienen su fundamento lógico, no
sobre los individuos, sino sobre las relaciones sociales.
Es clara la adopción de esta corriente,
pero habremos de ver más adelante como
ésta no implica que el batllismo sea socialista como se ha pretendido
establecer.
“Nuestro
estimado colega El Bien, se manifiesta contrariado de que el Comité Colorado
departamental de Montevideo piense incluir entre sus candidatos para miembros
de la Junta E. Administrativa, a un titular perteneciente al partido
socialista.
Nos
permitimos observar al colega, que carecen de fundamento sus objeciones...
...los
procedimientos y las tendencias de los colorados no pueden, en efecto, decirse
que son socialistas; pero no puede negarse que la índole, los procedimientos y
las tendencias de nuestro partido -que tiende a liberalizar las masas, a hacer
progresar las instituciones, a conceder al pueblo todos los beneficios de la
más amplia democracia, a respetar entre sus afiliados, el valor de las
opiniones individuales, a borrar las fronteras confraternizando en la historia,
y en las grandes aspiraciones con los extranjeros- no puede negarse, decíamos,
que desde estos puntos de vista tiene que cultivar con el socialismo y en
general con las clases obreras cierta cordial simpatía.
Y
esta simpatía es tan espontánea que han sido los propios socialistas los que,
con motivo de la presente contienda electoral, han iniciado la entente con las
autoridades directivas coloradas, las que no han podido menos que recibir con
el mayor agrado una aproximación que por tantos conceptos les es satisfactoria”.[15]
Celestino Mibelli
1882-1969
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Pero veamos cuales
han sido los conceptos básicos de Batlle sobre la idea de la lucha de clases,
en una polémica con Celestino Mibelli,
unas de las principales figuras del socialismo, electo constituyente
(1917-1923): “Lo que hemos afirmado y
demostrado es que las sociedades no se dividen en dos clases enemigas,
perfectamente definidas y separadas, entre las cuales no pueda haber más
relación de sentimiento que el odio, ya que según Mibelli la una sólo se
preocuparía de explotar a la otra. Largamente expusimos algunas de las razones
por las que hay que afirmar que si la actual organización social no da a cada
cual lo que le corresponde, ello débese atribuir al atraso de las ideas y a la
dificultad de determinar lo que es de cada una y no a una voluntad general
injusta. Hicimos notar además al señor Mibelli que, entre el extremo de la
clase capitalista y el de la obrera, hay una escala casi infinita de posiciones
ocupadas por personas que no se consideran explotadoras ni explotadas.
Lo que
se quería demostrar es que entre la clase capitalista y la obrera hay una escala de situaciones por
personas de las que no se podría decir que pertenecen a una u otra clase”.[16]
“De
las afirmaciones falsas de que no creemos en la existencia de clases, deduce,
forzosamente, que no creemos en la lucha de clases y establece que optamos por
dejar sin solución el problema de establecer relaciones económicas más justas
entre los hombres. Ahora bien: hemos reconocido la injusticia de esas
relaciones, a cada paso, y la necesidad de una organización mejor de la
Sociedad. No hemos desconocido la oposición de intereses entre los hombres de
más alto rango en la forma y los de más bajo, ni que unos pugnen por no
descender y otros por ascender. Lo que hemos dicho y repetimos ahora es que la
Sociedad no se divide en dos clases únicas, la de los explotados y la de los
explotadores, enemigos a muerte, y que, la oposición entre los que más tienen
y los que tienen menos, débese atribuir no, en primer término, al interés egoísta
y a la mala fe, sino a la dificultad de procesar fórmulas de arreglo.
¡No
es la injusticia social la obra de la perversidad humana! El egoísmo y la mala
voluntad nacen más bien de esa injusticia. He ahí unas declaraciones preciosas.
La injusticia social es el resultado de los hechos, de los errores, de la
ciega combinación de los acontecimientos. La mala voluntad de los hombres nace
a su calor pero no la produce. Luego, esa mala voluntad no tiene un carácter
general y no hay que entablar la lucha contra ella. Luego, lo que hay que
combatir es el hecho de su injusticia, el error de las ideas, las
circunstancias creadas por error, y por fuerzas, también, que le son extrañas.
Luego, no hay motivo para esa terrible enemistad de los hombres.
¿Que
ciertos hombres son beneficiados por la situación creada y otros perjudicados?
