sábado, 13 de diciembre de 2014

FEMINISMO

I - FEMINISMO

L
a mujer de principios de siglo se caracterizaba por su dependencia y subordinación a una sociedad machista. Desde el punto de vista jurídico  su situación era similar a la de los menores de edad o los incapaces: eternamente bajo la tutela del padre o del esposo.

En el aspecto educativo la mujer se encontraba de hecho excluida de la enseñanza media y superior. Recluida al ámbito doméstico.

Concepción Arenal Ponte 1820-1893

En la biblioteca  personal de Batlle se encuentran obras de Concepción Arenal. ¿Pero quién es C. Arenal (1821-1893)? Escritora y penalista española. Se distinguió por su trayectoria humanista y feminista. Exaltó el concepto de asistencia social en su obra. “La Beneficencia”, “La filan­tropía”, “La caridad” (1860) y se interesó por los proble­mas penales, “Carta a los delincuentes” (1883), sociales, “El pauperismo” (1897), feministas, “La mujer del porvenir” (1883), y jurídicos.

En carta fechada en Ginebra el 12 de octubre de 1908, Batlle le dice a Domingo Arena: “...En breve le mandaré el libro de Concepción Arenal de que le hablé en otra carta…”.[1]

Destaquemos que las mujeres luchaban por su lugar desde mucho tiempo atrás. Veremos su prédica por la educación e instrucción de la mujer en el discurso pronunciado por la Srta. Rosa Larghero, en el  Club Fomento de Educación.

Difícil es por cierto, en mis circunstancias, la tarea que me impongo; pero me hallo dispuesta a sobrellevarla con valor, pues ella tiende a un fin noble: la felicidad so­cial. 

La educación e instrucción de la mujer es necesaria a la felicidad; lo es, porque a ella está ligada por los lazos más sagrados: hija, esposa y madre, tres cargos difíciles para desempeñar, cuando una mujer no es educada e instruida. Si es educada e instruida labrará la dicha completa de la familia; si no lo es, sólo la ruina y des­olación la acompañarán por doquier. Los buenos sentimientos son acallados por la ignorancia en que vive la mujer, y dando sólo cabida a los malos, su ruina  es inevitable.

La felicidad social sólo es comprendida allí donde no impera la ignorancia, donde la mujer puede instruirse libremente. En Norteamérica goza la sociedad una felicidad desconocida para nosotros; y esa felicidad es la libertad de estudios para la mujer. Es respetada por los hombres, porque la educación e instrucción que recibe le concede la misma libertad y derechos que al hombre. 

Por qué los hombres desconocen el mérito de la educa­ción e instrucción de la mujer, no me lo explico. Ella reporta las mismas ventajas para uno que para otro; he dicho antes, que sólo el egoísmo de los hombres retiene a la mujer en la ignorancia; de otra manera no puede compren­derse. De lo contrario ¿por qué han permitido la ignorancia de la mujer?, ¿por qué no han puesto una barrera a las desdichas que se han desbordado, acumulándose sobre la sociedad entera?, ¿por qué desconocen los derechos que la naturaleza le concede?, ¿esperan acaso el adelanto de la sociedad por medio de su ignorancia? No; desean gloria y felicidad; pero esa gloria y felicidad no podrán alcanzarla mientras no se practiquen otras reformas que serán su base. 
 
Cuando estas reformas se practiquen, cuando se compren­dan sus ventajas, la sociedad caminará hacia el progreso y la prosperidad.


La inercia intelectual de la mujer se deja sentir en todas sus fases. Para la mujer sin instrucción, los buenos sentimientos no existen; ella  siente, sí, pero no sabe distinguir lo bueno de lo malo. Criada y educada en la ignorancia, con malos principios, no sabe más que seguir­los, y en su camino de desengaño, culpa a la divina Provi­dencia de sus desdichas; la culpa, pero no  quiere compren­der que esa Providencia  la componen los hombres.  

Los hombres han inoculado en la mujer el placer de la moda, la han hecho creer que poseyendo belleza física, su triunfo  será completo, y esa mujer, pobre de ánimo, in­vierte todo su tiempo ante el espejo, en arreglar con perfección sus cabellos; la pintura y cosmético jamás faltara a su tocador; esa pobre mujer  a quien los hombres han bautizado con el nombre de coqueta, se encuentra en todas partes. Llega un día que la naturaleza le exige el cumplimiento de sagrados deberes, cuando agitada siempre por el afán de ver halagada su hermosura, no ha tenido tiempo de comprender si tenía sentimientos nobles y virtuo­sos que inculcar a sus hijos; la sociedad se mofa de ellas, presentándolas como ejemplo de la abyección de la mujer...  

