lunes, 17 de noviembre de 2014

RACIONALISMO

RACIONALISMO

D
espués de la  Guerra Grande, el país comienza a vivir lo que Ardao denominó "la cuestión religiosa", donde se da un doble proceso, por un lado la secularización y por otro la laicización.


El racionalismo no busca la verdad en texto alguno, sino la reivindicación de la razón en la conquista del conocimiento.

Sus antecedentes en el  país pueden remontarse a la época colonial aunque en nuestro trabajo lo tomaremos a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el cual pasará por distintas etapas que se caracterizarán por su lucha dual:

a)      entre 1850-1865 de claro corte teísta, donde se produce el enfrentamiento entre el catolicismo masón y los jesuitas.

b)      entre 1865-1880 en la cual el deísmo confronta al racionalismo en sentido estricto con el catolicismo.

c)      Por último la comprendida entre 1880-1925  que es impregnada por el agnosticismo y el ateísmo y marcada por la lucha entre liberales y clericales, que en el terreno básicamente político institucional llegará a concretar la separación de la Iglesia del Estado.

A partir de 1860 se enfrentan el catolicismo y el racionalismo en sentido estricto, éste como expresión del deísmo filosófico de la religión natural; apareciendo  las primeras influencias de la escuela racionalista coinciden­temente con el triunfo de Jacinto Vera en 1863.

Es en estos momentos que comienza un proceso de recom­posición en el catolicismo, del cual se desprende un grupo de jóvenes que se integrarán a los elementos universita­rios.

Sin duda las obras del chileno Francisco Bilbao fueron fermentales para los jóvenes universitarios de Montevideo.



La revista La Aurora comenta la obra  La América en Peligro, publicada   en Buenos Aires en 1862: "¿Y por qué no decirlo al instante? Sí, este libro nos ha gustado  sobremanera, nos  ha sacudido desde las primeras páginas, desde las primeras líneas. Sucede con los libros lo  que con los hombres. Hay seres totalmente bien dotados en sus cualidades físicas  o morales, que es casi imposible que no nos atraigan desde el primer  momento -que no nos acerque­mos a ese hombre- que procuremos su relación, cuando no su amistad.

Ese lenguaje colorido, esa frase siempre corta, concisa y clara, ese juicio siempre a la altura de las ideas del siglo, ese corazón que anda siempre con la educación, forman el atractivo libre que nos ha regalado  el Sr. Bilbao  desde la vecina orilla. Aunque no estemos en todo conforme con las ideas que emite, no por eso podemos dejar de aceptar muchos  de sus principales capítulos, y de reco­mendar su lectura.

No nos sorprende, pues, por lo avanzado de los princi­pios que asienta, que la aparición de ese folleto haya despertado en Buenos Aires una gran  polémica contra su autoridad. Eso no quita su mérito".[1] En Buenos Aires el Obispo prohibirá la lectura de dicha obra.

El poeta Laurinde Lapuente publica en La Aurora el siguiente comentario sobre dicha obra: "La América en Peli­gro por Francisco Bilbao, el Lamennais Americano, es una columna de fuerza que, como la del Masaya, se levanta a los cielos para fortalecerse en Dios y alumbrar la verdad en la ciencia. Es la voz del profeta de la democracia, ardiente como la libertad y sereno como la justicia; que habla a la América, interrogo... exhorto a los pueblos y confunde a los déspotas. El trueno que revienta y conmueve el Papado y el Imperio; el rayo que ilumina y destruye las preocupacio­nes y los errores políticos y religiosos;  la  ley que disipa los fantasmas, erguidos  en las tinieblas de  la ignorancia.

Halla las causas intelectuales (de  la debilidad de  América) en  la ignorancia y el error, rechaza el  catolicismo para religión de la República, combate sus abusos y prueba que  es  incompatible con la  libertad... Presenta como causas morales  la influencia del catolicismo en la política, el  dogma de  la obediencia  ciega y sus efectos, la tendencia a la infalibilidad como medio jesuita de despotizar, la dictadura y la desaparición del sentimiento de la junta.

