domingo, 1 de febrero de 2015

POSITIVISMO

Q - POSITIVISMO

M
uchos creerán que esta corriente no tienen por qué estar integrando esta obra, más cuando Ardao lo ha estable­cido así y la discusión se dio por zanjada. Volvamos a ver la obra de Ardao.

Por un lado establece el positivismo spenceriano vincu­lado al Partido Nacional. También en los catedráticos de filosofía: Antonio Mª Rodríguez, Federico Escalada y José P. Massera, siendo los tres colorados. Por otra parte en la cátedra de filosofía del derecho: Martín C. Martínez, Federico Acosta y Lara y José Cremonesi, siendo los dos últimos colorados.

Los primeros divulgadores del positivismo en nuestro país fueron  Ángel Floro Costa, colorado, y José Pedro Varela de tradición colorada aunque luego se incorpore al Partido Radical.

Caricatura de Ángel Floro Costa
por Schütz aparecida en el nº 2
 de Caras y Caretas de Uruguay
(27 de julio de 1890)
Un primer enfrentamiento de positivistas y espiritua­listas en la cual participa Batlle desde las páginas de La Razón, fue con motivo del homenaje a José Pedro Varela, propuesto por la Sociedad Universitaria. “¡Varela educacio­nista!... ¡Varela enemigo y destructor de la tiranía!... ¡Falso!

No basta ni es necesario enseñar matemáticas, físicas, químicas y astronomía para honrados ciudadanos.

Don José Pedro Varela acatando la tiranía monstruosa de Latorre, declarando que sólo los gobiernos dictatoriales son capaces de hacer grandes bienes a nuestro pueblo y presentándonos al déspota asesino cubierto de “legítima gloria” no es un enemigo, es un apologista del despotismo; no es un educacionista, es un ejemplo que debe mantenerse siempre velado a los ojos de la juventud que se educa.

¿Queréis fundar para siempre la tiranía?... No presen­téis más ejemplos que los de don José Pedro Varela a las generaciones que se educan. No les enseñéis más que lo que él enseñaba.

...Empezad por ser educacionistas honrados y convenci­dos, y combatid sin tregua y hasta el sacrificio las tira­nías de todas las épocas, porque ellas son grandes escuelas de corrupción y de ignominia, que a todo alcanzan y todo lo degradan.

No se invoque pues su nombre para dar prestigio a la injusta apoteosis; ella condena a los gobiernos tiránicos ahora como antes y como siempre y más que a los gobiernos tiránicos, a los hombres ilustrados que los sostienen”.[1]

La conquista más importante del positivismo en la sociedad uruguaya fue sin duda en la Universidad desde 1881 hasta 1890, destacándose Gonzalo Ramírez y Carlos  Mª de Pena, ambos colorados, Vásquez Acevedo, blanco, Martín C. Martínez y Eduardo Acevedo de tradición nacionalista, pero de destacada actuación en el gobierno de Batlle.

La reacción antipositivista estuvo liderada por Justino Jiménez de Aréchaga, Zorrilla de San Martín -espiritualis­tas y católicos-, el Presidente Julio Herrera y Obes -espiritualista- y el Ministro Berro -católico.

No es necesario ni nombrar la metódica lucha que Batlle emprendió y mantuvo durante toda su vida contra el catoli­cismo.

No siendo de la misma intensidad contra el positivismo, cuando en el siglo pasado las polémicas entre espiritualis­tas, racionalistas y positivistas centraron la atención de los jóvenes universitarios.

Sin duda el espiritualismo marco un mojón muy importan­te dentro de la estructura del pensamiento de Batlle, apreciándose el distanciamiento con el catolicismo. Llegó a utilizar posturas radicales para combatirlo y lograr de esa manera el rompimiento con los lazos que desde la época de la Colonia unían al Estado con la Iglesia. 

No siendo igual el enfrentamiento con el positivismo, que si bien lo confrontó en la polémica, muchos positivis­tas fueron colaboradores suyos como ya lo establecíamos: Federico Acosta y Lara, José Cremonesi y Martín C. Martí­nez.

El 5 de diciembre de 1892 se  incorporan a la redacción de El Día Juan Campisteguy, Mateo Magariño Veira y Claudio Williman, estando ya Carlos Travieso y permaneciendo como director José Batlle y Ordóñez. Este cambio estuvo orienta­do a la finalidad de dar una mayor fuerza para lograr un cambio importante en la cuestión electoral.

