miércoles, 1 de abril de 2015

EL MODELO V LA POLIARQUIA URUGUAYA

8 - La poliarquía uruguaya
L
as primeras décadas de nuevo siglo deparó al Uruguay un cambio en la conducción política como lo hemos visto en las páginas anteriores.

En el orden político se aprecia una mayor participación de la población, por un lado determinado por nuevos grupos sociales que comenzarán a interesarse por el quehacer polí­tico, siendo las elecciones para la Asamblea General Cons­tituyente de 1916 donde se apreciarán los nuevos síntomas del sistema político.

La indiferencia o mejor dicho las medidas impuestas por la Constitución de 1830 dejaban muy limitado el accionar de la población.

Esta situación en gran medida se debió a que en el siglo XIX los partidos tradicionales estaban más preocupa­dos por sus luchas por el poder que por los problemas económico-sociales.

A principios de siglo la situación comienza a cambiar, y entre esos cambios se destacan:

-la población industrial y los inmigrantes comienzan a ascender socialmente, deseosos de un cambio  rápido que les permitiera nivelar las oportunidades de todos;

-el fin de la lucha armada en 1904, el abandono de abstencionismo del Partido Nacional en 1913 determinaron cierta seguridad a los sectores medios y populares, los cuales no serían castigados por su militancia en los parti­dos o en el caso de los inmigrantes el poder obtener la carta de ciudadanía -a 25 centésimos-, los que no se verían enrolados por levas forzosas de los colorados o de los blancos;

-el hecho de pronunciarse la diferencia entre los grupos más desamparados y "la clase rica", traba al siste­ma político y le impide lograr soluciones, ya sea por intermedio del movimiento gremial obrero, o los partidos contestatarios como el batllismo.



Un paso decisivo del sistema que logró un incremento en el electorado del 22%  fue el dejar sin efecto en 1912 lo establecido por la Constitución de 1830 referido a quién podía votar.

Todos podrían suponer que los beneficiarios en su gran mayoría estaban en la ciudad de Montevideo, por ende bene­ficiando al batllismo, pero los números no darán esta ten­dencia.

Ese 22% representaba 41.610 electores, de los cuales solo 3.788 (9,10%) eran de Montevideo, casi todos de la zona rural a la Capital. El resto, es decir 37.812, corres­ponde al medio rural. Si los discriminamos por su profesión tenemos: 30,40% jornaleros  (peones de estancia o chacras), un 35,44%, agricultores o labradores.

Podemos establecer con todos estos elementos que a partir de 1916 Uruguay entra a conformar un sistema compe­titivo de partidos. "A partir de 1916 una serie de acuerdos políticos permitieron reestructurar las reglas de juego electoral, se abrió el "mercado político"  y se "inventó" la ciudadanía con el sufragio universal. El sistema se hizo un poco más competitivo, lo que dividió en parte a la élite política y la hizo relativamente permeable al abrirse a nuevos miembros".[1]

Por las pautas que fue adoptando el país se aprecia la búsqueda de democratizar la política, siendo oportuno establecer qué entendemos por democracia, para ello es que nos plegamos a la definición dada por Dahl[2] cuando maneja el termino de poliarquía y sus principales dimensiones: participación y oposición.

Es decir por un lado la presencia de una participación política significativa y por el otro la posibilidad de organización de la oposición pública contra quienes gobier­nan y contra sus programas políticos.

Por su parte Luis Eduardo González establece: "La po­liarquía uruguaya nació en 1918, o quizás antes, en 1916 (Barrán). Y aun cuando fue interrumpida dos veces -"suspen­dida" entre 1933 y 1942, y directamente reemplazada por un régimen autoritario desde 1973 hasta 1984- Uruguay es aún el país latinoamericano que ha vivido más tiempo bajo regímenes democráticos".[3]

Ahora nos detendremos en ver ese funcionamiento a partir de 1910, fecha en la cual la convención del Partido Nacional comenzó a dejar de lado la lanza para encauzarse por caminos pacíficos, la lucha cívica de los comicios, definiendo su participación en la elección presidencial ya sea en contra o en favor de determinados candidatos, pero siempre dentro de los medios legales.

Ya no son los caudillos los que se encargan de resolver los problemas políticos por intermedio de la amenaza vio­lenta.