José Pedro Varela
La América en Peligro es una obra de oportunidad momen­táneamente y de objeto permanente. Tiene estilo elevado y enérgico, fuerza de argumentación y de lógica, expresión clara y metódica de las ideas y de los hechos. Su idea dominante es la unificación de la religión y de la políti­ca. La voz de Francisco Bilbao es la que se ha levantado más alto en América, para combatir el error, señalar el peligro y mostrar el abismo que separa a la Iglesia del Estado".[2]


Este pensamiento fue recogido en nuestro país por muchos universitarios de la época, siendo un reflejo de ello La Revista Literaria, en la que, en 1865, en su primer número y a inspiración de Bilbao, escribía Julio Herrera y Obes: "La Revista tiene por religión la creencia en Dios; por moral, la divina moral; por

norma de todos sus juicios la verdad; por pendón en su propaganda la Libertad y la Justicia... La Revista no reconoce jerarquías si sagrado, tratándose de errores o de vicios. Y si en el cumplimiento de su misión el error se refugia en el templo, en el templo penetrará para extirparlo; y si la falsedad se entroniza en el altar, al altar subirá sin vacilar para derribarla".[3]

Para muchos el iniciador del racionalismo en nuestro país fue José Pedro Varela, ferviente seguidor del  pensa­miento de Bilbao, quien publicara en El  Siglo varios artí­culos entre los que se destacan "Francisco  Bilbao y el   Catolicismo" y   "La   Iglesia  Católica y la Sociedad Moderna"; figura trascendente en el país,  quien había ini­ciado su proceso de reforma educativa. 

De él nos interesa rescatar el siguiente pensamiento: "La escuela laica responde fielmente al principio de la separación de la Iglesia  del Estado. Desde que vamos a sostener la Justicia y la conveniencia de no enseñar en las escuelas públicas, o mejor dicho, de no enseñar en la escuela, los dogmas de una religión positiva cualquiera, empecemos por rechazar el cargo injusto que nos dirigen los adversarios de esa doctrina, diciendo que los que así piensan quieren el establecimiento de la escuela antirreligiosa".[4]

Desde la cátedra del Ateneo y a través de La Razón, Prudencio Vázquez y Vega participará en esta polémica, en tiempos muy duros para la prensa bajo la dictadura de Latorre, estableciendo ya en su primer número cuál sería su postura: "Los problemas sociales y políticos han llamado siempre la atención de los hombres pensadores, ya por el simple amor a la verdad, ya por las considerables conse­cuencias a que dan origen las diversas soluciones que pueden darse a esos problemas; entre ellos aparece desde luego y como uno de los más dignos de consideración y estudio el que refiere a las creencias religiosas de las sociedades.

Nosotros,  preocupados de esta cuestión con motivo del  giro inconveniente que ha tomado en nuestro país, hemos creído de nuestro deber combatir por todos los medios legítimos,   las viejas preocupaciones religiosas, mostran­do al pueblo los falsos fundamentos del catolicismo, su inocua historia, su intolerancia secular, su inmoralidad presente y su ambición desmedida. Creemos que como hombre y como ciudadano tenemos el imprescindible deber de impugnar el error, la inmoralidad y la injusticia en todos los instantes de nuestra vida, he ahí por qué iniciamos esta lucha.



Jamás he rehusado el combate al clericalismo, ¿y lo habríamos de rehusar hoy cuando pretende implantar su régi­men retrógrado aunque a beneficio de circunstancias de otro orden que no nos es dado analizar?, no, seguramente; hemos de continuar la lucha comenzada en los clubes y en las asociaciones científicas, dándole por medio de la prensa el carácter popular que ella reclama.

Hemos de poner nuestras facultades al servicio de las grandes ideas proclamadas por todos los pueblos civilizados de la época, hemos de mostrar que el liberalismo y la civilización moderna condenada por el catolicismo, consti­tuyen las más bellas conquistas de las generaciones huma­nas. Y hemos de hacer ver con claridad evidente que el ideal de la humanidad no está ni en las funestas doctrinas del catolicismo, ni en sus orígenes, ni en ninguna de las religiones positivas, y que las más bellas aspiraciones del hombre son aquellas que tienen por único móvil la realiza­ción del deber en todas las esferas de la vida".[5]

Del editorial se desprende una crítica al catolicismo y esa será  la forma de difundir el racionalismo.

