RACIONALISMO
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espués de la Guerra
Grande, el país comienza a vivir lo que Ardao denominó "la cuestión religiosa", donde se da
un doble proceso, por un lado la secularización y por otro la laicización.
El racionalismo no busca la verdad en
texto alguno, sino la reivindicación de la razón en la conquista del
conocimiento.
Sus antecedentes en el país pueden remontarse a la época colonial
aunque en nuestro trabajo lo tomaremos a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, el cual pasará por distintas etapas que se caracterizarán por su lucha
dual:
a) entre 1850-1865 de
claro corte teísta, donde se produce el enfrentamiento entre el catolicismo
masón y los jesuitas.
b) entre 1865-1880 en
la cual el deísmo confronta al racionalismo en sentido estricto con el
catolicismo.
c) Por último la
comprendida entre 1880-1925 que es
impregnada por el agnosticismo y el ateísmo y marcada por la lucha entre liberales
y clericales, que en el terreno básicamente político institucional llegará a
concretar la separación de la Iglesia del Estado.
A partir de 1860 se enfrentan el
catolicismo y el racionalismo en sentido estricto, éste como expresión del
deísmo filosófico de la religión natural; apareciendo las primeras influencias de la escuela
racionalista coincidentemente con el triunfo de Jacinto Vera en 1863.
Es en estos momentos que comienza un
proceso de recomposición en el catolicismo, del cual se desprende un grupo de
jóvenes que se integrarán a los elementos universitarios.
Sin duda las obras del chileno Francisco Bilbao fueron fermentales para
los jóvenes universitarios de Montevideo.
La revista La Aurora comenta la obra La América en Peligro, publicada en Buenos Aires en 1862: "¿Y por qué no decirlo al instante? Sí, este
libro nos ha gustado sobremanera,
nos ha sacudido desde las primeras
páginas, desde las primeras líneas. Sucede con los libros lo que con los hombres. Hay seres totalmente bien
dotados en sus cualidades físicas o
morales, que es casi imposible que no nos atraigan desde el primer momento -que no nos acerquemos a ese hombre-
que procuremos su relación, cuando no su amistad.
Ese
lenguaje colorido, esa frase siempre corta, concisa y clara, ese juicio siempre
a la altura de las ideas del siglo, ese corazón que anda siempre con la
educación, forman el atractivo libre que nos ha regalado el Sr. Bilbao
desde la vecina orilla. Aunque no estemos en todo conforme con las ideas
que emite, no por eso podemos dejar de aceptar muchos de sus principales capítulos, y de recomendar
su lectura.
No
nos sorprende, pues, por lo avanzado de los principios que asienta, que la
aparición de ese folleto haya despertado en Buenos Aires una gran polémica contra su autoridad. Eso no quita su
mérito".[1] En Buenos Aires
el Obispo prohibirá la lectura de dicha obra.
El poeta Laurinde Lapuente publica en La
Aurora el siguiente comentario sobre dicha obra: "La América en Peligro por Francisco Bilbao, el Lamennais Americano, es
una columna de fuerza que, como la del Masaya, se levanta a los cielos para
fortalecerse en Dios y alumbrar la verdad en la ciencia. Es la voz del profeta
de la democracia, ardiente como la libertad y sereno como la justicia; que
habla a la América, interrogo... exhorto a los pueblos y confunde a los
déspotas. El trueno que revienta y conmueve el Papado y el Imperio; el rayo que
ilumina y destruye las preocupaciones y los errores políticos y
religiosos; la ley que disipa los fantasmas, erguidos en las tinieblas de la ignorancia.
Halla
las causas intelectuales (de la
debilidad de América) en la ignorancia y el error, rechaza el catolicismo para religión de la República,
combate sus abusos y prueba que es incompatible con la libertad... Presenta como causas morales la influencia del catolicismo en la política,
el dogma de la obediencia
ciega y sus efectos, la tendencia a la infalibilidad como medio jesuita
de despotizar, la dictadura y la desaparición del sentimiento de la junta.
