R - TEORIA
POLITICA
B
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ajo este rótulo hemos entendido necesario
englobar una serie de autores extranjeros y nacionales que a fines del siglo
XIX eran analizados y utilizados ya sea desde las cátedras, desde la vida
política o la prensa.
Es lógico que la necesidad de organizar a
los partidos, al Estado, fuera un requisito, pero había que ver qué camino se
podía seguir.
Hoy una teoría política es conocida casi
inmediatamente en todo el mundo; en el pasado, si bien era más lento el proceso
igual se difundían. Tal vez no llevasen ese nombre, pero su esencia era
transmitida y aplicada.
En la revisión y lectura de los
editoriales hemos podido encontrar los nombres de pensadores, incluidos en el
presente trabajo, generalmente no tenidos en cuenta por otros investigadores.
El hecho referido tiene su origen en el
editorial de El Día “Los partidos bajo el despotismo. Objeciones
infundadas”, del 6 de setiembre de 1892, donde encontramos tres nombres
que nos llamaron la atención: Bluntschli,
Lieber, Azcárate y Grimke.
Otra obra importante fue la tesis de Federico Acosta y Lara, Los partidos políticos, en la cual hace
referencia a algunos de estos autores.
1 - Juan Gaspar Bluntschli
Veamos la concepción de la política de
este autor: “La política es la vida
consciente del Estado, la dirección de los negocios públicos, el arte práctico
del Gobierno. Llámense hombres políticos aquellos que por función o por
vocación ejercen una acción influyente en la vida pública, como los ministros,
ciertos altos funcionarios, los diputados, periodistas, etc...
Pero
la política es además la ciencia del gobierno y tiene por representantes, en
este sentido, a los sabios u hombres teóricos del Estado.
...la
política tiene dos sentidos muy distintos:
1)
Como arte, persigue, según las necesidades del momento, ciertos fines externos,
una creación nueva, el mejoramiento de las instituciones públicas, la victoria
sobre el enemigo. El arte de gobernar se manifiesta en los actos y se estima
por el efecto producido; la fecundidad de los resultados constituye la gloria
del hombre de Estado, el fracaso continuo, su vergüenza.
Como
ciencia, por el contrario, son a la política casi indiferente los resultados
exteriores; no persigue más que un fin: conocer lo verdadero. Su gloria
consiste en destruir el error, descubrir una ley, mostrar una regla permanente
de conducta.
2)
También difieren los medios. El hombre
de Estado no se contenta con pensar de una manera justa, sino que quiere
realizar su pensamiento, y le es indispensable el poder. Para vencer los
obstáculos, se apoyará en la autoridad del Estado, hará un llamamiento a la
opinión pública, o pedirá, según los casos, tropas y dinero.
La
ciencia puede prescindir de estos medios materiales; no invoca la fuerza, sino
la lógica. La observación exacta y el pensamiento justo, son la garantía de sus
progresos, y no serían bastantes para transformar el error en verdad todos los
tesoros ni todos los ejércitos del mundo.
3)
La política práctica sólo marcha luchando constantemente con los obstáculos
exteriores. El hombre de Estado pesa las simpatías y las pasiones enemigas, se
ve obligado a pertenecer a un partido, no puede en manera alguna, librarse de
la influencia de las excitaciones que produce la lucha, y necesita valor y
sangre fría en el peligro, voluntad enérgica en la acción, y carácter varonil.
El
científico, por el contrario, investiga tranquilamente la verdad que se
propone poseer o demostrar, la examina bajo diversos puntos de vista, libre de
los prejuicios y pasiones de los partidos, lejos del ruido y bullicio de la
lucha, y la paz y tranquilidad de la reflexión científica le sugieren
imparciales conclusiones.
4)
La manera de razonar es también diferente. Las necesidades del momento
atormentan al hombre de Estado. Si invoca los principios es para hacer de ellos
una aplicación inmediata; necesita transigir para conseguir su objeto, y el
resultado es lo que domina su pensamiento.
El
teórico o científico sólo buscan la fórmula más pura del principio, y nada le impide llegar hasta el fin de sus
conclusiones lógicas.
Psicológicamente,
necesita el político un entendimiento agudo y seguro para conocer los hombres y
las cosas; el sabio, un conocimiento profundo de las leyes generales de la
naturaleza humana...