Pero, no siendo esto la obra de su mala voluntad, reconozcamos que todos pueden
colaborar en la obra de la justicia, con la excepción de los realmente
injustos. ¿Qué hay que suprimir una clase? Reconozcamos que lo que es
necesario suprimir son las relaciones viciosas de derecho que lo constituyen y
no las personas mismas. Reconozcamos que esta supresión puede ser también una
modificación, que haga encajar todo en una organización de justicia”.[17]
“...Desde
el punto de vista del interés material no hay clases. Todos los hombres, salvo
alguno que otro iluminado muy digno de gran estima, aspiran a la riqueza y
todos se afanan por conservar la que
tienen o adquirir la que no tienen. No hay, pues, clases desde este punto de vista; no hay más que una
clase: la universal de los que aman su bienestar, adquirido ya o solamente
deseado.
Son
muy raros los hombres que rechazarían el hallazgo de un gran tesoro o la suerte
grande de una lotería millonaria. Ahora bien: sólo esos hombres escasísimos
pueden odiar legítimamente a los favorecidos por la fortuna. No es posible, en
moral odiar a los ricos, repudiar los infames y tiranos y estar dispuesto al
mismo tiempo a convertirse en rico de noche a la mañana, en cuanto sople
favorablemente la fortuna...
Los
hombres no pueden, pues, dividirse en los que tienen bienes y los que no
tienen, para crear dos especies distintas de seres morales.
Más
racional es distinguir por sus ideas y por sus sentimientos de justicia.
No
llevan por buen camino a los obreros los que los imbuyen en sentimientos de
odio y podrán privarlos, así, del concurso de un gran número de hombres
sinceramente empeñados en establecer relaciones justas entre sus semejantes y
mejorar la suerte de todos”.[18]
En varias oportunidades Batlle remarca la
idea en la cual la diferencia entre los hombres no está en la cantidad de
bienes materiales que pueden poseer, no habiendo en su postura un determinismo
económico, demostrando a su vez que no hay dos clases nítidamente definidas “explotadores-explotados” sino que la diferencia debe estar basada en
las ideas que éstos posean y sus sentimientos.
Se señala permanentemente que el tema no
radica en manifestar como única relación
el odio de la clase obrera hacia la capitalista, sino en lograr el equilibrio
combatiendo la injusticia social y procurando una justa redistribución.
Para poner punto final al tema nuevamente
utilizaremos la discusión entre Batlle y Mibelli: “Queremos que nuestras conductas concuerden con nuestras ideas. Y, si
se nos probase que decimos una cosa y hacemos otra, lealmente reconoceríamos la
existencia de un error en nuestras ideas o en nuestro proceder. Al revés del
señor Mibelli, creemos que conviene traer a colación los actos de los que
discuten, cuando parecen contradecirse con las ideas, para que se demuestre que
no hay tal contradicción o se rectifique el pensamiento o se declare errónea
la conducta, con todo lo cual, se aclara el punto discutido.
Y
así, insistamos en que el señor Mibelli es un pequeño burgués. Nos hemos
fundado, para decirlo, en que sus maneras, su traje, su vivienda, su
preparación para la vida, su posición, corresponden a un burgués más que a un
obrero. Él dice: “burgués es el que no vive de su salario”. Pero esta
definición es errónea. El zapatero remendón, el lustrabotas, el ropavejero, el
vendedor ambulante y en general, todas aquellas personas que ejercen pequeños
oficios por su cuenta, no viven de su salario y no son, sin embargo, burgueses.
En
cambio hay muchas que gozan de sueldos, como el señor Mibelli, y más bajos, o
más altos, que no podrían ser considerados como obreros.
Burgués,
en castellano, significa ciudadano de la clase media, esto es, de la clase
colocada entre la nobleza y el pueblo, de la clase que no es noble, pero que
tampoco es obrera. La pequeñez del salario no hace al obrero; lo que lo
caracteriza es más bien la rudeza del trabajo, la obra material, manual. Esta
obra, por lo mismo que no requieren una gran habilidad o preparación en el que
la ejecuta, es siempre escasamente retribuida, y de ahí los sueldos reducidos.
Además presenta pocas perspectivas de mejoramiento, de posición para quien la
realiza, desde que debe limitarse, por su propia naturaleza, a una esfera de
acción muy restringida. No pasa lo mismo con las otras tareas que son, a veces,
retribuidas con sueldos bajos: las del periodismo, por ejemplo, a que se ha
dedicado el señor Mibelli, en las que, con una clara inteligencia, fácilmente
se llega a elevadas posiciones. De todo esto se deduce con toda claridad que el
señor Mibelli es un pequeño burgués, pues, si su sueldo, más elevado que el de
la generalidad de los obreros, y sus maneras y hábitos de vida no lo demostraran
suficientemente, lo pondrían en evidencia la naturaleza nada ruda de su
trabajo y las perspectivas de mejoramiento que ese mismo trabajo le presenta.
