jueves, 18 de diciembre de 2014

MOVIMIENTO OBRERO

J - MOVIMIENTO OBRERO

S
i pretendemos establecer un inicio sobre el origen de este pensamiento es necesario partir de la base que el mismo es independiente a las masas y a su vez éstas asumen formas autónomas de organización. Podemos retrotraernos al Montevideo de la Guerra Grande, del cual ya hemos hablado cuando analizamos el socialismo.

En la década de los 70 del siglo pasado, el incipiente proceso de industrialización fue creando grupos obreros. Es así que el 25 de junio de 1875 se funda la Federación Regional de la República Oriental del Uruguay (F.R.R.O.U.), siendo miembro de la Gran Asociación Internacional de Trabajadores (A.I.T.), creada ésta en Londres el 28 de setiembre de 1864, de orientación marxista.
En el programa que elaboró la F.R.R.O.U. establecía: “Comités de colocación, para facilitar el trabajo a los obreros que carezcan de él; Comités de defensa, cuya misión sea velar por los obreros de su localidad y proteger a los que fuesen perjudicados, oprimidos o calumniados por sus patrones, maestros o principales; Sociedades de socorros mutuos, de Instrucción, etc.”.[1]

En los 90 el movimiento de asociación obrera y huel­guista se venían desarrollando en Montevideo, con importan­te consideración, aunque se decía que no tenían oportunidad ni razón de ser en un país como el nuestro, para los indus­triales, donde había territorio abundante y escasa pobla­ción.

Para el batllismo, el movimiento obrero estaba perfec­tamente justificado: se entendía que si el mal existía -las asociaciones de los obreros-  por que debía ser combatido; y si no existe, porque debía ser evitado. La clase traba­jadora hacía uso de un derecho al preocuparse de su propia suerte y asume una actitud profundamente simpática al establecer la solidaridad de los elementos que la componen y al exponer sus ideas y aspiraciones sometiéndola a la controversia pública para que se  determine la cantidad de verdad y de justicia que encierran.

Es así que el movimiento obrero era considerado como el advenimiento del pueblo trabajador a la vida pública, adquiriendo una importancia nacional.

Sus reclamos comenzaron pidiendo una reducción del horario de trabajo, aumento de salario; pero en el futuro reclamaban honradez administrativa, leyes protectoras de sus derechos y finanzas que tengan por objeto el bienestar del pueblo.

Es ampliamente sabida la simpatía que tanto Batlle como El Día tenían referente a las huelgas: “Una huelga es mirada siempre como una sublevación. Y así se explica los malos ojos que ponen siempre a los huelguistas las autori­dades  policiales y, en general, el poder público, enemigo por naturaleza de las sublevaciones. Así se explica que la policía de investigaciones ofreciese y pusiera sus emplea­dos al servicio de las empresas de tranvías cuando las huelgas de los cocheros y guarda trenes, y que los titula­dos agentes del orden, con frecuencia verdaderos agentes del desorden, no se den punto de reposo para disolver, con fútiles pretextos, las reuniones obreras en que los huel­guistas conciertan su defensa. Las huelgas son, sin embar­go, simples fenómenos de la oferta y de la demanda de objetos de comercio que las autoridades públicas, si fuesen un poco más ilustradas y cultas de lo que son, deberían respetar con el mismo respeto de que rodean los arreglos entre comprador y vendedor, que se concretan detrás de los escaparates de las tiendas, almacenes, bazares, etc.”.[2]

En febrero de 1896 comienzan a darse los primeros pasos para la formación de la Federación Obrera del Uruguay:


Artículo 1º- La Federación Obrera del Uruguay es la unión de las colectividades obreras de resistencia en un pacto solemne de solidaridad y mutuo apoyo de modo que sin perjuicio de la autoridad de cada una de ellas, sean todas una y una para todas en la lucha que han de emprender y emprenderán contra el capital en pro de la emancipación del obrero.

Artículo 2º- Esta Federación tiene por objeto:

1º - Intervenir en todas las cuestiones que se susciten entre los obreros y los patrones.

2º - Representar a las asociaciones  obreras de resis­tencia y reclamar de los patrones el estricto cumplimiento de los compromisos que hayan contraído y contraigan con los obreros.

3º - Intervenir ante los poderes públicos en todas las cuestiones de interés para los trabajadores y reclamar de ellas las mejoras que se consideren necesarias.

4º - Reglamentar eficazmente el horario y el salario del obrero, estableciendo en cuenta a lo primero el máximo de 8 horas para todos los oficios y en cuanto a lo segundo  el salario mínimo que los patrones deben de pagar a sus operarios.

.....................................................................

6º - Vigilar las condiciones higiénicas de los talleres y casas de inquilinato.

7º - Fundar una bolsa de trabajo para todos los obre­ros”.[3]  

Los conflictos serán moneda corriente teniendo momentos de gran agitación entre las partes, patrones-obreros, y por supuesto más de una vez la autoridad se hizo presente de una forma violenta.

