lunes, 4 de mayo de 2015

F - EL URUGUAY Y EL MUNDO. MODELO IX

F - EL URUGUAY Y EL MUNDO
Explicar una teoría de las relaciones internacionales del Uruguay es difícil, ya que las primeras obras que intentaron construir una teoría abarcadora del conjunto de sus relaciones , es decir teorías explicativas de cómo y por qué se producen los procesos de la política exterior, han sido escritas a pocos años de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

Nuestro país en muchos pasaje de su Historia estuvo indefectiblemente atado a los vaivenes de sus vecinos; también así lo define Gros Espiell: "pendularmente". No olvidemos el mismo momento de instalarse el primer gobierno en 1830, cuando la Constitución antes de ser jurada por los uruguayos debía ser revisada por argentinos y brasileños.

En momentos que se firma la Convención Preliminar de Paz, en octubre de 1828, se ve claramente la presencia británica, en las negociaciones y su idea de  creación de Estados Tapones. También así lo veía Alberdi: "Pero una tercera entidad más importante que los dos beligerantes se impuso en la lucha y reclamó Montevideo como necesario también a la integridad de sus dominios. Esa entidad era la civilización. Ella también tuvo necesidad de que Montevideo fuera libre e independiente para campear en sus nobles dominios, que se extienden en todo el fondo de América. Habló naturalmente por sus órganos naturales, la Inglaterra y la Francia".[1]

Esta etapa estuvo marcada porque el "...equilibrio se buscaba acentuando la aproximación a una potencia, de manera pendular, cuando la otra presentaba un momento de mayor influencia o predominio. Es decir que el equilibrio se lograba inclinándose a una parte, para compensar el peligro de la excesiva influencia o poder de la otra.

Fue una atípica y pragmática política de equilibrio, que en varios momentos, bajo distintas formas, debió recu­rrir a la única tercera potencia capaz de incidir en el proceso político internacional platense, ya fuera para pedir la garantía de la independencia oriental -lo que nunca se obtuvo-, ya para solicitar su acción moderadora y equilibrante (Gran Bretaña)".[2]

Ese fue el inicio de una etapa donde las divisas tam­bién entrarían a confundirse con los intereses de los vecinos, según las circunstancias con uno u otro. Se puede establecer que recién con la Guerra del Paraguay se termina la injerencia de los extranjeros en nuestro país, pero también fue alto el precio que pago el Uruguay por ello.

Desde el punto de vista geopolítico el Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, su destino afecta directa o indirectamente la región, por ejemplo era vital la participación de nuestro país en la guerra contra Paraguay en el siglo pasado, para ello las fuerzas políti­cas de argentinos y brasileños apoyaron a Flores en su revolución a cambio de su compromiso en la firma de la Triple Alianza. Los actuales son tiempos donde se deja de lado esa política pendular.

Como establece Methol Ferré: "El Uruguay pasó entonces de los tiempos revueltos que corren desde Artigas hasta la Triple Alianza, al Uruguay llamado "île heureuse" por algún visitante socarrón. De una continua internacionalización a una nación. O mejor, a una semicolonia privilegiada que se sintió nación, pues, formó una verdadera comunidad".[3]

Como ya hemos establecido el país con Latorre  comienza a consolidar la estabilidad de su Estado, también la incor­poración al mundo económico "unicéntrico", cuyo eje era Inglaterra.

Por su parte Batlle incentiva la inmigración, y a las clases medias urbanas en ascenso, dentro de los parámetros de una economía agroexportadora, e impulsará a la industria para lograr la sustitución de importaciones.

Methol Ferré establece que, así como Batlle ha forjado decisivamente la conciencia "interna" del país, podemos afirmar que Herrera ha sido su conciencia "externa".[4]

Les tocó a Batlle y a Williman gobernar en los años de la preguerra, siendo por otra parte sus presidencias con­temporáneas de las grandes asambleas internacionales.

Durante este período se destaca la presencia de Uruguay en la Conferencia de La Haya en 1907, presentando el pro­yecto sobre el arbitraje obligatorio. También debe  mencio­narse la participación en las Conferencias Panamericanas, la cual deja entrever la falta de una política orgánica en el campo internacional, destacándose en este plano Baltasar Brum, patrocinador de la firma de acuerdos bilaterales con varios países europeos y americanos, en los que se estable­ce la fórmula del arbitraje obligatorio.

Veamos todo este proceso con más detenimiento, respecto al tema de la firma del arbitraje con otros países, los problemas de límites, y aquellos acontecimientos interna­cionales que se destacan en este período que venimos anali­zando.

1 - La Haya
Sin ninguna duda la participación en la 2ª Conferencia Internacional en La Haya en 1907 es la más publicitada de las actuaciones de Batlle referente a política internacio­nal.
La Conferencia de La Haya, de Julio a Octubre de 1907

La convocatoria la realizó el presidente norteamericano Roosevelt y contó con el auspicio del zar Nicolás II, siendo la anfitriona la Reina Guillermina de Holanda.

La primera Conferencia, realizada en 1899, giró en torno al problema del armamentismo, siendo imposible esta­blecer un freno a esa carrera que estaba viviendo el viejo mundo.

Las inquietudes presentadas por los países americanos a la Conferencia fundamentalmente referían al tema del arbi­traje obligatorio como forma de solucionar las disputas internacionales; por otra parte también era motivo de preocupación el cobro compulsivo de las deudas, postura más conocida como Doctrina Drago.

El arbitraje por parte de nuestro país ya se aplicaba desde 1883, firmado con la República de El Salvador. "Art. 1º ... contraen a perpetuidad la obligación de someter a arbitraje, cuando no consigan dar la solución por la vía diplomática, a las controversias y dificultades de cual­quiera especie que puedan suscitarse entre ambas Naciones, no obstante el celo que constantemente emplearán sus res­pectivos Gobiernos para evitarlas.

Art. 2º La designación del arbitraje, cuando llegue el caso de nombrarlo, será hecha en una Convención especial en que también se determinen claramente la cuestión en litigio y el procedimiento que en el juicio arbitral haya de obser­varse".[5] El acuerdo será aprobado por el Senado pero no por Diputados.

Los otros dos antecedentes, los cuales sí llegan a concretarse, son:

-El 8 de junio de 1899, se celebra en Buenos Aires el Tratado de Arbitraje General, convirtiéndose en ley en nuestro país el 17 de marzo de 1900 (Ley Nº 2.624).

-El 28 de enero de 1902, en México, se lleva a cabo el acuerdo de arbitraje con España, transformándose en Ley Nº 2.776, el 27 de agosto de 1902.

En ambos el artículo 1º establecía: "Las Altas Partes Contratantes se obligan a someter a juicio arbitral todas las controversias, de cualquier naturaleza que por cual­quier causa sugieren entre ellas, en cuanto no afecten a los preceptos de la Constitución de uno u otro país, y siempre que no puedan ser solucionadas mediante negociacio­nes directas".[6]

Batlle preside la delegación uruguaya ante La Haya, en la cual establecerá la creación de un tribunal arbitral. "Considero que no se ha tomado el buen camino para resolver este problema de la justicia internacional, y que, como sucede siempre se ha elegido un camino equivocado. Hemos llegado a un punto en que la confusión se apodera de noso­tros y no se nos puede ocurrir mejor idea que la de volver a nuestro punto de partida.

El error consistiría, a mi juicio, en que nos hemos dejado arrastrar por el propósito de crear para las nacio­nes por su libre consentimiento, una organización de la justicia igual a la que cada nación ha creado para fallar en las disidencias de la multitud, a veces casi innumerable de los individuos que la componen.

Primeramente, un tribunal internacional carecería, para que tal similitud pudiera establecerse, de la imparcialidad reconocida y del apoyo de la fuerza que en el seno de una nación hacen obligatoria la sumisión a las sentencias del juez.

La imparcialidad que la Conferencia ha buscado con ardor se puede encontrar fácilmente en una corte de justi­cia internacional porque los jueces rarísima vez tienen relaciones con los litigantes, cuyos nombres con frecuencia nunca han oído pronunciar, y cuyos intereses, sometidos a sus fallos, les son completamente extraños. Cuando el juez está ligado por parentesco al litigante o es su amigo o su enemigo; cuando tiene un interés que se relaciona con el litigio, o expresado su opinión sobre éste, no puede ya ser juez, porque su imparcialidad no podría ser perfecta.

Ahora bien: ¿puede establecerse una corte de justicia internacional cuyos miembros representantes de sus nacio­nes, elegidos por ellas, llenen no para un solo caso, sino para muchos, las condiciones de imparcialidad que debe llenar un juez nacional cualquiera?

Basta pensar en el pequeño número existente de nacio­nes, en los motivos que las vinculan o las separan, tales como la raza, la situación geográfica, la historia, los intereses, y en las relaciones cada día más estrechas creadas por medios de comunicación, cada vez más eficaces, para contestar que la dificultad de constituir esta corte ideal es invencible quizás, y tanto más cuanto que la imparcialidad de los jueces deberá ser de tanta evidencia que fuese libremente reconocida por todos los litigantes.

Es por eso que la idea de la Corte de Justicia Interna­cional Permanente que hemos aceptado en principio sin dificultades, y hasta con entusiasmo, ha hecho nacer tantas resistencias cuando se ha querido designar sus miembros.



Ninguna combinación ha parecido aceptable, y es de creer, que, si se hubiese acordado alguna, tal acuerdo no habría podido mantenerse mucho tiempo y que la desconfianza que, desde el primer momento había disminuido el prestigio de la institución, habría también empequeñecido la impor­tancia de las nuevas convenciones de arbitraje, y su núme­ro, porque aun cuando no se estipulase la obligación de someterse a esa corte en último recurso, sería moralmente difícil el no aceptar su jurisdicción, después de haber concurrido a darle la investidura de la más alta justicia humana.

