F - EL URUGUAY Y EL MUNDO
Explicar una teoría de las relaciones internacionales del Uruguay es
difícil, ya que las primeras obras que intentaron construir una teoría
abarcadora del conjunto de sus relaciones , es decir teorías explicativas de
cómo y por qué se producen los procesos de la política exterior, han sido
escritas a pocos años de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Nuestro país en muchos pasaje de su Historia estuvo indefectiblemente
atado a los vaivenes de sus vecinos; también así lo define Gros Espiell:
"pendularmente". No olvidemos el mismo momento de instalarse
el primer gobierno en 1830, cuando la Constitución antes de ser jurada por los
uruguayos debía ser revisada por argentinos y brasileños.
En momentos que se firma la Convención Preliminar de Paz, en octubre de
1828, se ve claramente la presencia británica, en las negociaciones y su idea
de creación de Estados Tapones. También
así lo veía Alberdi: "Pero una tercera entidad más importante que los
dos beligerantes se impuso en la lucha y reclamó Montevideo como necesario
también a la integridad de sus dominios. Esa entidad era la civilización. Ella
también tuvo necesidad de que Montevideo fuera libre e independiente para
campear en sus nobles dominios, que se extienden en todo el fondo de América.
Habló naturalmente por sus órganos naturales, la Inglaterra y la Francia".[1]
Esta etapa estuvo marcada porque el "...equilibrio se buscaba
acentuando la aproximación a una potencia, de manera pendular, cuando la otra
presentaba un momento de mayor influencia o predominio. Es decir que el
equilibrio se lograba inclinándose a una parte, para compensar el peligro de la
excesiva influencia o poder de la otra.
Fue una atípica y pragmática política de equilibrio, que en varios
momentos, bajo distintas formas, debió recurrir a la única tercera potencia
capaz de incidir en el proceso político internacional platense, ya fuera para
pedir la garantía de la independencia oriental -lo que nunca se obtuvo-, ya
para solicitar su acción moderadora y equilibrante (Gran Bretaña)".[2]
Ese fue el inicio de una etapa donde las divisas también entrarían a
confundirse con los intereses de los vecinos, según las circunstancias con uno
u otro. Se puede establecer que recién con la Guerra del Paraguay se termina
la injerencia de los extranjeros en nuestro país, pero también fue alto el
precio que pago el Uruguay por ello.
Desde el punto de vista geopolítico el Uruguay es la llave de la Cuenca
del Plata y el Atlántico Sur, su destino afecta directa o indirectamente la
región, por ejemplo era vital la participación de nuestro país en la guerra
contra Paraguay en el siglo pasado, para ello las fuerzas políticas de
argentinos y brasileños apoyaron a Flores en su revolución a cambio de su
compromiso en la firma de la Triple Alianza. Los actuales son tiempos donde se
deja de lado esa política pendular.
Como establece Methol Ferré: "El Uruguay pasó entonces de
los tiempos revueltos que corren desde Artigas hasta la Triple Alianza, al
Uruguay llamado "île heureuse" por algún visitante socarrón. De una
continua internacionalización a una nación. O mejor, a una semicolonia
privilegiada que se sintió nación, pues, formó una verdadera comunidad".[3]
Como ya hemos establecido el país con Latorre comienza a consolidar la estabilidad de su
Estado, también la incorporación al mundo económico "unicéntrico",
cuyo eje era Inglaterra.
Por su parte Batlle incentiva la inmigración, y a las clases medias
urbanas en ascenso, dentro de los parámetros de una economía agroexportadora, e
impulsará a la industria para lograr la sustitución de importaciones.
Methol Ferré establece que,
así como Batlle ha forjado decisivamente la conciencia "interna"
del país, podemos afirmar que Herrera ha sido su conciencia "externa".[4]
Les tocó a Batlle y a Williman gobernar en los años de la preguerra,
siendo por otra parte sus presidencias contemporáneas de las grandes asambleas
internacionales.
Durante este período se destaca la presencia de Uruguay en la Conferencia
de La Haya en 1907, presentando el proyecto sobre el arbitraje
obligatorio. También debe mencionarse
la participación en las Conferencias Panamericanas, la cual deja entrever la
falta de una política orgánica en el campo internacional, destacándose en este
plano Baltasar Brum, patrocinador de la firma de acuerdos bilaterales con
varios países europeos y americanos, en los que se establece la fórmula del
arbitraje obligatorio.