El obrero es hombre, y como hombre tiene derecho a la vida y al bienestar: a la vida porque es hombre y al bien­estar porque es obrero.

Sería sencillamente infame pretender que al trabajador, que es el verdadero productor, que es quien mueve las máquinas, produce los adelantos y es fuente del bienestar, le toque la peor parte en la lucha por la existencia.

El obrero merece la defensa del bien intencionado y por eso es que nuestro país, donde los hombres no son en gene­ral de sentimientos tan egoístas como en los de Europa, el obrero es apreciado, constituyendo un timbre de honor el trabajar, pues es una verdad por demás sabida que donde existe el trabajo allí mora la virtud”.[4]


El perfil popular de Batlle y Ordóñez al asumir el poder en 1903, es visto con simpatía por los socialistas de la época: “El presidente ha vivido toda su vida en contacto con el pueblo. Sabe sus miserias y sus necesidades, tiene conocimiento de las reformas llevadas a cabo por los go­biernos europeos en beneficio de la clase trabajadora. No ignora que para nada valen las glorias de la patria, las satisfacciones del honor nacional, la esperanza del porve­nir y otras zarandojas por el estilo, si ellas no se expre­san en mejoras públicas. En el aumento de la productividad y del consumo material del pueblo. En la suba de los sala­rios reales, en el aumento de los niños que van a las escuelas, de los estudiantes que frecuentan las bibliote­cas ... Para traer la buena inmigración, para poblarse en una palabra, para empezar a salir del estado superior de la barbarie en que aún se encontraba su mayoría social, y entrar de lleno en la civilización. No ignora el nuevo gobernante que la autoridad civil y militar a él supedita­da, jamás deberá oprimir las fuerzas expansivas de la clase obrera en sus movimientos de pacífica y justa emancipación... y que se imponga derogar alguno de esos impuestos que gravan los artículos de primera necesidad, sustituyéndolos con un impuesto nacional sobre la propiedad territorial. Que en una democracia como la nuestra que en cinco años de buen gobierno (el del señor Cuestas) envía más de 50 millones de pesos oro al extranjero, es una vergüenza que el presupuesto escolar sea tan mísero; que abunden las maestras y maestros sin empleo, que falten escuelas en las campañas y en las ciudades; que la educación de los niños no pueda hacerse efectiva... por falta de recursos. (Que un país) cuyos habitantes soportan la mayor tasa de impuestos del mundo civilizado, 47%, carezca de un ministerio de Instrucción Pública... “Esperemos pues, los hechos para juzgarle. Y a lo que resulte de su gestión administrativa ajustaremos nuestra conducta social”. Y la ajustaron. El advenimiento del sucesor de Batlle, José C. Williman, fue para el movimiento social un paso atrás. El autoritarismo y la intransigencia ante los obreros fue la norma. Por eso esperaban con ansiedad la segunda presidencia de Batlle, y condenaron el levantamien­to de 1910, que intentó impedirla: “La conciencia pública sabe bien a qué atenerse respecto a los factores que inter­vinieron en la fracasada conmoción, cuyos jefes visibles han declarado al país en el manifiesto explicatorio que siguió al sometimiento, su convivencia con personalidades del Partido Colorado que no pueden ser sino los mismos que componen el núcleo concreto de la oposición a Batlle en una endeble ramificación de dicho partido; es decir: viejos representantes de las nefastas épocas del despilfarro administrativo y la crónica corrupción gubernamental ... La causa de esta revuelta, que se proponía impedir el adveni­miento al poder de un hombre representativo de principios democráticos y liberales, -en quien el pueblo ha puesto su esperanza de ver realizadas algunas importantes reformas y que es, en las actuales circunstancias y dentro de la relatividad de las cosas en el dominio de las instituciones burguesas y tratándose de gobernantes burgueses, el único candidato que puede ser considerado prenda segura de un gobierno respetuoso de los derechos y reivindicaciones de la clase trabajadora- era, no solamente la causa de la oposición nacionalista, sino también de la iglesia, de la política sin escrúpulos y del conservadurismo intransigente”.[5]

El 3 de mayo de 1904 se presenta en la Cámara el pro­yecto del Dr. Ricardo Areco sobre el horario de trabajo. Por su parte el 23 de febrero de 1905 el Partido Nacional, con el ingreso de Carlos Roxlo y Luis Alberto de Herrera, presenta un amplio proyecto de ley laboral el cual consta de 58 artículos, nucleándose en:

a - Los accidentes de trabajo y su reparación pecunia­ria, llegando a prever un Banco de recursos contra la vejez de los obreros y los accidentes de trabajo.

b - Intervención arbitral y conciliación en los con­flictos obreros. Para ello se disponía la creación de un Comité de Cuestiones Sociales con integración tripartita: delegación del Gobierno y una delegación paritaria de patronos y obreros. El Comité tenía facultades de presentar proyectos en materia laboral en el Parlamento, los que debían ser tratados en forma prioritaria.

c - Horario obrero y descanso semanal. Disponía 9 horas de trabajo diurno con dos de descanso intermedio obligato­rio, lo cual hace un total de 11, incluido el descanso y ocho horas de trabajo nocturno. Estas 9 horas previstas en el proyecto en fecha de 1905, serían reducidas por la Convención del Partido Nacional a 8 horas en agosto de 1906, antes de que el Partido Colorado hubiera dicho una sola palabra sobre el tema.