Pero
un hombre de Estado no puede en nuestros días prescindir de un estudio teórico
y detenido de las ideas y de los principios que ilustran y agitan las naciones;
así como la ciencia, que aspira a ser útil, debe explorarse por comprender las
condiciones de la vida real de los Estados”.[1]
Dentro de la misma obra el autor hace una
breve referencia al sufragio de las mujeres. “En el estado actual de cosas, la influencia moral e indirecta de las
mujeres en la vida pública es al mismo tiempo considerable y benéfica. El
hombre de Estado recobra la paz, el reposo y nuevas fuerzas en su tranquilo
hogar. ¿Qué sería de sus dulces goces si la mujer tomase como él parte en la
contienda? Por lo común, el hombre de Estado habla con su esposa como con su
conciencia; le cuenta sus proyectos, sus peligros y sus glorias, y de esta
manera la mujer puede representar el deber moral en frente del súmmum jus o de
los artificios de la política. Guardémonos, pues, de quitarle este hermoso
papel para darle otro que le es extraño. La influencia de la mujer en la vida
pública dejaría de ser pura si no fuera indirecta”.[2]
Referente a los partidos políticos Bluntschli entendía que el fin de los
partidos es la justicia. Para alcanzar tal fin deben de organizarse de la
manera que entiendan más adecuada para lograr que la justicia se concrete. Se
debe de incluir en sus pretensiones como un fin primordial, llegar al poder, no
debe de servir los intereses de un individuo, de un grupo, de una familia. El
principio de justicia es general por lo tanto su carácter debe ser general.
“Un
partido político es el que se inspira en un principio político, y persigue un
fin político también: llamase “político” porque está en armonía con el Estado,
es compatible con él, y se halla consagrado al bien común... Pero un partido
no es más que una facción cuando se sobrepone al Estado, cuando subordina los
intereses de éste a los suyos propios, el todo a la parte.
Difícilmente
podrá llegar la facción a la categoría de partido, pues éste degenera con
facilidad en facción. El hombre es a la vez individuo y miembro de la familia,
del municipio, del Estado y de la humanidad: su espíritu individual hallase
unas veces en armonía, otras en lucha con el espíritu general. De la misma
suerte, cada partido político tiene un doble motor, sus intereses particulares
y los intereses generales; pero en él triunfan estos últimos.
Un
partido puede además ser exclusivista en sus reuniones, nombrar sus jefes,
deliberar y decidir, crear periódicos, sostener y animar a sus amigos;
resistir a sus enemigos y disputarles la victoria; sus miembros así mismo
pueden sin ser facciones, sacrificar sus opiniones personales a las del
partido, y obedecer a los jefes como soldados disciplinados... La disciplina de
los partidos es una condición necesaria de su fuerza, como en un ejército. Sólo
cuando llegan a preponderar el celo y la pasión egoísta hácense anti-sociales
estos grupos y dejan de merecer el nombre de partidos políticos”.[3]
Bluntschli realiza una clasificación de
los partidos:
A- Partidos Mixtos- religiosos y
políticos.
B- Partidos que se apoyan en territorios,
pueblos o tribus.
C- Formación por órdenes.
D- Partidos constitucionales.
E- Partidos de la situación y de la
oposición.
F- Partidos esencialmente políticos.
El último grupo de la clasificación es
entendido por Bluntschli como el más perfecto y verdadero, porque no tienen una
mira especial respecto de los objetivos, sino que la política es su fin
exclusivo, y además tienen una existencia permanente porque están adheridos a
la vida del Estado. El Estado no podría existir, observando formas
verdaderamente regulares, si no lo acompañasen estos partidos en su marcha.
2 - Francisco Lieber
Analizaremos la obra de Lieber “La moral aplicada a la política” y
recordando que en 1865 Jiménez de Aréchaga recomendaba la lectura de otra obra
de este autor, la “Libertad Civil y
Gobierno Propio”.
La primera obra fue prologada por Enrique Azarola quien establecía: “Los males de la América del Sud son muy graves.