A los pocos días publicará: "Nuestra tarea está marca­da. Combatir el catolicismo explicando el racionalismo.

La tarea no es sencilla, como a primera vista parece, porque tenemos que combatir con un enemigo que posee pode­rosos recursos. Nosotros no contamos con otras armas que la razón y la lógica, en tanto que nuestros contrarios cuentan con la autoridad de un resucitado, con todo el magnífico aparato del templo, con la confesión, con la excomunión, con  mitras y bastones retorcidos y sobre todo con un infierno en que se quema a los incrédulos, y un cielo en que a los buenos contribuyentes les nacen plumados alones para que puedan revolotear en torno de aquel espléndido trono que describe San Juan en su Apocalipsis.

Para las clases ignorantes, cuya imaginación se alucina fácilmente con todo el aparato escénico que despliega el catolicismo y que no ve claro a través del humo del incien­so, y  que admira los copones de oro y los candelabros de plata, debe parecerles muy pobre cosa nuestra religión, que no ofrece más recompensa que la tranquilidad de la concien­cia, ni tiene suntuosos templos y cuyo apóstoles visten prosaicamente de levita y no se afeitan coronillas, ni reparten bendiciones, ni se colocan detrás de las rejillas a averiguar vidas ajenas.

Ese es el escollo de nuestra propaganda,  que debe dirigirse principalmente a las clases ignorantes, porque felizmente entre nosotros son raras las excepciones de los no afiliados en la secta liberal entre los que han saludado  la ciencia. Por eso la enseñanza del racionalismo debe acompañarse con la  lúgubre historia del catolicismo,  hacer ver todos los crímenes siniestros de que ha sido teatro la Roma de los Papas, toda la sangre que se ha derramado en  nombre de la fe, todo el  atraso que han sufrido las ciencias por causa del fanatismo, y toda la   hiel y el veneno derramado en el   hogar a través de la tupida rejilla del confesionario.



Esta es la tarea que debemos emprender y cuanto  antes, porque cada día que pasa señala un nuevo paso de adelanto que hace el ultramontanismo. Día a día llegan a nuestras playas numerosos sectarios de Loyola, que van fundando escuelas,  que se nutren  de lo que quitan a nuestras escuelas municipales. El niño aleccionado allí es un nuevo  propagandista en su casa, y sus padres,   pobres jornaleros ignorantes,    van a formar en las filas de los que un día, no lo dudéis,   han de tratar por medio de la  fuerza,   de matar todo germen liberal.

Ya lo hemos dicho y lo repetimos: en esta cuestión religiosa va envuelta la cuestión política. De aquel lado, del lado de los beatos, están los ciudadanos  que se pre­sentan dóciles a todo acomodamiento, que aceptan como razón suprema la de los hechos consumados y que aplauden toda medida violenta contra la libre expresión del pensamiento. De este lado, del lado de los librepensadores, están los ciudadanos que no se prestan al conculcamiento de la ley, que protestan contra toda imposición de la fuerza y que saben sacrificarse en defensa de sus instituciones. De otro, la democracia y la razón pugnando por emanciparse de esas cadenas... De pie juventud ilustrada y liberal, que la hora del combate ha llegado ya. Unámonos para combatir ese ultramontanismo que nos invade y no malgastemos tiempo y fuerza en pequeñas cuestiones de detalle".[6]

Hasta el momento no hemos visto definir el racionalis­mo; siempre fue presentado como una forma de atacar al catolicismo. Recién el 30 de octubre aparecerá ¿Qué es el Racionalismo?: "Un orden lógico en la discusión de los dogmas del catolicismo, exigiría en primer término la exposición de algunas consideraciones acerca de la impor­tancia y método que debería seguirse para encontrar la verdad; en  segundo lugar, la crítica más acabada de los referidos dogmas; y en último análisis, la exposición de las verdaderas doctrinas religiosas que debe profesar la humanidad. Primero destruir, después edificar. 

El racionalismo, en el sentido más lato de la palabra, es el sistema filosófico que busca la verdad por el empleo de las facultades intelectuales del espíritu, es decir por la percepción sensible, por la conciencia y por la razón.