Pero, aun suponiendo que esa dificultad no existiese y que se hubiese logrado establecer una Corte Permanente como se desearía ¿se habría hecho realmente un progreso? ¿No podría oponerse aún a esta suplantación del árbitro por el juez permanente la afirmación de que el árbitro es preferi­ble al Juez, de manera de que en lugar de empeñarse en asimilar la organización de la que rige las relaciones de los individuos debería desearse más bien que éstos fuesen tan competentes como lo son las naciones para elegir árbi­tros dignos de su confianza y someterles sus disidencias?

Se insiste en la afirmación de que una corte permanente de justicia llegaría a formar una jurisprudencia muy uni­forme. Pero, aun sin preocuparnos de que esta jurispruden­cia pudiera ser errónea ¿para qué serviría, tratándose de una corte cuya jurisdicción debería ser libremente aceptada por los litigantes? ¿Se apresurarían las naciones a someter a esa corte pretensiones opuestas a su jurisprudencia?

Hay que creer, al contrario, que tal jurisprudencia constituiría una nueva fuente de resistencias a la Corte, que el número de litigios que le serían sometidos a ésta se encontrarían en razón inversa de la extensión.

La primera conferencia hizo una obra práctica al crear la Corte Permanente actual, porque esta corte ofrece un gran número de árbitros a la libre elección de las nacio­nes. La segunda conferencia ha debido hacer grandes esfuer­zos para mejorar esa obra. Se habría hecho mucho   cierta­mente, por este medio, en favor de la paz; pero se estaría lejos aún de lo que se quería hacer. Aún hoy, la guerra podría amenazar en un momento cualquiera y no se encontra­ría más bien autorizaciones como las que se relacionan con las cuestiones en que el honor y los intereses esenciales de las naciones entran en juego.



La idea de la creación de la Corte de Justicia Arbitral tiene, evidentemente, su origen en la generosa aspiración de crear un poder judicial tan prodigioso que todas esas disidencias le fueran sometidas. Hemos visto que ese poder no tendría adhesión unánime de las naciones, aunque éstas desearan sinceramente hacer que prevaleciese la justicia. Tampoco podría contar con la adhesión de los países que fundan sus esperanzas de ser grandes más bien en la fuerza que en la razón y la paz. Jamás tales tendencias se someten a un poder exclusivamente moral. La delegación del Uruguay ha tenido el honor de presentar a esta conferencia una declaración de principios en la que se proclama el derecho de agregar a esta fuerza, la fuerza material. Pero, dadas las ideas que prevalecen en la conferencia, ella no abriga­ba ninguna esperanza de que fuese aceptada. Quiso solamente formularla en el seno de la Asamblea representativa de la humanidad. Ya que tantas alianzas se han hecho para imponer la arbitrariedad, se podría muy bien hacer una para imponer la justicia.

Es cierto que una autoridad constituida por el poder moral y material de un cierto número de naciones, no se vería libre de las sospechas de parcialidad que se oponen al establecimiento de la corte de Justicia Arbitral. Pero esta autoridad no ejercería su acción sino cuando todos los medios de conservar la paz se hubieran agotado, cuando el recurso del arbitraje no hubiera tenido éxito, y en ese caso, no podrían ya las partes en litigio rechazar una sentencia que les sería impuesta por una mayoría irresisti­ble.

De esta manera la justicia podría ser lesionada alguna vez; pero este mal estaría muy lejos de igualarse con el de las frecuentes presiones de los países fuertes sobre los débiles y de las guerras terribles que estallan de tiempo en tiempo.

Estas ideas, por más alejadas que parezcan de la reali­dad, podrían tener una pronta aplicación práctica, si no en el mundo entero, al menos en una parte considerable de él; esto es, en América donde el  derecho internacional ha alcanzado progresos reales, que sobrepasan a los que han sido realizados en el continente europeo y de que dan fe los documentos depositados en la Secretaría de la Conferen­cia. Sin hablar de los Estados Unidos de América, cuyo amor a la justicia es bien conocido, quiero citar como uno de los más importantes factores de ese progreso a la República Argentina que ha hecho tratados con los países limítrofes, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, y con otros que no lo son, España, Italia, en los cuales se conviene en someter al arbitraje las cuestiones de toda naturaleza que por una causa cualquiera, surjan entre los países contra­tantes, con la única excepción de aquellas que pudiesen afectar a las prescripciones constitucionales de una o de otra nación contratante.

Quiero recordar también que el Brasil ha propuesto a la conferencia una fórmula que, si hubiera sido aceptada, habría desterrado del mundo el espíritu de conquista, origen e impulsor de la mayor parte de las guerras. Y hechos tan importantes como el arreglo de límites entre la Argentina y el Brasil, y entre la Argentina y Chile, y la limitación de armamentos entre estos dos países, prueban, además, que esos progresos no son puramente teóricos.

La razón pública está, pues, preparada en América para dar amplias soluciones a los problemas de la paz interna­cional. Ni el odio entre los pueblos, ni la ambición de conquistas, se opondrían a esas soluciones, y si dos o tres de las más poderosas repúblicas de ese continente quisieran ponerse de acuerdo para constituir una alianza que con mejor derecho que cualquier otra, podría llamarse Santa, y cuyo fin sería el de examinar las causas de los conflictos armados que pudieran surgir entre pueblos americanos y ofrecer una ayuda eficaz al que hubiese sido injustamente llevado a la guerra, no es dudoso que otras naciones de América irían a agruparse en torno de esa alianza y que la paz internacional del continente no sería turbada jamás entre los países que hacen parte de él.



Por estas consideraciones y acariciando esta esperanza, la delegación del Uruguay se abstendrá de votar el proyecto de la Corte Arbitral".[7]

Diez años después de la Conferencia de La Haya, el presidente de los EE.UU. Woodrow Wilson presentó el plan que la historia conoce como "Los Catorce Puntos", que son la base del Pacto que posteriormente firmarían los creado­res de la Sociedad de Naciones.


En ella se recoge el principio de la solución pacífica de las controversias entre los estados, otorgándole a la Liga las facultades necesarias para imponer sus decisiones a los estados no miembros. Disposición que Batlle había previsto en La Haya, con el nombre de "Arbitraje compulsi­vo, y que el Pacto de la Sociedad de las Naciones consagra­ba en el artículo 17.[8]

La posición de Uruguay fue apoyada por varios naciones latinoamericanas, destacándose la delegación argentina, cuando su titular José María Drago establecía en la Confe­rencia: "Señor Presidente nos hallamos en presencia de una fórmula que no es fórmula vana, pues que ella contiene la proclamación del principio de arbitraje obligatorio mun­dial...".[9]

La prensa -"Il Secolo" de Milán, "La Libre Parole" de París, "Lokal Anzeiger" de Berlín (8 de julio de 1907), El Día comentó: "...un paso hacia la realización de los votos de los apóstoles del pacifismo, sin embargo es preciso que los "pioneers" de la paz universal no se regocijen demasia­do pronto, pues los delegados que hacen la proposición no representan una potencia de primer orden y por lo mismo abordan esta discusión en vista del proyecto adoptado con anterioridad".[10]

2 - La firma de acuerdos de arbitraje
El antecedente sin ninguna duda está en la propuesta de Batlle de 1907, fracasando cuando se pretendió aplicar el acuerdo en forma multilateral. Su éxito estuvo en la firma bilateral.

CUADRO Nº 18
FIRMA DE TRATADOS DE ARBITRAJE

PAIS               AÑO       LUGAR                 Nº DE LEY
    
            EE.UU.           1914    Washington                5.172   24/11/14
            Italia               1914    Montevideo                5.173   24/11/14
            Brasil              1916    Rio de Janeiro            5.624   08/01/18
            Bolivia            1917    Montevideo                5.876   25/06/18
            Perú                1917    Lima                           5.874   25/06/18
            Francia            1918    Montevideo                5.696   28/05/18
            Gran Bretaña 1918    Montevideo                5.695   28/05/18
            Paraguay         1918    Montevideo                7.376   17/06/21
            España            1922    Madrid                       7.990   17/09/26
            Venezuela       1923    Montevideo                7.815   23/01/25
            El Salvador     1924    Madrid                       7.991   17/09/26

Respeto al Tratado firmado con Italia, en el mensaje enviado por Batlle, se establecía: "Este tratado se separa de las prácticas corrientes en el Derecho Internacional Público Americano, según las cuales se exceptúan del com­promiso las controversias que afectan el honor, la naciona­lidad o la soberanía, etc.
Entiendo que estas limitaciones no tienen razón de ser y que su único resultado es restar eficacia a los tratados de arbitraje...

La amplitud estipulada en el Tratado adjunto, que creo debemos generalizar, hacer imposible los desenlaces violen­tos, puesto que cualquier conflicto, por enojoso o por grave que sea, puede ser sometido a la decisión de un juez desapasionado.

Algunos países europeos han adoptado desde hace tiempo para sus tratados de arbitraje la fórmula que propongo a V. H., siendo de notar entre ellos los celebrados por Dinamar­ca con Holanda (febrero 12 de 1914), con Portugal (marzo 20 de 1907) y con Italia (diciembre 16 de 1905).

La necesidad de rodear del mayor prestigio a las con­venciones arbitrales empieza a ser sentida en América. Ultimamente el señor Presidente Wilson propuso a todos los países del Universo una fórmula pro paz por la cual se designa de antemano una Comisión que de oficio puede tomar el conocimiento de una controversia existente entre dos pueblos, cuando la diplomacia se declara impotente para zanjarla...".[11]

Ahora veamos algunas posturas respecto a dicho proyec­to, cuando es discutido en la Cámara de Diputados; Buero establecía: "La sanción de este proyecto importa para nues­tro país la adopción de una línea de conducta que está llamada a propiciarle más de un éxito, no solamente porque este protocolo...".[12]

Por su parte Ramírez reflexionaba sobre su sanción: "Nuestro país, repito, ha luchado desde hace años, en compañía de otros Estados sudamericanos, por la adopción de ese principio, limitando los casos de arbitraje a aquellos en que, una vez sometidos a nuestros Tribunales, se produ­jera el caso de denegación de justicia.