Veamos todo este proceso con más detenimiento, respecto al tema de la
firma del arbitraje con otros países, los problemas de límites, y aquellos
acontecimientos internacionales que se destacan en este período que venimos
analizando.
1 - La Haya
Sin ninguna duda la participación en la 2ª Conferencia Internacional en
La Haya en 1907 es la más publicitada de las actuaciones de Batlle referente a
política internacional.
La Conferencia de La
Haya, de Julio a Octubre de 1907
|
La convocatoria la realizó el presidente norteamericano Roosevelt y
contó con el auspicio del zar Nicolás II, siendo la anfitriona la Reina
Guillermina de Holanda.
La primera Conferencia, realizada en 1899, giró en torno al problema del
armamentismo, siendo imposible establecer un freno a esa carrera que estaba
viviendo el viejo mundo.
Las inquietudes presentadas por los países americanos a la Conferencia
fundamentalmente referían al tema del arbitraje obligatorio como forma de
solucionar las disputas internacionales; por otra parte también era motivo de
preocupación el cobro compulsivo de las deudas, postura más conocida como
Doctrina Drago.
El arbitraje por parte de nuestro país ya se aplicaba desde 1883,
firmado con la República de El Salvador. "Art. 1º ... contraen a
perpetuidad la obligación de someter a arbitraje, cuando no consigan dar la
solución por la vía diplomática, a las controversias y dificultades de cualquiera
especie que puedan suscitarse entre ambas Naciones, no obstante el celo que
constantemente emplearán sus respectivos Gobiernos para evitarlas.
Art. 2º La designación del arbitraje, cuando llegue el caso de
nombrarlo, será hecha en una Convención especial en que también se determinen
claramente la cuestión en litigio y el procedimiento que en el juicio arbitral
haya de observarse".[5] El
acuerdo será aprobado por el Senado pero no por Diputados.
Los otros dos antecedentes, los cuales sí llegan a concretarse, son:
-El 8 de junio de 1899, se celebra en Buenos Aires el Tratado de
Arbitraje General, convirtiéndose en ley en nuestro país el 17 de marzo de 1900
(Ley Nº 2.624).
-El 28 de enero de 1902, en México, se lleva a cabo el acuerdo de
arbitraje con España, transformándose en Ley Nº 2.776, el 27 de agosto de 1902.
En ambos el artículo 1º establecía: "Las Altas Partes
Contratantes se obligan a someter a juicio arbitral todas las controversias, de
cualquier naturaleza que por cualquier causa sugieren entre ellas, en cuanto
no afecten a los preceptos de la Constitución de uno u otro país, y siempre que
no puedan ser solucionadas mediante negociaciones directas".[6]
Batlle preside la delegación uruguaya ante La Haya, en la cual
establecerá la creación de un tribunal arbitral. "Considero que no se
ha tomado el buen camino para resolver este problema de la justicia
internacional, y que, como sucede siempre se ha elegido un camino equivocado.
Hemos llegado a un punto en que la confusión se apodera de nosotros y no se
nos puede ocurrir mejor idea que la de volver a nuestro punto de partida.
El error consistiría, a mi juicio, en que nos hemos dejado arrastrar por
el propósito de crear para las naciones por su libre consentimiento, una
organización de la justicia igual a la que cada nación ha creado para fallar en
las disidencias de la multitud, a veces casi innumerable de los individuos que
la componen.
Primeramente, un tribunal internacional carecería, para que tal
similitud pudiera establecerse, de la imparcialidad reconocida y del apoyo de
la fuerza que en el seno de una nación hacen obligatoria la sumisión a las
sentencias del juez.
La imparcialidad que la Conferencia ha buscado con ardor se puede
encontrar fácilmente en una corte de justicia internacional porque los jueces
rarísima vez tienen relaciones con los litigantes, cuyos nombres con frecuencia
nunca han oído pronunciar, y cuyos intereses, sometidos a sus fallos, les son
completamente extraños. Cuando el juez está ligado por parentesco al litigante
o es su amigo o su enemigo; cuando tiene un interés que se relaciona con el
litigio, o expresado su opinión sobre éste, no puede ya ser juez, porque su
imparcialidad no podría ser perfecta.
Ahora bien: ¿puede establecerse una corte de justicia internacional
cuyos miembros representantes de sus naciones, elegidos por ellas, llenen no
para un solo caso, sino para muchos, las condiciones de imparcialidad que debe
llenar un juez nacional cualquiera?