El verdadero racionalismo acepta esas tres fuentes de conocimiento, no una sola de ellas, puesto que no es un sistema exclusivo sino por excelencia armónico: él no admite nada como verdadero, bello y bueno, si no es consi­derado tal a la luz de nuestras propias facultades.



¿Pero qué enseña el racionalismo en moral, en religión y en política? ¡Ah! el racionalismo en moral profesa la doctrina del deber, basada en la idea absoluta del bien concebido por la razón y como residiendo en Dios mismo; profesa, pues, hacer el bien por el bien mismo, no por galardón, por interés o por placer, sino en virtud de aquella idea racional que se nos impone a la conciencia como imperativo categórico. En materia religiosa proclama el racionalismo la existencia de un solo Dios como ser infinito y absoluto, bueno y justo, inmanente y trascenden­te, como razón de todas las cosas y como ideal de la perso­na humana. Rechaza la revelación histórica y personal de Dios al hombre, niega la verdad de todas las religiones positivas y predica la religión santa del deber. Y por fin, en política el Racionalismo enseña la existencia de la idea del derecho, como principio regulador del orden social, benéfico principio que debe ser respetado por la voluntad y por tanto poder público; enseña asimismo el imperio de la soberanía popular, tratándose de la organización de la autoridad, no habiendo más límites para aquella soberanía que los principios de bien y de justicia.

He aquí lo que  profesamos. Y según este limitadísimo extracto de nuestras creencias filosóficas ¿podrá decirse acaso con sinceridad que somos escépticos y ateos, que nos proponemos destruir sin tener con que reedificar? No, cier­tamente.

Nosotros creemos en la existencia de Dios. Creemos en la moral y en la religión pura del Deber. Creemos en la existencia del derecho como principio regulador del orden social. Creemos en la legitimidad de la soberanía popular. Y creemos en todas las doctrinas que fluyen de estos prin­cipios categóricos y que constituyen el momento más precio­so de los pueblos modernos.

El Racionalismo es, pues, una doctrina positiva que tiene por fundamento la naturaleza humana y por sublime y perfectísimo ideal el concepto puro de Dios.  El Raciona­lismo es una doctrina fecunda que abre dilatados horizontes a la inteligencia humana, que llena las aspiraciones más legítimas de nuestra alma y que llevado a la práctica contribuye eficazmente al bienestar y al progreso de los pueblos".[7]

En esta serie de artículos donde se vienen dando los perfiles que seguían los jóvenes racionalistas se destaca "Nuestras Creencias" acompañada de la Profesión de Fe de 1872: "Ha llegado el momento de dar a conocer en conjunto, a nuestros lectores y al país, los principios generales en que se basan todas nuestras creencias.

En la ímproba labor que nos impusimos, de dar a conocer al pueblo los absurdos misterios de la religión oficial, hemos sido muy calumniados.

Por la prensa, en murmuraciones privadas, por boca de cada energúmeno que sube a los púlpitos, con más pretensio­nes que ciencia y dándose de mano la mala fe y la ignoran­cia, se nos ha tachado de ateos, de elementos disolventes, de que  todo lo destruimos sin dejar nada en pie, cuando en realidad principios sólidos, de duración eterna ofrecemos en cambio de las doctrinas verdaderamente embrutecedoras y retrógradas que predican los hierofantes de las religiones positivas.

Hemos llamado a juicio la iglesia de los papas, le hemos preguntado con qué derecho pretende imponerse en nuestro país como la verdad única, indiscutible, y nada ha sabido responder.

El silencio o la calumnia han sido sus armas ofensivas y defensivas.



A su sistema de silencio, hemos opuesto la voz robusta de la verdad; a sus calumnias, la profesión de fe de nues­tras creencias.

La que hoy hace La Razón, es la misma, salvo variacio­nes de detalle, que dio a luz el Club Racionalista de Montevideo, el año de 1872.

El estruendoso bullicio de la política ahogó temporal­mente la voz de aquellos jóvenes entusiastas; pero nos prepararon el terreno para nuestra propaganda diaria, y hemos conseguido el triunfo que ellos soñaban, y que hoy les pertenece en gran parte.

En cuanto a la profesión de fe que hoy hace La Razón, la damos al público para que la estudie, rogando a las personas que piensen como nosotros, que pongan su firma al pie, en la forma que oportunamente indicaremos.