Es en este ambiente que Magariño Veira escribe: “El positivismo en filosofía, como el posibilismo en política, han dado de sí lo que han podido dar en nuestro país, en los pocos años que los ha adoptado resueltamente la mayoría de los ciudadanos que se han destacado en nuestro escenario político, señalando rumbos al pueblo para encarar los diversos problemas que piden resolución perentoria desde hace muchos tiempo”.[2]

Debemos de tener en cuenta que al hablar de positivismo en forma genérica, sí podemos establecer que éste no influ­ye en Batlle. Pero si nos detenemos un instante en el positivismo spenceriano, el cual recoge elementos del espi­ritualismo, éste sí está presente  en figuras como Julio María Sosa, Pedro Manini Ríos y Gabriel Terra.

Hebert Spencer27 de abril 1820 – 8 de diciembre 1903

Es importante rescatar y destacar el editorial del 9 de diciembre de 1903 sobre Herbert Spencer: “No se trata tan solo de inclinarse respetuosamente ante la tumba recién abierta de un hombre ilustre, del pensador más robusto de la humanidad contemporánea, del filósofo que con más vigo­rosa lucidez de principios haya señalado a sus semejantes los rumbos nuevos de la verdad. Se trata de rendir el último homenaje al genio del maestro.

...el alma universal padece hoy el duelo de las grandes pérdidas irreparables. Pero lo que Spencer ha dado al mundo, lo que su luminoso cerebro ha irradiado en los horizontes de la sociedad, continuará iluminando por mucho tiempo, por siglos todavía, los rumbos inmensos de la vida y la fuente inagotable de los conocimientos humanos.

Le hemos llamado el maestro. Lo hemos dicho de verdad con el más sincero y orgulloso acento de verdad. Con el más sincero, porque como todos los de las generaciones jóvenes hemos aprendido en el eterno monumento del colosal sistema filosófico de Spencer, el conocimiento de las verdades capitales y de los principios ciertos sobres que reposan el desarrollo individual y el progreso de la especie.

Su escuela filosófica, basada sobre los datos rigurosos de la experiencia, y desarrollada por esa gigantesca ley de la evolución que la caracteriza y la determina, ha obtenido el triunfo más grande que haya podido obtener sistema alguno.

El positivismo spenceriano ha triunfado donde quiera ha sido enseñado, triunfo que debe atribuirse no sólo a la profunda verdad de sus audaces inducciones, sino a ese brillo de exposición lógica, precisa, irrefutable, que subyuga irremediablemente el entendimiento, y al enorme caudal de ciencia del maestro, dotado de una universalidad de conocimientos que sorprende, y con el apoyo de los cuales ha podido constatar la verdad de sus principios en todas las diversas ramas del saber humano.

...Esa serie de libros que la humanidad ha leído con avidez en el último cuarto de siglo, representa el adelanto más serio que se haya realizado en el estudio del hombre individualmente y en el estado de convivencia social. La psicología, la moral, la teodicea, la sociología, la polí­tica, se han abierto con él nuevos y más amplios horizon­tes.

Spencer es y seguirá siendo por mucho tiempo, la cita preferente de cuantos traten cuestiones relativas a aque­llas ciencias, con espíritu de método y con lógica cientí­fica. El maestro seguirá viviendo para la ciencia. Su admirable positivismo evolutivo iluminará muchos siglos todavía del progreso mundial.

Descubrámonos ante el hombre que ha muerto y sigamos prestando homenaje al genio que vive”.[3]

Se podrá aducir que si bien José Batlle y Ordóñez no estaba al frente de El Día, pues estaba ejerciendo su primera presidencia, este artículo contó con su “aproba­ción”, dado que no se ha publicado ningún artículo estable­ciendo postura contraria al mismo, ni siquiera por el propio Batlle. A esto podemos agregarle su proximidad a las ideas de Spencer ya sea en forma directa o por los colabo­radores mencionados  que eran spencerianos.

