viernes, 8 de mayo de 2015

INTERPRETACIONES DEL BATLLISMO Modelo X

G - INTERPRETACIONES DEL BATLLISMO


Se ha interpretado al batllismo de diferentes formas, veamos algunas de ellas:



1 - Como historia  de héroes, existen varias obras de las cuales se destacan: Giudice, Roberto y González Conzi, Efraín- "Batlle y el batllismo".

"El batllismo, después de señalar la existencia de una graduación infinita de posiciones económicas entre la burguesía y el proletariado, apoya su acción más en el sentido moral de los hombres que en su posición económica. Y no hace -ni podría hacer- un llamado exclusivo a determi­nada clase: convoca a todos los hombres que amen la liber­tad y la justicia -hállense donde se hallen- para estable­cer un régimen de justa distribución de la forma social.

Así integrado, el batllismo utiliza la democracia como medio de acción: "Los procedimientos revolucionarios están buenos para los gobiernos absolutos que niegan todas las libertades. En las repúblicas el obrero tiene el voto que es la fuerza que fácilmente puede realizar, sin una gota de sangre y sin una lágrima, las más justas aspiraciones del proletariado", dice Batlle. Y con el voto por arma, los más fuertes, los que tienen la victoria en sus manos, los seguros vencedores son los desheredados: porque son más.

El pueblo directamente, o sus representantes, reducidos a simples ejecutores de la voluntad popular gracias al mandato imperativo irán realizando las reformas. La vía parlamentaria o la vía directa son las que adopta el bat­llismo en su acción política. Gracias a la labor legislati­va, el batllismo responde a las necesidades de cada momento histórico con reformas inmediatas que no son un fin en sí mismas sino un medio de alcanzar la reforma última. En efecto: El batllismo fundamenta la eficacia de la acción legislativa en este axioma: una mejora cultural, moral o económica de la multitud provoca en ésta un sentimiento de desconformidad que genera a su vez un deseo de nuevas y más grandes mejoras: el legislador ya no puede detenerse. Nuevas exigencias del pueblo provocarán nuevas reformas. Y así hasta la última.

El batllismo es, pues una tendencia netamente reformis­ta: una primera reforma prepara una segunda, y ésta a su vez una tercera; y cada una apoyándose en la anterior y derivando de ella, no brusco o repentino cambio, sino gradual transición. De esta manera todo se alcanza sin perturbar el equilibrio social, paulatinamente, en un movimiento progresivo, rítmico. Las conquistas se irán sucediendo, una tras otra: hasta la última. Sin violencias ni sacudidas. Armoniosamente.

El batllismo persigue como solución final el desplaza­miento hacia la sociedad de los medios de riqueza. Este desplazamiento de manos de particulares a manos de la colectividad, se hará gradualmente. Se hará respetando la libertad del trabajo y el derecho de propiedad privada producto del trabajo. "La unificación de una industria y el establecimiento, por tanto, de un monopolio particular, y, en consecuencia, perturbador e injusto", dice Batlle, es lo que constituye la posibilidad -con otros medios- de aquella paulatina transformación.



Con la nacionalización de algunos servicios públicos e industriales (y no se han nacionalizado todos por falta de una mayoría electoral) ya se ha dado un gran paso: ello representa el apoderamiento por la sociedad de útiles de trabajo hasta entonces en manos de particulares. En cuanto a las industrias serán monopolizadas por el Estado cuando ellas hayan sido monopolizadas o estén a un paso de serlo, por un particular o por un pequeño número de particulares. Por el Estado que, para el batllismo, no es más que la sociedad organizada jurídicamente. Lo mismo acontecerá en el suelo.

Y así el batllismo alcanza la finalidad última. Habrá establecido entonces totalmente la libertad del trabajo, que no existe hoy en los servicios que no pueden presentar­se sin autorizaciones especiales (aguas-electricidad-ferrocarriles-tranvías-telégrafos-teléfonos); y que no existe tampoco en los otros servicios cuando han sido monopolizados por particulares. Y que no existe desde muchos puntos de vista, para el salariado cuando impera el régimen patronal. Y habrá respetado la propiedad privada producto del derecho y de la justicia.

Cuando todas las industrias y demás agentes de produc­ción hayan sido monopolizadas por el Estado, será llegado el momento de articular a cada uno lo que le corresponda. Las dificultades de hallar la fórmula absoluta justa, son enormes. El Batllismo, estudiando la realidad de ese momen­to histórico establecerá la fórmula de acuerdo con la nueva realidad".[1]

2 - Batlle como proyectista y conductor de un proceso. Así lo presenta Grompone, Antonio M., en- "La ideología batllista".

"...fue el hombre que transformó un partido llevándolo a basar su acción en afirmaciones ideológicas de justicia social, de perfeccionamiento institucional y de mejoramien­to nacional, sustentando la tendencia ideal sobre las corrientes sentimentales, que parecían constituir los partidos políticos tradicionales en nuestro medio...

En general, el pensamiento es, en los políticos, un adorno o un instrumento para catequizar prosélitos o para ocultar la realidad; en Batlle el pensamiento era la expo­sición de un convencimiento que lo había hecho ya realidad o que intentaba llevar a la práctica, un modo de despertar adhesiones a algo que se tenía el firme propósito de reali­zar o que ya se había realizado.
Había una diferencia básica entre el demagogo que promete y que elogia los extremismos para halagar a las masas, o el que afirma como programa verbal que realizará una obra de bienestar nacional, de respeto al derecho, y Batlle. Para aquéllos, la realidad está divorciada de las promesas, Batlle sólo hizo afirmaciones como modo de expo­ner lo que se podía esperar de él o lo que creía debía defender.