El estado social que aquí reina no permitirá la muy pronta realización de esta idea pero, a pesar de esto, debéis emprender esa tarea con valor, formad propaganda oral y si posible es, por la prensa; demostrad las grandes ventajas que reportará la realización de esas ideas; que comprendidas, la sociedad entera os prestará su apoyo.

Podrá la mujer educarse e instruirse libremente, y esa educación, fundada en las bases sólidas, ocasionará una completa revolución, entonces no estará relegada al indife­rentismo, tendrá los mismos derechos que el hombre, y podrá cumplir sus sagrados deberes. Su educación moral no se hará esperar y será completa.    

Ya no será la mujer aquella fatua y presuntuosa: será la mujer noble, buena y virtuosa; emprenderá con valor no sólo las tareas domésticas, sino también aquellas que impone la patria  a todo ciudadano.

No podrá la mujer hacer una defensa por medio de las armas; pero podrá hacerla oral y por la prensa; podrá emitir ideas tan profundas como el hombre, y ayudará a regir los destinos de su patria.

Ya sabrá la mujer cumplir los deberes que la naturaleza le impone para su familia.

Podrá entonces la sociedad ser completa y ya no mirará a la mujer como objeto de lujo, sino que será mirada tal como es: capaz de desempeñar los deberes que por su natura­leza le están encomendados.

Educada e instruida, la felicidad inundará vuestros pechos, y rechazando el egoísmo para sólo dar cabida a los nobles sentimientos, comprenderéis el mérito de vuestra grande obra.



Terminaré, sí, pero no sin antes aventurarme a daros un humilde consejo: tratad que la educación e instrucción de la mujer sea un hecho en nuestra querida patria; tratad de hacer una propaganda activa y enérgica, cual es necesaria para tan grande cuanto sublime objeto. Tratad, en fin, señores, demostraos a la faz del mundo dignos obreros del progreso, descorriendo para siempre el tupido velo de la ignorancia, que sepulta a la mujer en las tinieblas del oscurantismo, para de ese modo dar paso a la intensa y vivificadora luz, que arroja la luminosa antorcha de la civilización”.[2]    

La mujer en el siglo XX pasa a ocupar nuevos roles, de obrera, empleada y maestra, que fueron posibles dado el apoyo y receptividad tanto de anarquistas, como socialistas y batllistas.

Este cambio conlleva a adaptar la legislación laboral vigente, la cual podemos analizar a dos puntas: por un lado encontramos una modalidad protectora, que conserva algunos rasgos “caballerescos” y mucho de paternal, y se expresa fundamentalmente en el área laboral (legislación especial protectora de la mujer), en la protección de la maternidad (que llega a considerarse como “sagrada”) y en la seguridad social (con regímenes jubilatorios especiales); y por otro se intentaba “promover” a la mujer, reviviendo todos sus derechos, sus capacidades y posibilidades como ser humano, incitándola a superar el estado de “inferioridad” en que se encontraba  (del cual se culpa en gran parte a la Iglesia).

En ese sentido se facilitó el acceso de la mujer a la educación secundaria y superior y se desarrollaron activas campañas tendientes a lograr la igualdad civil y política. Se postulaba que el voto femenino y el trabajo de la mujer fuera del hogar no iban a producir ni el caos en la familia ni la anarquía en la sociedad.


Uno de los pensadores más citados por los representan­tes uruguayos es John Stuart Mill. Con el mismo espíritu que carac­terizó a su libro La Libertad, Stuart Mill escribió en 1869 el ensayo Sobre la servidumbre de las mujeres. Se trata de una obra con elevada sensibilidad moral y una gran agudeza en el análisis de la sociedad. Desde hace siglos se considera que la mujer es inferior por naturaleza. Sin embargo, señala Stuart Mill, la naturaleza femenina es un hecho artificial, es un hecho histórico. Las mujeres quedan relegadas en exclusivo beneficio de los hombres o permanecen a cargo de la familia o incluso, como ocurría entonces en Inglaterra, en los talleres, y se dice no obstante más tarde que no posee dotes que las hagan sobresalir en la ciencia o en las artes. Según Stuart Mill, el problema hay que solucionarlo a través de  medidas políticas o creando condiciones sociales de paridad entre hombre y mujer. Las ideas era lograr la emancipación femenina, hallaron muchas seguidoras en Ingla­terra entre los movimientos feministas de los sufragistas de fines de siglo XIX, aprobándose en 1919 el derecho al voto de las mujeres.