En Washington, en 1889, se estableció ese principio contra la resistencia de los Estados Unidos y de Haití, resistencia explicable en el primero de dichos Estados, pero menos explicable en el segundo, lo que nos obliga a pensar, respecto de su actitud, que sobre ello no hay nada escrito... En el Congreso de Méjico nos esforzamos de nuevo por hacer prevalecer ese principio, y tropezamos siempre con la actitud decididamente opuesta de la Unión Americana. Insistiendo otra vez de nuevo en Rio de Janeiro y allí tuvimos la suerte de conseguir que, dentro de una fórmula no muy concreta, pero que, dadas las manifestacio­nes que formulamos en el informe de la Comisión respectiva y por parte de algunos miembros que hicieron uso de la palabra sobre la materia".[13]

Herrera: "...digo que ese pesimismo tendrá razón de ser, mientras los orientales seamos víctimas de la burla de nuestro derecho, hasta el día que nuestro país deje de ser atacado en esos derechos por vecinos poderosos. Hasta que no se haga, yo no creo en el arbitraje, porque para mí el mejor libro en esta materia, como en otras muchas, es el ejemplo de la propia nacionalidad, del propio hogar. El ejemplo de Chile y de otros países y de lo que pasa en el mundo entero, poco pesa cuando mi país siente la burla permanente de su derecho, vigente en tratados de arbitrajes que es un sarcasmo. Se nos discute que seamos ribereños, y estando pactado el arbitraje, no se quiere someter a vere­dicto el punto...

Todo eso es muy respetable, muy lindo, muy hermoso, como es muy hermoso aquello de la "Ciudad Futura" de los señores socialistas. Todo eso es muy lindo; pero en la vida real creo que son muy escasas las circunstancias en que ha tenido sanción y que en Sud América ha sido un fracaso en general el procedimiento arbitral. El Ecuador tenía un compromiso arbitral con el Perú. Fue árbitro el Rey Alfon­so. Pues bien: sabiendo que el Rey Alfonso fallaba en una forma que consideraba favorable para el Perú, el Ecuador dijo que renunciaba a la sentencia arbitral; que si se pronunciaba, la iba a desconocer.

Así que yo en mi escepticismo sobre el arbitraje, sin que desconozca que pueda tener su utilidad en ciertos casos, pero que en general la alabanza se rompe cuando miramos cómo estamos por casa y por la vecindad...".[14]

La firma de los tratados de arbitraje permitían al gobierno solucionar eventuales conflictos con ciudadanos extranjeros, antes que éstos reclamen frente a su gobierno sino habían agotado todas las vías legales a su alcance en el país. Este es el caso de la firma con Inglaterra: "La mayoría de la gente imparcial considera que las Autoridades no tratan a la Compañía [del Ferrocarril Central] en forma justa, pero en vista de las estipulaciones del Tratado de Arbitraje de 1918 esta legación desafortunadamente no puede intervenir hasta que se presente el momento psicológico de la denegación de justicia, y no es secreto el hecho de que el Doctor Brum estaba ansioso por concluir este Tratado a los efectos de prevenir e impedir tal intervención diplomática, que podría obstaculizar su política de nacionalización de todas las Compañías extranjeras de Servicio Públicos en este país. De hecho, ya se ha informado a Su Señoría que inmediatamente después de su firma el Doctor Brum manifestó su satisfacción, exclamando que en el futuro no habría intervención de parte de los Gobiernos extranjeros cuando se trata de Compañías extranjeras en Uruguay".[15]

3 - El panamericanismo
Tiene sus inicios en la Conferencia de Washington de 1889. A partir de 21 de julio de 1907 se inaugura el Con­greso Panamericano, realizado en Rio de Janeiro, siendo la tercera conferencia internacional americana, concurriendo por nuestro país los doctores Antonio M. Rodríguez, Luis Melián Lafinur, Gonzalo Ramírez y Martín C. Martínez.

Dentro de las bases a tratarse podemos destacar:

-Moción afirmando la adhesión de las repúblicas ameri­canas al principio de arbitraje para resolver las cuestio­nes que puedan surgir entre ellas y expresando la esperanza que tienen las naciones que tomen parte en la conferencia, de que la próxima que ha de reunirse en La Haya, acuerde una convención general de arbitraje que pueda ser aprobada y puesta en vigencia por todos los países.

-Moción recomendando la prórroga por un período de cinco años del Tratado de Arbitraje; celebrado en la Confe­rencia de México, donde se hace mención a las reclamaciones pecuniarias.

-Moción recomendando a la segunda Conferencia de La Haya examinar si el empleo de la fuerza para el cobro de deudas públicas es admisible, y, en caso afirmativo, hasta qué punto debe serlo.

-Convenio determinando la creación de una Comisión de jurisconsultos que prepare para someterlo a la Conferencia siguiente, un proyecto de Código de Derecho Internacional Público y Privado, estableciendo el pago de los gastos necesarios para esa obra y recomendando especialmente a la consideración de aquéllos, los tratados del Congreso de Montevideo de 1889, sobre Derecho Civil, Derecho Comercial, Derecho Criminal y Leyes de Proceso.



"...La gran República del Norte ha sabido hacer sentir una vez más su poderosa influencia, que es mayor por los prestigios morales de sus institucionales libres, por la fuerza material de su ejército y de su armada.

Por el tratado de 15 de Junio de 1897, las repúblicas de Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Salvador, formaron una sola nación, denominándola República de Centro América. Las repúblicas contratantes, a pesar de constituir una nueva unidad política, conservaron su entera libertad e independencia en cuanto a la administración interna, que­dando solamente extinguida su personalidad internacional. Subsisten, pues, durante la vigencia del tratado, los Esta­dos signatarios con sus respectivas autoridades, las cuales por turnos de un año desempeñaban las funciones de repre­sentantes supremos de la unión. El tratado consagra también expresamente el principio de la no intervención de un Estado en los negocios de los otros, estableciéndose el arbitraje como medio de dirimir los conflictos.

...La intervención amistosa del Presidente Roosevelt ha conjurado, al parecer definitivamente, el peligro que amenaza a las jóvenes y pequeñas repúblicas...

El continente americano se encuentra en condiciones excepcionales para arraigar de un modo definitivo la paz. Dividido en numerosos países, conserva siempre y en poten­cia ciertos elementos de unión en la estructura íntima de la organización de cada uno de ellos. Hoy por hoy son innecesarias las expansiones territoriales, pues no cuenta ninguno con pobladores ni medios para explotar una parte mínima de las riquezas que encierran. Las condiciones económicas de los que se dedican al trabajo son más desaho­gadas y con más atractivos que las que pueden ofrecer los países europeos...

No existiendo en América necesidad de expansión terri­torial, -no existiendo entre los países que la forman rivalidades profundas que afecten fundamentalmente la vitalidad de sus fuentes de riquezas,- no puede prosperar una política agresiva si cada nación se mantiene dentro de su esfera de acción legítima y respeta los derechos de las demás.

Son estas circunstancias las que puede explotar el gobierno de la Unión como director de la política continen­tal internacional, para obligar amistosamente a aceptar las soluciones pacíficas en todos los conflictos que pudieran surgir.

Las naciones americanas obtendrían enormes ventajas si se consiguiera implantar una norma de conducta siempre pacífica. Se obtendrían ventajas del punto de vista de la preponderancia política, porque permaneciendo unido el continente entero, constituiría una fuerza todopoderosa frente a cada una de las naciones del viejo mundo, las cuales por múltiples causas de diversa naturaleza nunca podrían formar un núcleo permanente y homogéneo.



Pero lo que aprovecharíamos principalmente serían las ventajas de orden económico. Las luchas y rivalidades entre las naciones de Europa han llevado las cosas a un estado de paz armada, casi de guerra, obligándolas a agotar enormes recursos y a imponer numerosos sacrificios a los contribu­yentes para mantener flotas y ejércitos siempre prontas para entrar en combate.

Las naciones del nuevo mundo no han sufrido hasta el momento los efectos perniciosos de una paz armada, que siempre repercuten sobre todos los habitantes del país, y principalmente sobre los que cuentan con medios más reduci­dos de vida. La política de franca amistad, de tutela de la paz, que se propone iniciar el presidente Roosevelt tiende a engrandecer el continente americano, cuyas condiciones económicas serán al amparo de la paz inmensamente superio­res a las de Europa y aun a las de Asia, pues Japón y China ya están también sufriendo las consecuencias de los arma­mentos excesivos, y cuya situación internacional será envidiable porque estando todo unido constituirá una fuerza poderosa capaz de sostener el empuje de cualquier nación que pretendiera injustamente atacar a alguna de sus unida­des".[16]

La propuesta del Ministro de Negocios Extranjeros de los EE.UU., Mr. Root, es bien recibida y apoyada por El Día: "...América saluda la nueva política de paz, de fra­ternidad, de armonía continental, con que se inaugura la nueva era de los destinos americanos.

...no mueve a las naciones americanas en su acercamien­to actual ningún sentimiento de hostilidad hacia los viejos continentes, ni mucho menos hacia la Europa ... La unión americana actual no significa, pues, más que un paso hacia esa confraternidad, completa del planeta, ideal universal de todas las sociedades, dado que en último término el objeto de todos los acercamientos no responde más que a asegurar el imperio definitivo de la paz en los conflictos internacionales.