Lo hemos dicho y lo repetimos: con Batlle se inició un movimiento que tiene un doble aspecto. Es ante todo una tendencia ideológica sobre el gobierno y la organización social que tiene características bien definidas y que se ajusta a una concepción de problemas nacionales que se van resolviendo por la adaptación a las necesidades del medio, de principios racionales. Los une un plan armónico en el que todo tiende a la liberación del hombre, tal como lo hemos sintetizado".[2]

3 - Como revolución burguesa para Trías en su "Raíces, apogeo y frustración de la burguesía nacional"; como  revo­lución de mediana y pequeña burguesía para.

"El batllismo mantiene el carácter burgués del Estado ampliando su estructura democrático-burguesa y la apropia­ción privada de los medios de producción y de cambio. Sostiene el sistema burgués y propagandea entre las masas la confianza hacia el régimen democrático-burgués. El punto principal del batllismo ideológicamente consiste en valorar la democracia y la ley, como factores supremos, estables y condicionantes de los demás...
La burguesía industrial inteligentemente conducida por Batlle y Ordóñez propagandea, posibilitada por la situación económica, la democracia, consciente de que es la forma más sutil de enfrentar la política revolucionaria del proleta­riado. Un proletariado, por otra parte, sumamente débil social, política e ideológicamente.

Favorecida por esa circunstancia, la burguesía permite que dentro del batllismo se hable de conquistar una autén­tica libertad y justicia a través de la colectivización, se manifiesten propósitos antiimperialistas y hasta sociali­zante. Permite que el Estado se mantenga "neutral" en los conflictos obrero-patronal, aunque ejerciendo el papel de sostenedor jurídico del orden burgués, y hasta llega a tolerar que el representante más radical de la pequeña burguesía, el "obrerista" Domingo Arena, declare que debe dejarse de lado la simple neutralidad estatal en los con­flictos obrero-patronal para colocarse de parte del más débil.


Tan liberal es que, por boca de ese batllista, se denuncia duramente a la sociedad capitalista: "esta socie­dad capitalista, para poder seguir marchando como marcha, para poder seguir utilizando como utiliza al pobre rebaño humano, necesita forzosamente mantenerlo en un estado de abyección, de embrutecimiento, de abandono que hoy vive".

O se plantea, para un futuro indefinido, la colectivi­zación de la tierra y de los restantes medios de produc­ción.

Pero en el fondo, la burguesía industrial se siente expresada y segura por el batllismo, a pesar de los pujos radicales de la pequeña burguesía, expresados sobre todo a través de Arena. Y eso en la medida en que el batllismo descarga todos sus dardos contra la lucha de clases, verda­dero motor de donde el proletariado extrae en las práctica su ideología revolucionaria, socialista y comunista. Ataca, primero sutilmente, la lucha de clases, propagandeando la conciliación; y siempre, muchas veces ya no sutilmente, blandiendo el garrote o la pluma contra las ideas revolu­cionarias.

El gradualismo reformista es posible mientras se expre­se el propósito (¡y hasta Domingo Arena lo hace!) de apli­car la ley contra los que inciten a la violencia.

De esta forma, hábilmente, el batllismo actúa como antídoto contra la revolución proletaria. Su práctica es la siguiente: cuando el proletariado forcejea para romper sus cadenas, le dirige palabras dulces convenciéndole de que no apele a la violencia, de que dirija sus argumentos a con­vencer al patrón, o se dirige al patrón pidiéndole que no sea cruel. Y por fin, mientras le asegure que algún día todos serán iguales, permite que el patrón mantenga las cadenas de la esclavitud asalariada.

Por fin es preciso estimar la significación política de José Batlle y Ordóñez. Su aguda inteligencia, su habilidad para maniobrar entre amigos y enemigos, su penetrante visión psicológica, puesta sagazmente de relieve por Arena, al servicio de la unidad del partido. Es la expresión más alta, más definida, de lo que es su partido. Con sus virtu­des y defectos. Cobija bajo su atenta mirada intereses contradictorios pero no antagónicos. Está siempre listo a inclinarse, según las circunstancias, a desplegar el pro­gresismo social, económico y político del partido hacia el cual parece predispuesto, e igualmente a replegarse, en aras de la unidad partidaria, en aras de seguir siendo expresión política de la burguesía industrial en los perío­dos de crisis, como ocurre con el "alto de Viera".

Su progresismo de los años de apogeo económico poco a poco se va apagando, a medida que la burguesía industrial retrocede y, junto a él, en primera fila, retrocede el partido en su conjunto.

Cumple en el Uruguay, y dentro de su partido, similar papel al de Luis Bonaparte, que Marx pone de relieve. Su papel "bonapartista" consiste en otorgar leyes avanzadas a los obreros, favorecer a los pequeños propietarios, prote­ger a las mujeres, ancianos y niños impulsar el desarrollo de la burguesía industrial, serenar a los grandes propieta­rios de tierras y de comercios, nacionalizar resortes básicos y otorgar concesiones a los imperialistas. A dife­rencia de Luis Bonaparte, tuvo la suerte de morir a tiempo, como muy lúcidamente afirma Martínez Ces, ante de que su creación estallara en mil pedazos como consecuencias de la crisis del sistema.

Batlle y Ordóñez es imagen y reflejo de una época: de un Uruguay que quiso y no pudo ser."[3]

4 - Como el intérprete de   su tiempo y resultado de las transformaciones migratorias, del impacto del garibal­dismo y del ascenso del movimiento social. Rama, Carlos M.-"Historia social del pueblo uruguayo".

"El movimiento obrero y social que corre en el Uruguay entre los años 1885 y 1928, corresponde a un gran momento de las luchas sociales latinoamericanas, y ha ejercido una influencia importantísima en la historia del país.
En 1885 aparecerá la llamada "Federación de los Traba­jadores del Uruguay", que continúa la anterior "Federación Regional" de la Asociación Internacional de los Trabajado­res de 1875...