En ella el sufragio, base de todo el sistema político que ha adoptado, es una
bonita mentira; el Gobierno, la hechura de un partido; las instituciones están
escritas en el papel de la Constitución que poco o nada se acata; pero no están
incrustadas en las costumbres de los pueblos; la Justicia, tardaría, cara e
incompleta cuando la ignorancia o la perversidad no la hacen imposible, y esos
males afectan un carácter general que algunos explican por lo embrionario
todavía de las nacionalidades que la pueblan, pero que un criterio más claro
atribuye principalmente a la falta de educación moral que ha salvado a otras
sociedades en sus crisis supremas y que aquí tan imperdonablemente se descuida”.[4]
Al abordar Lieber el concepto de partido,
éste lo entendía como: “...una agrupación
de ciudadanos que, durante algún tiempo y no por accidente sino más bien por
tradición, han venido procediendo de común acuerdo respecto de ciertos
principios fundamentales, intereses o conductas, empleando en la persecución de
sus fines medios legales; manteniéndose por consiguiente dentro de los límites
de la ley constitutiva y cuyos esfuerzos se dirigen en pro de los verdaderos
intereses de la comunidad o de los que el partido considere sinceramente como
tales.
Si
le falta algunos de estos últimos requisitos; si esa agrupación de ciudadanos
obra por medios ilegítimos u obedece a propósitos egoístas; si trabaja secreta
o públicamente por sobreponerse a las prescripciones de la ley fundamental,
esto es, se deja de luchar por un cambio de administración o de algunas leyes,
para pretender un cambio de gobierno, entonces deja de ser un partido para
convertirse en una facción. Todos los partidos están expuestos al peligro de
degenerar en facciones y éstas a su vez a transformarse en verdaderas
conspiraciones”.[5]
Dentro de las ideas expuestas en esta obra
veamos el concepto que maneja sobre la coalición de los partidos: “...no es tan importante bajo el punto de
vista moral como bajo el meramente dictado por la prudencia... Las coaliciones
despiertan cierta desconfianza en el espíritu público contra los partidos
coaligados y cuando se forma una alianza no solo para atacar sino para continuarla después de la victoria,
es sumamente difícil comunicarle al partido la fuerza moral.
Las
coaliciones se debilitan necesariamente en el poder...”.[6]
3 - Federico Grimke
La presencia de los partidos en una
República no puede ser mal vista, así lo establece Grimke, ya que el espíritu
del partido no es más que un “conflicto”
de diferentes opiniones, las cuales cada una de ellas poseen parte de la
verdad. “La existencia de partidos en una
república, aunque sean ruidosos y clamorosos, no es por lo mismo una circunstancia
que pueda verse como adversa a la paz y bienestar del Estado. Más bien puede
considerarse como una previsión especial y extraordinaria para promover los
intereses y adelantar la inteligencia de la clase más numerosa de la sociedad”.[7]
No se presentan los partidos como enemigos
encarnizados que buscan eliminar a su adversario, sino todo lo contrario; hay
como una mutua influencia e incluso Grimke plantea la alternancia de los
partidos en el gobierno: “Es curioso saber
el modo como los partidos se conducen uno con otro, y observar el procedimiento
por medio del cual las opiniones del uno se comunican al otro; porque los
partidos no tendrían significación ni utilidad si estuvieran batallando
eternamente uno con otro sin más resultado que la pérdida o adquisición
alternativa del poder. El deseo de obtener ascendiente puede ser el resorte que
los mueve; pero felizmente este resorte no puede ponerse en movimiento, en un
país de instituciones libres, sin despertar una suma prodigiosa de reflexiones
entre una parte muy considerable de la población. El verdadero uso de los
partidos está muy lejos de ser mantener provocativos para que los demagogos
satisfagan sus ambiciones privadas. Las miras egoístas de estos pueden ser necesarias
para animarlos a seguir ciertas opiniones; pero al momento en que estas son
promulgadas, se las sujeta al examen indagador de la sociedad, porque se siente
que tienen acción práctica sobre los intereses sustanciales de todos.
Entonces, el verdadero oficio de los partidos es anunciar y poner de manifiesto
la suma de verdad que hay en los asertos de cada uno de ellos; y así la gran
masa del pueblo, que no pertenece a ningún partido, salvo el partido de su
país, puede ser guiada con facilidad e inteligencia en la vía que sigue.