Incluso cuando Batlle estaba al frente de El Día, Pedro Figari hace mención: “Hebert Spencer aconseja la mayor parsimonia en los trabajos legislativos, pero no habrá de deducirse de esto que no deben dictarse leyes tendientes a satisfacer las grandes necesidades nacionales. Se nos ocurre que el gran pensador opinaría que es excesiva la prudencia de un pueblo que pasa setenta años sin organizar su Poder Judicial; -reforma tal vez más requerida por evidentes exigencias sociales, que por el respetable manda­to constitucional”.[4]

En momentos que la Cámara de Representantes en 1912 analizaba el tema del voto de los peones, jornaleros, sirvientes a sueldo y analfabetos, en uno de los editoria­les de El Día se establecía: “Spencer ha triunfado sobre Stuart Mill, en la  legislación de muchas sociedades moder­nas, acaso las mejor organizadas. Se ha comprendido que la capacidad electoral, como dice un autor norteamericano, no radica en la cultura elemental, sino en muchos elementos concomitantes relacionados con las costumbres, inteligencia general, instituciones,  modalidades, circunstancias, etc., de  cada pueblo”.[5]

Tampoco podemos olvidar el momento de la Constituyente de 1917, donde confluyen positivistas spencerianos como Alfredo Vásquez Acevedo, Martín C. Martínez, Eduardo Aceve­do y el propio Batlle y Ordóñez.

Recordemos que Batlle leyó algunas de las obras de Spencer: Los Primeros Principios. Justicia. Beneficencia. El tratado de Moral.

Algunos recordaran las carta que envía Batlle estando en París; el 2 de julio de 1880 en carta dirigida a Gui­llermo Young establecía: “Mis estudios no van tan bien que éste contento de ello, ni tan mal que no espere darles una buena dirección en adelante. Una de las cosas que al prin­cipio me desmoralizó un poco, fue el encontrarme sin amigos con quienes cambiar ideas y recordar lo que se lee en los libros. El que vino conmigo y los que encontré aquí, a pesar de todas mis esperanzas no podían servirme para este objeto, pues aunque no les falta ni inteligencia ni dedica­ción al estudio, las ideas positivistas de Augusto Comte, que con un poco de precipitación, a mi modo de ver, han admitido, los ponía en una situación tal con respecto a mí, creyente en la metafísica, que toda conversación degeneraba en discusión y toda discusión en disputa.

Mi padre siempre me ha reprochado, en parte con mucha razón, que no sea bastante metódico. Me acusa de leer muchos libros. Yo creo también que encontrando uno bueno y dedicándose exclusivamente a profundizarlo bien se saca mucho provecho; pero me ha sucedido siempre, (y particular­mente ahora último, en Montevideo, con un curso de derecho natural de un autor alemán) el verme arrastrado, por la lectura atenta de un buen libro a estudios superiores a mis fuerzas por su extensión y asunto, de modo que el remedio es lo que da más energía a la enfermedad”.[6]

Dos pautas se desprenden  de la carta de Batlle: una, que no comparte el pensamiento positivista de Comte y, segundo, el autor alemán a que hace referencia debe ser Ahrens.

En la carta fechada el 5 de agosto de 1880 desde París Batlle le escribe a su padre: “No vivo aislado, como lo supones; todos los días a la hora de almorzar y comer me veo con Mongrel, Arias y Vignoles.

Tomo algunas veces mate con ellos.

Mis relaciones con López son excelentes. Nos vemos en la Biblioteca de Santa Genoveva y salimos y paseamos jun­tos. Hoy me ha hecho una visita de más de tres horas. No estudiamos juntos porque él se ha hecho positivista, es decir partidario del sistema filosófico de Augusto Comte y yo experimento cierta antipatía a ese sistema.

Por una razón idéntica no estudio con Monegal ni con Arias”.[7]

Estas dos cartas no significan que con el tiempo Batlle no se acerque al positivismo, pero no tiene por qué ser al comtismo necesariamente, ya que el positivismo presenta una amplia  y diversa gama en su presentación. Es difícil no ser en algún grado positivista.




[1] ¡Sí, Varela tránsfuga! La Razón. Agosto, 2 de 1881.
[2] Definiendo actitudes. El Día, Diciembre, 9 de 1892.
[3] Hebert Spencer. El Día. Diciembre, 9 de 1903.
[4] Justicia bicéfala. El Día. Octubre, 19 de 1899.
[5] Jornaleros y analfabetos. El Día. Mayo, 18 de 1912.
[6] José Batlle y Ordóñez. Documentos para el estudio de su vida y de su obra. Serie I 1856-1893. El joven Batlle 1856-1885. Tomo I. Montevideo. 1994. págs. 123-124.
[7] Ídem. pág. 137.

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