Disponía asimismo un día por semana de descanso obliga­torio.

d - Se reglamentó el trabajo de los niños y de las mujeres. Prohibía el trabajo de los menores de 12 años y autorizaba a los de 15 años previa certificación médica habilitante; el horario era de ocho horas con dos de des­canso a las cuatro horas. El régimen se extendía a las mujeres, prohibiéndose el trabajo a las obreras-madres hasta pasados cuatro meses del parto.

e - Por último, reglamenta la higiene en los talleres y prevé la creación de Reglamentos de Taller.[6]

Estos proyectos y las propuestas de Emilio Frugoni constituyen buenos antecedentes para la legislación poste­rior, que tanto invocó el Uruguay como carácter de su protección social.

Los agitadores en 1905 fueron comparados con la Revolu­ción Francesa, la cual no sólo tendía  a la reivindicación política sino a la reivindicación social del hombre.


Por su parte Domingo Arena desde las páginas de El Día, defenderá la razón de las huelgas y la necesidad de los obreros de organizarse: “Se alega que las huelgas son el fruto de la presión de los menos sobre los más, que son el fruto de la propaganda de los obreros exaltados sobre los obreros tímidos, etc. etc. Pues no hay nada de eso. Las huelgas son, sencillamente, fruto de lo mal que se paga el trabajo del obrero y de los esfuerzos que realiza aquél para conseguir que se pague mejor precio por su sudor y por sus afanes.

¿Cuánto vale el trabajo de un obrero? ¿Cuánto vale un día de esfuerzo, de sol a sol, arando tierra, arrancando piedra? Es lo que no se ha establecido todavía, ni se va en vías de establecer de una manera equitativa y justa...

...generalmente, lo que el obrero gana, tanto en la fábrica como en la cantera, como en el campo, es la canti­dad mínima que necesita para sostenerse,  y esa cantidad mínima no es, no puede ser el valor del trabajo! El obrero se gasta físicamente, da todo lo que puede dar, por una mala comida, por una mala vivienda, por mucho menos de lo que necesita para mantener a su mujer y a sus hijos, pues es notorio que los hijos de los obreros no siempre pueden crecer, y cuando crecen, crecen raquíticos y marchitos! Es el caso de las máquinas
 que sólo exigen el carbón y el aceite necesario para su funcionamiento! No están peor las mulas de los carros y los caballos de los tranvías, a los que se les alimenta mientras tienen fuerza para tirar! Están mucho mejor los caballos de paseo y de carreras porque hay interés en mantenerlos gordos y vistosos. Para el obrero basta el alimento de los flacos, desde que, cuando no puede más, sobra con quien sustituirlo...

Naturalmente, el obrero que se consume así, estérilmen­te, en la lucha por la vida, comprende, siente, que lo que se le paga no es, no puede serlo, el precio de su trabajo, y lo primero que se le ocurre es reclamar de su patrón un aumento razonable. Pero el patrón raras veces atiende el pedido. “Mal puedo pagarle más, le dice al obrero protes­tante, cuando hay quien me haga ese mismo trabajo por el mismo precio y hasta por un precio menor. Si no le conviene seguir en mi taller se retira y tomo otro”. Y el patrón que contesta así, no sólo obra dentro de un derecho, sino que muchas veces movido por la necesidad. Efectivamente: si dejándose llevar por un espíritu de justicia y de generosi­dad, levantara irreflexivamente el sueldo de sus obreros, se colocaría inmediatamente en una situación de inferiori­dad sobre los fabricantes similares. Sus productos resulta­rían más caros que los que produjeran los patrones más tirantes y no podrían sostener la lucha en el mercado. Su generosidad y su justicia podrían traducirse en su ruina.


Todos estos hechos concluyen por iluminar al obrero y por convencerlo de que el enemigo del obrero es el obrero mismo. Comprenden al fin que lo que quita valor a su traba­jo es la competencia que se hacen los unos a los otros, es la facilidad con que los talleres y las fábricas encuentran brazos que se ofrecen cada vez a menos precio. Comprenden que no pueden pensar en su mejoramiento mientras no haya entre todos, por lo menos entre la mayor parte, un acuerdo mutuo que los haga obrar de una manera conjunta y solida­ria; y desde ese momento empiezan a asociarse, a discipli­narse, para concluir por formular sus exigencia colectivas. Desde ese momento empiezan a jugar su verdadero papel esas sociedades de resistencia que no tienen otro objeto que poner en condiciones de lucha a la masa obrera, aunando voluntades, formulando planes, acumulando recursos que en el momento oportuno hagan posible la resistencia. Y cuando esas asociaciones creen que ha llegado el momento, se formula la protesta colectiva, y si los patrones no acceden se contesta con la huelga.