En
el progreso de la lucha entre los partidos sucederá con frecuencia que se
encuentren muy igualmente equilibrados, y que alternativamente tenga cada uno
por un tiempo el ascendiente. El primer triunfo de un partido que habitualmente
había estado en minoría, se siente como un presagio de suceso permanente. Se
cree entonces que pueden ponerse en práctica las nuevas opiniones, se disuelven
las asociaciones antiguas, y se da nuevo impulso al nuevo partido. El que
estaba acostumbrado a vencer en todo, cae en la minoría; y este ejemplo de
inestabilidad de poder hace pensar a cada uno, y produce más prudencia y
moderación, aun en medio de la lucha de la política”.[8]
Grimke sirvió de fundamento en varias
instancias, por ejemplo en 1903 en momentos que se había producido el
levantamiento del caudillo nacionalista: “Más
de una vez se ha dicho por la prensa que es una anomalía que un solo partido
político gobierne el país, y que únicamente puede gobernarse teniendo por base
el imperio de la fuerza.
Es
una paradoja que necesita comprobación.
En
primer lugar, ¿en las democracias no dominan las mayorías?
¿No
son ellas uno de los fundamentos del gobierno libre?
La
regla de la mayoría, -según la autorizada opinión de Grimke,- no frustra el
designio del gobierno, que es representar los intereses de toda la comunidad,
y no solamente de una parte de ella. Por el contrario, es el solo principio
calculado para asegurar la felicidad y prosperidad del todo.
Puede
sentarse, dice el mismo publicista, como una proposición que admite pocas
excepciones: que siempre que una mayoría es competente para cuidar de sus
propios intereses, puede también serlo para cuidar los de la minoría, desde
que todos los prominentes y sustanciales intereses de los menos se hallan
comprendidos en los intereses de los más”.[9]
4 - Federico E. Acosta y Lara
Su tesis doctoral fue precisamente “Los Partidos Políticos” siendo
publicada en 1884, abordando autores como Bluntschli, Grimke que ya hemos
visto, y nuevos como Sthal, Rhomer y Azcárate.
Su visión de los partidos se acerca a las
visiones anteriores: “Los partidos
representan en la sociedad la opinión de un cierto número de personas respecto
de una idea, de un principio o de un sentimiento cualquiera; o lo que es más
claro, significan las ideas y los sentimientos diversos que circulan en el seno
de los pueblos, y que hay el deseo de hacerlos triunfar en la marcha general
del estado”.[10]
Precisando el termino de partido político
Acosta y Lara lo enmarca de la siguiente forma: “Comprendemos por partidos políticos no tan solo los propiamente tales,
los que se ocupan únicamente de la política, sino a los sociales, a los que sin
separarse de las esferas de aquélla, tienen sin embargo un campo de acción
preferente. Así, por ejemplo, entendemos por partido político, y será objeto de
nuestro estudio, el liberalismo considerado bajo el punto de vista político,
como el individualismo o el socialismo
considerado bajo el punto de vista social.
Creemos
que se puede definir el partido político, en el sentido lato que damos a la
frase, diciendo que es una fracción de la comunidad cuyos miembros están
vinculados entre sí por un interés común y general, que propende a realizar un
orden de ideas o de aspiraciones por medio del Estado...
El
partido político sólo representa una parte del sentimiento público; una parte
de la opinión nacional, y no debe identificarse jamás con el Estado so pena de
hacerse culpable de usurpación...
Sus
intereses privados han de dirigirse en armonía con los intereses generales; su
ideal propio ha de estar subordinado al ideal que persigue el Estado. Esto no
quiere decir que forme tal unión con el Estado que se identifique con él, ni
menos que se vincule tan fuertemente que pierda totalmente la independencia que
le es propia y necesaria para el desarrollo de su vida y de sus aptitudes. Se
le exige que conserve estricta subordinación a los intereses generales de la
sociedad.