Uno de los puntos altos de Batlle en el feminismo fue sin duda el tema del divorcio, el cual lo analizaremos en otra sección.

Sin embargo nos interesa  abordar en estos momentos  la independencia económica de la mujer, temática llevada adelante por Batlle a través de medidas que sin duda son reflejo de lo apreciado durante su estadía en Europa luego de su primera presidencia.



Para “El Diario de Concordia” de la República Argentina también era así: “Se está operando en la República Oriental una campaña muy interesante en favor del bienestar y del enaltecimiento femenino.
El Presidente Batlle y Ordóñez, mandatario que ha revelado un interés galante en levantar el nivel moral, intelectual y económico de la mujer, es el iniciador de esta obra de la regeneración y encumbramiento del bello sexo emprendido en Montevideo.

Ya en su primera administración el señor Batlle dio capital importancia a los problemas femeninos, propendiendo por lo pronto a la promulgación de la ley de divorcio.

Al regresar ahora de Europa, después de haber estudiado allá todas las reformas modernas en pro de la mujer, el señor Batlle se ha dedicado con empeño a señalar a la mujer un camino de labor y de independencia económica, que sea a la vez que una fuente de recursos un arma con la cual se asegura el respeto y la consideración en vida, poniéndose a cubierto de los peligros que traen consigo la pobreza y la falta de trabajo.

Llevando más lejos su programa de protección al bello sexo, el galante Presidente uruguayo ha multiplicado las escuelas y centros de enseñanza femenina.

El plan que se ha trazado el gobierno de la República vecina abarca un vasto radio, llegando hasta formular un proyecto de los que autoriza un régimen de separación económica de la mujer, dentro del matrimonio, con el pro­ducto de su trabajo.

El programa del señor Batlle entraña una gran filosofía y asegura a la mujer un porvenir firme, claro y libre de los sinsabores que en ciertos hogares desgraciados son  el pan de cada día”.[3]

La situación empieza a estar presente desde 1910, cuando se cuestionan los vacíos que tiene el Código Civil, donde se  consideraba  estaban todas las aspiraciones de las clases capitalistas.

El Código Civil se ocupaba extensamente de la situación económica de la mujer dentro del matrimonio, pero, sólo teniendo presente a la mujer rica, la que aporta al mismo un capital constituido por bienes inmuebles, donde el legislador ha puesto buen cuidado para que el marido no dilapide la riqueza de su mujer.

Sin embargo ninguna disposición para aquellas mujeres que su única fortuna es el trabajo, siendo ésta la más oprimida, y a la cual se debe de brindar una protección contra los abusos de la potestad marital.

Es frecuente encontrar maridos que se entregan al alco­holismo o al juego, gastando su salario en satisfacer dichos vicios, teniendo como consecuencia que la mujer salga a trabajar noche y día para poder atender las obliga­ciones y gastos del hogar. Muy a menudo se da el caso de que alguna mujer logra satisfacer dichas necesidades, logra poder adquirir algún bien material.



Acá está el gran olvido del Código: el marido puede disponer de dicho bien para enajenarlo o hipotecarlo, ya que ese es un bien ganancial que pertenece por mitad al marido y del cual éste puede disponer.

Las leyes no se pueden hacer para un sector o una clase privilegiada. Deben proteger y deben tutelar a todas las personas sin distinciones.

Se pretende que la nueva Ley que se dicte  asegure la independencia económica de la mujer: “...será necesario que la mujer tenga una profesión honesta, que obtenga por su trabajo un sueldo o salario. Y es solamente sobre ese sueldo o salario o sobre las economías consiguientes, sobre lo que la mujer tendrá derechos de administración y dispo­sición como si se hallara separada de bienes. La mujer puede gastar su salario, puede economizar, puede adquirir bienes y puede vender los bienes adquiridos. Su capacidad es, por lo tanto, completa.