La misma Convención ataca al Partido Colorado, el cual, entendían, se oponía a la rotación de los partidos en el poder. Es así que El Día respondía: "La rotación de los partidos no es un principio, la rotación de los partidos no es una ley obligatoria; es pura y simplemente una conse­cuencia de los resultados de los comicios. Para que un partido conquiste el poder es necesario que venza a sus adversarios políticos. Y los comicios, decidiendo quien tiene mayoría deciden también quien debe gobernar".[4] Esto implicaba que los partidos tuvieran una organización esta­ble, programas de gobierno. "Y dentro de ese marco regular cabe el gobierno de un partido como cabe la rotación de los partidos en el gobierno, que no son dos cosas que no se excluyen y, por el contrario, se identifican. Los partidos deben desear sólo que se les abra de par en par las puertas de la lucha legítima, que sean tan libres en sus derechos como en sus deberes, dentro del orden de una ley que sea igual para todos. Entonces bregan por sus respectivos ideales y el que triunfe debe tanto respeto al vencido como el vencido acatamiento institucional al vencedor".[5]

El único camino que quedaba era la evolución de los partidos hacia la práctica genuina de la propaganda de ideas y del comicio popular bajo la garantía única de la ley y del derecho. 
                 
Sin duda las medidas adoptadas en 1910 referentes a la reforma electoral en su mayoría estuvieron influenciadas por el pensamiento de Mr. Borely sobre el sistema electoral del doble voto simultáneo, forma por la cual se logra alcanzar un régimen de gobierno representativo. De esa manera se iría perfeccionado el sistema, el cual en los primeros años del siglo XX había comenzado a cambiar: "La ley de 1898, la primera que concedió representación a las minorías, tenía el defecto de su evidente arbitrariedad, pues aparte de conceder a las minorías el tercio de la representación con solo el cuarto de los votantes, reposaba sobre el absurdo de una pésima perecuación de las bancas legislativas, la que daba lugar a que el voto de un ciuda­dano radicado en Flores valiera veinte veces más que el de uno residente en Montevideo, dado el número de diputados que proporcionalmente a la población elegía cada departa­mento.



Esos defectos fueron fundamentalmente corregidos por la ley de 1904, que dio la base del criterio de representación y distribución seguidos por las leyes posteriores. Dentro de ese criterio, la reforma de 1907, y la actualmente en trámite, supone concesiones de suma importancia; la repre­sentación de las minorías, hasta el punto de poder afirmar­se que después de esta nueva reforma, el único progreso racional que podría incorporarse a la legislación de la materia, sería la adopción del sistema de la representación proporcional."[6]

Así lo veían también los integrantes nacionalistas de la comisión de la Cámara, doctores Rodríguez Larreta y Diego Martínez. "...la Comisión de legislación adoptando el sistema del doble voto simultáneo. Los nacionalistas, mode­rados o radicales, conservadores o revolucionarios podrán votar todos sin excepción por su partido. Y sus cuestiones personales o intereses se resolverán en la segunda parte del escrutinio en favor de los que hayan obtenido mayoría dentro de su partido.

Este sistema tiene también la ventaja de evitar en lo sucesivo que se reproduzcan ciertos manejos electorales que dieron resultados en los últimos comicios. Se recordará que en varios departamentos los nacionalistas disidentes concu­rrieron a las urnas votando por candidatos propios con el fin de disminuir el contingente de sus correligionarios disciplinados y sabiendo que el triunfo de estos últimos sería imposible si los votos disidentes elevaban el total  de votos emitidos y por consiguiente el cociente electoral necesario para que la minoría obtuviera representación.

Con la nueva ley estos juegos no darán resultados. Los disidentes, sean blancos o colorados, tendrán que votar por su partido  y no podrán causar a sus correligionarios ningún perjuicio con su disidencia...".[7]

La adopción del sistema del doble voto simultáneo establece que todos los electores deberán votar a la vez por el partido de sus simpatías y por los candidatos que deben elegirse en la circunscripción en que votan. Este procedimiento les permitirá expresar conjuntamente sus preferencias de partido y sus preferencias personales. Por otra parte el Senado incorporará la necesidad de determinar el cociente electoral para la representación de las mino­rías, para ello se sumarán únicamente las dos listas más votadas, eliminándose las demás.