Esto es, en general, el proceso de todas las huelgas. Ellas no significan otra cosa que el esfuerzo supremo que hace un gremio para conseguir que se mejoren un poco el precio de su trabajo. Con ellas, los obreros tratan de sacarle al taller o a la fábrica, que le absorbe todas sus energías, nada más que un poco de mejora en el alimento, alguna mejora en la vivienda, lo necesario para sostener a alguna mujer y criar algún hijo, -que es a lo menos que parece debe aspirar un hombre. Así explica que los obreros, cuando el caso llega, se lancen a la huelga con tanta decisión, imponiéndose tantos sacrificios. Es que ven en ella el único medio de obtener un resuello, de subir un escalón en la ruda senda de su vida!


Conviene hacer notar que en esta lucha entre obreros y patrones no debe verse una verdadera lucha de clases, como algunos parecen entenderlo, examinando superficialmente las cosas. No es raro que un obrero, por su esfuerzo constante y ayudado por la fortuna se transforme en patrón y tenga que seguir la corriente de todos los patrones, ni es impo­sible que un patrón o alguno de sus hijos, concluya  por ser obrero. De manera que en el fondo, no hay razón alguna para que patrones y obreros se traten como adversarios y mucho menos como adversarios irreconciliables. Todos debe­rían esforzarse por arreglar un mal que viene  de muy lejos y en el cual no sería muy fácil descubrir al culpable. El mejoramiento del obrero debería perseguirse con el mismo afán, tanto por los patrones como por los obreros mismos, desde que, en definitiva, los aumentos de salario no han de traer otro resultado que encarecer un poco los productos y aumentar proporcionalmente los desembolsos del consumidor. Por eso es que, a nuestro juicio, las huelgas generales no deberían ser miradas con mal gesto por los buenos patrones, desde que tienden a colocar a los fabricantes de un mismo producto en las mismas condiciones de lucha, haciendo imposible toda competencia desventajosa”.[7]


Las Sociedades de Resistencia son legítimas e importan­tísimas para los obreros, de esta forma las defendía Arena: “...son, pues, absolutamente necesarias para los obreros. Además, son perfectamente legítimas. Los patrones hacen uso de ellas a cada rato, ya sea cuando imponen tarifas al público, ya sea cuando establecen normas de conducta para obrar con los propios obreros, ya sea cuando acumulan sus capitales para explotar un negocio. Los obreros, pues, no hacen más que imitar a los patrones cuando por medio de sus sociedades tratan de imponer un jornal, o cuando en vez de capitales que no tienen, ponen en común sus brazos para sacar de su trabajo un mejor provecho. Siendo esto así, carece de todo fundamento la propaganda que contraría las asociaciones de resistencia. Los que se interesan por el mejoramiento paulatino de las clases trabajadoras deberían, por el contrario, fomentar la creación de aquellos centros, pugnar porque estuviesen bien dirigidos y que contasen con elementos suficientes para poder ayudar o sostener a los asociados que cayesen en desgracias. Los que pugnan por la eliminación de las sociedades de resistencia pugnan por que el obrero quede sin dirección, sin apoyo, entregado a sí mismo; pugnan porque el trabajo del hombre, que es lo que da vida a los países, se malbarate por la imprevisión y por la precipitación de los mismos obreros”.[8]

José Batlle y Ordóñez, siendo Presidente de la Repúbli­ca en 1906, envía a la Asamblea General un Proyecto de Ley Laboral, siendo sus puntos esenciales los siguientes: “Entre las diversas exigencias que formulan las huelgas que se producen en el país, figura casi sin excepción la de que la jornada de trabajo se reduzca a ocho horas. No obstante, esta aspiración es casi constantemente desatendida, no porque el capitalista no la considere justa, sino porque el régimen de la competencia de las industrias sólo permite hacer concesiones de esa especie a los establecimientos que se han sobrepuesto a sus competidores y realizan ganancias suficientes ... Sin declamación ni exageración, puede asegurarse que las condiciones de vida, a este respecto de los animales de trabajo, son frecuentemente más ventajosas que las del hombre, pues, siendo aquéllos propiedad del que los utiliza, inspira mayores cuidados su conservación ya que el sustituirlos con otros importa nuevos dispendios, mientras que el obrero que desfallece es inmediatamente reemplazado sin mayores erogaciones.

...Hay que reconocer al obrero, y, en general, a todos los hombres de trabajo, miembros y factores importantes de una sociedad civilizada, el derecho a la vida de la civili­zación, a la vida del sentimiento, de las afecciones, de la familia, de la sociedad, y, por tanto, el derecho de dispo­ner del tiempo indispensable para participar de esos bienes. Cuando hayan destinado a la alimentación y al reposo de su organismo el tiempo necesario, todavía deben armonizar ideas con sus esposas, para conocer y acariciar a sus hijos y para extender su cultura moral e intelectual.