Pero la mujer no puede perjudicar a su marido. La Ley no puede estimular la avaricia y ambiciones de la mujer. Sería absurdo que parte del trabajo del marido escamoteada a los gastos de la casa se destinara a aumentar el peculio privado de la mujer. Y tampoco sería justo que trabajando la mujer y obteniendo un salario, todos los gastos corrie­sen por cuenta del marido. Desde luego conviene no olvidar que el trabajo de la mujer trae aparejado inevitablemente cierto abandono de la casa, y, por consiguiente, el aumento de ciertos gastos. No es equitativo que el marido cargue con estos aumentos y que la mujer aproveche del abandono de sus derechos dentro del hogar engrosando su peculio.

...constituye el complemento de la independencia econó­mica de la mujer obrera: cada cónyuge debe contribuir al sostenimiento de la casa en la medida de sus facultades. El ideal es que marido y mujer de común acuerdo determinen cuál es la cuota con que debe contribuir cada uno. Pero a falta de este acuerdo, la ley debe establecer un procedi­miento para resolver la dificultad, encomendando a ciertos jueces la solución de los conflictos que pudieran producir­se.

Sin embargo, conviene autorizar que la mujer con los bienes del peculio formado con su trabajo pueda constituir un fondo inalienable e inembargable, un techo seguro que pueda albergar en cualquier momento a toda la familia. Pero esto no debe ser un privilegio de la mujer, sino un derecho de toda familia”.[4]

Para lograr tales propósitos también era importante lograr la apertura sin barrera en la enseñanza para la mujer. El 2 de junio, el presidente José Batlle y Ordóñez envía al Parlamento el Mensaje por el cual crea la Univer­sidad de Mujeres.

En todos los países civilizados se ha iniciado, y continúa, una evolución que tiende a mejorar la situación de la mujer. Hay millares de mujeres que ocupan puestos públicos y ejercen todas las carreras liberales con los más satisfactorios resultados.

Entre nosotros ese movimiento de progreso es tan lento, que en la actualidad la Escuela Secundaria y Preparatoria cuenta apenas con cien alumnas, mientras que el número de alumnos alcanza a dos mil.

La exigüidad de la concurrencia femenina debe atribuir­se principalmente a que la mayoría de las familias se resisten a enviar niñas -que salen de las escuelas de Instrucción Primaria, en las cuales, a partir del 3er. año, los sexos están rigurosamente separados- a cursar estudios secundarios a la Universidad, donde por mucha que sea la atención de las autoridades respectivas, no es posible la vigilancia estricta ni la protección de padres o maestros.

El personal docente primario está constituido en su enorme mayoría por maestras, lo que prueba que un gran número de mujeres se dedica en nuestro país al estudio de la única profesión de carácter científico que está a su alcance, en cuyo ejercicio despliegan dotes de inteligen­cia, laboriosidad y abnegación superiores a todo elogio.

Pues bien; es seguro que si existiesen escuelas cuyo acceso no presentase el inconveniente de orden especial arriba indicado, todas o una gran parte de esas valientes y meritorias mujeres podrían perfeccionar sus conocimientos; contribuir así con más eficacia a la difusión de la cultura en todas las clases sociales, especialmente en las menos afortunadas; y entrar a la lucha por la vida en condiciones menos desventajosas que las actuales.

...el elemento femenino no concurre a la Universidad en la proporción debida porque, en las actuales circunstan­cias, existen motivos atendibles que se lo impiden.

Esos motivos serán o no justificados teóricamente, pero existen, y fuerza es legislar con arreglo a lo que sucede, a las necesidades presentes y no en consideración a lo que debería o podría ser.

Injusto y contrario al interés nacional es el actual sistema, pues hace de la enseñanza y cultura superiores el casi exclusivo privilegio del sexo fuerte y priva a la colectividad de preciosos elementos de progreso que contri­buirían a su perfeccionamiento moral e intelectual”.[5]

El Proyecto del gobierno determinó que varias mujeres hayan hecho pública su opinión sobre la creación de la universidad. Unas están  a favor y otras en contra, pero todas convienen en la necesidad de que la mujer se ilustre; la diferencia radica en si se debe  crear una universidad aparte para mujeres solamente.

Esta corriente favorable a la condición de la mujer a quien se le reconoce los mismos derechos que al hombre, acompasó otras conquistas que desde distintos campos de la actividad humana se iban alcanzando.

La descripción de muchas de esas conquistas está refle­jada en leyes que pusieron a nuestro país en un lugar de avanzada en el concierto de las naciones del mundo.