Puede
combatir, sin embargo, a los otros partidos, pero no desconocerlos, ni por regla
general, tratar de destruirlos; y esto porque un partido no puede existir solo
en la sociedad, porque significaría tal fenómeno la absoluta unanimidad
reinando en el mundo, lo que es imposible; y además, porque la existencia de
varios partidos es lo que les da mutuamente ser y vida vigorosa, y conviene por
otra parte a la sociedad la existencia de múltiples congregaciones, porque
éstas tienen que luchar, y de esa lucha, de ese antagonismo perpetuo de las
opiniones, surgen robustas las buenas instituciones públicas; pero sobre todo,
y conviene insistir en esto, la existencia de varios partidos en lucha, hace
que su totalidad y cada miembro de ellos en particular acrecienten su poder y
su prestigio, a fuerza de ejercitarse en la lucha difundiendo sus principios
con ahínco en el seno de la sociedad; haciéndolos conocer a las muchedumbres
indiferentes, las que al fin son movidas a intereses por uno u otro bando,
concurriendo así a robustecerlos con nuevos elementos morales, inteligentes y
decididos”.[11]
Los partidos políticos están lejos de
expresar la debilidad o la enfermedad del Estado, todo lo contrario, son una
condición de la vigorosa vida política del mismo. Gozándose de libertad
política, la vida de la Nación ha de ser necesariamente robusta y poderosa.
5 - Gumersindo de Azcárate
La existencia de los partidos son
imprescindibles para el desarrollo del Estado: “...son elementos importantes de su vida regular, lo que quiere decir,
que sin ellos el Estado sería una pura abstracción; carecería de robustez y
lozanía y sus manifestaciones serían lánguidas y estériles en el terreno de las
realidades. Concurriendo los partidos al mantenimiento y desarrollo del Estado”.[12]
En la obra
“El régimen parlamentario en la
práctica”, escrita en 1885, Azcárate establecía: “¿Por qué son los partidos
exclusivos e intransigentes los unos con los otros, hasta el punto de arrojar
fuera de la legalidad a los más distantes y de conceder a los más afines el
derecho de gobernar, tan sólo en teoría y para un plazo indefinido,
resistiéndolo después por todos los medios cuando se aproxima el día de
hacerlo valer en la práctica? Porque si de la fuerza de los principios arranca
el reconocimiento de la legitimidad de todos y de su capacidad para regir los
destinos del poder, procura luego cerrar el acceso al mismo a cuantos puedan
disputarlo, desconociendo el valor que todos tienen y el respeto que todos
merecen, en cuanto cada uno de ellos es órgano de las aspiraciones de una parte
del todo social, cuya representación se mutila a sabiendas con semejantes
exclusiones e intolerancias.
¿Por
qué se apela a todos los medios para llegar a la esfera del gobierno y para
mantenerse en ella, hasta el punto de estimarse como el primer deber del jefe
de partido el conseguirlo tan pronto como sea posible y por el camino más
corto, aun cuando no sea el mejor ni el debido? Porque se consideran los bandos
políticos al modo de armas de guerra para asaltar el alcázar del poder como si
éste fuera fin y no medio, y de ahí el contraste que forman la actividad y la
energía que se desplieguen para alcanzarlo, con la apatía que después se
realiza el programa inscripto en la bandera dada al viento en la oposición.
Ahora
bien: estos y otros vicios y defectos de los partidos acusan una manifiesta
desarmonía entre la teoría y la práctica y una inconsecuencia no menos evidente
por parte de las políticas que guían o mandan a aquéllos; porque, en suma, lo
que pasa es que, en principio, se afirma la soberanía del todo social como base
de la organización del Estado y se presenta al régimen parlamentario como el
único compatible con aquélla y a los partidos como medios necesarios para su
ejercicio, y luego resulta que en vez de conducir todo ello, como era de
esperar, a la constitución de gobiernos nacionales, engendra, por el contrario,
el grave mal de los gobiernos de partidos.
...Un
partido en la oposición representa la parte, esto es, el principio, la
tendencia o la aspiración que el poder desatiende u olvida; en el poder
representa el todo, y por lo mismo, tiene que gobernar con el partido, más para
el país, como decía Depretis. Cuando así no lo hace, deja de ser Gobierno
nacional para convertirse en Gobierno de partido, dando lugar a una verdadera
tiranía en la esfera de las doctrinas, en la política, en la administrativa y
en la justicia.
Se
engendra una tiranía política, porque los gobiernos de partido, intolerantes
con los adversarios y atentos solo a conservarse en el poder, impurifican la
fuente principal de que éste emana, falseando las elecciones para tener en los
Cuerpos colegisladores una mayoría ficticia y facticia de representantes, que,
siéndolo en la apariencia y legalmente del país, lo son, en realidad de
verdad, de los que mandan, con lo cual viene a asentarse el régimen de gobierno
sobre una falsedad y una hipocresía...