Estas ventajas, por otra parte, no lo favorecerán exclusivamente, sino que beneficiarán en primer término al organismo de la Nación, que los sentimientos patrióticos deben inducirnos a vigorizar y perfeccionar. El elemento trabajador constituye, por su número, la masa de la pobla­ción del país. La defensa nacional le está principalmente encomendada. De él saldrá una parte considerable de los hombres destinados a dar dirección a la República. En él se debilitará o se robustecerá la raza; se mejorarán o corrom­perán las costumbres; se enaltecerán o abatirán las aspira­ciones públicas. Suprimiendo el exceso de trabajo, que debilita la inteligencia, que oscurece el sentido moral, que extenúa el organismo, que da asidero a todas las enfer­medades, que hace imposible la familia y que origina, como consecuencia de todos estos males, generaciones decrépitas, no se propenderá solamente a mejorar la situación del individuo, sino que se propenderá, y en primer término, a vigorizar el organismo y el carácter nacional, pues no podrá haber un pueblo sano, inteligente, noble, donde la masa de la población no sea convertida en su simple instru­mento de trabajo, donde se sacrifique a un absorbente interés pecuniario la salud, la moral y la vida de los individuos, ni se podrá exigir sentimientos patrióticos a quienes no vean en la patria más que una  madre sin cariño, indiferente a sus infortunios.

Nuestra República debe aprovechar estos tiempos de formación que corren para ella, en que es fácil corregir vicios y defectos incipientes, así como implantar institu­ciones nuevas y prepararse para ocupar un puesto distingui­do entre las naciones civilizadas, no por la prepotencia de la fuerza, a la que no debe ni tampoco puede aspirar por la pequeñez de su territorio, sino por lo racional y avanzado de sus leyes, por su amplio espíritu de justicia, y por el vigor físico, moral e intelectual de sus hijos.

El hecho de que una reforma no se haya todavía realiza­do en otro país o que no sea generalmente aceptada ... no debe ser invocado sino con mucha parsimonia, pues nuestra condición de pueblo nuevo nos permite realizar ideales de gobierno y organización social, que en otros países de vieja organización no podrán hacerse efectivos sin vencer enormes y tenaces resistencias.
                            
Inspirado en estas ideas el Poder Ejecutivo expone a vuestra consideración el proyecto de ley adjunto, en que se reducen las horas de trabajo diario para niños y adultos, se establece el descanso de un día por semana para todos, se hace obligatorio el descanso de un mes para la mujer que ha estado de parto, y se extienden estas disposiciones a todos los órganos de trabajo en que la limitación del esfuerzo y la obligatoriedad del descanso se hacen necesa­rias atendiendo a consideraciones análogas a las que se acaban de exponer con respecto al trabajo de los obreros.

El Poder Ejecutivo considera que la reducción obligato­ria a ocho horas no presenta en nuestro país las dificulta­des que en las grandes naciones industriales y os lo propo­ne para hacerse efectiva después de un período de transi­ción de un año, en que la tarea sería de nueve horas. Actualmente la jornada de ocho horas ha sido ya conquistada por numerosos gremios entre nosotros, pero quedan muchos otros que no gozan de este beneficio por no haber tenido la organización y los recursos necesarios para obtenerla, y la ley debe acudir en su ayuda, ya que se trata de una viva necesidad higiénica y moral…”.[9]  La cuestión obrera resuelta y aplicada como ley de Estado representa,  para la sociedad y la industria, garan­tías de equilibrio común, las cuales no pueden ser eficaces ni estables cuando de una parte son atropelladas por la violencia, o concedidas con rencorosa desconfianza.


La legislación obrera garantizará al trabajador la protección del estado y al industrial la seguridad de que todos sus colegas deberán someterse a los términos de la ley sin temor de que la concurrencia del trabajo producida por acuerdos especiales pueda incomodarlo o colocarlo en condiciones de inferioridad cualesquiera sean los productos de su industria.

El diario El Siglo se manifestaba de acuerdo  con el mensaje que acompañaba el proyecto, en sus consideraciones generales de teoría, pues lo considera perfectamente  justo.

Recordemos que Batlle, con su obra, cubrió nada más que un período de la formación y desarrollo del derecho del trabajo, encarándolo como una tutela jurídica y todas las leyes sancionadas estuvieron destinadas a dignificar y proteger al obrero y dulcificar las condiciones del traba­jo.

En los conflictos del capital y el trabajo se revelo siempre firme y equitativo, sin perturbar por eso la acti­vidad del país.

Uno de ellos es el caso del obrero deportado de la Argentina, al que se le impidió desembarcar en nuestro país. Batlle se interesó vivamente por este asunto, tele­grafiando al cónsul uruguayo en Dakar para que, tan pronto tocara en aquel punto el trasatlántico que conducía al obrero deportado, se apersonara a él y le interrogara si efectivamente deseó bajar a tierra en nuestro puerto. En caso afirmativo le daba instrucciones para que lo alojara convenientemente, tomándole pasaje de retorno en el primer vapor que saliera con destino a ésta. Tan honroso proceder no fue un hecho aislado de Batlle. En la primera presiden­cia aconteció un caso análogo  de retorno. Sin apasiona­miento, con sencillez de verdadero demócrata, llego al corazón del pueblo.