Los que suscribimos, íntimamente convencidos de la suma importancia de los problemas religiosos en la vida social; y pensando que de las soluciones que se den a esos proble­mas depende en gran parte la independencia y la dignidad del hombre, el seguro goce de sus derechos, la tranquilidad del hogar, el afianzamiento de las instituciones liberales y el perfeccionamiento indefinido de la humanidad: nos asociamos con el fin de propagar por todos los medios legítimos, las creencias religiosas que profesamos, para combatir los errores de todas las religiones positivas, y para ofrecer un centro y vínculo de unión a los que, pen­sando al presente como nosotros, sostienen que el racionalismo es la religión verdadera, y que por consiguiente, ella debe ser la religión universal.

Profesamos: La existencia de un solo Dios, ser infini­to y absoluto, personal e inmutable, inmenso y eterno, de soberana perfección, esencia de bien, de verdad y de belle­za, fuente inagotable de purísimo amor y de absoluta justi­cia, causa y razón del Universo, luz de todas las luces, suma esencia y suprema armonía.

Profesamos: que todo hombre, en su estado normal, tiene las facultades necesarias para conocer su fin y realizarlo según ellas; que puede elevarse hasta Dios y hasta el bien por sus solas fuerzas, que puede concebir el ideal por medio de la inteligencia, y realizarlo en lo posible por medio de la libertad; que la fe debe subordinarse a la razón, y que no debe aceptarse nada, como verdadero, bello y bueno, si no ha pasado antes por el crisol de nuestras facultades.

Profesamos: que todo hombre, en virtud de su naturale­za, del orden moral y de su destino en el mundo, y mientras no ataque a los demás, tiene el perfectísimo derecho de pensar, creer y profesar libremente, todas aquellas doctri­nas que juzgue verdaderas con relación al origen, naturale­za y fin del hombre, del universo y de Dios; que tiene el poder de educar y dirigir todas sus facultades, para conse­guir la felicidad y la realización de su destino; y que posee la libertad y el sentimiento, fuentes purísimas de nobleza, dignidad y amor; la libertad, razón determinante del orden moral y de las más sublimes virtudes; la sensibi­lidad, origen y sustento de toda afección, de todo senti­miento noble y generoso y de todo vínculo de unión y fra­ternidad entre los hombres.



Profesamos: que todo ser humano tiene por misión obli­gatoria realizar el bien con abnegación y desinterés, en todas las circunstancias de la vida, y desarrollar su ser, y especialmente las facultades de su espíritu, de una manera regular y armónica; perfeccionarse como inteligen­cia, como sentimiento y como voluntad en toda la extensión posible de su naturaleza limitada, relacionando y armoni­zando siempre, todas las revelaciones de la razón, todos los descubrimientos del pensamiento, todas las tendencias y los impulsos de nuestro ser, para realizar de esta manera en la vida, la ley imperativa del bien, alcanzar la verdad y la belleza, practicar la justicia y aproximarnos cada vez más al ideal; y profesamos que la obligación incondicional de practicar el bien, constituye la ley purísima del deber; ley universal de las acciones humanas, obligatorias para todos los hombres, en todo tiempo y en todo lugar; ley que manda el sometimiento de nuestra actividad a las ideas de la razón y a las inspiraciones de la conciencia, y que purifica y eleva nuestro ser, ordenando un férvido amor a Dios, a nuestros semejantes  y a nosotros mismos; ley perfectísima que manda al hombre que realice el bien por el bien mismo, en todos los momentos de su vida, por ser conforme con la esencia divina y con el orden universal, no por temor a la pena o al castigo, no por la espera de premio o de recompensa, no por interés ni por utilidad; ley que manda la investigación de la verdad, la adhesión, el amor a la belleza, a la bondad y a la justicia; ley perfec­tísima que ordena la caridad, la templanza física y moral, la moderación y la pureza, la dignidad y el honor, la sinceridad y el valor moral , la castidad, el pudor y la piedad universal.