José Pedro Varela |
La
América en Peligro es una obra de oportunidad momentáneamente y de objeto
permanente. Tiene estilo elevado y enérgico, fuerza de argumentación y de
lógica, expresión clara y metódica de las ideas y de los hechos. Su idea
dominante es la unificación de la religión y de la política. La voz de
Francisco Bilbao es la que se ha levantado más alto en América, para combatir
el error, señalar el peligro y mostrar el abismo que separa a la Iglesia del
Estado".[2]
Este pensamiento fue recogido en nuestro
país por muchos universitarios de la época, siendo un reflejo de ello La Revista Literaria, en la que, en
1865, en su primer número y a inspiración de Bilbao, escribía Julio Herrera y
Obes: "La Revista tiene por religión
la creencia en Dios; por moral, la divina moral; por
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Para muchos el iniciador del racionalismo
en nuestro país fue José Pedro Varela, ferviente seguidor del pensamiento de Bilbao, quien publicara en El
Siglo varios artículos entre los que se destacan "Francisco
Bilbao y el Catolicismo"
y "La Iglesia Católica y la Sociedad Moderna";
figura trascendente en el país, quien
había iniciado su proceso de reforma educativa.
De él nos interesa rescatar el siguiente
pensamiento: "La escuela laica
responde fielmente al principio de la separación de la Iglesia del Estado. Desde que vamos a sostener la
Justicia y la conveniencia de no enseñar en las escuelas públicas, o mejor
dicho, de no enseñar en la escuela, los dogmas de una religión positiva
cualquiera, empecemos por rechazar el cargo injusto que nos dirigen los
adversarios de esa doctrina, diciendo que los que así piensan quieren el
establecimiento de la escuela antirreligiosa".[4]
Desde la cátedra del Ateneo y a través de La Razón,
Prudencio Vázquez y Vega participará en esta polémica, en tiempos muy duros
para la prensa bajo la dictadura de Latorre, estableciendo ya en su primer
número cuál sería su postura: "Los
problemas sociales y políticos han llamado siempre la atención de los hombres
pensadores, ya por el simple amor a la verdad, ya por las considerables consecuencias
a que dan origen las diversas soluciones que pueden darse a esos problemas;
entre ellos aparece desde luego y como uno de los más dignos de consideración y
estudio el que refiere a las creencias religiosas de las sociedades.
Nosotros, preocupados de esta cuestión con motivo
del giro inconveniente que ha tomado en
nuestro país, hemos creído de nuestro deber combatir por todos los medios
legítimos, las viejas preocupaciones
religiosas, mostrando al pueblo los falsos fundamentos del catolicismo, su
inocua historia, su intolerancia secular, su inmoralidad presente y su ambición
desmedida. Creemos que como hombre y como ciudadano tenemos el imprescindible
deber de impugnar el error, la inmoralidad y la injusticia en todos los
instantes de nuestra vida, he ahí por qué iniciamos esta lucha.
Jamás
he rehusado el combate al clericalismo, ¿y lo habríamos de rehusar hoy cuando
pretende implantar su régimen retrógrado aunque a beneficio de circunstancias
de otro orden que no nos es dado analizar?, no, seguramente; hemos de continuar
la lucha comenzada en los clubes y en las asociaciones científicas, dándole por
medio de la prensa el carácter popular que ella reclama.
Hemos
de poner nuestras facultades al servicio de las grandes ideas proclamadas por
todos los pueblos civilizados de la época, hemos de mostrar que el liberalismo
y la civilización moderna condenada por el catolicismo, constituyen las más
bellas conquistas de las generaciones humanas. Y hemos de hacer ver con
claridad evidente que el ideal de la humanidad no está ni en las funestas
doctrinas del catolicismo, ni en sus orígenes, ni en ninguna de las religiones
positivas, y que las más bellas aspiraciones del hombre son aquellas que tienen
por único móvil la realización del deber en todas las esferas de la vida".[5]
Del editorial se desprende una crítica al
catolicismo y esa será la forma de
difundir el racionalismo.
A los pocos días publicará: "Nuestra tarea está marcada. Combatir el
catolicismo explicando el racionalismo.