Estando Batlle en Europa, El Día mantendrá su prédica por la defensa del obrero, es así que en 1908 la lucha está enfocada hacia la necesidad de los contratos colectivos.

...Es necesario reconocer y tutelar el contrato colec­tivo, como único medio de oponer a la fuerza del capital una fuerza que, si bien no es tan poderosa, por lo menos es capaz de hacerse sentir eficazmente. Es muy fácil dictar reglas que teóricamente colocan a los patrones y a los obreros en las mismas condiciones pero que prácticamente establecen las más irritantes desigualdades. Sólo así, desconociendo lo que pasa en realidad se ha podido hablar, y se habla todavía, de contrato de trabajo, cuando debería hablarse, si se emplearan los términos con propiedad, de enganche de trabajadores.


...Hoy no se puede olvidar que en el contrato de traba­jo se plantea toda la cuestión social, hoy no se puede sostener el principio del egoísmo individualista que sirve de fundamento al contrato de arrendamiento de obras en el Código Civil. El acuerdo de dos voluntades soberanas esta­bleciendo las condiciones del contrato de trabajo no existe y es una burla hablar a los obreros de semejante acuerdo. Sólo hay una voluntad, la voluntad del patrón, y el obrero tiene necesariamente que pasar por lo que se le antoje al propietario del establecimiento a quien ofrece sus servi­cios. El patrón dirige la construcción de sus talleres; el patrón determina el lugar y la función que deben desempeñar sus obreros; el patrón resuelve por sí solo cuántos hombres prestarán sus servicios en el establecimiento de su propie­dad; el patrón toma las medidas de seguridad y de higiene, (las menos posibles)  que le parecen convenientes; el patrón indica las horas de trabajo; el patrón fija el salario; el patrón dice cuándo desea que sus obreros traba­jen y los despide cuando así conviene a sus intereses; el patrón paga en la forma que tiene más ventajas para su industria; en fin, el patrón establece todas las condicio­nes que quiere, y las presenta a los obreros para que manifiesten su conformidad o disconformidad. Si los obreros aceptan, bien. El contrato de trabajo está perfecto al decir de los economistas burgueses. Y hay acuerdo de volun­tades. Si los obreros no la aceptan, el patrón espera. La miseria y el hambre son sus aliados. Al cabo de una semana, o de un mes, el obrero que no aceptó las condiciones esta­blecidas por el patrón se verá en la necesidad de aceptar­las. Habrá acuerdo de voluntades y habrá contrato de traba­jo...

A los obreros no les queda, pues, más que un recurso: la coalición. Es natural que este recurso supremo haya levantado airadas  protestas de parte de los patrones, protesta que consiguieron hasta no hace mucho tiempo hacer desconocer un derecho indiscutible del obrero, el derecho de huelga, y protestas que hoy se levantan contra el con­trato colectivo de trabajo. Los capitalistas ven con malos ojos las organizaciones obreras, porque ellas tienden a crear una fuerza capaz de oponerse a sus pretensiones y prueba de que ven con mala voluntad la organización de sociedades de resistencia y de sindicatos obreros, es la resistencia que oponen los patrones a estas corporaciones”.[10]

En el año que se aprueba la Ley de Ocho Horas, Batlle aparecerá en la prensa prácticamente a diario para defender tal iniciativa bajo varios seudónimos (Nemo, Flag, Néstor, Whip).

Ya lo hemos dicho antes: nosotros queremos que cada trabajador tenga, por lo menos, dieciséis horas de libertad  por día. Y aquí no hay medidas diferentes: la libertad, el descanso, la disposición de sí mismo es un bien igual para todos. Nosotros queremos, pues, una suma igual de dieciséis horas diarias, por lo menos, de libertad para los obreros y dependientes de la industria y del comercio, cualquiera que sea la rudeza de su trabajo.

Lo que nosotros proclamamos es lo mejor: dieciséis horas de libertad para todos. Y si hay oficios más rudos y menos rudos, que se compensen esas diferencias de trabajo con diferencias de sueldo y aun con mayores descansos”.[11]



Nemo también analizará la posición del Dr. Gallinal en el debate en la Cámara de Senadores, el cual es partidario de la jornada de ocho horas para las tareas más pesadas, para las tareas más livianas nueve, diez o no sabemos cuántas.