La nueva federación desarrollará una obra importantísi­ma, organizando sindicatos de oficio, que se denominan en el lenguaje de la época, respondiendo a una efectiva reali­dad sindical: Sociedades de resistencia...

La administración Batlle (1903-1928) coincidió con buena parte de este momento del desarrollo del sindicalismo y del movimiento obrero.

Batlle dio garantías tanto a los burgueses para la política, como a los obreros para la vida sindical y so­cial, pero muchas veces la prensa opositora le acusó de permitir y proteger "agitadores profesionales", y "grupos subversivos".

Resulta evidente que sin este movimiento obrero tan arraigado, no habría sido nunca el Uruguay el país famoso por la legislación social, el nivel de vida de sus trabaja­dores y su sistema de libertades públicas.
Pero esas mismas realizaciones, el hecho que se logra­ran en pocos años y que las mismas estuvieran visiblemente vinculadas en su iniciativa a un estadista no revoluciona­rio, hizo paradojalmente descreer a muchos revolucionarios de la futura Revolución Social, de la toma del poder por los obreros, del comunismo del porvenir...

Pero si el mérito de Batlle es muy grande por iniciar la legislación laboral, ésta no hubiera prosperado si no tuviera la defensa, el apoyo y la vigilancia de los gremios federados...

Cosmopolitas, abiertos a todos los horizontes, estos círculos hacen de Montevideo  la ciudad-refugio de los perseguidos del mundo. Argentinos, españoles, italianos, se unen con los uruguayos en la creación de un ambiente social particular, afecto a las nuevas ideas, favorable a las aspiraciones obreras, despectivo de los valores de la burguesía o de la tradición.

Estas capas proveyeron de auditores y amigos a ilustres intelectuales extranjeros, como al italiano Edmundo De Amicis (que tuvo por 1880), al anarquista Pietro Gori (que participo en la ceremonia de la piedra fundamental del monumento a José Garibaldi en 1900), de los franceses Jean Jaurès y Antole France, del diputado socialista e ilustre criminólogo Enrico Ferri, de José Ingenieros, de general Ricciotti Garibaldi, o del historiador Guglielmo Ferrero...



José Batlle fue un intérprete de su tiempo, y de un pueblo que ya había recorrido pasos importantes en su progreso. El batllismo de principios de siglo no hubiera sido posible sin el éxito de la escuela pública vareliana, creada por la ley de 1877, que había lanzado en la vida pública varias generaciones de lectores de extracción popular. Tampoco sin el anotado fenómeno de la inmigración europea, y en especial del garibaldismo italiano, producto del Risorgimiento en Italia, en su versión radical (racio­nalista, anticlerical, socializante, popular). También el ascenso del movimiento obrero y social uruguayo, iniciado en 1865, vinculado al proceso internacional desde 1875, vencedor por sus propias fuerzas desde 1895, pero incapaz de una expresión política, práctica e inmediata.

José Batlle dio una voz, y admitió la presencia en el plano político, de ese Uruguay nuevo, que desbordaba pre­tendidos "proceratos", para expresarse plebeya y vigorosa­mente en los talleres, en las aulas, en el surco. El éxito del plan de Batlle fue tan rotundo que emergió un Uruguay nuevo, un país original latinoamericano al servicio de las clases medias, un Estado del cual se interesaron por todas partes no por su grandeza material, sino por la originali­dad de sus instituciones, la audacia de sus leyes, sus soluciones distintas a los viejos problemas. La orgullosa afirmación de Batlle según la cual sus reformas serían "para sus partidarios y sus adversarios, para los hijos de sus partidarios y para los hijos de sus adversarios" resul­tó cierta".[4]

5 - Destacando la capacidad de la política como "varia­ble" independiente de la imagen proyectiva de la sociedad, la estructura de compromisos y próximo a una interpretación "bonapartista". Real de Azúa, Carlos- "El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo y las raíces de la crisis uruguaya".

"...el Batllismo contribuyó a modelar, en esfuerzo dominante o más egregio que otros factores concurrentes, una sociedad y un Estado muy superior a casi todos los otros hispanoamericanos según pautas determinadas. Unas pautas que, ni exclusivas ni intemporales, cabe llamar, más localizadamente, "modernas" y "progresistas".

Todas las dimensiones del país dieron un salto hacia adelante y seguirían creciendo un tiempo, siendo los gua­rismos decisivos de la población y la producción los que antes se detuvieron. De cualquier manera, pasó el Uruguay en las primeras décadas del 900, por esa etapa del regodeo de las cifras que fue una hora también de la vida argenti­na.

Con acrimonia (como siempre en él), un antibatllista tan consecuente como Mario Falco Espalter, criticó en 1920, tal estado de espíritu.

Por ello, es como siempre a los factores cualitativos a los que hay que apelar cuando se quieren sorprender "las grietas en el muro", el gusano en la fruta exteriormente opulenta. Aventuremos, sin embargo, antes de su estricta consideración, que los modelos del subdesarrollo y los  modelos de salir de él, dan relevancia y cohesión a muchas de las críticas que en estas reflexiones (y algunas de ellas con reiteración) se han realizado. Tal es, por ejem­plo, el evidente fracaso en diversificar y hacer crecer el sector primario agrícola-ganadero en términos sustanciales. Tal, el no haber previsto el efecto embotellador que sobre todo el desarrollo industrial tendrían, tanto aquél como la pequeñez del mercado. (Una seña, si se quiere, uno de los muchos lados desde el que puede presentarse el capital problema de la "magnitud nacional", geográfica, demográfica y económica, en que una empresa modernizadora se hace factible y el acuciante para nosotros de qué porvenir poseen, como tales, las "pequeñas naciones"). Tales podrían ser también (reanudo el recuento) el carácter negativo de ciertos trazos que aquí se han subrayado. El haber dejado subsistente el sesgo predominante intelectualista y univer­salista de la educación uruguaya. El haber promovido un espíritu de "alto consumo", de reclamo, derecho y facilidad antes de haberse llegado a estadios más altos de desarro­llo. El haber anquilosado una suprestructura política haciéndola sólo nominalmente representativa tan inepta para recibir auténticas inflexiones del entramado social como para comunicar a éste impulso valederos. Haber angostado por sectarismo político y religioso la generosidad y la amplitud de su veraz llamado a construir un país nuevo. Haber empantanado en la rutina política y en la torpeza burocrática toda dirección dinamizadora.