La
tarea no es sencilla, como a primera vista parece, porque tenemos que combatir
con un enemigo que posee poderosos recursos. Nosotros no contamos con otras
armas que la razón y la lógica, en tanto que nuestros contrarios cuentan con la
autoridad de un resucitado, con todo el magnífico aparato del templo, con la
confesión, con la excomunión, con mitras
y bastones retorcidos y sobre todo con un infierno en que se quema a los
incrédulos, y un cielo en que a los buenos contribuyentes les nacen plumados
alones para que puedan revolotear en torno de aquel espléndido trono que
describe San Juan en su Apocalipsis.
Para
las clases ignorantes, cuya imaginación se alucina fácilmente con todo el
aparato escénico que despliega el catolicismo y que no ve claro a través del
humo del incienso, y que admira los
copones de oro y los candelabros de plata, debe parecerles muy pobre cosa
nuestra religión, que no ofrece más recompensa que la tranquilidad de la
conciencia, ni tiene suntuosos templos y cuyo apóstoles visten prosaicamente
de levita y no se afeitan coronillas, ni reparten bendiciones, ni se colocan
detrás de las rejillas a averiguar vidas ajenas.
Ese
es el escollo de nuestra propaganda, que
debe dirigirse principalmente a las clases ignorantes, porque felizmente entre
nosotros son raras las excepciones de los no afiliados en la secta liberal
entre los que han saludado la ciencia.
Por eso la enseñanza del racionalismo debe acompañarse con la lúgubre historia del catolicismo, hacer ver todos los crímenes siniestros de
que ha sido teatro la Roma de los Papas, toda la sangre que se ha derramado
en nombre de la fe, todo el atraso que han sufrido las ciencias por causa
del fanatismo, y toda la hiel y el
veneno derramado en el hogar a través
de la tupida rejilla del confesionario.
Esta
es la tarea que debemos emprender y cuanto
antes, porque cada día que pasa señala un nuevo paso de adelanto que
hace el ultramontanismo. Día a día llegan a nuestras playas numerosos sectarios
de Loyola, que van fundando escuelas,
que se nutren de lo que quitan a
nuestras escuelas municipales. El niño aleccionado allí es un nuevo propagandista en su casa, y sus padres, pobres jornaleros ignorantes, van a formar en las filas de los que un
día, no lo dudéis, han de tratar por
medio de la fuerza, de matar todo germen liberal.
Ya
lo hemos dicho y lo repetimos: en esta cuestión religiosa va envuelta la
cuestión política. De aquel lado, del lado de los beatos, están los
ciudadanos que se presentan dóciles a
todo acomodamiento, que aceptan como razón suprema la de los hechos consumados
y que aplauden toda medida violenta contra la libre expresión del pensamiento.
De este lado, del lado de los librepensadores, están los ciudadanos que no se
prestan al conculcamiento de la ley, que protestan contra toda imposición de la
fuerza y que saben sacrificarse en defensa de sus instituciones. De otro, la
democracia y la razón pugnando por emanciparse de esas cadenas... De pie
juventud ilustrada y liberal, que la hora del combate ha llegado ya. Unámonos
para combatir ese ultramontanismo que nos invade y no malgastemos tiempo y
fuerza en pequeñas cuestiones de detalle".[6]
Hasta el momento no hemos visto definir el
racionalismo; siempre fue presentado como una forma de atacar al catolicismo.
Recién el 30 de octubre aparecerá ¿Qué
es el Racionalismo?: "Un orden
lógico en la discusión de los dogmas del catolicismo, exigiría en primer
término la exposición de algunas consideraciones acerca de la importancia y
método que debería seguirse para encontrar la verdad; en segundo lugar, la crítica más acabada de los
referidos dogmas; y en último análisis, la exposición de las verdaderas
doctrinas religiosas que debe profesar la humanidad. Primero destruir, después
edificar.
El
racionalismo, en el sentido más lato de la palabra, es el sistema filosófico
que busca la verdad por el empleo de las facultades intelectuales del espíritu,
es decir por la percepción sensible, por la conciencia y por la razón.