Y he aquí una prueba de que la burguesía y el proletariado no se hallan tan
hondamente separados como el señor Mibelli cree.
Pero
¿por qué se empeña el señor Mibelli en no ser burgués? ¿No nos ha declarado que
se puede ser burgués y socialista? ¿No admite que hay socialistas ricos, muy
ricos, que, naturalmente, no viven de un salario, y que por tanto, son
burgueses con arreglo a su definición? ¿No nos ha manifestado alegremente que,
a él mismo, le interesa el numerario de éstos, lo que quiere decir que de muy
buena gana se convertiría en fuerte burgués? ¿No nos ha dicho que un socialista
burgués, es decir “un socialista adinerado es admirable, no por su dinero, sino
por su sinceridad, por la fe de su corazón, por la luz de su inteligencia”?
Pero
¿y la lucha de clases? ¿El socialista burgués lucharía, entonces, contra los
obreros? El señor Mibelli nos dijo en uno de sus primeros artículos: “La
organización capitalista ha separado a los habitantes de cada nación en dos
clases perfectamente diferenciadas. Los que viven merced al salario están
frente a los que aprovechan del trabajo ajeno; los trabajadores, herederos
históricos de los esclavos, están en un sector social que no es, precisamente,
el que ocupan los dueños de la tierra y del capital. La organización social que
impone este estado de cosas ha separado a los hombres de un país en dos clases
que no tienen ni intereses, ni pasiones, ni sentimientos solidarios y
armónicos. Por el contrario, se consideran como enemigos. Y lo son en realidad.
Un solo hecho casual y fortuito los une; mil hechos intencionales y conscientes
los separan”.
El
señor Mibelli ha modificado, un tanto, en sus últimos artículos sus opiniones a
este respecto. Pero dejémosle otra vez la palabra: “No es por odio que los
hombres están separados en clases, sino por intereses. Es lo que hemos dicho.
No pregonamos la necesidad de que el obrero odie a su patrón. ¿Qué utilidad le
reportaría hacerlo? Sostenemos, eso sí, que la clase obrera no tiene el mismo
interés que la capitalista y que los intereses de cada una son antagónicos e
irreductibles”. Etc.
Nosotros,
dentro de nuestras ideas, sí, solucionaríamos esta antinomia. No es el egoísmo
lo que divide a los hombres; no es en unos el propósito de explotar y en otros
la desgracia de ser explotados; no es la inmoralidad repartida entre todos por
igual, desde que aquéllos se afanarían por continuar viviendo del trabajo ajeno
y estos por empezar a vivir de ese mismo trabajo ajeno lo más pronto posible.
Lo que divide a los hombres es la dificultad, repitámoslo, de resolver el
problema de lo que corresponde a cada cual. Sin duda, los poseedores de las
mayores sumas de bienes podrán ser más tardíos que los poseedores de sumas
escasas en comprender que deben despojarse de algo; en compensación estos
últimos creerán ver claro que les corresponde más de aquello a que en realidad
tienen derecho; el defectuoso espíritu humano ofrece estos aspectos pintorescos.
Pero la intención dañina consciente es la excepción; y la verdad bien
demostrada se impone al pensamiento de la generalidad sin encontrar muy grandes
resistencias.
Aceptado
esto, se comprende que haya quien sea rico y socialista al mismo tiempo, pues
se admite que las ideas y las aspiraciones de justicia pueden germinar y
desarrollarse en todas las situaciones; y, no considerándose ya la fortuna
como un veneno que mata los buenos sentimientos y las buenas ideas, puede
convenirse en que la conserve el que llegue a adquirirla, con tal que haga de
ella un buen uso, y en atención a que no sabría bien de qué parte debería
despojarse, ni a quien tendría que entregarla. Se podría justificar, así, el
deseo de ser burgués del hombre de ideas avanzadas; y siéndolo, el hecho mismo
de aceptar y proclamar reformas que tenderían a reducir su propio capital,
constituiría un motivo más para que se creyese en su sinceridad y su abnegación”.[19]
Bajo el seudónimo Flag en 1921 Batlle
tratará de demostrar lo equivocado que era sostener la lucha de clase: “Lanzar a la lucha violenta de clases a los
hombres de trabajo, en un país democráticamente organizado, es una locura o un
crimen. Esta lucha termina fatalmente con el triunfo del orden social establecido
y puede terminar también, al mismo tiempo, por muchos años, con el proletariado.