Basta pensar en el pequeño número existente de naciones, en los motivos
que las vinculan o las separan, tales como la raza, la situación geográfica, la
historia, los intereses, y en las relaciones cada día más estrechas creadas por
medios de comunicación, cada vez más eficaces, para contestar que la dificultad
de constituir esta corte ideal es invencible quizás, y tanto más cuanto que la
imparcialidad de los jueces deberá ser de tanta evidencia que fuese libremente
reconocida por todos los litigantes.
Es por eso que la idea de la Corte de Justicia Internacional Permanente
que hemos aceptado en principio sin dificultades, y hasta con entusiasmo, ha
hecho nacer tantas resistencias cuando se ha querido designar sus miembros.
Ninguna combinación ha parecido aceptable, y es de creer, que, si se
hubiese acordado alguna, tal acuerdo no habría podido mantenerse mucho tiempo y
que la desconfianza que, desde el primer momento había disminuido el prestigio
de la institución, habría también empequeñecido la importancia de las nuevas
convenciones de arbitraje, y su número, porque aun cuando no se estipulase la
obligación de someterse a esa corte en último recurso, sería moralmente difícil
el no aceptar su jurisdicción, después de haber concurrido a darle la
investidura de la más alta justicia humana.
Pero, aun suponiendo que esa dificultad no existiese y que se hubiese
logrado establecer una Corte Permanente como se desearía ¿se habría hecho
realmente un progreso? ¿No podría oponerse aún a esta suplantación del árbitro
por el juez permanente la afirmación de que el árbitro es preferible al Juez,
de manera de que en lugar de empeñarse en asimilar la organización de la que
rige las relaciones de los individuos debería desearse más bien que éstos
fuesen tan competentes como lo son las naciones para elegir árbitros dignos de
su confianza y someterles sus disidencias?
Se insiste en la afirmación de que una corte permanente de justicia
llegaría a formar una jurisprudencia muy uniforme. Pero, aun sin preocuparnos
de que esta jurisprudencia pudiera ser errónea ¿para qué serviría, tratándose
de una corte cuya jurisdicción debería ser libremente aceptada por los
litigantes? ¿Se apresurarían las naciones a someter a esa corte pretensiones
opuestas a su jurisprudencia?
Hay que creer, al contrario, que tal jurisprudencia constituiría una
nueva fuente de resistencias a la Corte, que el número de litigios que le
serían sometidos a ésta se encontrarían en razón inversa de la extensión.
La primera conferencia hizo una obra práctica al crear la Corte
Permanente actual, porque esta corte ofrece un gran número de árbitros a la
libre elección de las naciones. La segunda conferencia ha debido hacer grandes
esfuerzos para mejorar esa obra. Se habría hecho mucho ciertamente, por este medio, en favor de la
paz; pero se estaría lejos aún de lo que se quería hacer. Aún hoy, la guerra
podría amenazar en un momento cualquiera y no se encontraría más bien
autorizaciones como las que se relacionan con las cuestiones en que el honor y
los intereses esenciales de las naciones entran en juego.
La idea de la creación de la Corte de Justicia Arbitral tiene,
evidentemente, su origen en la generosa aspiración de crear un poder judicial
tan prodigioso que todas esas disidencias le fueran sometidas. Hemos visto que
ese poder no tendría adhesión unánime de las naciones, aunque éstas desearan
sinceramente hacer que prevaleciese la justicia. Tampoco podría contar con la
adhesión de los países que fundan sus esperanzas de ser grandes más bien en la
fuerza que en la razón y la paz. Jamás tales tendencias se someten a un poder
exclusivamente moral. La delegación del Uruguay ha tenido el honor de presentar
a esta conferencia una declaración de principios en la que se proclama el
derecho de agregar a esta fuerza, la fuerza material. Pero, dadas las ideas que
prevalecen en la conferencia, ella no abrigaba ninguna esperanza de que fuese
aceptada. Quiso solamente formularla en el seno de la Asamblea representativa
de la humanidad. Ya que tantas alianzas se han hecho para imponer la
arbitrariedad, se podría muy bien hacer una para imponer la justicia.
Es cierto que una autoridad constituida por el poder moral y material de
un cierto número de naciones, no se vería libre de las sospechas de parcialidad
que se oponen al establecimiento de la corte de Justicia Arbitral. Pero esta
autoridad no ejercería su acción sino cuando todos los medios de conservar la
paz se hubieran agotado, cuando el recurso del arbitraje no hubiera tenido
éxito, y en ese caso, no podrían ya las partes en litigio rechazar una
sentencia que les sería impuesta por una mayoría irresistible.