El
verdadero racionalismo acepta esas tres fuentes de conocimiento, no una sola de
ellas, puesto que no es un sistema exclusivo sino por excelencia armónico: él
no admite nada como verdadero, bello y bueno, si no es considerado tal a la
luz de nuestras propias facultades.
¿Pero
qué enseña el racionalismo en moral, en religión y en política? ¡Ah! el
racionalismo en moral profesa la doctrina del deber, basada en la idea absoluta
del bien concebido por la razón y como residiendo en Dios mismo; profesa, pues,
hacer el bien por el bien mismo, no por galardón, por interés o por placer,
sino en virtud de aquella idea racional que se nos impone a la conciencia como
imperativo categórico. En materia religiosa proclama el racionalismo la
existencia de un solo Dios como ser infinito y absoluto, bueno y justo,
inmanente y trascendente, como razón de todas las cosas y como ideal de la
persona humana. Rechaza la revelación histórica y personal de Dios al hombre,
niega la verdad de todas las religiones positivas y predica la religión santa
del deber. Y por fin, en política el Racionalismo enseña la existencia de la
idea del derecho, como principio regulador del orden social, benéfico principio
que debe ser respetado por la voluntad y por tanto poder público; enseña
asimismo el imperio de la soberanía popular, tratándose de la organización de
la autoridad, no habiendo más límites para aquella soberanía que los principios
de bien y de justicia.
He
aquí lo que profesamos. Y según este
limitadísimo extracto de nuestras creencias filosóficas ¿podrá decirse acaso
con sinceridad que somos escépticos y ateos, que nos proponemos destruir sin
tener con que reedificar? No, ciertamente.
Nosotros
creemos en la existencia de Dios. Creemos en la moral y en la religión pura del
Deber. Creemos en la existencia del derecho como principio regulador del orden
social. Creemos en la legitimidad de la soberanía popular. Y creemos en todas
las doctrinas que fluyen de estos principios categóricos y que constituyen el
momento más precioso de los pueblos modernos.
El
Racionalismo es, pues, una doctrina positiva que tiene por fundamento la
naturaleza humana y por sublime y perfectísimo ideal el concepto puro de
Dios. El Racionalismo es una doctrina
fecunda que abre dilatados horizontes a la inteligencia humana, que llena las
aspiraciones más legítimas de nuestra alma y que llevado a la práctica
contribuye eficazmente al bienestar y al progreso de los pueblos".[7]
En esta serie de artículos donde se vienen
dando los perfiles que seguían los jóvenes racionalistas se destaca "Nuestras Creencias" acompañada de
la Profesión de Fe de 1872: "Ha llegado el momento de dar a conocer en
conjunto, a nuestros lectores y al país, los principios generales en que se
basan todas nuestras creencias.
En
la ímproba labor que nos impusimos, de dar a conocer al pueblo los absurdos
misterios de la religión oficial, hemos sido muy calumniados.
Por
la prensa, en murmuraciones privadas, por boca de cada energúmeno que sube a
los púlpitos, con más pretensiones que ciencia y dándose de mano la mala fe y
la ignorancia, se nos ha tachado de ateos, de elementos disolventes, de
que todo lo destruimos sin dejar nada en
pie, cuando en realidad principios sólidos, de duración eterna ofrecemos en
cambio de las doctrinas verdaderamente embrutecedoras y retrógradas que
predican los hierofantes de las religiones positivas.
Hemos
llamado a juicio la iglesia de los papas, le hemos preguntado con qué derecho
pretende imponerse en nuestro país como la verdad única, indiscutible, y nada
ha sabido responder.
El
silencio o la calumnia han sido sus armas ofensivas y defensivas.
A su
sistema de silencio, hemos opuesto la voz robusta de la verdad; a sus
calumnias, la profesión de fe de nuestras creencias.
La
que hoy hace La Razón, es la misma, salvo variaciones de detalle, que dio a
luz el Club Racionalista de Montevideo, el año de 1872.
El
estruendoso bullicio de la política ahogó temporalmente la voz de aquellos
jóvenes entusiastas; pero nos prepararon el terreno para nuestra propaganda
diaria, y hemos conseguido el triunfo que ellos soñaban, y que hoy les
pertenece en gran parte.