Los
males que producen los gobiernos de partidos son muchos y muy graves. Con ellos
resulta desconocido el fin del Estado, que consiste en la coalición de la
justicia, y no en la conquista del poder para una parcialidad política; se
desenvuelven la corrupción electoral, la administrativa y la parlamentaria...”.[13]
6 - Editoriales de El Día
Después de haber visto rápidamente estos
diferentes autores, es nuestra intención detenernos en algunos de los
editoriales de El Día, en los cuales
se ven reflejados estos pensadores u otras pautas de teoría política.
“Hay
para nosotros un axioma en política: que los gobiernos todos son gobiernos de partido. Recorremos
nuestra historia y no encontramos uno solo que no lo sea. Recorremos la de los
otros pueblos de nuestro continente y vemos la misma verdad confirmada...
Todas
nuestras luchas internas, posteriores a la constitución independiente del
país, han sido originadas por la aspiración de dar uno u otro color político a
los gobiernos. Todas las luchas intestinas que agitan a los pueblos de América
y de Europa tienen origen idéntico.
Entre
nosotros mismos, y en esta misma época, puede establecerse como indudable que
si el partido blanco lograba subir al poder, habría gobierno blanco. Otro
tanto puede asegurarse, con la certidumbre de no incurrir en error, con
respecto al partido Constitucional: habría Gobierno Constitucional. Esa
tendencia dejó ver el doctor Ramírez de una manera manifiesta, en el corto
período de su Ministerio: siempre que pudo hacer valer su influencia, designó a
personas de constitucionalismo no dudoso para ocupar los altos puestos
públicos.
No
condenamos esa tendencia. Es que el gobierno es el órgano de que se sirve una
comunidad política para implantar sus ideales en la práctica. Es que esas
comunidades políticas, cuando merecen tal nombre, tienen propósitos distintos y
solo pueden realizarlos colocando a sus hombres en el gobierno.
La
distinción que se hace actualmente en nuestro país entre gobiernos de partido y
gobiernos nacionales no tiene razón de ser: todos los gobiernos de partidos son
nacionales; todos los gobiernos nacionales son de partido...
Los
hombres que tienen aptitudes en la República para ocupar los altos puestos
administrativos están afiliados a uno u otro partido. Han meditado sobre las
necesidades del país y sobre las cuestiones sociales y políticas de la época,
aspiran a ver realizado su ideal, y creen ver o ven realmente en la comunidad
de que forman parte, la agrupación que lo profesa y debe darle vida en la
práctica. Esos hombres suben un día al poder a realizar sus ideas. ¿No es
verdad que buscarán necesariamente el apoyo de los que juzguen que han de
prestarles una cooperación más decidida? ¡A no dudarlo!
No
se crea por eso que, en nuestro concepto, los gobiernos de la República deben
ser exclusivamente partidistas, en lo que a la elección de personas se
refiere. No. La oposición de ideas entre las fracciones políticas en que está
dividido el país no es una oposición bien definida. Los partidos han promulgado
sus programas, y ha resultado que esos programas son idénticos, o que por lo
menos, presentan mucha semejanza.
Esta
circunstancia pone al Gobierno en condiciones de utilizar los servicios de
muchos elementos competentes y honrados del partido constitucional, y del
blanco, con beneficio para la República. Ella hace también factible la
presencia de esos elementos en la administración pública sin traiciones
bochornosas al partido a que pertenecen.
Resumiendo:
todo Gobierno de la República debe pertenecer a uno de los tres partidos
existentes, esto es, debe ser blanco, constitucional o colorado. Eso no impide,
no obstante, que utilice los elementos buenos de los otros partidos.
El
Gobierno actual debe llamar a la administración pública, sin distinción de
divisa, al mayor número posible en elementos heterogéneos. Es una exigencia
excepcional de la época”.[14]
En la lucha interna que Batlle sustenta
entre el gobierno de partido y el gobierno nacional, es indudable que triunfa
el primero. Su concepción partidista es el instrumento concebido como aglutinador y base sustancial del poder
político, al cual siempre volverá como fuente de inspiración.