CUADRO Nº 5
LEYES DESTINADAS A BENEFICIAR A LOS OBREROS

1907- se  creó  la  Sección  del  Trabajo  dentro  del Ministerio de Industria.
21 de julio de 1914- Ley que fija las normas de la reglamentación sobre accidentes del traba­jo.
17 de noviembre de 1915-  se estableció la jornada de 8 horas y máximo de 48 horas por cada seis días  para los adultos.
12 de julio de 1916- se estableció la obligación de proveer en las comisarías, cuarteles o locales apropiados de comida a todo habitante del país que se encuentre sin trabajo y carezca de medios de subsistencia.
19 de marzo de 1918- se prohibió el trabajo nocturno de las panaderías, fábricas de fideos, pastas, confitería y similares.
10 de junio de 1918- se impuso a los almacenes, fábricas, talleres y todo establecimiento y local en que trabajan mujeres, el proporcionar sillas para el descanso compatible con su trabajo.
11 de febrero de 1919 y 13 de agosto de 1925- se estableció el derecho a pensión por cuenta del Estado de toda persona llegada a los 60 años o antes si está absolutamente inválida y en estado de indigencia, o a recibir el equivalente de la pensión en asistencia directa o indi­recta. La ley comprende a los extranjeros que lleven 15 años de residencia en el país.
19 de noviembre de 1920- se estableció la obligación para los patronos de otorgar un día de descanso por lo menos en cada semana a los conductores de automóviles y trabajadores del servicio doméstico.
26 de noviembre de 1920- Ley. Se establece y reglamenta la indemnización de accidentes rela­cionando el régimen con los servicios del Banco de Seguros del Estado.
10 de diciembre de 1920- declaran obligatorio un día de descanso después de seis de trabajo o cada seis días. La reglamentación se dictó el 14 de junio de 1921 y se complementó con los decretos del 6 de mayo de 1921, 6 de febrero de 1921, julio 22 de 1921 y una ley del 25 de marzo de 1923.
15 de febrero de 1923- se fijó el salario mínimo de los trabajadores rurales.
13 de julio de 1923- se estableció un sistema que permite adquirir vivienda propia o edificar, a los empleados públicos y a los empleados y obreros de empresas particulares comprendidos en las leyes de jubilación con más de 10 años de servicio y con derecho a aquélla.

Es oportuno ver en estos momentos la relación que se pudo dar entre los obreros y el Partido Colorado. Ante la abstención nacionalista en las elecciones de 1910, los católicos anunciaron que se presentarían como partido a las elecciones; se constituyó así mismo una “Liga Agraria” por latifundistas de la Federación Rural.

Frente a estas propuestas gana terreno la idea de crear partidos o agrupaciones electorales de origen obrero y social.


Es interesante el intento de “Partido Obrero”. Con fecha 2 de abril de 1910, el poeta Leoncio Lasso de la Vega (“socialista, aunque no de partido”, conocido por sus colaboraciones anticlericales en El Día), publica un mani­fiesto: “Sostenemos, sin reserva, que Batlle y Ordóñez es una de las más grandes figuras de la historia uruguaya, y nuestros nietos contemplarán con respecto en la plaza pública, la estatua que le habrá levantado la gratitud de una posteridad exenta ya de las pasiones que hoy rugen”, etc., y después de mostrar que sus enemigos son las clases propietarias y reaccionarias, dice: “Son sus amigos (de Batlle) -no de la persona, sino de las ideas que encarna- todos los propietarios, todos los obreros, todos los desheredados, que constituyen el ochenta por ciento de la nación”. Prosigue: “¡hay 80 mil obreros en la capital! hay en los registros cívicos menos de 25 mil inscriptos. Hay, según comprueba una larga experiencia estadística, menos de 12 mil votantes”. Los obreros, termina su pensa­miento, “no saben la incontrastable fuerza, el formidable empuje de progreso verdadero que podría imprimir a esta frágil máquina poliquera, si ellos a su vez, en defensa de sus derechos, siempre vejados, a un lado falsos perjuicios, desdeñaran la necia preocupación de patria, para ciudadani­zarse y votar y se desembarazaran del sentimiento anárquico para inscribirse y  votar”.[12]

En un suelto del Centro Carlos Marx, titulado Manifies­to socialista, firmado por Emilio Frugoni, establecía lo siguiente sobre la personalidad de Batlle: “...un hombre representativo de principios democráticos y liberales, en quien el pueblo ha puesto su esperanza de ver realizadas algunas importantes reformas y que es, en las actuales circunstancias y dentro de la relatividad de las cosas en el dominio de las instituciones burguesas y tratándose de gobernantes burgueses, el único candidato que puede ser considerado prenda segura de un gobierno respetuoso de los derechos y reivindicaciones de la clase trabajadora”.[13]

Desde el diario La Defensa Nacional se escribían artí­culos sobre “Las exigencias obreras”.


Pensar seriamente en la necesidad de oponerse al avance de las fuerzas proletarias, es el deber primordial del momento... Negar que el capital está en peligro y que debe intentarse una acción para contrabalancear los esfuer­zos demoledores del proletariado, que intentan subvertir el actual régimen social, es entregarse a una acción suicida. Se impone la reacción. Y mucho más en nuestro país donde la protección al obrero viene francamente de las esferas oficiales y de ellas emanan también las leyes que castigan al capital”.[14]

En las elecciones de enero de 1917 El Día establecía: “Las clases trabajadoras sufragaron ayer a favor  del Partido Colorado. Esta actitud de los obreros caracteriza la tendencia del partido de gobierno, cuya preocupación por tutelar sus derechos, ha sido siempre notoria.
Nuestra legislación contempla las necesidades proleta­rias de una manera justa y ecuánime...