De esta manera la justicia podría ser lesionada alguna vez; pero este
mal estaría muy lejos de igualarse con el de las frecuentes presiones de los
países fuertes sobre los débiles y de las guerras terribles que estallan de
tiempo en tiempo.
Estas ideas, por más alejadas que parezcan de la realidad, podrían tener
una pronta aplicación práctica, si no en el mundo entero, al menos en una parte
considerable de él; esto es, en América donde el derecho internacional ha alcanzado progresos
reales, que sobrepasan a los que han sido realizados en el continente europeo y
de que dan fe los documentos depositados en la Secretaría de la Conferencia.
Sin hablar de los Estados Unidos de América, cuyo amor a la justicia es bien
conocido, quiero citar como uno de los más importantes factores de ese progreso
a la República Argentina que ha hecho tratados con los países limítrofes,
Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, y con otros que no lo son, España,
Italia, en los cuales se conviene en someter al arbitraje las cuestiones de
toda naturaleza que por una causa cualquiera, surjan entre los países contratantes,
con la única excepción de aquellas que pudiesen afectar a las prescripciones
constitucionales de una o de otra nación contratante.
Quiero recordar también que el Brasil ha propuesto a la conferencia una
fórmula que, si hubiera sido aceptada, habría desterrado del mundo el espíritu
de conquista, origen e impulsor de la mayor parte de las guerras. Y hechos tan
importantes como el arreglo de límites entre la Argentina y el Brasil, y entre
la Argentina y Chile, y la limitación de armamentos entre estos dos países,
prueban, además, que esos progresos no son puramente teóricos.
La razón pública está, pues, preparada en América para dar amplias
soluciones a los problemas de la paz internacional. Ni el odio entre los pueblos,
ni la ambición de conquistas, se opondrían a esas soluciones, y si dos o tres
de las más poderosas repúblicas de ese continente quisieran ponerse de acuerdo
para constituir una alianza que con mejor derecho que cualquier otra, podría
llamarse Santa, y cuyo fin sería el de examinar las causas de los conflictos
armados que pudieran surgir entre pueblos americanos y ofrecer una ayuda eficaz
al que hubiese sido injustamente llevado a la guerra, no es dudoso que otras
naciones de América irían a agruparse en torno de esa alianza y que la paz
internacional del continente no sería turbada jamás entre los países que hacen
parte de él.
Por estas consideraciones y acariciando esta esperanza, la delegación
del Uruguay se abstendrá de votar el proyecto de la Corte Arbitral".[7]
Diez años después de la Conferencia de La Haya, el presidente de los
EE.UU. Woodrow Wilson presentó el plan que la historia conoce como "Los
Catorce Puntos", que son la base del Pacto que posteriormente firmarían
los creadores de la Sociedad de Naciones.
En ella se recoge el principio de la solución pacífica de las
controversias entre los estados, otorgándole a la Liga las facultades
necesarias para imponer sus decisiones a los estados no miembros. Disposición
que Batlle había previsto en La Haya, con el nombre de "Arbitraje
compulsivo, y que el Pacto de la Sociedad de las Naciones consagraba en el
artículo 17.[8]
La posición de Uruguay fue apoyada por varios naciones latinoamericanas,
destacándose la delegación argentina, cuando su titular José María Drago
establecía en la Conferencia: "Señor Presidente nos hallamos en presencia
de una fórmula que no es fórmula vana, pues que ella contiene la proclamación
del principio de arbitraje obligatorio mundial...".[9]
La prensa -"Il Secolo"
de Milán, "La Libre Parole" de París, "Lokal Anzeiger"
de Berlín (8 de julio de 1907), El Día comentó: "...un paso hacia la
realización de los votos de los apóstoles del pacifismo, sin embargo es preciso
que los "pioneers" de la paz universal no se regocijen demasiado
pronto, pues los delegados que hacen la proposición no representan una potencia
de primer orden y por lo mismo abordan esta discusión en vista del proyecto
adoptado con anterioridad".[10]
2 - La firma de acuerdos de arbitraje
El antecedente sin ninguna duda está en la propuesta de Batlle de 1907,
fracasando cuando se pretendió aplicar el acuerdo en forma multilateral. Su
éxito estuvo en la firma bilateral.