Dicho acontecimiento fue visto por la prensa de la siguiente manera: "Además de la buena voluntad puesta por los legisladores para dar a las funciones electorales la mayor pureza posible -buena voluntad que todos reconocen lealmente- media el hecho de que en la Cámara la reforma electoral no ha encontrado opositores, y que los diputados, blancos y colorados, la han votado por unanimidad.

Es la primera vez que una ley obtiene tanta unanimidad de sufragios.

Y ahora observamos: ¿cuál es el significado de esta votación? Porque ciertamente una votación tan importante que afecta la más íntima y sensible fibra de la vida polí­tica, debe haber sido sugerida por alguna idea dominante en el actual momento, por un concepto anticipado y previsor de los acontecimientos futuros.

¿Y cuál puede ser este concepto si no el de garantizar al país la pacífica resolución al problema presidencial?



Pensad: desde hace mucho tiempo, y aun desde hace demasiado tiempo, se han hecho pesar sobre la opinión pública oscuras amenazas de conmoción, siempre que las elecciones del próximo Noviembre -preludio de la elección presidencial de Marzo de 1911- resultasen favorables a la candidatura del señor Batlle y Ordóñez. Un partido entero, se decía, se levantará en armas, justificando su rebelión con la deficiencia de la ley electoral, que permite al partido del poder manejar a su modo las urnas.

Ahora, este argumento, que podría primar en las masas prontas a alzarse, ha  desaparecido. La nueva ley electo­ral, aprobada por unanimidad, por los diputados colorados y blancos, constituye el deseado "equo" razonable, posible de alcanzar por los dos partidos en lucha. Puesto que si así no fuese, los diputados nacionalistas no la hubiesen votado y habrían levantado la voz en son de protesta.

Esto no ha ocurrido; por el contrario, ha sucedido lo contrario, y desde el momento que el partido nacionalista hace converger sus votos sobre la ley, el partido naciona­lista declara desde ahora, implícitamente, que acepta el resultado de las elecciones de noviembre. Lo que significa que el argumento de las armas es repudiado.

Y era ya tiempo de que se llegase a eso; era tiempo de que el país oyese de los representantes directos del nacio­nalismo la palabra de paz; la palabra que reduce a sus verdaderos términos, civiles, la lucha electoral.

Y esta palabra la escuchamos al producirse la votación unánime del sábado último".[8]

En Francia también se estaba buscando soluciones al problema de la representación de las minorías, otra muestra que  en el Uruguay de esos tiempos preocupaban los mismos más que concitaban la atención mundial.

Por su parte en el editorial de El País, transcripto en El Día, establecía: "Para el país no puede menos de ser honroso incorporar a sus leyes los más avanzados preceptos,  que darán prestigio a nuestra democracia  y pondrán de relieve el alto grado de cultura y organización política que hemos conquistado a través de una existencia agitada y tumultuosa.

Para el partido dominante le representa la demostración ante propios y extraños de las tendencias innovadoras que lo mueven en el sentido de magnificar nuestras prácticas republicanas, propendiendo al mismo tiempo a establecer y consolidar un ambiente de tranquilidad, de paz real y fecunda, cuyo corolario forzoso será el reinado irrevocable del derecho, sin reservas, rindiéndose, además, así, un homenaje a los grandes postulados de la democracia y ele­vando la conciencia cívica de la nación y el prestigio moral de la República.



El partido dominante ha hecho, pues, obra meritoria: ha evidenciado sus propósitos generosos; ha procedido consul­tando las conveniencias del país, prescindiendo de las ventajas materiales que podría significar el mantenimiento del régimen en vigencia. Cumple, ahora, que los demás se conduzcan con igual rectitud, con la misma lealtad, en la tarea común, impuesta por el patriotismo, de mejorar nues­tros hábitos, suavizando asperezas y corrigiendo pasiones, restos de los extravíos de otrora. La nueva ley ha sido recibida con general aplauso, hecho sintomático que prueba su prestigio. En cuanto a su aplicación, pueden, desde luego, los ciudadanos sentirse garantidos por la corrección de los procedimientos gubernativos. El régimen de libertad electoral está, por suerte, incorporado en la actualidad y desde hace algunos años a nuestras prácticas.