Con todo, si hubiera que ceñir las debilidades más globales más conspicuas, de más efectos a largo plazo, es especialmente a dos a las que hay que hacer referencia.

La del móvil filosófico cultural podrían ser una de ellas, pues es dable pensar que la filosofía "progresista" de que el Batllismo se reclamó ha entrado en proceso defi­nitivo de disgregación y caducidad y que sus ingredientes racionalistas, individuales, hedonistas, ético-inmanentis­tas, romántico-populistas o han seguido la suerte del compuesto que los integraba o han entrado  -lo que en cierto modo es más seguro- en nuevas, en muy disímiles y hasta casi siempre irreconocibles recomposiciones.

Ceguera al contexto podría registrarse por fin;  olvido, por ejemplo, de las restricciones que imponía al desenvolvimiento industrial la pequeña magnitud de la comunidad y de su mercado, desprecio a las constricciones a que sujetaría el crecimiento de la clase media y obrera una estructura agraria del tipo de la uruguaya, desatención a los fenómenos y desequilibrios de una situación de margina­lidad en un medio cultural tan intensamente europeizado como ya era el nuestro. La falta de conocimiento de las condiciones americanas y de la naturaleza y significación del imperialismo que hizo a Batlle, en 1904, acariciar la idea de la intervención de la marinería yanki en nuestra guerra civil no es, en cierto sentido, más que el corolario verosímil de una situación ambigua, de la residencia en un limbo en el que no éramos ni americanos ni europeos.



A este respecto se ha hablado, como se recordaba, del "país de espalda a América", bullente, promisoria, trágica que geográficamente integramos. Es un tema predilecto de las recientes promociones intelectuales y algunos libros muy conocidos de Mario Benedetti, de Carlos Martínez More­no, lo han orquestado con riqueza. Vale la pena señalar, con todo, que es dudoso que una "atención a lo americano", una menor alineación a los figurines de la cultura litera­ria y social de Francia tuviera que haber llevando a una renuncia de ciertas superioridades naturales de nuestro país respecto a otras zonas de América, a un masoquista ponernos a la altura de las más infortunadas.

En realidad entre no haber conseguido hacernos una nación "central" y no "periférica" (una tarea de la magni­tud de parar el sol) y este habernos diferenciado de lo específicamente rioplatense y americano; entre haber queri­do dotarnos de todos los órganos y los tejidos de una nación madura y haberse conformado con el destino y la magnitud de una pequeña comunidad económica e ideológica­mente mediatizada se deslinda con suficiente precisión la falacia batllista. Una falacia que en cierto modo era inevitable: el despejarla hubiera reclamado esas grandes energías históricas de eslora, de aliento universal que recién las naciones marginadas del Tercer Mundo están, como un todo, en condiciones de potenciar y planear. La situa­ción desde la que tal empresa quiso acometerse en nuestro país es de las que están más allá de la mera culpa o mala fe subjetivas: cualquier solución de fondo sólo podría haber vencido la precariedad de lo que se logró (dejando, por obvio, de lado el no haber hecho nada) por medio de un giro copernicano del destino de latinoamérica entera.

Pudo con todo darse, pudo alborear una comprensión más exacta, menos satisfecha, menos hinchada de las contraccio­nes que acechaban a lo ya realizado. La lucidez de una intelección plena es un bien en sí y pudo dictar a nuestros órganos gobernantes de las últimas décadas acciones y abstenciones que no hubieran lucido pero que pudieron dejar más desbrozado el camino. La convicción, por el contrario, de que con algunos retoques políticos y económico-social se había llegado a un estado de perfección no sólo es antidia­léctica y antihistórica sino que tiene mucho que ver con todo el espíritu que inficionó lo mejor de la obra Batllis­ta.

Ricardo Martínez Ces le ha llamado el "espíritu de facilidad", señalando de paso lo ajeno que la propia perso­nalidad de Batlle era a él. Podría llamársele "espíritu acreedor" también. Un trazo universal de la sociedad de masas, que países industrializados y maduros pueden (inclu­so) tener interés en fomentar, pero que aquí se desplegó en un muy distinto contexto. Un inverosímil optimismo, una sistemática ceguera a la dureza acechante de la historia, al rigor de la competencia entre sociedades naciones fue transfundido a grandes oleadas a toda una colectividad, a la que se acostumbró al constante reclamo, a la que se aflojó hasta un ritmo de trabajo propio de tiempos idíli­cos, a la que se dotó de un sistema de seguridad social cuyo costo respecto a la producción de la que tiene que salir, del aporte de los activos de la que ha de ser extra­ído, nadie se atreve ya a decir que, absoluta o comparati­vamente, no sea desmedido. Una colectividad, en suma, a la que se hizo creer que tras el éxito de los primeros esfuer­zos, la plenitud del reino, y sus "añadiduras", habían llegado.



En su terminología de las etapas de desarrollo, Walt Rostow opinó tras un rápido conocimiento del Uruguay que éramos una sociedad que había pasado sin etapas del "take off", del "demarrage" o del impulso del crecimiento inicial a la del "alto consumo de masas". Traducido a cualquier otra terminología el diagnóstico sigue siendo exacto. Y aun otra cosa podría resultar más grave: una sociedad a la que se estancó en una suerte de radicalismo verbal básicamente conservador y a la que se limó de toda energía revoluciona­ria incómoda, trabajosa, dura al fin, haciéndole creer que con algunas elecciones ganadas, algún impuesto más, algunas medidas legislativas los privilegios de los grupos superio­res caerían al suelo como hojas secas y el feliz imperio de la igualdad sería alcanzado. No se necesita ser un revolu­cionario cabal para pensar que si en algún país el "evolu­cionismo" social ha tenido un sentido enervador, ese país es el Uruguay.