“Han
empezado en Montevideo los trabajos de organización del partido colorado,
poderosa colectividad que vive hace tiempo, como las otras que se dividen la
opinión pública del país, sin ejercer el legítimo y benéfico influjo a que
están llamados todos los partidos de las sociedades democráticas.
No
hay que decir, por esto, con cuánta simpatía tiene que ser mirada en la
República, toda iniciativa que tienda a romper con las monótonas y estériles
formas de nuestra existencia nacional presente, y con cuánto calor debe ser
acompañada la obra que se proponga introducir en nuestro estado político la
acción transformadora y fecundante de los partidos organizados.
Solo
donde rigen gobiernos absolutos, ha podido afirmarse muy bien, es difícil
hallar partidos que busquen el triunfo de una idea, aunque sí, por lo común,
hay más de una facción formada con el único objeto de derribar al gobierno
existente para apoderarse a su turno del poder”.[15]
Una vez desaparecidos los militares del
poder, Batlle emprenderá sin ningún tipo de problema su prédica por la
organización partidaria. No la limitará sólo
al partido colorado sino a todas
las colectividades, por entender que es a través de su organización, sus
programas y de la participación democrática en los mismos que se dará la lucha
más favorable para la instalación de un gobierno de partido.
La organización de los partidos tenía un
objetivo muy claro en Batlle: éstos serían el instrumento para que una
colectividad organizada de personas, con
iguales motivaciones e intereses pudiesen acceder al poder y con él lograr las
transformaciones sociales y políticas que se entendían necesarias.
Esta concepción sólo se puede entender si
analizamos una vieja aspiración de Batlle referida a los partidos políticos,
donde pretendía que antes de llegar al gobierno, en éstos se debían nuclear
espontánea y libremente ciudadanos de diferentes extractos sociales, para
aplicar una verdadera democracia interna donde las mayorías serían las
conductoras pero también las minorías respetadas.
Todo esto debería de llevar a un mismo
sentimiento a los partidos, para comprender que antes que las luchas
partidarias o ideológicas debería de existir una unión frente a los supremos
intereses de la República. “...Los
partidos son la consecuencia a la vez que la garantía de la libertad. Dicho sea
esto último por los partidos verdaderos, de principios determinados.
El
partido se propone por medio del ejercicio de gobierno, realizar en la
práctica las ideas que entiende deben regir las relaciones del Estado y de sus
individuos.
Los
partidos son la forma viviente de los ideales que viven en las fracciones del
pueblo, y que éstas quisieran ver convertidos en único modo y sistema de
ciencia gubernativa.
Cuando
la libertad sucumbe en un país, los
partidos no pueden preocuparse más de las formas de la libertad en el gobierno,
causa de sus fundamentales diferencias; los partidos se proponen entonces y
como único objetivo la misma libertad y he aquí por qué ellos, más bien dicho,
los ciudadanos que los componen, de los [...] opuestos matices y tendencias,
pueden encontrarse como el año 81 en Montevideo los redactores de El Heraldo y
de La Democracia, luchando por un mismo motivo, haciendo uso de las mismas
armas, inspirados en idénticos principios.
Los
partidos han dejado de ser tales para ser nada más que ciudadanos de una
república agobiada por una desgracia común.
Es
el mismo caso de las guerras nacionales: los partidos entonces suspenden sus
hostilidades de los tiempos fecundos de paz; su especial objeto dentro de la
nacionalidad desaparece o se eclipsa temporariamente, pues no habría a qué
hablar de diferencias de gobierno, cuando el interés supremo de los propios
partidos es el de conservar la integridad de la independencia nacional en
peligro.
Pero
pasa la guerra, se aleja el despotismo, y los partidos surgen de nuevo,
haciendo esfuerzos por resucitar su antiguo vigor, indispensable a la
reconstrucción de las instituciones derrotadas”.[16]
Así se reafirma la importancia de la
organización de los partidos; “...tanta
es la trascendencia del influjo que están destinados a ejercer los partidos
políticos en la vida de los Estados modernos que nunca sería bastante detenida
la atención que al estudio de semejantes materias quisiese consagrarse.
Una
asociación política vive con la vida de sus diferentes partidos: suprimir a
éstos de la acción republicana, es separar al pueblo de la intervención
constante que le está cometida en los negocios de su gobierno, esto es, en la
dirección superior de sus propios destinos.