El país contó con hombres  como Batlle y muchos de sus seguidores que no permitieron que se detuviera la marcha del progreso y lucharon también contra arraigados prejui­cios y resistencias a los cambios, abriendo las vertientes que los hicieron posibles; para ello Batlle asumió el seudónimo de LAURA para defender sus ideas y responder a la prensa los ataques que ésta emprendía contra la mujer. Es así que Laura establecía el 18 de marzo de 1912: “Mal día fue el sábado, en las  columnas de este diario para la emancipación de la mujer. Por una lado “Un Viejo” y por otro Daniel Muñoz, con el mismo espíritu anticuado, con la misma preocupación retardataria, aunque con diferente cortesía lanzaron los más agudos dardos de su dialéctica contra el pensamiento, cada vez más preponderante en los tiempos que corren, de dar a la mujer en todas las esferas de la vida, una posición que corresponde a sus facultades.

¿Qué explicación podría darme yo de esta terrible inquina contra la mujer?...

Lo que ellos sostienen, aplauden, creen perfecto y piensan que, al desaparecer, desquiciaría el orden social es lo que les entró al cuerpo con la leche, cuando se amamantaban, lo que vieron, oyeron y palparon en su niñez; lo que practicaron en sus mocedades y en su edad madura, lo que ha constituido para ellos la trama de toda su vida en el hogar.

Lustros y lustros pasaron sin llegar a sus oídos una voz de protesta contra el rebajamiento de la mujer. La religión la santificaba, las leyes y las costumbres lo imponían y sus propias madres lo habían aceptado resignadas; consti­tuía para ellos una situación digna, descansada y ventajo­sa! Todo se hacía girar alrededor de aquel jefe de esclavi­tud y de ignominia; la dicha de los hijos, el respeto a los padres, el honor y el bien parecer de la esposa, la digni­dad del encumbrado jefe de familia!

Pues bien: ¿A seres que así han vivido, que llevan en sus cerebros el aluvión de las preocupaciones, los prejui­cios, los errores y las supersticiones de tres cuartos de siglo, que han dejado depositar en sus células encefálicas todas esas cosas, sin examen, porque en sus tiempos preocu­paban otros problemas, a esos seres les pediremos que revisen ahora todas sus ideas, sus convicciones más íntimas y más indiscutidas, ahora que sus máquinas de pensar tienen los cojinetes gastados y apenas pueden con la liviana tarea de recordar y repetir los pensamientos de otros tiempos.

Natural es que se incomoden cuando la bulla de las ideas nuevas viene a turbar su somnolencia.

Esas ideas requieren cerebros también más nuevos y frescos”.[6]

A continuación presentamos algunos de los artículos escritos por Batlle bajo el seudónimo de Laura en El Día.

Los que se oponen a que la mujer se ilustre aducen un argumento favorito en defensa de su tesis: es menos inteli­gente que el hombre, dicen. Luego hay que apartarle de todo estudio serio.

Doy por sentado que la mujer sea intelectualmente inferior al hombre. Estamos aún lejos de que eso se haya probado, pero no quiero discutir ahora este punto.

¿Esa inferioridad intelectual de la mujer sería motivo bastante para que se le hiciera más inferior aún, destinán­dola deliberadamente a la ignorancia?

No me parece. Yo, con mi débil cerebro femenino, racio­cinaría de otra manera. Diría: puesto que la inteligencia de la mujer es inferior fortifiquémosla por medio del estudio, así la inferioridad natural quedará en parte compensada por la ilustración, la gimnasia que tendrá que hacer su pensamiento. El hombre, al menos el hombre conser­vador, piensa de otra manera: puesto que es inferior, dice, hagamos que lo sea aún más!

La mujer es, materialmente, más débil que el hombre. Nunca alzaría los pesos que éste alza, nunca correría como él, nunca en general resistiría la fatiga que resiste.

Admitámoslo, aunque hay numerosos ejemplos y los vemos todos los días en los circos, de mujeres dotadas de una fuerza extraordinaria, que podrían darnos el derecho de suponer que ejercitando convenientemente y dedicada a las tareas de los hombres, sería tan vigorosa como ellos.