Culminando este proceso, hemos llegado a ser una socie­dad económicamente estancada, políticamente enferma, ética­mente átona. Podrá decirse, también, que civilmente sana y socialmente más equilibrada que muchas otras de su tipo pero las notas peyorativas son las dinámicas y éstas sólo pasivas y remanentes. Porque, globalmente (ya se trató de fundarlo) parecemos ineptos para la altura de los tiempos y sus implícitos desafíos.

No pretendo afirmar que entre este cuadro y el Batllis­mo la relación sea inequívoca. Puede defenderse aun ahora que el Batllismo no es el responsable de nuestra crisis porque no es "el único responsable". Empero si todavía se lo considera hipotéticamente actor único, podría alegarse dispensas que tendrían a su mano tres "porqués".

Primero, porque completó de alguna manera una imagen del país y la consideró aceptable, juzgando, por ende, que no tenía razón de hacer "otra" cosa.

Segundo, porque, supuesto lo anterior, fueron factores supervivientes que la destruyeron y ya no estaba el Bat­llismo, por lo menos en mejor "forma", en su plenitud histórica  para calafatearla o inventar otra nueva.

Tercero, porque (matizando la primera dispensa), cuando un movimiento político -como es caso del Batllismo- alcanza esa "imagen satisfactoria" se detiene y el esfuerzo por hacerla más veraz, cabal y profunda alteraría el cuadro y las estructuras alcanzadas. Ello hace que cuando es atacada esa imagen, o ésta se desdibuja, se plantee la duda de si el esfuerzo correlativo por devolverle su vigencia no hará correr demasiados riesgos a lo que, de alguna manera, se conserva, de algún modo sobrevive.

Sin embargo, de tener que escoger entre una opción, podría resistir buena andanada de críticas, sostener que determinadas limitaciones internas, ciertas carencias y falibilidades fueron las que no le permitieron culminar su importante obra; las que de algún modo le impidieron darle perduración, hacerla resistente a todos los embates de descomposición que por tres décadas más sobrevendrían".[5]

6 - Teniendo como única variable explicativa la capaci­dad del líder, el papel del Partido Colorado en cuanto a tradición y organización y que considera que las transfor­maciones las realiza Batlle sin vinculación alguna con la estructura social emergente, se encuentra en la obra del historiador, Vanger, Milton- "El país modelo. José Batlle y Ordóñez. 1907-1915".

"La presidencia de Batlle ya estaba llegando a su término medio -más de la mitad si el Colegiado iba a cortar su administración en un año- y aunque Batlle retenía algu­nas de sus más radicales propuestas hasta después de que se estableciera el Colegiado, las líneas generales de su visión del Uruguay -país modelo- eran ahora más definidas y más conocidas de lo que habían sido cuando su elección basada en la imagen de un Batlle "maduro". Estaba utilizan­do la prosperidad de la nación para impulsar la transforma­ción económica, rural y urbana. La estancia se tornaría intensiva, la agricultura se extendería; la industria crecería (la sustitutiva de importaciones y la nueva, como la pesca, el alcohol industrial, la minería). Nuevas y amplias empresas del Estado detendrían el drenaje del oro a la vez que reducirían los costos para los consumidores. El Estado, dueño de todas las fortunas y de gran parte de ellas, por medio de los impuestos, estaría capacitado para proporcionar a todos una vida decorosa. La educación y la cultura estaría al alcance de todos. En contraste con revolucionarios posteriores que quieren eliminar la distan­cia entre intelectuales y obreros forzando a los intelec­tuales a realizar trabajos manuales, Don Pepe quería dismi­nuir esa distancia dándole a los trabajadores una cultura intelectual. Las mujeres serían liberadas de la Iglesia y de las contradicciones de la dominación masculina. El proceso hacia el país modelo continuaría, bajo la creciente democracia, dirigido por el Partido Colorado y asegurado por el Colegiado.

Este resumen de lo que Batlle estaba haciendo, difiere en la mayoría de los escritos recientes -comenzando en la década de 1960- acerca de él. Esos escritos ven a un Batlle que, por falta de conocimiento sobre asuntos rurales y por cálculo político, deja tranquilos a los estancieros, des­cuida al interior y concentra sus planes en Montevideo donde estaba su respaldo político. Afirmaciones tales como "el núcleo del problema -la tenencia de la tierra- aún no había llegado al líder en la Presidencia" (J. P. Barrán y B. Nahum); "aunque Batlle adoptó una postura reformista radi­cal con respecto a un amplio sector de intereses e institu­ciones, ella no se extendió a la cuestión de la propiedad de la tierra" (Henry Finch); "el gobierno de Batlle operaba en un contexto casi completamente urbano" (John Kirby), son ejemplos de lo que se ha convertido en conocimiento conven­cional.

"El arreglo de Batlle -reformas urbanas a cambio del status quo rural" (Peter Winn) es visto como un "camino lateral" (Ricardo Martínez Ces) destinado a expandir el consumo urbano, "resolver tensiones sociales" y así "no afectar las estructuras tradicionales que él quería preser­var" (Hery Finch).