Las declaraciones que a nombre de su poderoso país ha venido formulando Mr. Root, en su viaje triunfal por Sud América, no vienen sino a confirmar el amplio concepto que nuestra nacionalidad merece y debe merecer ante el mundo civilizado, al igual de las demás congéneres del continen­te. El reconocimiento explícito de nuestros derechos de nación soberana, y como tal igual a todas las otras, no es sin duda una idea nueva ni paso alguno que hayamos avanzado en el terreno de los progresos teóricos, pero es la conti­nuación ante las miradas del orbe entero de nuestras espe­ranzas y de nuestros anhelos, de nuestras aspiraciones y de nuestros derechos, a la égida del poderoso concierto ameri­cano y, muy especialmente, de la grande y generosa repúbli­ca del norte que acaudilla gallardamente los destinos continentales".[17]

El 2 de julio de 1907, ante la celebración del Congreso Internacional de Estudiantes Americanos, en nuestro país, El Día establecía: "El concepto de las nacionalidades americanas se consolida y se engrandece; y por arriba de ese concepto, se consolida y se engrandece la concepción más vasta de la gran patria americana. Esa será sin duda la obra del siglo XX. A medida que los pueblos del continente vayan encontrando la fórmula definitiva de su estabilidad que les asegure la paz interna a la sombra del libre juego de sus libertades institucionales; a medida que el ideal democrático vaya cumpliendo su misión en las tierras largo tiempo azotadas por la barbarie martirizadas por el prejui­cio, extenuadas por el llanto, sacrificadas por el dolor; a medida que las agitaciones de la vida libre y los progresos de la idea republicana se generalicen y se perpetúen; se acercarán las patrias y se fundirán los afectos, y todos los pueblos americanos...

Es evidente que ese concepto fecundo de solidaridad americana se difunde y se expande, y es evidente que los pueblos hermanos del continente se van conociendo y apre­ciando mejor. Y es esta la hora en que el sentimiento de una marcha paralela de nuestros futuros destinos comienzan a penetrar en el entendimiento de nuestros hombres públicos y en el pensamiento de la masa popular que comprende vaga­mente, que el porvenir exigirá el triunfo de todos, para la realización de un mismo ideal generoso y justiciero, la consagración de las más hermosas conquistas civilizadoras, vibrando al unísono en toda la extensión del mundo america­no.

El desconocimiento mutuo, el aislamiento casi absoluto ha sido la característica de los pueblos americanos hasta los últimos tiempos, y puede decirse que la gran obra [...] de la compenetración y del reconocimiento va siendo reali­zada por los Congresos, que desde el punto de vista exclu­sivamente práctico realizan una labor muy relativa, en cambio desde el punto de vista moral e intelectual realizan tareas hondas y proficua...".[18]

En la Conferencia Panamericana de La Habana en 1928, le correspondió al delegado uruguayo Dr. Varela Acevedo,  su clausura. Entonces manifestaba: "El panamericanismo ha echado raíces y crecido como las libertades anglosajonas, e infiel concepto tendría de él quien quisiera descubrir el secreto de su dinamismo en los textos inanimados y no en la vida. Nació y se desenvuelve intentando conciliar la civi­lización magnífica que están forjando 110.000.000 de hom­bres amparados por la bandera de las "rayas y las estre­llas", y la otra, tan singular, de las veinte repúblicas que prolongan y remozan en América el genio inmortal y la sangre eximia de las dos razas de Hispania.

Decir que todo une a los Estados Unidos y a la América Latina y que nada los separa, sería una fórmula creadora de sensibles desinteligencias o de inercias peligrosas. La América Latina y los Estados Unidos tienen grandes hechos y principios comunes, la tradición histórica, una parecida teoría de demócratas, la ventaja recíproca en el intercam­bio comercial y en la vinculación financiera, el afán por la justicia y la equidad, la misma devoción por la forma originaria de una política tradicional ante el mundo, enunciada por uno, elogiada por muchos; pero importantes intereses y modalidades retardan su perfecta armonía y colaboración. Más que la raza, el distinto temperamento, la diversa formación intelectual, los intereses económicos a menudo separados, la lengua sobre todo, son elementos no convergentes que sólo se apartarán cuando se venza el abismo de incomprensión que aún subsiste en sectores de cierta importancia de la opinión pública, del norte y del sur...

La América Latina no está pensando siempre en mañana, ni aspira "al reposo que la vida ha turbado", sino que está preparando una de las civilizaciones más completas de la historia y a nadie asombraría si en dos generaciones algu­nas de sus Repúblicas figuran, como acaba de predecirlo el señor Lloyd George, entre las principales potencias del mundo.

La obra de solidaridad en que estamos empeñados es una creación continua y por eso sería temerario esperar que ha de salir perfecta de las deliberaciones de un congreso, por ilustre que sea...".[19]

La firma de los tratados de arbitraje permitían al gobierno solucionar eventuales conflictos con ciudadanos extranjeros, antes que éstos reclamen frente a su gobierno sino habían agotado todas las vías legales a su alcance en el país. Este es el caso de la firma con Inglaterra: "La mayoría de la gente imparcial considera que las Autoridades no tratan a la Compañía [del Ferrocarril Central] en forma justa, pero en vista de las estipulaciones del Tratado de Arbitraje de 1918 esta legación desafortunadamente no puede intervenir hasta que se presente el momento psicológico de la denegación de justicia, y no es secreto el hecho de que el Doctor Brum estaba ansioso por concluir este Tratado a los efectos de prevenir e impedir tal intervención diplomática, que podría obstaculizar su política de nacionalización de todas las Compañías extranjeras de Servicio Públicos en este país. De hecho, ya se ha informado a Su Señoría que inmediatamente después de su firma el Doctor Brum manifestó su satisfacción, exclamando que en el futuro no habría intervención de parte de los Gobiernos extranjeros cuando se trata de Compañías extranjeras en Uruguay".[20]



También para los diplomáticos extranjeros la política exterior del país estaba orientada al panamericanismo. "...se inclina fuertemente hacia el Panamericanismo, y hay muchos detalles que indican que los principales estadistas de esta república, quisieran ver una Sudamérica unida con sus ojos dirigidos hacia los Estados Unidos como su protector".[21]

4 - La Primera Guerra Mundial
La población uruguaya siguió de cerca los acontecimien­tos del Viejo Mundo, la prensa mantenía informados a los inmigrantes.

El Uruguay fue tomando una actitud pro aliados a medida que la guerra se iba desarrollando y en especial a partir de la utilización de nuevas tácticas y armamento por parte de los alemanes. Principalmente desde filas de los naciona­listas se pugnaba por mantener una postura de neutralidad.

a - La neutralidad
Cuando Alemania proclama la guerra submarina en 1916, la Cancillería protestó, considerando que violaba todo derecho de neutralidad y era un agravio a la humanidad.

El Ministro de Relaciones Exteriores, Baltasar Brum, envió un mensaje al presidente norteamericano, Wilson, expresando la solidaridad y simpatía del gobierno uruguayo: "...Cuando el gobierno del Imperio alemán anunció de llevar a cabo sin restricciones la guerra submarina, los países americanos y, entre ellos, el Uruguay, procedieron por separado, protestaron contra tal resolución, reservándose la facultad de adoptar, llegado el caso de producirse un acto de agresión a sus respectivos derechos, las medidas que considerasen justas. No habiéndose producido hasta ahora este caso con mi país, éste ha resuelto mantener su neutralidad, aun cuando reconoce, como ya lo ha expresado, la justicia de la actitud de los Estados Unidos, y le expresa con tal motivo su simpatía y solidaridad moral".[22]

Por su parte en la Cámara de Representantes al discutir sobre la neutralidad, el diputado Sánchez manifestaba: "Los Estados Unidos -esa hermana mayor de las repúblicas ameri­canas, hermana mayor no sólo por la edad, sino por la fuerza material y por la fuerza mucho mayor que le dan sus libres instituciones- ... han intervenido en esa contienda...

...Después de haber agotado todos los recursos, todos los medios  que una paciencia serena ha podido poner en práctica... el Presidente Wilson se ha dirigido al Parla­mento de su país con un documento que ha de marcar realmen­te, una etapa en la historia de la humanidad...

Un pueblo que es capaz de ir a tamaño sacrificio por puras razones de justicia y de derecho, es un pueblo que merece la admiración de todos los hombres.

Yo me pregunto, señor Presidente: cuando se debate en la sangre y en el incendio esos derechos nuestros, ¿debemos permanecer cruzados de brazos, testigos mudos de ese comba­te, de esa lucha que tan definitivamente nos afecta... Yo creo que cometeríamos el más grave de  los errores si tal hiciéramos...

Yo no pretendo que nuestros pueblos ocupen un lugar entre esos combatientes... En ninguno de los terrenos en que se combate con las armas puede tener lugar nuestro pueblo, que no está preparado ni dispone de una fuerza eficiente; pero eso no quiere decir que no afirme dónde están sus simpatías...".[23]

Inmediatamente después de estas declaraciones lee el siguiente texto para ser enviado al Congreso norteamerica­no: "La Cámara de Diputados del Uruguay envía un saludo fraternal a los representantes del pueblo americano que, al entrar en la terrible lucha que en estos momentos ensombre­ce al mundo, lo hace gallardamente, como el paladín del derecho y de las altas normas jurídicas que en materia internacional han proclamado en todo tiempo los pueblos del Nuevo Mundo".[24]

Por su parte Buero entendía la neutralidad: "Somos neutrales en el conflicto que como un incendio gigantesco, cada hora y cada minuto se extiende, invade y devora; neutrales porque no somos beligerantes, y quien no es beligerante no tiene, en el Derecho Internacional, más rol jurídico que el de quien se abstiene de participar en la contienda; pero si somos neutrales en el sentido de que no enviamos fuerzas ni participamos de hostilidades, ni sufri­mos daños en nuestras vidas y en nuestros bienes, no somos indiferentes ni extraños, porque no podemos serlo, porque vivimos en el siglo de los grandes problemas definitivos, que cierran una época de la historia para inaugurar una época nueva.

Entiendo que solo el hecho de ser hombre obliga a tomar una participación, siquiera sea espiritual, en este con­flicto, en pro o en contra del despotismo, en pro o en contra de la fuerza, en pro o en contra del derecho.