Admitamos sí nuestra debilidad material, ella no argumenta nada en contra nuestra. Entre los hombres mismos los más célebres, pasadas las épocas de barbarie, no han sido en general, los que tenían músculos más desarrollados; y si nos extendemos más allá de la humanidad podremos notar que la hormiga, la abeja, la araña, son infinitamente más inteligentes que el elefante, la jirafa, el hipopótamo, etc. al par que su fuerza es infinitamente menor. Y estos mismos grandes animales ¿no podrían considerarse superiores al hombre si la fuerza constituyera título de preeminencia entre los seres vivientes?

Hay muchos casos en que no se manifiesta la benevolen­cia y el espíritu de protección -que se pregona- del hombre hacia la mujer.

Ya hemos visto uno. Nuestra debilidad física nos hace descubrir otro.

Ella debería ser razón suficiente para que las áreas más descansadas, aquellas que menor esfuerzo requieren fueran desempeñadas por nosotras... pero el hombre, con argumentos muy prolijos, se ha reservado los puestos des­cansados para sí.

Toda la administración pública le pertenece. No se necesita en verdad, ser un genio para desempeñar un puesto de escribiente y creo que muchas de nosotras podrían diri­gir una repartición pública. Pues han pasado siglos sin que se nos abriesen las puertas de las oficinas del Estado, ahora apenas se nos entreabren!

Otro tanto pasa con las oficinas particulares -el mismo espíritu las domina. En ellas también veremos cómodamente repatingados, hombres maduros y jóvenes adolescentes desem­peñando con orgullo tareas que realizaría con más presteza que ellos, una niña de diez años.

Hábleles usted de dejar alguno de esos puestos para nosotras...

¡Se pondrían como unas fieras! No hay más que oír al doctor M. Lafinur en la cámara...

La cortesía, la caballerosidad, todo espíritu de galan­tería desaparece! Que vayan a fregar tachos o a destripar terrones! contestan. ¿No están todas las fábricas abiertas para ellas?

Pocas veces el egoísmo del hombre se cierne a estas alturas”.[7]

Se establecía en la época que la mujer era menos inte­ligente que el hombre como una verdad, es por ello que Laura somete a un examen dicha afirmación, tratando de buscar las pautas para dicha aseveración.

¿Se dirá que no sobresalimos, ni mucho menos, en el ejercicio de las artes, de las letras y de las ciencias, ni de la política? Pero ¿cómo hemos de sobresalir si se nos aparta de ellas sistemáticamente?

Para el hombre no hay más estímulos. Padres, parientes, amigos, conocidos, extraños, todos aplauden la resolución que adopta el joven adolescente de dedicarse a alguna carrera científica o artística. Nada importará que ya le apunten las orejas. Se creerá conveniente, por lo mismo, que trate de adquirir, por el estudio, algo de lo que la naturaleza le ha negado; no reza con el hombre aquello que reza con la mujer de que, porque parece menos inteligente, no debe estudiar. Y se le halaga y se le hace creer que será personaje culminante por sus vastos talentos aunque no prometa ser más que una acémila!

En cambio, para nosotras no hay más que obstáculos. Se nos desanima, se nos desalienta de todas maneras. Seremos objeto de mofa. Se inventarán apodos para denigrarnos. Se nos insultará en artículos como el que ha publicado este mismo diario, de Daniel Muñoz. Y cuando se vea que nada de esto basta, se invocará el buen apetito del hombre, como lo ha hecho el Dr. Melián Lafinur y se tocará a rebato ante el enorme peligro de que podemos ocupar nosotras alguna de las canonjías en que él, actualmente, se encuentra feliz!

No, lo que hay que extrañar no es que sean pocas las mujeres que se han distinguido por sus talentos; lo que hay que extrañar es que algunas hayan podido distinguirse!

El pleito entre el hombre y la mujer sobre quién es más inteligente no se podrá fallar con justicia, sino cuando ambos se hallen en las mismas condiciones, esto es, cuando a ambos se les eduque de la misma manera, se les estimule con el mismo empeño y se les rodee de la misma libertad”.[8]

El Presidente Batlle mandó buscar a Europa, para llevar adelante la organización de la Universidad de mujeres, a la Dra. Clotilde Luisi, que se encontraba en usufructo de una beca y que fue la primera mujer en recibirse de abogada en 1911. En abril de ese año, por iniciativa del Ministerio de Industrias, Dr. Eduardo Acevedo, se emite un decreto del Poder Ejecutivo por el cual los jefes de oficinas debían proponer con preferencia a mujeres en aquellos cargos que se adecuaran a ellas.