Ningún departamento de la República cuenta tantos obreros como el de la capital, no sólo por ser el más poblado, sino también porque en él radican numerosas indus­trias y manufactureras.

Y el hecho de que la inmensa mayoría de los obreros haya votado en la capital a favor del Partido de la Defensa implica un franco reconocimiento de su tendencia a proteger las causas dignas, con un alto espíritu de equidad y sin caer en sectarismos que malograrían las más levantadas inspiraciones.

Esta circunstancia permite afirmar que ninguna otra colectividad puede ser calificada de popular, con más derecho que el Partido Colorado, ya que es él quien consul­ta con mayor acierto los bien entendidos intereses de las clases laboriosas”.[15]

Un nuevo artículo referente a este tema determinaba: “Nuestra propaganda obrerista no se ha inspirado jamás en móviles de proselitismo político. Hemos entendido y enten­demos que las reivindicaciones proletarias son en la gene­ralidad de los casos, justas y respetables, y las apoyamos con todo el calor de nuestras convicciones... la ley de ocho horas, dictó disposiciones atinadas para prevenir los accidentes del trabajo, se esforzó en amparar a la anciani­dad desvalida, levantó por todos los medios a su alcance, con la creación de múltiples centros de cultura, el nivel intelectual de las clases trabajadoras.

¿Qué es lo que el Partido Colorado exigió a los obreros a cambio de tantos beneficios? Nada absolutamente. Si obtuvo su adhesión fue porque los humildes comprendieron que aquella gran fuerza democrática era la única que en nuestro país los defendería contra los abusos de los privi­legiados de la fortuna. Era nuestra colectividad la única que se hacía eco de las reclamaciones de los desheredados, traduciendo en leyes tutelares sus anhelos de mejoramiento moral y económico...


Lo extraño hubiera sido que la clase trabajadora se solidarizara con los partidos políticos que no han servido sus intereses o que se han negado a prestar atención a sus reivindicaciones; partidos que, por intermedio de sus representaciones en el Parlamento o en la prensa, impugna­ron y combatieron todas las iniciativas de carácter social que prestigió la colectividad que gobierna.

En cuanto a que el Partido Colorado requisa balotas para obtener el concurso electoral de los obreros a cambio de la protección que les dispensa, es una de tantas vanas afirmaciones de la prensa nacionalista. Le basta al Partido la cooperación decidida y espontánea de los que aprecian el valor de su obra política y social”.[16]

Así era entendida la diferencia entre el batllismo y el socialismo: “Los votos que los obreros den al partido socialista son votos casi perdidos, pues este partido no podrá imponer por sí reforma ni mejora alguna, aunque obtu­viera algunos representantes más en la próxima legislatura. La acción de esos representantes se reducirá al discurso y a la protesta, sin efecto.

El batllismo, -que contiene en su amplio programa demo­crático todo lo que hay de justo en los partidos de orden más avanzados-, eliminando lo que es falso dogmatismo y haciendo, por lo tanto, inútiles otros de ese orden en nuestro país, es quien está en condiciones de hacer efecti­vas las aspiraciones de un justo mejoramiento social, porque es una fuerza electoral y parlamentaria decisiva en la vida de la República. Los votos que los obreros agreguen al batllismo servirán, pues, de un modo efectivo, para aumentar las seguridades de su propio mejoramiento”.[17]




[1] D'Elía, Germán - Miraldi, Armando- Historia del movimiento obrero en el Uruguay. Desde sus orígenes hasta 1930. Montevideo. 1985. pág. 50.
[2] Las huelgas. El Día. Enero, 3 de 1896.
[3] La Federación Obrera. El Día. Febrero, 24 de 1896.
[4] La cuestión obrera. El Día. Noviembre, 2 de 1901.
[5] Fernández López, D'Alessandro- Historia de la iz­quierda uruguaya. Tomo I. Anarquistas y socialistas. 1838-1910. Montevideo. 1988. pág. 106.
[6] Secretaría de Asuntos Sociales- El camino propio. Montevideo. 1987. págs. 32-33.
[7] La razón de las huelgas. El Día. Junio, 16 de 1905.
[8] Las sociedades de resistencia. El Día. Junio, 23 de 1905.
[9] Legislación obrera. Mensaje del Ejecutivo. Un trabajo del Presidente. El Día. Diciembre, 26 de 1906.
[10] El contrato colectivo. Sindicatos obreros. El Día. Abril, 8 de 1908.
[11] La jornada de ocho horas. El Día. Octubre, 17 de 1915. Nemo.
[12] Rama, Carlos- Batlle y Ordóñez y el movimiento obrero y social. Montevideo. 1956. pág. 46.
[13] Ídem. pág. 47.
[14] Las exigencias obreras. La Defensa Nacional. Abril, 6 de 1919.
[15] El voto obrero. El Día. Enero, 15 de 1917.
[16] El partido y los obreros. El Día. Mayo, 31 de 1917.
[17] Batllismo y los obreros. El Día. Setiembre, 13 de 1919.

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