...Hemos entendido, y lo hemos dicho en esta Cámara, que cuando hemos alzado nuestra voz de protesta contra excesos militaristas, esta voz nunca ha fulminado ni anate­matizado, ni criticado la gran alma laboriosa del pueblo alemán; pero hemos criticado y criticamos y seremos por siempre adversarios del militarismo prepotente y audaz que ahoga las conciencias y que subvierte los principios de la democracia".[25]

b - De la solidaridad con EE.UU. a la ruptura de rela­ciones con Alemania
En octubre del 17 se rompe la neutralidad de nuestro país, aunque en los meses previos toda América se ve en­frentada a qué camino debería de tomar ante la Gran Guerra.

En el mes de junio visita el país una flota de marines norteamericanos, la cual trae una serie de incidentes con Argentina. 

En esos momentos tanto Brasil como Uruguay fueron notificados de dicha visita, ya que habían revocado su postura de neutralidad y Argentina continuaba manteniéndose estrictamente neutral. "El Brasil reconoce  que esa políti­ca mantiene la tradición diplomática del Uruguay y de su historia nacional, bien como traduce en hecho la doctrina que viene trabajando hace casi un siglo, la conciencia jurídica y el sentimiento de defensa de los pueblos ameri­canos. El Brasil felicita a la república hermana y amiga por esa afirmación solemne y práctica de pan-americanismo, en el momento en que los principios fundamentales de la civilización, en peligro en el viejo mundo, empiezan a encontrar abrigo y equilibrio en los pueblos libres de las dos Américas...".[26]

La misión de la escuadra norteamericana consistía en vigilar el Atlántico Sur, de forma tal de impedir cualquier excursión de corsarios y submarinos, en beneficio de toda la zona, cuyo comercio puede verse en peligro, del mismo modo que el norteamericano y el europeo.

Dentro de estos acontecimientos, se afirma la prédica de la unión americana: "...el pan-americanismo es cada día que pasa, una realidad más concreta y más brillante. La entrada de los Estados Unidos en la guerra y la actitud de Cuba, Brasil, Bolivia, Perú y la Argentina frente a las demandas alemanas, han venido a dar conciencia a los remi­sos o indiferentes, de la necesidad absoluta de una solida­ridad efectiva entre todas las naciones del Nuevo Mundo... En esta hora severa de su historia el espíritu americano alienta la necesidad de un apoyo fraterno y profundo para encarar con mayores probabilidades de éxito los aconteci­mientos posibles. La última maniobra alemana de alejar a la Argentina del concierto de las repúblicas americanas ha abortado al nacer...".[27]

Cada vez el ambiente era más favorable a los aliados, llegándose a constituir el comité "de solidaridad Americana y pro aliados", siendo su presidente el Dr. Gabriel Terra, destacándose, los Dres. Juan Zorrilla de San Martín, Jacobo Varela Acevedo y Juan Andrés Ramírez.

Es así que este último presenta en la sección del 25 de setiembre de la Cámara de Representantes la moción de llamar al Ministro de Relaciones Exteriores, debido  a que "La situación de los países sudamericanos en la guerra mundial se halla hoy en un momento crítico que debe merecer muy especialmente la atención de los Poderes Públicos.

Estados vecinos, amigos y afines de nuestro país, la han definido ya, o la definen en estos momentos, de un modo que afecta seriamente nuestra posición en esa lucha que, desde su principio, ha conmovido profundamente los senti­mientos de nuestro pueblo.

Siendo así, hay un evidente interés en que los dos Poderes del Estado que tienen participación constitucional en la gestión de las relaciones exteriores se pongan en contacto, cambiando ideas, para presentarse, si fuera posible, unidos y solidarios en la acción internacional".[28]

Por su parte en el Parlamento cada vez eran más los adeptos de la postura rupturista, dándose el enfrentamien­to, entre sus representantes. El diputado Quintana manifes­taba: "No es afirmar, pues, nada aventurado decir que a esta altura del conflicto los países como el nuestro, que han mantenido su neutralidad, sus gobernantes, sus canci­llerías, están habilitadas para haberse dado su composición de lugar; que sus gobernantes pueden haberse marcado ya una ruta definida, porque sin perjuicio de reconocer que sor­presas inesperadas y profundas puedan hacer trepidar o cambiar esa ruta, no es menos cierto que los lineamientos definidos de una orientación, el criterio propio nacional de los gobernantes tiene que estar ya definido a la fecha...

Voy a terminar ... diciendo ... afirmar nuestra posi­ción nacional, honorable, útil y patriótica de la neutrali­dad, que creo que es hoy la única compatible con nuestro decoro, y si hay agravio al Uruguay, si hay lesiones a los atributos nacionales de nuestra soberanía, que tenga la energía de plantear también definida la beligerancia...".[29]

En filas del nacionalismo la postura estaba dividida, así lo reflejan las manifestaciones de Roxlo: "...En esta cuestión internacional no hay "partí pris". Lo que hay es que la minoría está profundamente dividida en sus opinio­nes. Los unos, como yo, son partidarios de la neutralidad; los otros no son partidarios de la neutralidad: lo son de la ruptura. No puede haber, pues, plan de batalla preconce­bido.

¡Cómo vamos a tener la intención, si es público y notorio, si el país lo sabe, si lo sabe el señor diputado, que en este asunto internacional estamos profundamente divididos los de la minoría!

Hay muchos aliadófilos en la mayoría. Es cierto".[30]

Este clima también se reflejaba en la prensa. "La política americana está orientada en líneas definitivas de irremisible ruptura de relaciones con el imperio alemán, acaso como anticipo necesario de otras actitudes de mayor eficacia práctica en la defensa de intereses y derechos comunes a las democracias del nuevo mundo ... desde que Estados Unidos y Brasil, precursores gloriosos de una acción liberadora y solidaria, ante el agravio propio y ajeno, con la valentía moral de su noble espíritu republi­cano, adoptaron la beligerancia como norma de resistencia y de reparto frente a los métodos kaiseristas de agresión a la humanidad libre y de desconocimiento  brutal de las leyes internacionales más sagradas. Reclamamos asimismo, en coincidencia con nuestra cancillería, la coordinación de todos los esfuerzos y de todas las voluntades americanas para proceder con unidad eficiente y asegurar la unanimidad de una sanción... ¿Qué pueblo, capaz de propia soberanía y de altivez patrióticas puede tolerar un estado de cosas que lo hace neutral en favor de un beligerante que, a su vez, no respeta la personalidad neutral de ese pueblo?...".[31]

Es así que en la sección del 6 de octubre se resuelve la ruptura de relaciones con Alemania. El Día se manifiesta con alegría por esta postura: "La resolución del Parlamento uruguayo por cuya virtud se declaran rotas las relaciones diplomáticas y comerciales de nuestro país con el gobierno imperial de Alemania, ha venido a corroborar nuestra insis­tente propaganda de los últimos tiempos, encaminada a demostrar que ninguna nación de América debía permanecer indiferente al enorme conflicto en que se debaten los pueblos de Europa. La neutralidad que pudo ser al principio la única actitud posible y lógica, prudente y encomiable, se había convertido en una ficción que ningún país que tuviese un concepto claro y concreto de su dignidad y de su destino podía seguir manteniendo sin conspirar contra sus más vitales intereses. Ninguna nación neutral seguiría siéndolo después del brutal atentado a la independencia de Bélgica, después de la devastación sistemática del suelo de Francia, después de los actos de depredación cometidos o autorizados por el gobierno germánico, después del hundi­miento de buques cargados de mujeres y niños, después del sacrificio inicuo de Serbia, después del bárbaro fusila­miento de Miss Cavell, después de la insolente decisión imperial que decretaba la guerra submarina sin restriccio­nes y que ponía a los neutrales en condiciones mil veces peores que las de los propios pueblos en armas...

Hubiera bastado esa razón para decidir al Uruguay a quebrantar las reglas de una neutralidad aparente y a ocupar un puesto de honor entre las naciones que luchan por la justicia y por el derecho, junto a la Francia democráti­ca, a la Inglaterra maestra de libertades, a la Bélgica ungida por su propio martirio sublime...

El Uruguay sirve también con su actitud los intereses bien entendidos de la política continental. América tendrá que arrojarse al final torbellino formidable. Algunos países de esta parte del mundo lo han hecho ya, en el afán de reparar agravios inferidos a su soberanía o cediendo a la sugestión de altas y prestigiosas idealidades... Nues­tro país no podía haber ido a remolque de los demás, porque su diplomacia ha aspirado a señalar rumbos y orientaciones y porque nadie ha sentido tan hondamente y tan vivamente como él el ideal americanista, por cuyo prevalecimiento ha venido luchando con energía ejemplar y con optimismo jamás claudicante".[32]

La ruptura de relaciones con Alemania implicó tomar una decisión sobre los buques alemanes que se encontraban en nuestro puerto desde inicio del conflicto en 1914. "Conse­cuencia directa de la ruptura de relaciones con el imperia­lismo alemán, es el apresamiento y la utilización, con fines comerciales, de los barcos de aquella nacionalidad que se refugiaron, al principio de la guerra, en nuestros puertos, cuando todo hacía suponer que la neutralidad sería respetada por el kaiserismo y que éste encuadraría sus actos en las reglas del derecho de gentes "ante bellum". No sucedió así. Por la "necesidad" de imponer la ley por la fuerza al mundo entero, se sustituyó a las leyes interna­cionales y a la justicia de las doctrinas universalmente consagradas.

Por otra parte, la requisa y utilización de los barcos alemanes no importará, a pesar de todo, un asalto o apro­piación deshonesta de la propiedad extraña. Nuestra probi­dad nacional, nuestro respeto a los principios del derecho y de la justicia, determinantes de nuestra ruptura con Alemania, no nos permitirían abusar de nuestra posición eventual, para apropiarnos de lo ajeno sin la compensación debida, según precepto tutelar de nuestra Constitución. Cualquier cosa estaría justificada por los procedimientos kaiseristas. Pero como no somos kaiseristas, no prescindi­mos jamás de la ley y de la moral en nuestros actos sobera­nos. Pagaremos, pues, en concepto de arrendamiento, los servicios que nos presten los barcos alemanes, descontados los gastos que demande la obra de restauración de sus máquinas e implementos y los derechos de estadía que nos adeudan.