Tomados en conjunto, estos estudios interpretan mal las intenciones de Batlle, reducen el alcance de su política y subestima su radicalismo. En vez de aceptar el statu quo rural, se estaba en movimiento para imponer el uso intensi­vo de la tierra y reclamar las tierras fiscales. En lugar de operar en un contexto casi exclusivamente urbano, su obra de gobierno y su política eran nacionales. Las esta­ciones agronómicas, caminos, ferrocarriles del Estado, un nuevo puerto todavía no anunciado, sobre el Atlántico, cerca de Brasil, todo estaba destinado al desarrollo del interior, el crédito y los seguros de los bancos del Estado servían al interior y a Montevideo, ahora tenía usinas en todo el país; los nuevos liceos departamentales acercarían el nivel cultural del interior al de Montevideo.

Políticamente, Batlle presidía un partido nacional, no sólo montevideano.

Tampoco creo sea acertada la opinión de que Batlle quería preservar las estructuras tradicionales y aliviar tensiones sociales a través de caminos laterales. Un hombre que estaba proponiendo hacer del Estado "el dueño de todas las fortunas o de gran parte de ellas", obviamente no quería preservar las estructuras tradicionales. Esta inter­pretación errónea de las intenciones y de la política de Batlle surge por mirar el pasado del Uruguay desde el punto de vista de la continuada crisis económica posterior a la década del 50, cuando el consumo excedía a la producción, cuando el país tenía una enorme burocracia, y cuando las empresas del Estado producían  déficit, paros y apagones.

El argumento del "camino lateral" ubica el camino de esta situación en la segunda presidencia de Batlle. Según este argumento, Batlle incrementó intencionalmente el empleo público, especialmente en las empresas del Estado, para aumentar la masa obrera, el consumo y el mercado de productos (Ricardo Martínez Ces). Una opinión similar en Carlos Real de Azúa (El impulso y su freno. Tres décadas de Batllismo y la raíces de la crisis uruguaya). Pero el propio Batlle, como lo demuestra el análisis de sus presu­puestos, fue muy cuidadoso en mantener bajo el crecimiento del empleo público. Hasta he sostenido que las empresas proyectadas por Eduardo Acevedo tenían menos empleados de los necesarios para llevar adelante sus propósitos. Para Batlle, la función primordial de esas empresas era restrin­gir el drenaje del oro y proporcionar servicios nuevos y más baratos dentro del programa de desarrollo económico que estaba imponiendo al Uruguay. Llenar las empresas con demasiados empleados elevaría los costos y les impediría ofrecer servicios baratos. El éxito justificaría la crea­ción de otras; la ineficiencia, no.

Cuando las Usinas Eléctricas extendieron sus servicios a todo el país, se le dio a su Directorio el derecho de despedir trabajadores aun cuando, normalmente, los emplea­dos públicos sólo podían ser despedidos con venia del Senado. Los legisladores se opusieron. El Ministro de Ha­cienda, José Serrato, contestó que el Estado quería que sus empresas tuvieran éxito y tenía que "organizarlas... en igual forma en que las organiza la industria privada".[6]



7 - El batllismo como una de las primeras expresiones  populistas de América Latina. Zubillaga, Carlos- "El bat­llismo una experiencia populista".

"...el populismo aparece como un movimiento político característico de América Latina, fundado en la concerta­ción social, que intenta modificar -a través de una estra­tegia reformista promovida por un líder carismático y sin un sistema político democrático formal en pleno funciona­miento- la estructura primario-exportadora y promover una industrialización acelerada, en búsqueda de caminos de inserción autónoma en el mercado mundial. La acción popu­lista resulta, por lo demás, sumamente fluida, caminante, sostenida a impulsos pragmáticos no siempre gobernables, que juegan como respuestas sensibles a los requerimientos de las masas pero sin una cabal previsión de las consecuen­cias que los factores puestos en movimiento pueden generar...

Sostenemos como hipótesis (para cuya confirmación empírica ofrecemos algunas someras anotaciones) que el "primer batllismo" configuró una de las primera experien­cias populistas en América Latina...

Un intento de caracterización como el presente implica -parece obvio pero no  es desdeñable reiterarlo- un esfuer­zo científico por interpretar, sobre bases más sólidas que las de la solidaridad ideológica o el simple "impresionis­mo" intelectual, un proceso de honda incidencia en la configuración del Uruguay contemporáneo".[7]

8 - La relación entre estructura social emergente, con clases medias y  obrera urbanizada, y el proyecto de trans­formación de Batlle, sin hacer del batllismo una represen­tación de aquellas clases que precisamente se van a confor­mar con su implementación.

Germán Rama destacó los aspectos del proyecto societal impulsado por una élite política "La universidad y el desarrollo futuro del Uruguay" Blanca París de Oddone y otros "Universidad, transición, transformación".

"Bajo la conducción de Batlle y Ordóñez se inició un ciclo de transformaciones de tres décadas de duración, en el que se creó el Uruguay moderno y la democracia, y cuyo impacto en términos de valores se proyectó hacia el futuro: después de la segunda guerra mundial, como intento de "reproducir" el mismo proyecto, con los ajustes de la incorporación del populismo, en la etapa de la crisis que se inició a mediados de los cincuenta, como defensa del corpus institucional (pero sin las orientaciones de trans­formación societal que le dieron base) o como recuperación de valores democráticos entendidos como fundamentos de identidad nacional en el reciente conflicto entre sociedad civil y Estado autoritario.