En
cuanto a la profesión de fe que hoy hace La Razón, la damos al público para que
la estudie, rogando a las personas que piensen como nosotros, que pongan su
firma al pie, en la forma que oportunamente indicaremos.
Los
que suscribimos, íntimamente convencidos de la suma importancia de los
problemas religiosos en la vida social; y pensando que de las soluciones que se
den a esos problemas depende en gran parte la independencia y la dignidad del
hombre, el seguro goce de sus derechos, la tranquilidad del hogar, el
afianzamiento de las instituciones liberales y el perfeccionamiento indefinido
de la humanidad: nos asociamos con el fin de propagar por todos los medios
legítimos, las creencias religiosas que profesamos, para combatir los errores
de todas las religiones positivas, y para ofrecer un centro y vínculo de unión
a los que, pensando al presente como nosotros, sostienen que el racionalismo
es la religión verdadera, y que por consiguiente, ella debe ser la religión
universal.
Profesamos:
La existencia de un solo Dios, ser infinito y absoluto, personal e inmutable,
inmenso y eterno, de soberana perfección, esencia de bien, de verdad y de belleza,
fuente inagotable de purísimo amor y de absoluta justicia, causa y razón del
Universo, luz de todas las luces, suma esencia y suprema armonía.
Profesamos:
que todo hombre, en su estado normal, tiene las facultades necesarias para
conocer su fin y realizarlo según ellas; que puede elevarse hasta Dios y hasta
el bien por sus solas fuerzas, que puede concebir el ideal por medio de la
inteligencia, y realizarlo en lo posible por medio de la libertad; que la fe
debe subordinarse a la razón, y que no debe aceptarse nada, como verdadero,
bello y bueno, si no ha pasado antes por el crisol de nuestras facultades.
Profesamos:
que todo hombre, en virtud de su naturaleza, del orden moral y de su destino
en el mundo, y mientras no ataque a los demás, tiene el perfectísimo derecho de
pensar, creer y profesar libremente, todas aquellas doctrinas que juzgue
verdaderas con relación al origen, naturaleza y fin del hombre, del universo y
de Dios; que tiene el poder de educar y dirigir todas sus facultades, para
conseguir la felicidad y la realización de su destino; y que posee la libertad
y el sentimiento, fuentes purísimas de nobleza, dignidad y amor; la libertad,
razón determinante del orden moral y de las más sublimes virtudes; la sensibilidad,
origen y sustento de toda afección, de todo sentimiento noble y generoso y de
todo vínculo de unión y fraternidad entre los hombres.
Profesamos:
que todo ser humano tiene por misión obligatoria realizar el bien con
abnegación y desinterés, en todas las circunstancias de la vida, y desarrollar
su ser, y especialmente las facultades de su espíritu, de una manera regular y
armónica; perfeccionarse como inteligencia, como sentimiento y como voluntad
en toda la extensión posible de su naturaleza limitada, relacionando y armonizando
siempre, todas las revelaciones de la razón, todos los descubrimientos del
pensamiento, todas las tendencias y los impulsos de nuestro ser, para realizar
de esta manera en la vida, la ley imperativa del bien, alcanzar la verdad y la
belleza, practicar la justicia y aproximarnos cada vez más al ideal; y
profesamos que la obligación incondicional de practicar el bien, constituye la
ley purísima del deber; ley universal de las acciones humanas, obligatorias
para todos los hombres, en todo tiempo y en todo lugar; ley que manda el
sometimiento de nuestra actividad a las ideas de la razón y a las inspiraciones
de la conciencia, y que purifica y eleva nuestro ser, ordenando un férvido amor
a Dios, a nuestros semejantes y a
nosotros mismos; ley perfectísima que manda al hombre que realice el bien por
el bien mismo, en todos los momentos de su vida, por ser conforme con la
esencia divina y con el orden universal, no por temor a la pena o al castigo,
no por la espera de premio o de recompensa, no por interés ni por utilidad; ley
que manda la investigación de la verdad, la adhesión, el amor a la belleza, a
la bondad y a la justicia; ley perfectísima que ordena la caridad, la templanza
física y moral, la moderación y la pureza, la dignidad y el honor, la
sinceridad y el valor moral , la castidad, el pudor y la piedad universal.