Nadie, pues, podrá objetar, racionalmente y patriótica­mente, la actitud necesaria que adoptará nuestro gobierno y que permitirá al País desarrollar, por sus propios medios, una actividad comercial de grandes proyectos morales y económicos".[33]

Al firmarse el armisticio El Día lo veía como: "...el reconocimiento  expreso de la derrota alemana, es la victo­ria de los pueblos que se han erigido en defensores de la democracia y del derecho y es, sobre todo, el deseado término de una guerra implacable...

El Uruguay no había adoptado, frente a la conflagración formidable, la actitud del espectador desinteresado e indiferente. Había abrazado la buena causa, había escogido su puesto entre las naciones aliadas, había abandonado el ideal de la neutralidad para significar su adhesión moral a los pueblos beligerantes que, en la refriega gigantesca, defendían con un valor supremo y con una confianza jamás vacilante, los intereses de la civilización y los postula­dos del derecho y de la justicia... Sus aspiraciones demo­cráticas coincidían con las de aquellas grandes naciones en armas. También sublevó al Uruguay el atentado sistemático, la única doctrina de la prevalencia de la fuerza, las ostentaciones de la violencia desenfrenada, que osaba hollar todo derecho como si la arbitrariedad autocrática fuera el dueño incontestable de los destinos del mundo...".[34]

5 - La relación de América Latina y EE.UU.
En 1909 EE.UU. reclamó de Chile el pago de deudas, las cuales fueron contraídas cuando se produce la guerra con Bolivia. El Día apelará a una revisión norteamericana: "Nosotros, que siempre hemos hecho justicia a la altura de propósitos y a la ecuanimidad histórica de la gran Nación del Norte, porque en realidad siempre fue simpática su actitud frente a las tentativas imperialistas de algunas potencias europeas que trataron de prolongar sus dominios sobre nuestras tierras libres, encarando la doctrina de Monroe en los actos de su política internacional, tenemos confianza en que la cancillería de Estados Unidos reaccione sobre su radicalismo del momento y reconozca la ligereza y el peligro de su perentoria intimación. El pueblo que por intermedio de sus estadistas contemporáneos más ilustres y prestigiosos como Roosevelt y como Root ha hecho de la solidaridad americana un postulado, del respeto a las nacionalidades un principio y de la igualdad de las sobera­nías una conquista de la América; el pueblo que, por medio de su diplomacia respetada ha proclamado en los mismos congresos europeos la fórmula de arbitraje, como fórmula de paz y de amistad universal; el pueblo que impuso con su poderosa influencia el concepto meritorio e igualitario de las nacionalidades sudamericanas al bloque histórico de la santa alianza, haciéndoles dar una intervención digna de su cultura, en armonía con sus derechos en los cónclaves del viejo continente...

...¿puede suponerse siquiera que se esgrima por Estados Unidos el arma, tantas veces repudiada por todo el conti­nente, frente a las peticiones europeas, del cobro compul­sivo de las deudas contraídas? No, tenemos plena confianza en la serenidad y en la equidad de la diplomacia norteame­ricana...".[35]

Los acontecimientos que depararon la intervención norteamericana en México, determinaron la aparición de expresiones tanto en el Parlamento como en la prensa sobre el derecho de no intervención y las relaciones interameri­canas. Por su parte El Día manifestaba: "Los sucesos des­arrollados en México, en las Antillas y en varias repúbli­cas sudamericanas, en estos últimos tiempos, representan un fracaso para la política de orden y pacificación emprendida con esos países por el presidente de la república norteame­ricana. Mr. Woodrow Wilson. La enérgica cláusula que dice que el gobierno de la Unión, no reconoce los gobiernos inconstitucionales, no ha surtido el efecto esperado. No sólo los hispanoamericanos no la han temido, sino que la desafían...

El primer obstáculo de Wilson fue Huerta. Este enérgico dictador, al cual los hispanoamericanos ponen de ejemplo, no se acobardó ni siquiera por las amenazas de la interven­ción extranjera...

La política de Mr. Wilson ha fracasado por varias razones. No es que su intención no fuera de las más nobles y dignas y hasta prácticas. Con lo que no contó, fue con el espíritu de dignidad exagerado que hace que, justamente, no se admita en los negocios de casas, la intervención de los extraños. Wilson se presentó más bien como un amigo, como un hermano mayor que da consejos a los pequeñuelos baru­llentos. Bien se dice que no hay redentor que salga bien.

Los republicanos, llevados por sus ideas imperialistas, obraron siempre de otro modo; con mayor energía y decisión. Ahí están Panamá y Nicaragua como ejemplo. Wilson no ha podido desprenderse en absoluto de la política que sus antecesores observaban con los países nombrados... Prose­guir una política de despojo a los débiles, contrariaba su temperamento lleno de equidad y su amplio programa de presidente demócrata. Lo único que podía hacer lo hizo: en su primer discurso, en la Casa Blanca, afirmó que jamás durante su gobierno se cometería una injusticia contra las hermanas menores y que se trataría, por todos los medios legales, de evitar que produjeran y prosperasen revolucio­nes en sus territorios".[36]

Mientras tanto en el Parlamento las opiniones de sus legisladores se hacían sentir. Herrera establecía: "...Ningún país de Sud América, ni aún los más fuertes y los más capaces territorialmente y por su población, se permiten conceder a nadie, ni en doctrina, el derecho de intervenir en las sociedades políticas infortunadas. Pues si los grandes vecinos de este mundo occidental no lo entienden así, ¿cómo es posible que nuestro Uruguay, peque­ño y tan castigado en todo tiempo por las intervenciones que en tiempos terribles trajeron a su seno los desvaríos de blancos y colorados, cómo es posible que en este país esa tesis a la que debemos tantos desastres y más de una mutilación territorial, cómo es posible, repito, que este país la acepte como buena?"[37]

El diputado Buero defenderá la posición del gobierno: "La intervención, señor Presidente, no es más que la consagración de un estado brutal de fuerzas: del más fuerte frente al débil; pero ningún tratadista, ni ningún político ha pretendido en los tiempos modernos sostener la teoría de la intervención.

Lo que el señor diputado (Herrera) llama órgano oficial (El Día) puede sostener una teoría que a mí me parezca equivocada... Pero yo creo que ese órgano oficial, si es el mismo del suelto a que se refiere, no sostiene la teoría de la intervención.

...que mal puede nuestro Gobierno, que es amigo de Estados Unidos como de todas las demás naciones de América, sostener la doctrina de la intervención cuando los mismos Estados Unidos sostienen la teoría de la no intervención".[38]

Otro caso de intervención norteamericana fue la que se produjo en 1927 en Nicaragua, sufriendo un cambio la acti­tud del gobierno, que en esta oportunidad no se manifestó. Lo hará el Parlamento. Rodríguez Fabregat propone: "...se envió un mensaje a las Cámaras de Representantes de las naciones americanas expresándoles la solidaridad de esta Cámara con todos los pueblos del continente frente a la política imperialista de los Estados Unidos y exhortándolas a pronunciarse en idéntica forma en esta hora de grave peligro para los destinos de las democracias de América".[39] Además de las motivaciones políticas están las económicas: "Nosotros, todos los pueblos de América, hemos aplaudido y admirado a Estados Unidos cada vez que su gobierno, sus hombres dirigentes, sus elementos más repre­sentativos seguían esa verdadera tradición de libertad, de democracia; la tradición de Washington, la de Lincoln que en mi concepto, culminó con el Presidente Wilson, verdadero apóstol de la paz en una hora de caos y de horror para la conciencia humana.

Pero nosotros, señor Presidente, no podemos acompañar esta otra tradición que ahora quiere triunfar desde el gobierno de los Estados Unidos, que es la de expansión imperialista.

Es, señor Presidente, la doctrina a que se refería el señor Minelli, diciendo que los Estados Unidos no habían agrandado su territorio ni su capacidad, ni su riqueza por guerras anexionistas, o por agresiones a otros Estados. Estados Unidos en toda su grandeza territorial, en primer término es el resultado de una gran guerra: la guerra contra México, por rectificar, señor Presidente, el límite del Estado de Texas; guerra que le permitió adueñarse del Estado de Texas, de Colorado, de California, de Nuevo México, que constituyen casi la mitad del territorio de la Unión.

Si los Estados Unidos, señor Presidente, en lugar de valerse de esta política de ahora que les permite llevar tropas de desembarco a naciones inermes, se valieron de esa otra política a que se refiere el doctor Minelli, política solapada que trata de provocar revoluciones armando multi­tudes por el dinero de los Estados Unidos, para provocar permanentes estados de caos en esas naciones, entonces, la conducta de Estados Unidos no sería combatible, sería francamente repudiable, como lo fue cada vez que provocó esas revoluciones en las naciones de Centro América.



El peligro, señor Presidente, de Nicaragua, no puede quedar solamente circunscripto a los límites de ese país; no queda reducido en  extensión al peligro que entraña un cuerpo de tropas de desembarco en las costas de Nicaragua; no queda reducido -en mi concepto- al hecho de que tropas de Estados Unidos estén decidiendo el pleito de la política interna de un país, en beneficio de un Gobierno que pueda serle grato; no queda reducido tampoco, señor Presidente -y anoto que a esto no se refiere el señor Representante Mibe­lli,- no queda reducido tampoco a la acción de los Estados Unidos contra México. Esta política de hoy es el resultado, en cierto modo, de la evolución industrial y económica de los Estados Unidos...

No hace muchos años era necesario, señor Presidente, desarrollar la política del carbón y del hierro, porque la expansión industrial así lo reclamaba, y vemos cómo -porque en Africa no hubo una gran potencia que dijera "Africa para los africanos", y porque en Asia no hubo una gran nación que dijera "Asia para los asiáticos las potencias de occi­dente cayeron en Asia y en Africa, donde pudieron conquis­tar, por la rapiña o el crimen, las minas de hierro y carbón necesarias para poder agrandar su producción indus­trial.