Derramar la sangre humana abundantemente para no obtener resultado alguno, es
una locura cuando el móvil es generoso y puro; es un crimen cuando el móvil es
el interés y la ambición personales.
...Ninguna
dictadura de una clase sería justa: la del proletariado iría mucho más allá de
la justicia para favorecer a los proletariados; la de la burguesía iría
también mucho más allá de la justicia para mejorar aún más la situación de los
burgueses y consolidarla por largos años. Y una lucha para establecer aquella
dictadura puede llevar fácilmente al establecimiento de ésta”.[20]
El panorama internacional agrega nuevos
elementos a este tema, dado que aparece en la escena política la Internacional
Socialista, que Batlle la incorpora en el debate cuando hace mención a la
preocupante “lucha violenta de clases”.
Por qué tal visión en nuestro país: “Decíamos que la lucha o guerra de clases a
que quiere arrastrar a los obreros es necesariamente injusta en una república democrática como la
nuestra...
La
Constitución de la República, que todos nos afanamos en hacer cumplir,
establece el sufragio universal. Todos los hombres que constituyen nuestra
colectividad política, hasta los que no saben escribir ni leer, tienen el
derecho de influir por igual en la dirección de la República... Ese
instrumento, el sufragio, que tiene en sus manos el hombre de trabajo y que
puede emplear de una manera decisiva, desde que la mayoría está constituida
por hombres de su condición, ¿lo ha forjado él mismo?
No.
Nuestros grandes adelantos constitucionales no son el resultado de una clase;
el sufragio universal no es una conquista del obrero exclusivamente; han
concurrido a crear nuestras leyes hombres de buena voluntad de todas las
instituciones sociales, y si algunos han influido más que otros, han sido los
de posiciones más holgadas contra los que se querría desencadenar, ahora, sin
hacer distinciones, el odio y la guerra. La lucha de clase es la violencia como
sistema de acción, la guerra civil, sólo podría justificarse en el caso en que
los hombres de las clases acomodadas se organizaran con el propósito de
impedir a las otras clases el ejercicio de los derechos que esa constitución
les reconoce y quisieran poner en práctica ese propósito...
Otra
prueba de que no hay en nuestra república democrática motivo serio de tamaños
odios como se quieren inculcar al proletariado ni de tan terrible guerra, es la
ley que hace obligatoria la jornada máxima de ocho horas. Esa ley ha sido
sancionada con el concurso de los hombres de todas las clases del Partido
Colorado, afanados en mejorar la situación del obrero. Y esa ley es, en un país
de sufragio universal, una fuerza política enorme dada al proletariado”.[21]
[1] Sarmiento, Domingo F.- Viajes en Europa, África y América.
Buenos Aires. 1854. Págs. 118-119.
[2] Protección al obrero. El Día. Diciembre, 16 de 1895.
[3] Giudice, Dr. Roberto- Op. Cit. pág. 84.
[4] El monopolio de los seguros. La ciencia y
la legislación universal. El Día.
Mayo, 3 de 1911.
[5] El monopolio de los seguros. El Día. Mayo, 6 de 1911.
[6] Giudice, Dr. Roberto- Op. Cit. pág. 84.
[7] Ídem. pág.
89.
[8] Frugoni, Emilio- Selección de discursos. Año 1912. Tomo II. Págs. 259-260.
[9] González
Conzi, E. - Giudice, Dr. R.- Op. cit. Pág. 203.
[10] El Dr.
Ramón P. Díaz ¿Y el programa? La Mañana. Abril 16 de 1919.
[11] Frugoni,
Emilio- El libro de los elogios. Montevideo. 1953. Pág. 88.
[12] D.S.C.R. Tomo 212. Setiembre, 7 de
1911. págs. 208-233.
[13] D.S.C.R. Tomo 238. Enero, 28 de
1915. pág. 364.
[14] Morato, Octavio- El Estado industrial y sus funciones. Montevideo. 1943. pág. 15.
[15] Notas. Los socialistas en la Junta. El Día. Enero, 28 de 1905.
[16] Cuestiones Sociales. El Día. Junio, 3 de 1917.
[17] Cuestiones Sociales. No hay lugar para el
odio. El Día. Julio, 5 de 1917.
[18] Lucha de clases. La violencia por método.
El Día. Enero, 24 de 1921.
[19] Cuestiones Sociales. Quiénes son burgueses.
El Día. Junio, 15 de 1917.
[20] La lucha de clases. Peligro de los obreros.
El Día. Enero, 26 de 1921.
[21] La lucha de clases. El Día. Febrero, 4 de 1921.
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