Dentro de la legislación podemos establecer diferentes hitos relacionados con la mujer.

El 15 de octubre de 1913 el Poder Ejecutivo presentó un proyecto sobre represión del proxenetismo, la ley se aprobó el 20 de octubre de 1916.

Por su parte la ley Nº 5032 del 21 de julio de 1914, en su artículo 4º, establece que las mujeres y los niños no podrán ser empleados en la  limpieza o reparaciones de motores en marcha, máquinas u otros agentes de trasmisión peligrosos.

El 5 de setiembre de 1914 se promulgó la ley Nº 5153 referida a la investigación de paternidad y los derechos de los hijos naturales.

A partir de 1914 distintos proyectos fueron presentados para el reconocimiento de los derechos políticos y civiles.

El primer legislador que en Uruguay  - según Paulina Luisi, en América del Sur- presentó un proyecto de recono­cimiento del derecho al sufragio fue el diputado Dr. Héctor Miranda.

La ley Nº 6102 de julio 10 de 1918, llamada Ley de la Silla, proyecto del Dr. José Salgado, hace obligatorio su uso para descanso de las empleadas y obreras. En el Decreto de 6 de noviembre de 1942 se aclaró que esa ley era aplica­ble también con respecto a las ascensoristas. Luego esa disposición se hizo extensiva a los hombres.

En 1921 el entonces Presidente de la República, Dr. Baltasar Brum redactó un proyecto de ley de reconocimiento de los derechos políticos y civiles de la mujer con una extensa y conceptuosa exposición de motivos.

Por la ley Nº 8000 de fecha 14 de octubre de 1926 se habilita a la mujer para ejercer la profesión de escribano y se derogan las disposiciones que la inhabilitaban para ser testigo.

La licencia de maternidad sólo se establece cuando se aprueban varias convenciones internacionales adoptadas por la Conferencia Internacional del Trabajo, el 5 de abril de 1933. El Código del Niño sancionado el 6 de abril de 1934, se refiere a la organización y funcionamiento de refugios de embarazadas o asilos de madres con sus hijos y al estu­dio del seguro de maternidad. Toda mujer grávida indigente y privada de recursos tiene derecho a la protección prena­tal; toda mujer en estado de gravidez tendrá derecho a ausentarse del trabajo por el tiempo indispensable según prescripción médica y un conjunto de disposiciones tendien­tes a proteger a la mujer madre y al  niño.

Estas disposiciones tienen su antecedente en el Proyec­to de Ley del 21 de diciembre de 1906, elevado por el Presidente Batlle al Parlamento por el que se hacía obliga­torio el descanso de un mes para la mujer después del parto, y en el nuevo proyecto enviado el 26 de junio de 1911 en el que se aumenta el plazo en que la mujer no podrá trabajar de treinta a cuarenta y cinco días y se impone al Estado la obligación de auxiliarla económicamente durante ese período.
En 1921 Baltasar Brum dispone referente al Código Civil y Penal las bases para establecer un conjunto de principios de igualación reparadora: “la mujer es igual al hombre ante la ley, sea preceptiva, penal o tuitiva”.

La Constitución del 34 establece derechos sociales, libertad de enseñanza, voto secreto y obligatorio, recono­cimiento del derecho al voto femenino.

Veamos cómo durante las primeras décadas de este siglo fue abordado el tema del voto femenino, sin obviar el hacer referencia al proceso inglés.

El Movimiento Sufragista de Inglaterra lucha por la conquista del voto desde 1844; pero destaquemos en 1850 a Lord Brougham, el cual presentó una ley en la que se  pedía implícitamente el voto femenino.

En 1867 John Stuart Mill repetía la petición. Desde entonces no ha faltado en la Cámara de los Comunes un proyecto de ley que reclamase de continuo el voto de las mujeres. En ocasiones estos proyec­tos se han aprobado en primera y segunda lectura; pero todos han naufragado indefectiblemente en los Comités o en las terceras lecturas.

Dicho movimiento tuvo momentos violentos, atacando los cristales de las casas donde viven los políticos que, a juicio de las sufragistas, han sido traidores a su causa. También arremetieron contra las vidrieras de los negocios del centro de Londres utilizando piedras e incluso contaban con bombas de dinamita, y hasta se llegó a producir un atentando contra una casa de campo que había alquilado Lloyd George.