El ambiente y los hombres dominantes concurren a inspi­rar confianza en todos los espíritus. Falta, ahora, que el país presencie una gran jornada cívica, en la que los ciudadanos demuestren su interés por la cosa pública del comicio, el factor supremo para la realización de los anhe­los populares".[9]

El Ministro de Francia Aristides Briand soluciona el problema de las minorías: "...La comisión de escrutinio general de votos constatará el número total de los electo­res y determinará dividiendo ese número por el de los diputados a elegir en la circunscripción, el cociente electoral. La comisión sumará los sufragios obtenidos por los candidatos de cada lista y dividirá ese total por el número de asientos a repartir a fin de establecer el térmi­no medio de los votos obtenidos por cada lista.

La comisión atribuirá a cada lista cuya media llegue al cociente electoral tantos votos como veces esa media con­tiene el cociente. La Comisión proclamará elegidos hasta la concurrencia de los asientos así atribuidos los candidatos más favorecidos de cada lista. Si según dichas atribuciones de asientos, quedan diputados por elegir se proclamarán elegidos los candidatos que hayan obtenido mayor número de sufragios cualquiera que sea la lista en que ellos figuren".[10]

En este ambiente comienza a verse la política de otra forma: "Durante mucho tiempo, en efecto, la política  no ha tenido más que un fin: conquistar y conservar el poder, sin más objeto que el poder mismo. Arrellanados en sus puestos los vencedores, no abrigaban, después, más que una preocu­pación: la de sacar de sus posiciones el mayor jugo posible de provechos personales.

Los tiempos han cambiado. La política no es ni puede ser un mero reparto [...] La conquista de los puestos públicos tiene otro fin más generoso: la realización del ideal. Lo que vincula a los hombres de un mismo partido no es el interés personal común, sino la comunidad del pensa­miento".[11]



No fueron solamente estos los mecanismos políticos que vivió el país, debemos de sumarle la integración de los sectores empresariales al ámbito político.

Por un lado tenemos la Federación Rural, fundada en diciembre de 1915; las fuerzas opositoras al colegiado, que suscriben un acuerdo el 16 de diciembre de 1916 (Partido Nacional, Partido Colorado General Rivera y la Unión Cívi­ca), donde presentan listas comunes en varios departamentos con el fin de obtener la mayoría anticolegialista en la Convención Constituyente; por 1919 se intentó fundar un partido conservador, la Unión Democrática.

"...la representación del país en el Parlamento no está clasificada, en general, con subordinación a conceptos diferenciales en lo económico, en lo social o en lo cultu­ral; su único aspecto de variedad es el político y aun éste reducido a los tradicionales términos de lucha entre dos partidos cuyas doctrinas difieren en accidentes más que en esencias ... En nuestra vida pública falta la representa­ción de la economía nacional; y es tanto más sensibles su ausencia en las funciones de Gobierno, cuanto que ello se traduce en algo peor que desamparo, pues más nocivo que el abandono es el apoyo inexperto de los incompetentes".[12]

Se buscó marcar las diferencias con los partidos tradi­cionales: "En la nueva agrupación no figuran políticos profesionales y menos aún aquellos que hayan podido actuar en política afiliados a otros partidos ... ha de intentarse la autonomía de las energías nuevas para que ellos puedan llegar al fin que se persigue y se intenta ... lo primero que se desea es que en el recinto donde se hacen las leyes, puedan tener entrada, pero verdaderos representantes ... cuya voz pueda servir de oportuno y razonado asesoramiento al debatirse las leyes que puedan afectar directa o indi­rectamente a los productores".[13]

Entre sus integrantes se destacan: Ramón Alvarez Lista, Juan Carlos Granara, Numa Pesquera, Carlos Forteza, Angel Bervejillo, Pedro Gil, Cristiano Manocci, Pedro F. Suárez, Fernando de Lodrón y Vicente Cerizola.