Hoy, señor Presidente, la política industrial ha evolu­cionado: ya no son el hierro y el carbón: estamos en la edad del petróleo. Estados Unidos, la más fuerte nación productora, el más fuerte industrial del momento, que está, en realidad, después de la gran guerra de 1914, regulando la balanza, no ya los destinos de los negocios humanos de la historia, Estados Unidos necesita conquistar pozos de petróleo donde los haya; después de haberse valido de esa política, según se afirma, según se denuncia, según lo dice la prensa independiente de todas esas naciones que sienten como ninguna el peligro de esa absorción yanqui, se ha valido de una política habilidosa para obtener esas conce­siones, y el día que un país como México quiso regir por sí mismo su destino económico, el día que quiso determinar por su voluntad y por su esfuerzo la ruta industrial, el en­grandecimiento social de la nación, entonces aparecen los Estados Unidos, no para reclamar de los Tribunales de Justicia -que podían hacerlo en este caso,- no para denun­ciar una ley, cómo hacerlo, por las disposiciones de las mismas leyes mejicanas, sino para oponer al imperio de la ley en nombre de la soberanía nacional de México, la amena­za de la fuerza que los Estados Unidos pueden desplomar sobre México o sobre Centro América".[40]

No todos los integrantes del cuerpo compartían la exposición del diputado Rodríguez Fabregat, es así que se manifiesta en líneas generales justificando la política de Norteamérica, Minelli: "...considero que si el Estado de Nicaragua merece, por parte del Uruguay, la mayor conside­ración y el más grande afecto como pueblo hermano de la América Latina, entendiendo también que los Estados Unidos merecen, por lo menos, tanta consideración como aquel otro país. Estados Unidos ha sido y es un gran amigo del Uru­guay. Lo ha demostrado en todas las oportunidades... Ha celebrado tratados de arbitraje amplio con la República del Uruguay, tendiente a resolver, por la vía de la amistad, todos los conflictos que puedan surgir entre los dos paí­ses...

Tampoco me siento solidarizado con esa opinión que acusa a Estados Unidos como un país pura y exclusivamente imperialista. No es cierto, señor Presidente: Estados Unidos de América tiene tal fuerza material, que por cual­quier vía podría constituirse en el amo absoluto de cual­quiera de las naciones de Centro  América... sin necesidad de recurrir a la vía de la violencia. Por el solo camino de promover disensiones internas en esos países de Centro América, crearía fuerzas políticas favorables a sus propios intereses; de manera que no tendría necesidad de desembar­car reducidas tropas de marines, como acaba de hacerlo en Nicaragua, a pedido, precisamente, del gobierno de ese mismo país.

...Estados Unidos habrá intervenido de una u otra manera en esos países americanos; pero como resultado y a través del tiempo se puede observar que Norte América no se ha apoderado de libertad constitucional de todos los países de Centro América.

No es posible permitir que en el Parlamento del Uru­guay, se emita opiniones así sobre el proceder de un país amigo, que en realidad ha demostrado en los últimos tiempos ser el verdadero campeón de la justicia y la democracia, aún en los conflictos mundiales; no es posible permitir semejante cosa, sin que se pida, por lo menos, que las acusaciones sean verdaderamente bien formuladas y minucio­samente analizadas".[41]

Por su parte El Día condenaba los acontecimientos ocu­rridos en Nicaragua: "De nada han valido hasta ahora las enérgicas y fundadas censuras que dentro y fuera del país ha merecido la política seguida por el presidente de Esta­dos Unidos Mr. Coolidge en Nicaragua. No solamente el primer mandatario norteamericano ha insistido en ella sino que ha ido mucho más allá, y de una intervención que pre­tendió en un principio justificarse por la necesidad de proteger las vidas y los intereses de los connacionales en peligro, se ha llegado a una verdadera ocupación del país entero para sostener a un gobierno usurpador desprovisto de prestigio ... Los Estados Unidos vienen en tal forma a establecer una especie de protectorado sobre la república de Nicaragua influyendo en su vida política y económica de un modo omnipotente ya que son sus batallones los que contribuyen en primera fila en la tarea de sostener o derribar gobiernos. No sabemos cómo justificarían la con­ducta los señores Coolidge y Kellog que no pudieron hace unas cuantas semanas convencer a nadie de la razón que los asistía al intervenir a favor de uno de los dos bandos políticos nicaragüenses que se disputan la presidencia de la República. Lo más probable es que no darán ahora ninguna explicación ni al Congreso, ni a la opinión pública de su país, ni de otro país alguno. Obran de acuerdo con un plan de penetración que se va viendo cada día más claro, y en verdad estarían de más todas las explicaciones porque serían completamente inútiles.

...La intervención del gobierno de Estados Unidos en Nicaragua está motivada por un propósito igual al que lo hizo intervenir hace unos años en Panamá: para asegurarse la propiedad "a perpetuidad" de una zona del territorio nicaragüenses particularmente apta para abrir en ella un nuevo canal interoceánico...".[42]

En el banquete ofrecido por "United Press", el presi­dente Coolidge definió algunos rasgos de la política exte­rior de su país. El Día dijo: "...Al principio de su     discurso el señor Coolidge afirmó categóricamente que sustenta el principio de que "allí donde vaya un ciudadano norteamericano lo sigue la protección de su gobierno". Y de acuerdo con tal principio general no fundamentado ni limi­tado debidamente, pretendió justificar la actitud interven­cionista de su gobierno en Nicaragua y China. Queremos manifestar que ese principio sentado por el presidente Coolidge, es absolutamente inadmisible para los demás países, desde que enunciado así y aplicado de acuerdo con el alcance de su enunciación significaría una amenaza contra la disposición de su soberanía por las demás nacio­nes independientes del mundo. Puede admitirse la aplicabi­lidad de semejante principio en ocasión sumamente excepcio­nal... Cada Estado tiene su cuerpo especial de leyes, y el primer acto de los extranjeros que quieran residir en él, es el sometimiento tácito a dichas leyes".[43]

Por su parte Baltasar Brum establecía respecto a la política exterior norteamericana en "La Nueva Democracia de Nueva York": "...el Pan Americanismo implica la igualdad de todas las soberanías, grandes y pequeñas, la seguridad de que ningún país intentará amenguar la de otros y de que ha de serles reintegrada a los que la tuvieren disminuida. Es, en resumen, exponente de un alto sentimiento de confrater­nidad y de una justa aspiración de engrandecimiento mate­rial y moral de todos los países de América.

Si los señores Coolidge y Kellog insisten en su injusta política contra Méjico, Nicaragua, Haití, Panamá, etc. perjudicarán, indudablemente, el desarrollo de las relacio­nes económicas y espirituales de su país con la América Latina...".[44]

6 - El Uruguay y la defensa de sus límites
Dentro de este tema la situación fue diferente según el país limítrofe a que hagamos referencia. Con Argentina se da un proceso de deterioro de relaciones diplomáticas, el cual se reflejó también en la prensa; con Brasil la situa­ción fue todo lo contrario, estrechándose los lazos entre ambas naciones.

a - Los conflictos con Argentina
El enfrentamiento con la Cancillería Argentina giró en torno a la soberanía en el Río de la Plata, debido a que no existían tratados específicos que reglamentaran con deta­lles los derechos y las obligaciones de uno y otro país.

En este enfrentamiento, Brasil apreció en escena jugan­do un papel  importante en el reequilibramiento de la situación. Terminado este acercamiento uruguayo-brasileño, con la firma del Tratado de Límites en 1909, el efecto inmediato fue una moderación de la política exterior argen­tina.

El hecho desencadenante fue la captura de un buque uruguayo por naves argentinas en octubre de 1907, pero tal procedimiento ocurrió a dos kilómetros de la costa urugua­ya.

La prensa se hizo eco de inmediato: "...Todo consiste como dijimos nosotros y como lo ha ratificado más de un diario bonaerense en una justa reclamación formulada con toda firmeza, pero a la vez con toda mesura por nuestra cancillería ante el gobierno del país amigo a causa de la intervención abusiva que autoridades argentinas asumieron en aguas evidentemente uruguayas, con motivo del naufragio del "Constitución", hecho notorio producido hace algún tiempo.

La justicia que asiste al reclamo de la Cancillería Oriental se puso de trasparencia en nuestra nota gráfica, en términos tales, que rompen los ojos. Se ha visto allí que el "Constitución" naufragó casi sobre nuestras barran­cas, y que el sitio del siniestro, con un poco de buena voluntad, podría confundirse con una sinuosidad de la costa uruguaya... Ahora bien: si las aguas que se encuentran en esa situación no fueran nuestras habría que concluir que tampoco son nuestras las aguas de nuestros puertos y de nuestras playas. Y extremando el sofisma se podría redon­dear el absurdo, llegando a la conclusión de que tampoco son nuestras las aguas de algunos ríos por poderse conside­rar como prolongaciones de aguas ajenas, pertenecientes dentro del territorio de la República, colmo que al fin y al cabo no sería mucho mayor que el de pretender que sean argentinas las aguas en que naufragó el "Constitución".
Algunos de los diarios bonaerenses que han querido sostener la doctrina insostenible de que las aguas en tela de juicio son argentinas, han invocado el hecho de que las autoridades de aquel país haya valizado el canal del In­fierno que roza, precisamente la costa uruguaya...

Siendo tan elemental, tan transparente el derecho uruguayo, no podemos asumir  por un momento que pueda ser desatendida la justísima reclamación que ha formulado nuestra cancillería. Desde que es evidente que las autori­dades argentinas han incurrido en error en menoscabo de nuestra soberanía, es de estricta justicia que el error se repare, rindiendo tributo a los más elementales principios de cortesía internacional...