La mención de proyecto de cambio societal hace pensar en un corpus teórico coherente que se lleva progresivamente a lo práctico, generalmente en un plazo reducido y como consagración de un movimiento social que, a partir del control del Estado, lo instrumenta en forma más o menos planificada. En el caso del batllismo, si bien los objeti­vos fueron altamente coherentes, las distintas prioridades relativas que se les asignaron (la mayor importancia de la construcción de la democracia que da la transformación de la propiedad rural, por ejemplo) introdujeron no pocos bloques en la emergencia de una nueva estructura social. La realización del proyecto llevó el cuarto de siglo de lide­razgo político de Batlle y Ordóñez (1903-1929) y se prolon­gó aún en los años inmediatos. La falta de mayoría electo­ral del batllismo en relación al Partido Nacional y por ende la necesidad en mantener una alianza con las otras fracciones coloradas, estableció complicados sistemas de acuerdos políticos que frenaron, dilataron o modificaron las iniciativas. Las condiciones de inserción económica internacional de Uruguay crearon instancias de auge y crisis económica; las imágenes de sociedad propuestas y sus respectivos obstáculos cambiaron en el tiempo y, por últi­mo, las resistencias del sistema social y de poder y de las pautas cultivables de la sociedad preexistente y de lo que se conforma con las transformaciones, fueron desigualdades en el tiempo y según las áreas. Así las élites políticas resistieron con fuerza la transformación autoritaria del Estado con la sustitución del poder personal del presidente por una administración colegiada, y resistieron menos la creación de un área de empresas públicas; la laicización de la sociedad fue relativamente fácil, pero resistida la educación de las mujeres a niveles iguales a los de los hombres. En consecuencia son grandes los riesgos de presen­tar las reformas como dimensiones de un proyecto intelec­tual. En beneficio de esta oposición figura que la sociedad que emergió, a través de sus élites, se percibió como resultado de una voluntad proyectiva, ya fuera individual, partidaria o colectiva".[8]

9 - Como respuesta a los hechos que venían produciéndo­se desde el siglo pasado, es el caso de Finch, Henry- "Historia económica del Uruguay contemporáneo".


"En la historiografía uruguaya ha existido una tenden­cia a considerar las dos presidencia de José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915) y la sostenida influencia que ejerció hasta su muerte en 1929, como un cambio radical en la vida del país. En realidad, no puede existir dudas acerca de la importancia de esos años decisivos para la posterior evolución del Uruguay. El último conflicto armado entre blancos y colorados terminó en 1904 y, a partir de entonces, se consolidaron las formas democráticas de go­bierno y los partidos políticos adquirieron definitivamente carácter civil. La legislación que le ha valido al Uruguay la equívoca denominación de "estado benefactor" se originó en ese período. El valor de las exportaciones se duplicó entre 1900 y el estallido de la Primera Guerra Mundial a raíz de la iniciativa del comercio de carnes congeladas. La actividad industrial aumentó y se realizaron importantes mejoras en la infraestructura, tanto  a nivel urbano como nacional. La sola enumeración de estos cambios llevaría a pensar que -sin desmedro alguno del significado de su obra- sería más acertado decir que Batlle fue la creación de su tiempo que sostener -como lo hace Vanger- que fue el crea­dor del mismo.

En realidad, los logros de Batlle pueden ser considera­dos como respuestas a dos procesos que eran ya evidentes a fines del siglo pasado: la inestabilidad social del sector ganadero y el rápido crecimiento de la economía urbana. El fenómeno batllista significó una transacción -de carácter liberal, humanitario, muy de clase media- entre las tensio­nes sociales y políticas resultantes de estos procesos encontrados. Aunque en algunas oportunidades puede haber tomado formas radicales -más que nada en la defensa por parte del Estado de los sectores económica y socialmente desvalidos- la intención subyacente del batllismo era de esencia conservadora; se trataba de extender las funciones del Estado a los efectos de asegurar el equilibrio de fuerzas entre las distintas clases sociales y realizar el papel del sistema político...

La última guerra civil tuvo una gran importancia en la determinación de las relaciones entre el gobierno esencial­mente urbano de Batlle y los propietarios rurales. A pesar de los daños y pérdidas físicas que tuvo que sufrir y de su aislamiento político, que resulto evidente, la clase alta rural pudo considerarse satisfecha. La conducta financiera del gobierno de Batlle fue -a pesar de los costos de la guerra- inobjetable. Más importante aún fue la concluyente demostración de que el poder de una autoridad central resultaba -a largo plazo- una garantía mucho más efectiva de la paz y de la estabilidad interna que cualquier acuerdo interpartidario sobre la base de una distribución territo­rial de zonas de influencia. La época de los acuerdos, de las tradicionales formas de coparticipación a través de las cuales los partidos habían mantenido una paz inestable desde 1872, había llegado a su fin.

Los propietarios rurales tuvieron claro, a partir de 1904, que el Partido Colorado no planea atacar el principio de la propiedad privada de la tierra ni rescatar tierras fiscales que los propietarios habían ocupado. La autonomía del sistema político era, en verdad, un privilegio del que la naciente clase política no podía arriesgarse a abusar atacando las bases mismas del sector rural. Un pacto implí­cito se estableció entonces entre ambos sectores. Sin embargo, la paradoja de la vulnerabilidad política de la clase alta rural -el hecho de que un grupo económicamente dominante no pudiese controlar el sistema político- fue reconocido en 1916 cuando los propietarios rurales se unieron para formar la Federación Rural como un grupo de presión que actuase en el seno de ambos partidos tradicio­nales en defensa de los intereses del campo.



A pesar de todas las ideas peligrosas que se proclaman en Montevideo, los intereses rurales tenían poco que temer. La política agropecuaria de Batlle fue, en realidad neu­tral. Su propósito era lograr la transformación gradual de una estructura insostenible, pero las medidas que puso en práctica -elevación de los impuestos sobre la tierra, impuestos a la herencia y al ausentismo, salarios mínimos para el medio rural, planes de colonización, créditos a los pequeños productores- fueron fácilmente evadidos o tuvieron escasos resultados. A largo plazo, el fracaso del batllismo en reformar la estructura agraria iba a tener serias conse­cuencias para el futuro desarrollo del Uruguay. El rápido crecimiento de las exportaciones y las demostradas habili­dades en el difícil arte de la consolidación política cons­tituyeron -por otra parte- razones de peso para evitar un enfrentamiento de fondo con los intereses rurales. Además, en lo que respecta al corto plazo, existía un argumento concluyente: la economía urbana -cuyos intereses Batlle representaba directamente- tenía margen para creer sin entrar en conflicto con las arcaicas estructuras rurales...