"No ha podido escapar nuestro país a la influencia de las tendencias sociales que dividen la oposición pública en todo el mundo. Y como ha ocurrido en la generalidad de las naciones, esas tendencias empiezan a perturbar la organiza­ción de los partidos políticos tradicionales, en cuyo seno se nota ya visiblemente una disparidad de ideas que amenaza destruirlos. El fenómeno no tiene nada de sorprendente. Constituidos con fines exclusivamente políticos, su organi­zación no responde ya a las necesidades de la época moder­na, en la que más que cuestiones de índole política se debaten las de carácter económico y social. Forzoso es en consecuencia que los organismos partidarios se pronuncien en esta clase de asuntos, propiciando el triunfo de esas u otras de las doctrinas que aspiran a predominar en la vida de los pueblos. Y como no cabe que en las viejas agrupacio­nes compartan todos sus miembros las mismas ideas, necesa­rio es se rompan los antiguos modelos y se constituyan otras nuevas en concordancia cada una con los principios sociales que sus componentes profesan... Los partidos políticos están obligados a mantener principios definidos y tener soluciones claras para los conflictos obreros y cuantos problemas el antagonismo creciente entre el capital y el trabajo...".[14]

También en estos momentos de principios de siglo la política comienza a transformarse en profesional. Si lo pensamos tranquilamente vemos la importancia de estos años para el Uruguay, pues se trata mucho más que del simple pasaje de una persona: es el inicio de un rumbo, de una conducción política que marcará a fuego al Uruguay del siglo XX. "El poder y el tamaño creciente del Estado fueron apuntalados por una élite política que se profesionalizó en su manejo. Esa élite, por tener base económica sólida y duradera en los puestos públicos, diferente origen social y nacional que los de las clases conservadoras, y dominar mediante el Partido Colorado y el gobierno desde 1865 al diminuto cuerpo electoral, pudo concebir y crear un modelo de Estado no representativo de -y a veces hasta hostil a- las clases conservadoras.

A la vez, el aumento de los roles y el espacio estatal, consolidaron el poder de la élite política y facilitaron su independencia, ampliando, entre otras cosas, el electorado burocrático que era aquel sobre el cual esa élite tenía un control directo, y también su influencia sobre la sociedad y sus actividades, fuesen éstas culturales o económicas".[15]



CUADRO Nº 11
PROFESIONALIZACION DEL ELENCO BATLLISTA GOBERNANTE

Nº total políticos entrados                                                                                                    163
Promedio en años de actividad por titular                                                                            8,55
Nº políticos con 9 o más años de actividad                                                                           70
% dentro del total políticos entra            dos en el período                                                                   42,94
% de sus años en actividad dentro del total de años de todos los entrados en el período                     70,66
Promedio en años de actividad por titular de los con 9 o más años                                                      14,07
Nº políticos con 15 o más años de actividad                                                                                        32
% dentro del total políticos entrados en el período                                                                               19,63
% de sus años en actividad dentro del total de años de todos los entrados en el período                     40,96
Promedio en años de actividad por titular de los con 15 o más años                                                    17,84

Fuente: Barrán, José Pedro - Nahum, Benjamín- Op. Cit. Tomo III. Pág. 66.




[1] Costa Bonino, Luis. Op. cit. pág. 64.
[2] Dahl, Robert A.- La poliarquía. Participación y oposición. Madrid. 1989.
[3] González, Luis Eduardo- Estructuras políticas y democracia en Uruguay. Montevideo. 1993. pág. 15.
[4] La Convención Nacionalista. ¡¡Contra el exclusi­vismo!! El Día. Enero, 3 de 1910.
[5] El verdadero camino. El Día. Enero, 4 de 1910.
[6] Reforma electoral. El Día. Mayo, 3 de 1910.
[7] La reforma electoral. El Día. abril, 14 de 1910.
[8] La sanción de la ley electoral. Su significación. Comentarios de "L'Italia al Plata". El Día. Junio, 9 de 1910.
[9] La reforma electoral. El Día. Julio, 5 de 1910.
[10] La reforma electoral. El proyecto francés y nues­tra ley. Comparaciones oportunas. El Día. Agosto, 24 de 1910.
[11] Concepto de la política. El Día. Junio, 19 de 1912.
[12] El nuevo partido político. El Siglo. Octubre, 29 de 1918.
[13] La nueva actividad cívica. La Defensa Comercial. Noviembre, 11 de 1918.
[14] La cuestión social y los partidos políticos. El Siglo. Agosto, 24 de 1918.
[15] Barrán, José Pedro - Nahum, Benjamín. Op. cit. Tomo III. pág. 62.

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