Y profesamos: que la religión verdadera que se armoniza con las leyes divinas y con las aspiraciones legítimas de la humanidad hacia Dios, es la religión del deber; religión sublime, basada en la naturaleza humana, que desecha la superstición y el fanatismo, y que manda practicar el bien, amar y respetar a Dios, rendir homenaje a su grandeza, agradecer su bondad infinita y tratar de conocerlo; reli­gión sublime que enseña la existencia de un premio y de un castigo últimos, que están sobre la sanción de la propia conciencia, sobre la sanción de la opinión pública y sobre todas las sanciones de la tierra; sanción o justicia divi­na, en virtud de la cual todo ser humano es personal y proporcionalmente responsable por la falta de cumplimiento a la ley del deber; religión sublime, que enseña la inmor­talidad  del alma o la permanencia de la personalidad más allá de la muerte, como condición necesaria de la perfectí­sima sanción de las leyes de Dios, y de la posesión de la felicidad, o de ese estado mejor a que aspira constantemen­te nuestro ser.



Y declaramos por último, en nombre de nuestro honor y de nuestra dignidad, ante Dios y ante los hombres, y por lo que nos debemos a nosotros mismos, a la humanidad, a la naturaleza y a Dios, propagar y realizar pública y privada­mente y en todas las circunstancias de la vida, las doctri­nas enunciadas en esta profesión de fe, así como todas aquellas que nos parezcan verdaderas, bellas y buenas, según nuestras propias facultades, a la luz de la razón y bajo las más puras inspiraciones de la conciencia; declara­mos igualmente, combatir la inmoralidad, el error y la maldad, aspirando siempre a contribuir por la propaganda y práctica constante de la ley eterna del deber, a la reali­zación de la unión fraternal entre los hombres por los purísimos vínculos de caridad y amor, al bienestar de todos los pueblos, a la comunión de todos los espíritus y al perfeccionamiento indefinido de la humanidad."[8]

Dentro de estos parámetros se publica en La Razón, ¡Con la verdad y el derecho, contra todos!: "No por todos ha sido completamente bien recibida la actitud de La Razón en la cuestión religiosa. Unos esperaban de ella criminales complacencias para el atentado que se cometiese con nuestro adversario; y pensaban, otros, que prestaríamos adhesión sin límites, como racionalistas, a los proyectos de la reforma santista.

La doctrina racionalista tiene elevados principios de conducta a los que deben someterse los que la profesan.

Catolicismo y democracia son términos antitéticos; y de ahí que el partido católico en las repúblicas de América haya protegido y apoyado los gobiernos militares, que suprimen unas veces y falsean otras las instituciones repu­blicanas".[9]

En este ambiente de confrontación de ideas, en  1892, siendo Batlle diputado, se discute  en la Cámara una fórmu­la de juramento en la que se incluía la invocación a Dios. Batlle se manifestó: "Haría moción para que se dijese sim­plemente: "¿Juráis por la Patria desempeñar bien y fielmen­te el cargo de Convencional para que habéis sido electo?...

Esto no quiere decir que yo no crea en Dios; pero es indudable que hay escuelas filosóficas, como la positivis­ta, por ejemplo, que no quiere ocuparse de Dios, ni niega ni afirma su existencia; y otras escuelas como la materia­lista, que niega la existencia de Dios en absoluto.

Esta fórmula es una imposición para aquellos que no creen en Dios, o que no quieren afirmar su existencia ni negarla: es una imposición análoga a la que existe actual­mente en nuestra Constitución con respecto al que cree en Dios, pero no en la Iglesia Católica.

Estas escuelas, la escuela positivista sobre todo, está grandemente extendida; hay, entre nosotros, muchos hombres ilustrados que profesan esa doctrina. Creo que no debe imponerse ni a unos ni a otros una fórmula que ellos no podrían aceptar; y que por lo tanto, debería limitarse la base a decir: "¿Juráis por la Patria desempeñar bien y fielmente el cargo de Convencional para que habéis sido electo?"...

Sr. Rodríguez (Don Antonio M.)- ...Respecto a la modi­ficación ultra-liberal que propone nuestro colega el señor Batlle, consigna un juramento análogo al que figura en la base, en una forma muy parecida.

En este caso, no se pretende que el Convencional jure por determinado Dios, por el Dios de determinada religión positiva: la idea de Dios está tomada en su acepción más general.