La política económica de Batlle no logró ningún cambio importante en la estructura económica del país. Se conce­dieron beneficios impositivos a las nuevas empresa indus­triales que se sumaron a la protección arancelaria ya existente. Pero al faltar una política fiscal progresiva, el mercado se mantuvo sin desarrollarse y tuvo que ser el socialista Emilio Frugoni quien señalase el carácter regre­sivo del proteccionismo aplicado a los artículos de primera necesidad.

El crecimiento del sector público -otro rasgo del batllismo- lejos de perjudicarlo, favoreció indudablemente al capital nacional. El monopolio por parte del Estado en algunos tipos de seguros se realizó a expensas de empresas extranjeras, no de las uruguayas.

Por otra parte, la hostilidad de Batlle hacia el capi­tal extranjero, si bien era sincera, distaba mucho de ser una actitud de enfrentamiento a la intromisión imperial...



Si bien los resultados económicos de la política bat­llista fueron en verdad modestos, sus logros sociales y políticos fueron realmente importantes. La inmigración masiva introdujo nuevos intereses en Montevideo -institu­ciones e ideologías de base social- que empezaron a entre­cruzarse con las fidelidades partidarias tradicionales que hasta entonces no habían tenido una base social homogénea. Las organizaciones obreras se fortalecieron a partir de 1895 y el descontento laboral se intensificó durante la década de rápido crecimiento que precedió a la Primera Guerra Mundial provocó alarma entre los sectores empresa­rios más poderosos. Los partidos políticos tradicionales, tan mal equipados para registrar y articular los nuevos reclamos se sintieron igualmente amenazados por la militan­cia de los obreros. La repuesta de Batlle fue elevar al Estado -y con él al sistema político- al plano de una benevolente neutralidad desde la que se podía mediar en los conflictos sociales que se convirtiese en un peligro para el orden que el Estado quería salvaguardar. Las leyes consagraron una aspiración primaria del movimiento obrero -la jornada de 8 horas- en 1915. Posteriores actos legisla­tivos fueron anticipando los reclamos laborales y, de esa manera, los viejos partidos políticos se fortalecieron a expensas del movimiento sindical y -más aun- de la eventual temática de los partidos de izquierda. Mientras los clubes políticos cumplían el papel de agentes para la integración de los inmigrantes montevideanos, la aprobación de leyes sobre pensiones a la vejez, jubilaciones, descanso semanal para los trabajadores, seguros de accidentes de trabajo y salarios mínimos consolidaba la  lealtad de los trabajado­res al aparato estatal que los protegía. La legislación era el precio que debían pagar los pequeños industriales en ascenso por la estabilidad política y social.

La ideología del batllismo fue, fundamentalmente, una ideología de clase media. Aunque ningún sector social fue excluido de la alianza batllista, los mejor representados fueron el de la pequeña industria y el de los empleados públicos y privados. Un sentimiento igualitario combinado con la defensa de la propiedad, la creencia en el valor de la movilidad social manifestada a través del apoyo a la educación y a la igualdad de oportunidades y a la afirma­ción del Estado por encima de los intereses de las distin­tas clases sociales, fueron rasgos característicos de la temática del movimiento. La política batllista consistía, entonces, en mantener mediante concesiones el equilibrio entre fuerzas sociales crecientemente antagónicas, mientras conservaba y fortalecía la independencia del sistema polí­tico a través de su capacidad de mediar entre ellas.

Sin desmedro de la significación que el período bat­llista tuvo en la evolución del Uruguay, resulta evidente que no se inició en él el crecimiento y la diversificación de la economía urbana y que no representó enteramente el ascenso de una nueva clase social. Menos aún puede decirse que haya logrado un cambio significativo en los términos de la dependencia uruguaya. El sistema político comparativa­mente autónomo que se gestó en épocas anteriores fue em­pleado para asegurar el aislamiento político del sector económicamente dominante, es decir, los propietarios rura­les, y para establecer un cierto grado de equilibrio entre el capital y el trabajo en el medio urbano, entre el capi­tal nacional y el capital extranjero, entre el capital británico y el capital norteamericano. El Estado se convir­tió en un mediador neutral en los conflictos de intereses y el control de las organizaciones partidarias tradicionales sobre un aparato estatal en franco crecimiento quedó plena­mente confirmado".[9]

Más allá de las interpretaciones que se pueden hacer de Batlle y del batllismo, debemos de remarcar la presencia de un estilo batllista, que resulta de la interpretación que hizo Batlle del país, de las condiciones políticas, econó­micas, sociales y culturales del primer cuarto de siglo.

El ser batllista significa ser de una forma, actuar y concebir al país en determinada clave.




[1] Giudice, Roberto - González Conzi, Efraín- Op. cit. pág. 403.
[2] Grompone, Antonio M.- Op. cit. págs. 7-83.
[3] Louis, Julio A.- Batlle y Ordóñez. Apogeo y muerte de la democracia burguesa. Montevideo. 1969. págs. 183-190.
[4]  Rama, Carlos M.- Historia social del pueblo uru­guayo. Montevideo. 1972. Págs. 103-133.
[5] Real de Azúa, Carlos- Op. cit. págs. 102-107.
[6] Vanger, Milton- El país modelo. José Batlle y Ordóñez. 1907-1915. Montevideo. 1980. págs. 212-215.
[7] Zubillaga, Carlos- El batllismo, una expresión populista. En El primer batllismo. Cinco enfoques polémi­cos. Montevideo. 1985. págs. 16-18.
[8] Rama, Germán- La democracia uruguaya. Montevideo. 1987. págs. 25-28.
[9] Finch, Henry- Historia económica del Uruguay con­temporáneo. Montevideo. 1980. págs. 16-21.

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