Y
profesamos: que la religión verdadera que se armoniza con las leyes divinas y
con las aspiraciones legítimas de la humanidad hacia Dios, es la religión del
deber; religión sublime, basada en la naturaleza humana, que desecha la
superstición y el fanatismo, y que manda practicar el bien, amar y respetar a
Dios, rendir homenaje a su grandeza, agradecer su bondad infinita y tratar de
conocerlo; religión sublime que enseña la existencia de un premio y de un
castigo últimos, que están sobre la sanción de la propia conciencia, sobre la
sanción de la opinión pública y sobre todas las sanciones de la tierra; sanción
o justicia divina, en virtud de la cual todo ser humano es personal y
proporcionalmente responsable por la falta de cumplimiento a la ley del deber;
religión sublime, que enseña la inmortalidad
del alma o la permanencia de la personalidad más allá de la muerte, como
condición necesaria de la perfectísima sanción de las leyes de Dios, y de la
posesión de la felicidad, o de ese estado mejor a que aspira constantemente
nuestro ser.
Y
declaramos por último, en nombre de nuestro honor y de nuestra dignidad, ante
Dios y ante los hombres, y por lo que nos debemos a nosotros mismos, a la
humanidad, a la naturaleza y a Dios, propagar y realizar pública y privadamente
y en todas las circunstancias de la vida, las doctrinas enunciadas en esta
profesión de fe, así como todas aquellas que nos parezcan verdaderas, bellas y
buenas, según nuestras propias facultades, a la luz de la razón y bajo las más
puras inspiraciones de la conciencia; declaramos igualmente, combatir la
inmoralidad, el error y la maldad, aspirando siempre a contribuir por la
propaganda y práctica constante de la ley eterna del deber, a la realización
de la unión fraternal entre los hombres por los purísimos vínculos de caridad y
amor, al bienestar de todos los pueblos, a la comunión de todos los espíritus y
al perfeccionamiento indefinido de la humanidad."[8]
Dentro de estos parámetros se publica en La Razón, ¡Con la verdad y el derecho,
contra todos!: "No por todos ha sido
completamente bien recibida la actitud de La Razón en la cuestión religiosa.
Unos esperaban de ella criminales complacencias para el atentado que se
cometiese con nuestro adversario; y pensaban, otros, que prestaríamos adhesión
sin límites, como racionalistas, a los proyectos de la reforma santista.
La
doctrina racionalista tiene elevados principios de conducta a los que deben
someterse los que la profesan.
Catolicismo
y democracia son términos antitéticos; y de ahí que el partido católico en las
repúblicas de América haya protegido y apoyado los gobiernos militares, que suprimen
unas veces y falsean otras las instituciones republicanas".[9]
En este ambiente de confrontación de
ideas, en 1892, siendo Batlle diputado,
se discute en la Cámara una fórmula de
juramento en la que se incluía la invocación a Dios. Batlle se manifestó:
"Haría moción para que se dijese simplemente:
"¿Juráis por la Patria desempeñar bien y fielmente el cargo de
Convencional para que habéis sido electo?...
Esto
no quiere decir que yo no crea en Dios; pero es indudable que hay escuelas
filosóficas, como la positivista, por ejemplo, que no quiere ocuparse de Dios,
ni niega ni afirma su existencia; y otras escuelas como la materialista, que
niega la existencia de Dios en absoluto.
Esta
fórmula es una imposición para aquellos que no creen en Dios, o que no quieren
afirmar su existencia ni negarla: es una imposición análoga a la que existe
actualmente en nuestra Constitución con respecto al que cree en Dios, pero no
en la Iglesia Católica.
Estas
escuelas, la escuela positivista sobre todo, está grandemente extendida; hay,
entre nosotros, muchos hombres ilustrados que profesan esa doctrina. Creo que
no debe imponerse ni a unos ni a otros una fórmula que ellos no podrían
aceptar; y que por lo tanto, debería limitarse la base a decir: "¿Juráis
por la Patria desempeñar bien y fielmente el cargo de Convencional para que
habéis sido electo?"...