Confiamos, pues, en la discreción, en el buen juicio, en la nobleza de la cancillería argentina. El justo des­agravio ha de venir porque no podemos creer que el Gobierno Argentino, por solidarizarse con irregularidades de funcio­narios subalternos, prefiera nublar la bella tradición que en favor del derecho y de la justicia internacional han  sabido labrar para su patria sus hombres más ilustres; porque no podemos creer que la Cancillería Argentina quiera desmentir las declaraciones de amplia confraternidad que sus delegados, en nombre del gobierno y del país, acaban de hacer solemnemente en el Congreso de La Haya ante los representantes del mundo entero...".[45]

El conflicto no se solucionó de inmediato; a lo largo del mes de noviembre la prensa continuó con el asunto, que tuvo como consecuencia la renuncia del titular del Ministe­rio de Relaciones Exteriores, Jacobo Varela Acevedo.

Todo el proceso caló hondo en el Uruguay: "La cuestión internacional que tanto ha apasionado a nuestro pueblo está completamente terminada. El incidente del vapor "Constitu­ción" ha pasado a ser un simple antecedente que recordará el primer rozamiento serio, la primera disidencia de impor­tancia en la cuestión jurisdiccional del Plata entre la cancillería argentina y la nuestra. Momentáneamente el asunto está concluido por más que ha de ser recordado más de una vez en el porvenir, y ahora, queda solamente como vestigio, como recuerdo difícil de borrar, el agravio inferido a nuestro pueblo y que éste no parece dispuesto a olvidar.

Nuestro pueblo ha recibido una decepción que no espera­ba. Ya difícilmente se oirá hablar por mucho tiempo de pueblos hermanos, y de estrechas vinculaciones. Las canci­llerías han terminado el pleito que sostenían. Para el pueblo recién nace, recién empieza. Ahora, es que se da cuenta exacta de la tramitación que ha seguido el asunto y de la solución que necesariamente se ha impuesto. Todo el mundo reconoce que el gobierno ha procedido correctamente y que el único camino a seguirse ha sido el adoptado. La mala impresión del primer momento ha desaparecido y unánimemente se conviene en que no había más remedio que proceder con energía y con prudencia a la vez. Soluciones de guerra, verdaderas quijotadas, pueden agradar al pueblo en un momento de indignación, en un instante de ira colectiva no contenida, pero cuando el reposo se restablece, cuando la calma vuelve a los espíritus, se reconocen los peligros y la insensatez de esas soluciones extremas. Ahora el acuerdo es completo. Se reconoce que el gobierno ha procedido bien, que el asuntó está concluido y que nuestros derechos están salvados. Resta solamente en el pueblo el deseo de vengar el agravio recibido que se trasluce, a pesar de los esfuer­zos de la policía, en las manifestaciones callejeras".[46]

La solución definitiva se produce en Montevideo, el 5 de enero de 1910, al firmarse el Protocolo Ramírez-Sáenz Peña.

b - Brasil y la solución de los límites
A los pocos meses de asumido Batlle como presidente, visita el país una nave de guerra brasileña. Al finalizar su visita El Día establecía: "La fiesta en honor de los  distinguidos huéspedes brasileños, ha terminado... Induda­blemente, estos gentiles agasajos no representen un hecho puramente ocasional. Reconocen un principio y tienden a una finalidad de halagüeños auspicios y fecundos resultados. Por lo pronto, contribuyen eficazmente a esa gran aspira­ción universal que recibe provechosas aplicaciones prácti­cas en los tiempos presentes; la supresión de las contien­das bélicas por la serena acción de las cancillerías. Para hacer factible esta sustitución de medios que conduce a fines idénticos, pero más justos y racionales y menos sangrientos y ruinosos, sólo falta formar ese ambiente de cordialidad internacional en que se desarrollan exuberantes las iniciativas pacífica...".[47]

En 1909, un año importante para el país, se puso punto final a un tema de larga data y de grandes problemas, como fueron los límites con Brasil.

Previo a ello hubo una visita de estudiantes norteños: "Ya están aquí los estudiantes brasileños que traen de Rio Janeiro, como un mensaje cordial, el busto de uno de los más altos estadistas sudamericanos, el busto del Barón de Rio Branco. Vienen en loable misión, conduciendo con ellos, como una invalorable presa, un voto de perdurable solidari­dad, realzado con todos los prestigios de que puede rodear­lo el hecho de provenir de un pueblo fuerte y animoso, pero inspirado en propósitos de concordia y sumiso a todas las exigencias de  la equidad internacional".[48] Esta delega­ción de estudiantes significó mucho para su momento: "La actitud del Brasil parece una valiente anticipación de lo que ha de ser el derecho de los pueblos en las civilizacio­nes y en las armonías del porvenir: un derecho universal­mente respetuoso que no tenga ya que sustentarse en las efímeras victorias de la fuerza; un derecho ampliamente reconocido en los sinceros protocolos que se custodiarán en los archivos de las cancillerías nuevas; un derecho que por sí solo imponga y triunfe sobre toda preocupación de utili­dad; un derecho que prevalezca sobre la mala fe...

El pueblo oriental ha sentido estos días la proximidad de esa grande y nueva política, y ha previsto, con antici­pada videncia, el advenimiento de las modernas fórmulas del derecho de las naciones. Por eso no ha podido dejar de saludar en la delegación brasileña, al pueblo progresivo y cordial que adelantándose a los tiempos...".[49]

Al mes siguiente se firma el acuerdo titulado "Tratado de Rectificaciones de Límites", siendo enviado Rufino T. Domínguez por el Uruguay y el representante brasileño fue José María da Silva Paranhos de Rio Branco. De esta forma se daban límites definitivos a la nación en el Yaguarón y en la Laguna Merín.



[1] Alberdi, Juan Bautista- Historia de la Guerra del Paraguay. Buenos Aires. 1962. pág. 80.
[2] Gros Espiell, Héctor- Uruguay: el equilibrio en las relaciones internacionales. Montevideo. 1995. págs. 38-39.
[3] Methol Ferré- El Uruguay como problema. Montevi­deo. 1971. págs. 20-21.
[4] Ídem. pág. 23.
[5] Tratados y Convenios Internacionales. Suscritos por Uruguay en el período enero de 1871 a diciembre de 1890. Tomo II. Montevideo. 1993. pág. 59.
[6] Ídem. Suscritos por Uruguay en el período enero de 1891 a diciembre de 1907. Tomo III. págs. 18 y 46.
[7] El Día. Número Extra. Agosto, 30 de 1956.
[8] La paz por la fuerza. Mejor dicho: la justicia internacional por la fuerza. Iniciativa del presidente Wilson. Uruguay fue el único país que propuso esta solución en la conferencia de la Haya. El Día. Junio, 1º de 1916.
[9] Turcatti, Dante- El equilibrio difícil. La políti­ca internacional del Batllismo. Montevideo. 1981. pág. 19.
[10] La conferencia de La Haya. El Día. Julio, 9 de 1907.
[11] D.S.C.R. Tomo 235. Octubre, 3 de 1914. págs. 334-335.
[12] Ídem. pág. 343.
[13] Ídem. pág. 376.
[14] Ídem. págs. 467-494.
[15] Nahum, Benjamín- Informes diplomáticos de los representantes del Reino Unido en el Uruguay. Tomo III. 1921-1923. Montevideo. 1993. págs. 5-6.
[16] La política americana. El Día. Julio, 23 de 1906.
[17] La unión continental. Las declaraciones de Root. El Día. Agosto, 12 de 1906.
[18] El Congreso Internacional de Estudiantes America­nos. El Día. Julio, 2 de 1907.
[19] Varela Acevedo, Jacobo- Acción parlamentaria y diplomática. Modestos discursos en altas tribunas. Montevi­deo. 1934. págs. 316-318.
[20] Nahum, Benjamín- Informes diplomáticos de los representantes del Reino Unido en el Uruguay. Tomo III. 1921-1923. Montevideo. 1993. págs. 5-6.
[21] Ídem. pág.68.
[22] Turcatti, Dante- Op. cit. pág. 47.
[23] D.S.C.R. Tomo 253. Abril, 12 de 1917. págs. 440-441.
[24] Ídem. pág. 442.
[25] Ídem. pág. 443.
[26] Asuntos Internacionales. El Brasil y nuestra acti­tud. El Día. Julio, 22 de 1917.
[27] La unión americana. El Día. Setiembre, 3 de 1917.
[28] D.S.C.R. Tomo 255. Setiembre, 25 de 1917. pág. 323.
[29] Ídem. Octubre, 2 de 1917. págs. 418-421.
[30] Ídem. pág. 431.
[31] Notas internacionales. Deberes americanos. El Día. Octubre, 1º de 1917.
[32] Notas internacionales. La actitud de nuestro país. El Día. Octubre, 7 de 1917.
[33] La ruptura de relaciones con el imperio alemán. Los barcos alemanes. El Día. Octubre, 9 de 1917.
[34] Días de gloria. El Día. Noviembre, 12 de 1918.
[35] Política americana. El Día. Noviembre, 27 de 1909.
[36] Wilson e hispanoamérica. El Día. Febrero, 14 de 1914.
[37] D.S.C.R. Tomo 230. Abril, 30 de 1914. pág. 153.
[38] Ídem. pág. 166.
[39] D.S.C.R. Tomo 333. Febrero, 1º de 1927. pág. 382.
[40] Ídem. págs. 385-387.
[41] Ídem. págs. 384-385.
[42] Los sucesos de Nicaragua. El Día. Marzo, 1º de 1927.
[43] El discurso del Sr. Coolidge. El Día. Abril, 28 de 1927.
[44] Estados Unidos y la América Latina. El Día. Mayo, 30 de 1927.
[45] El incidente. El Día. Octubre, 28 de 1907.
[46] La cuestión con la Argentina. La Ley Embudo. El Día. Noviembre, 12 de 1907.
[47] Después de las fiestas. El Día. Julio, 7 de 1903.
[48] Bienvenida. El Día. Setiembre, 19 de 1909.
[49] La despedida a los huéspedes. El Día. Setiembre, 26 de 1909.

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