Pero el 28 de mayo de 1917, por 364 votos a favor y 22 en contra, se pudo aprobar el proyecto de ley de sufragio femenino para aquellas mayores de 30 años; y recién en 1928 se concedió el sufragio femenino a partir de los 21 años.

Nos preguntamos ¿es posible conseguir un derecho polí­tico sin violencia?

En 1913 con las noticia de los procesos de Inglaterra y de Italia, se comienza a reflexionar sobre el tema por estos lares.

El verdadero sistema democrático, para que se realice en su máxima expresión, necesita que todos los componentes capaces de una sociedad cooperen en la constitución de los poderes que en su nombre han de regirla.

La situación de la mujer a nivel mundial fue ganando espacios de mucha importancia; ese proceso que se dio afuera de fronteras será un incentivo para concretarlo en nuestro país.

La humanidad, sin embargo, se renueva y la mujer no se sustrae al proceso de su renovación. Esta guerra formidable que traerá como resultado la libertad de tantos pueblos, dentro de un orden democrático internacional, dará término a la última servidumbre subsistente: la de la mujer. Con sus abnegaciones, con sus aptitudes, con su adaptación a las más penosas tareas habituales de los hombres, ella misma se ha conquistado en Europa y en Estados Unidos, el derecho de ser igual al hombre en el gobierno político, económico y social... era necesario, previamente, que asegurara su independencia económica, demostrándose capaz de ganarse su propia vida con el valor de su propio esfuer­zo. Y al sustituir al hombre, sin desmedro de la capacidad productora, en los talleres industriales donde el trabajo requiere músculos fuertes y cualidades selectas de activi­dad técnica, en el comercio, en las faenas rurales, en los más variados oficios de índole pública o privada, la mujer ha descubierto en sí misma una potencialidad de acción que ni ella misma apreciara debidamente y ha sido, en reemplazo del padre, del hermano o del esposo reclamados en las líneas de batalla, la que ha provisto al hogar del alimento y del abrigo necesarios. De ahí que en Inglaterra haya sido resuelto sin controversia, en pocos días, el problema secular del feminismo, reconociendo a la mujer toda la plenitud del derecho político. De ahí que Wilson, en cuya gran República ya la mujer interviene y puede ser electa en los comicios municipales, ocupar cargos judiciales y ejer­cer influencias poderosas, considere que ha llegado el momento de reparar la antigua injusticia de sustraerla al entero ejercicio de sus derechos sociales. Y de ahí también que hasta en el lejano oriente donde el despotismo del hombre sobre la mujer fue siempre odioso, ésta empiece a elevarse, a redimirse, a independizarse en virtud de su acción económica individual o solidaria...

En nuestro País, el clamor universal de las reivindica­ciones femeninas, no podía encontrarnos sordos o indiferen­tes, ya que nuestro espíritu democrático es tan accesible a los altos postulados de igualdad y de libertad ... Ahora se propone una ley que le asignará la atribución de elegir y ser elegida en los comicios de los gobiernos departamenta­les, escuela primaria de experiencia democrática. Y es a la mujer a quien le toca, en tales circunstancias promisoras, que determinarán una alta conquista, capaz de singularizar­nos de nuevo, con prestigio, entre los países avanzados de América”.[9]

También debemos de mencionar el Proyecto de Ley de Baltasar Brum de 1921 por el  cual se establecía el derecho de la mujer al voto pasivo y activo, pretendiendo la igual­dad civil y política entre la mujer y el hombre.




133 Isella Russell, Dora- Tres cartas de Batlle. El Día. Montevideo, Junio de 1961.
[2]  Discurso pronunciado, por la Srta. Rosa Larghero, en el Club Fomento de Educación. El Espíritu Nuevo. Marzo, 30 de 1879.

[3] La mujer en el Uruguay. El Día. Abril, 26 de 1911.
[4] Protección de la mujer. El salario de la mujer casada. El Día. Marzo, 4 de 1910.
[5]  Cassina de Nogara, Alba- Hacia una democracia integral. Apuntes para una historia del feminismo en Uru­guay. Montevideo. 1990. págs. 46-48.
[6] En defensa de la mujer. El Día. Marzo, 18 de 1912.

[7] En defensa de la mujer. El Día. Marzo, 26 de 1912.

[8] En defensa de la mujer. El Día. Abril, 3 de 1912.
[9] La mujer y el gobierno local. El Día. Diciembre, 11 de 1918.

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