viernes, 20 de marzo de 2015

EL MODELO EL IMAGINARIO SOCIAL IV

7 - ¡Un Imaginario!
L
uis Eduardo González establecía en El Día, en reporta­je que se le hizo en 1989, que gran cantidad de ciudadanos son hoy "activamente batllistas, independientes de su pelo político ... buena parte de las transformaciones que reali­zó el Partido Colorado y en particular el batllismo a principios de este siglo, al comienzo fueron banderas del Partido Colorado y del batllismo, pero lo que tenía color partidario, con los años se convirtió en patrimonio nacio­nal ... todos en este país somos batllistas. Somos batllis­tas por el mismo hecho de ser uruguayos y de haber sido socializados en una tradición en la cual era muy importan­te".[1]

El Universo Batllista en el Uruguay moderno, por ejem­plo, no es el que se identifica con uno de los partidos tradicionales uruguayos, sino el que sirve de plataforma o roca ideológica y mítica a todo el país. Esta dimensión de la experiencia cotidiana tiene que ver con lo que es posi­ble decir y pensar sin afirmar que se está dentro de una restricción. Lo imaginario en conjunción con lo verosímil estipula los límites de aquello que se nos ocurre "natural­mente", en cada momento de la vida. Las llamadas revolucio­nes sociales, sean éstas violentas, como la francesa de 1789, o tranquilas, como la de comienzos de este siglo en Uruguay, implican una modificación o redefinición de lo que es posible en el universo social. El imaginario  es el dominio de lo deseable virtual, que para volverse efectivo debe ser sancionado por el verosímil, es decir, la versión oficial de la verdad. El imaginario es el territorio donde se da esta sigilosa pero esencial negociación en cada momento de la vida social. Los mitos son los mojones que marcan las áreas vitales del imaginario, entendiéndose como formas privilegiadas de leer los acontecimientos reales para darles sentido, pero sobre todo para decir qué es lo natural, la norma que rige nuestra vida, en cada ocasión vital.

La idea de mito social o político como "fuerza operan­te", es un conjunto de creencias, brotadas del fondo emo­cional del hombre, expresadas en un juego de imágenes y de símbolos más que en un sistema de conceptos, y que se revelan efectivamente capaces de integrar y de movilizar a los hombres para la acción política.

Los Mitos son siempre fuerzas convocantes a la acción; ellos son ideas en pie de guerra; conducen a la Revolución, pero la revolución puede ser progresiva o restauradora, como los mitos que la impulsan.

Se dice que una revolución es progresiva cuando tras la destrucción del orden impone, o intenta construir un orden nuevo, algo diferente, sin antecedentes en el pasado. Es restauradora cuando su objetivo es revalidar y dar nueva vigencia a un orden tradicional y desquiciado por un pro­greso sentido como falso, exógeno en su promoción demasiado acelerado para la propia capacidad de adaptación evolutiva.

Cuando una sociedad fuertemente tradicional es forzada a emprender un proceso de modernización o un ritmo mayor que el permitido por sus posibilidades evolutivas, ese proceso modernizador no es percibido como progresista ni libertador, sino como enajenante y destructor; y el sentido profundo del pueblo, fuente permanente de los mitos convo­cantes, añora el pasado y suscita la presencia de líderes que encarnan los valores de ese pasado. La tensión en el conjunto de la sociedad puede producir una revolución res­tauradora.

El Mito sigue al Caudillo como la sombra al cuerpo. Todo caudillo de raza lleva en vida y deja tras de sí cuando muere una estela mítica. Son mitos de exorcismos los miedos sociales que convocan los anhelos ocultos y su nombre despierta esperanzas, violencias, temores, etc. Mientras más se ataca al Mito con armas racionales, más parece agrandarse la figura del Caudillo, que aparece como una expresión personificada de los anhelos sociales y también una respuesta a sus demandas.

El Mito cumple una función de integración social, haciendo de catarsis colectiva cuando el sistema político está obstruido, o cuando hay una apatía política o cuando existe un callejón social sin salida, hallando así los grupos en el Mito su válvula de escape.

La verdadera magnitud de este problema es la dimensión colectiva; es a escala de las masas, únicas en poder reali­zar una sociedad nueva, que se debe examinar desde el nacimiento de nuevas motivaciones y nuevas actividades capaces de llevar a su desenlace el proyecto revoluciona­rio. Pero este examen resultará más fácil si intentamos explicitar primero cuál puede ser el deseo y las motivacio­nes de un revolucionario.

El proyecto revolucionario tiene sus raíces y sus puntos de apoyo en la realidad histórica efectiva, en la crisis de la sociedad establecida y la contestación de ésta por la mayoría de los hombres que viven en ella.[2]

Podemos establecer entonces que ninguna revolución puede realizarse sin producir un imaginario que encontraría en el pasado los elementos de su coherencia.

Por último, la ideología política retoma la función tradicional de los mitos y de las religiones, la de asegu­rar el consenso social construyendo un modelo de lo social,  proponiendo un paradigma que defina las posiciones sociales al tiempo que las justifica. Resulta importante subrayar que la ideología, al igual que los mitos, cristaliza una imagen de las distribuciones sociales, de las igualdades y desigualdades proporcionando un auténtico saber del sistema social.[3]

Los grandes períodos de transformación son aquellos en los cuales crece la creatividad: la utopía tiende a reali­zarse y el imaginario social presenta nuevas configuracio­nes.

No debemos caer en el error creyendo que fue solo la figura de José Batlle y Ordóñez la creadora de la moderni­dad uruguaya, pero sí podemos afirmar que hablar del imagi­nario social y del cúmulo de hechos que lo conformaron está asociado al Estado Batllista.

A partir de ello, se sustituye la religión católica por la fe en el Estado y sus dones inagotables de ocuparse  de todo, lo que habilitará a la conformación de tres mitos: La Suiza de América; Montevideo, la Atenas del Plata y Uruguay Feliz.[4]





[1] ¿Sistema de partidos en transición? El Día. Di­ciembre, 17 de 1989.
[2] Colombo, Eduardo- El imaginario social. Altamira. Montevideo. 1993. págs. 35-103.
[3] Ídem. pág. 103.
[4] Perelli, Carina - Rial, Juan- De Mitos y memorias políticas. La represión, el miedo y después. Montevideo. 1986. págs. 22-24.

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