En
este caso, no se pretende que el Convencional jure por determinado Dios, por el
Dios de determinada religión positiva: la idea de Dios está tomada en su
acepción más general.
La
humanidad no es atea, señor Presidente; y la legislación universal tampoco se
muestra atea hasta ahora...
Por
otra parte, dada la redacción que tiene el juramento, a ninguna conciencia independiente se le hace violencia;
se le pide que jure ante Dios y la Patria; para el ateo, le baste suprimir
mentalmente, la idea de Dios cuando pronuncie su juramento, y así existirá la
idea de la Patria. No se le hace ninguna violencia en pedir que pronuncie su
juramento en esa forma; se le haría violencia si se le dijera jure por estos
evangelios o por aquel amuleto, en el cual no cree. Pero figuran en este
juramento los más altos conceptos que pueden inspirar respeto al hombre: la
idea de Patria, y la idea de Dios; además, existe, como he dicho, el precedente
de casi toda la legislación universal.
Sr.
Batlle- ...la moción que he presentado, que el Diputado señor Rodríguez ha
calificado de ultra-liberal, creo que el calificativo no le corresponde, que no
lo merece: no soy ultra-liberal; soy modestamente liberal, y nada más.
Es,
en efecto, simplemente liberal, no querer imponer las propias creencias a quien
profesa las contrarías: y es liberal también no hacer que escuelas filosóficas
completamente distintas a las que uno profesa, tengan que abatirse ante una
fórmula impuesta de antemano para venir
a expresar un juramento en el recinto de una Asamblea Constituyente.
No
es simplemente un símbolo.
El
positivista no quiere hablar de Dios, no quiere mentarlo porque dice que no es
asunto de que debe ocuparse. ¿Y por qué hemos de obligar nosotros al positivista
a que jure por una entidad a la cual no quiere tener en cuenta su fidelidad a
la patria, de que ha de cumplir estrictamente sus deberes?...
Pero
más allá del positivista está el ateo, que yo creo que puede ser ciudadano y
que puede venir al recinto de una Asamblea Constituyente, que no cree en Dios y
que no querrá, por tanto, jurar por Dios, ¿y por qué hemos de dar una fórmula
que lo excluya?...
En verdad, podríamos aquí establecer, que a una
Constituyente no podrían concurrir, o no podrían formar parte de una
Convención Constituyente, sino aquellos que creyesen en Dios; pero si después
de establecido esto, el pueblo de la República elige a uno que no cree en
Dios...
Sr.
Ross- El elegido no aceptará.
Sr.
Batlle y Ordóñez- Privaremos entonces a la soberanía nacional de traer al
recinto de una Asamblea Constituyente a los ciudadanos que juzgue dignos de
ingresar a ella.
Este tema del juramento será retomado más
adelante, en momentos en que Batlle deberá realizar el suyo en su segunda
presidencia.
Esta inquietud por separar lo religioso de
lo civil no será preocupación solamente de esta generación ni de este
tiempo, pues continuará durante las
primeras décadas del siglo XX y es un aspecto que hasta la actualidad la
sociedad uruguaya vela por mantener separadas las esferas espiritual de la
temporal.
[1] Ardao, Arturo- Racionalismo y liberalismo en el Uruguay. Montevideo. 1962. págs.
199-200.
[2] Ídem. págs.
200-201.
[3] Ídem. pág.
208.
[4] Ibíd.
[5] Nuestros Propósitos. La Razón. Octubre, 13 de 1878.
[6] Nuestra Tarea. La Razón. Octubre, 29 de 1878.
[7] ¿Qué es el Racionalismo? La Razón. Octubre, 30 de 1878.
[8] Nuestras Creencias. La Razón. Abril, 27 de 1879.
[9] ¡Con la verdad y el derecho, contra todos!
La Razón. Abril, 9 de 1885.
[10] D.S.C.R. Tomo 119. Junio, 4 de 1892. págs.
360-364.
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