La humanidad no es atea, señor Presidente; y la legis­lación universal tampoco se muestra atea hasta ahora...

Por otra parte, dada la redacción que tiene el juramen­to, a ninguna  conciencia independiente se le hace violen­cia; se le pide que jure ante Dios y la Patria; para el ateo, le baste suprimir mentalmente, la idea de Dios cuando pronuncie su juramento, y así existirá la idea de la Patria. No se le hace ninguna violencia en pedir que pronuncie su juramento en esa forma; se le haría violencia si se le dijera jure por estos evangelios o por aquel amuleto, en el cual no cree. Pero figuran en este juramento los más altos conceptos que pueden inspirar respeto al hombre: la idea de Patria, y la idea de Dios; además, existe, como he dicho, el precedente de casi toda la legis­lación universal.

Sr. Batlle- ...la moción que he presentado, que el Diputado señor Rodríguez ha calificado de ultra-liberal, creo que el calificativo no le corresponde, que no lo merece: no soy ultra-liberal; soy modestamente liberal, y nada más.

Es, en efecto, simplemente liberal, no querer imponer las propias creencias a quien profesa las contrarías: y es liberal también no hacer que escuelas filosóficas completa­mente distintas a las que uno profesa, tengan que abatirse ante una fórmula impuesta de antemano para  venir a expresar un juramento en el recinto de una Asamblea Constituyente.

No es simplemente un símbolo.

El positivista no quiere hablar de Dios, no quiere mentarlo porque dice que no es asunto de que debe ocuparse. ¿Y por qué hemos de obligar nosotros al positivista a que jure por una entidad a la cual no quiere tener en cuenta su fidelidad a la patria, de que ha de cumplir estrictamente sus deberes?...

Pero más allá del positivista está el ateo, que yo creo que puede ser ciudadano y que puede venir al recinto de una Asamblea Constituyente, que no cree en Dios y que no que­rrá, por tanto, jurar por Dios, ¿y por qué hemos de dar una fórmula que lo excluya?...

En  verdad, podríamos aquí establecer, que a una Cons­tituyente no podrían concurrir, o no podrían formar parte de una Convención Constituyente, sino aquellos que creyesen en Dios; pero si después de establecido esto, el pueblo de la República elige a uno que no cree en Dios...

Sr. Ross- El elegido no aceptará.

Sr. Batlle y Ordóñez- Privaremos entonces a la sobera­nía nacional de traer al recinto de una Asamblea Constitu­yente a los ciudadanos que juzgue dignos de ingresar a ella.

Sobre todo, para mí es muy sencilla la cuestión. Creo en Dios: de manera que no sería ésta una imposición para mí; pero creo que es una imposición para los que no creen, y sobre todo, para una escuela filosófica muy difundida, que no es la mía tampoco, que no cree tan poco en Dios, que no quiere ocuparse de Dios, que no quiere ocuparse de estas cuestiones, considerlas como divinas, ni considerándolas como naturales, que no se ocupa más que de los términos relativos de la situación de las cosas, y no de las cosas en presente."[10]

Este tema del juramento será retomado más adelante, en momentos en que Batlle deberá realizar el suyo en su segun­da presidencia.

Esta inquietud por separar lo religioso de lo civil no será preocupación solamente de esta generación ni de este tiempo,  pues continuará durante las primeras décadas del siglo XX y es un aspecto que hasta la actualidad la sociedad uruguaya vela por mantener separadas las esferas espiritual de la temporal.




[1] Ardao, Arturo- Racionalismo y liberalismo en el Uruguay. Montevideo. 1962. págs. 199-200.
[2] Ídem. págs. 200-201.
[3] Ídem. pág. 208.
[4] Ibíd.
[5] Nuestros Propósitos. La Razón. Octubre, 13 de  1878.
[6] Nuestra Tarea. La Razón. Octubre, 29 de 1878.
[7] ¿Qué es el Racionalismo? La Razón. Octubre, 30 de 1878.
[8] Nuestras Creencias. La Razón. Abril, 27 de 1879.
[9] ¡Con la verdad y el derecho, contra todos! La Razón. Abril, 9 de 1885.
[10] D.S.C.R. Tomo 119. Junio, 4 de 1892. págs. 360-364. 

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