¿Qué
significaría una sociedad republicana regida por una administración a la que no
inspirase ni diese rumbos absolutamente a ninguna de las tendencias y los
anhelos generales?
Un
gobierno popular es siempre el resultado de la lucha de los partidos y, por
consiguiente del triunfo legítimo de uno de éstos sobre todos los demás. Un
gobierno de opinión expresa, pues, la suma preponderante de ciertas aspiraciones
nacionales; está sostenido por ellas y se comporta según sus indicaciones
fundamentales.
Todo
gobierno que no tiene detrás de sí un partido, no es, por tanto, merecedor del
respeto público, ni es capaz de obtenerlo, ni sirve ni tiene autoridad para
regir una nación...
Pero
un partido que gobierna, supone otro que lo observa, lo fiscaliza, lo
estimula. En los países bien regidos, se mantienen siempre así sus agrupaciones
políticas en paz.
En
todas partes los partidos políticos se preparan con uno o dos años de
anticipación a la lucha que ha de decidir
su preponderancia en los comicios del pueblo; en todas partes los
partidos alimentan una propaganda diaria y activa en pro de sus ideales, que
subsisten en tanto duran ellos como formas necesarias de los progresos
continuados de los tiempos.
La
buena política ha sido siempre una necesidad primordial del régimen de todas
las naciones.
En
nuestra patria, como en todas partes, no será posible obtenerla, mientras los
partidos no se propongan la misión de producirla”.[17]
Si bien expresáramos que la lucha
partidaria es la que permitiría libre y democráticamente acceder al poder,
permítasenos plantear que Batlle no concebía un gobierno que no fuera de
partido.
“Los
gobiernos de las naciones mejor regidas son gobiernos de partido. Gobiernos de
partido serán siempre y en todas partes, los gobiernos legítimos todos que se
propongan sincera y enérgicamente el bienestar del pueblo por el cumplimiento
de las instituciones patrias.
Apelar
a lo que se llama entre nosotros política nacional, es confesar, en el mejor
de los casos, ineptitud para el gobierno, sentimientos de debilidad en las
fuerzas que han de sostenerlo. ¿Cómo, si un partido ha elevado al poder a un
gobernante, se abandonan los ideales de este partido y se busca por medio de la
repartición de cargos administrativos el apoyo y la inmoral tolerancia de las
agrupaciones adversas?
¿No
es esto evidenciar que no se tiene fe en la adhesión y en la fuerza del
partido a que se pertenece; que no se ha ascendido al poder por el esfuerzo de
ese partido, que con él no se cuenta de una manera indispensable, cuando con
tanta facilidad se le disputa la absoluta dirección del poder administrador del
Estado?”[18]
[1] Bluntschli, Juan Gaspar- Derecho público universal. Madrid.
1880. págs. 11-13.
[2] Ídem. pág.
271.
[3] Ídem. págs.
311-312.
[4] Lieber, Francisco- La moral aplicada a la política. Montevideo. 1887. págs. XI-XII.
[5] Ídem. págs.
79-80.
[6] Ídem. pág.
95.
[7] Grimke, Federico- Ciencia y derecho constitucional. Naturaleza y tendencia de las
instituciones libres. Tomo I. París. 1870. págs. 126-127.
[8] Ídem. págs.
133-134.
[9] El Partido Colorado. Su estabilidad en el
poder. El Día. Mayo, 3 de 1903.
[10] Acosta y Lara, Federico E.- Los partidos políticos. Montevideo.
1884. págs. 12-13.
[11] Ídem. págs.
32-35.
[12] Ídem. pág.
132.
[13] Azcárate, Gumersindo de- El Régimen parlamentario en la práctica.
Madrid. s/f. págs. 45-50.
[14] Gobierno de partido y gobiernos nacionales.
El Día. Marzo, 5 de 1887.
[15] Partidos políticos. Trabajos de
organización. El Día. Abril, 14
de 1892.
[16] Los partidos bajo el despotismo. Objeciones
infundadas. El Día. Setiembre, 6
de 1892.
[17] Necesidades políticas. El Día. Setiembre, 8 de 1892.
[18] Gobierno de partidos. El Día. Setiembre,
20 de 1892.
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