CUADRO Nº 18
FIRMA DE TRATADOS DE ARBITRAJE
PAIS AÑO
LUGAR Nº DE LEY
EE.UU. 1914 Washington 5.172 24/11/14
Italia 1914 Montevideo 5.173 24/11/14
Brasil 1916 Rio de Janeiro 5.624 08/01/18
Bolivia 1917 Montevideo 5.876 25/06/18
Perú 1917 Lima 5.874 25/06/18
Francia 1918 Montevideo 5.696 28/05/18
Gran Bretaña 1918
Montevideo 5.695
28/05/18
Paraguay 1918 Montevideo 7.376
17/06/21
España 1922 Madrid 7.990 17/09/26
Venezuela 1923 Montevideo 7.815 23/01/25
El Salvador 1924 Madrid 7.991 17/09/26
Respeto al Tratado firmado con Italia, en el mensaje enviado por Batlle,
se establecía: "Este tratado se separa de las prácticas corrientes en
el Derecho Internacional Público Americano, según las cuales se exceptúan del
compromiso las controversias que afectan el honor, la nacionalidad o la
soberanía, etc.
Entiendo que estas limitaciones no tienen razón de ser y que su único
resultado es restar eficacia a los tratados de arbitraje...
La amplitud estipulada en el Tratado adjunto, que creo debemos
generalizar, hacer imposible los desenlaces violentos, puesto que cualquier
conflicto, por enojoso o por grave que sea, puede ser sometido a la decisión de
un juez desapasionado.
Algunos países europeos han adoptado desde hace tiempo para sus tratados
de arbitraje la fórmula que propongo a V. H., siendo de notar entre ellos los
celebrados por Dinamarca con Holanda (febrero 12 de 1914), con Portugal (marzo
20 de 1907) y con Italia (diciembre 16 de 1905).
La necesidad de rodear del mayor prestigio a las convenciones
arbitrales empieza a ser sentida en América. Ultimamente el señor Presidente
Wilson propuso a todos los países del Universo una fórmula pro paz por la cual
se designa de antemano una Comisión que de oficio puede tomar el conocimiento
de una controversia existente entre dos pueblos, cuando la diplomacia se
declara impotente para zanjarla...".[11]
Ahora veamos algunas posturas respecto a dicho proyecto, cuando es
discutido en la Cámara de Diputados; Buero establecía: "La sanción de
este proyecto importa para nuestro país la adopción de una línea de conducta
que está llamada a propiciarle más de un éxito, no solamente porque este
protocolo...".[12]
Por su parte Ramírez reflexionaba sobre su sanción: "Nuestro
país, repito, ha luchado desde hace años, en compañía de otros Estados
sudamericanos, por la adopción de ese principio, limitando los casos de
arbitraje a aquellos en que, una vez sometidos a nuestros Tribunales, se produjera
el caso de denegación de justicia.
En Washington, en 1889, se estableció ese principio contra la
resistencia de los Estados Unidos y de Haití, resistencia explicable en el
primero de dichos Estados, pero menos explicable en el segundo, lo que nos
obliga a pensar, respecto de su actitud, que sobre ello no hay nada escrito...
En el Congreso de Méjico nos esforzamos de nuevo por hacer prevalecer ese
principio, y tropezamos siempre con la actitud decididamente opuesta de la
Unión Americana. Insistiendo otra vez de nuevo en Rio de Janeiro y allí tuvimos
la suerte de conseguir que, dentro de una fórmula no muy concreta, pero que,
dadas las manifestaciones que formulamos en el informe de la Comisión
respectiva y por parte de algunos miembros que hicieron uso de la palabra sobre
la materia".[13]
Herrera: "...digo que ese pesimismo tendrá razón de ser,
mientras los orientales seamos víctimas de la burla de nuestro derecho, hasta
el día que nuestro país deje de ser atacado en esos derechos por vecinos
poderosos. Hasta que no se haga, yo no creo en el arbitraje, porque para mí el
mejor libro en esta materia, como en otras muchas, es el ejemplo de la propia
nacionalidad, del propio hogar. El ejemplo de Chile y de otros países y de lo
que pasa en el mundo entero, poco pesa cuando mi país siente la burla
permanente de su derecho, vigente en tratados de arbitrajes que es un sarcasmo.
Se nos discute que seamos ribereños, y estando pactado el arbitraje, no se
quiere someter a veredicto el punto...
Todo eso es muy respetable, muy lindo, muy hermoso, como es muy hermoso
aquello de la "Ciudad Futura" de los señores socialistas. Todo eso es
muy lindo; pero en la vida real creo que son muy escasas las circunstancias en
que ha tenido sanción y que en Sud América ha sido un fracaso en general el
procedimiento arbitral. El Ecuador tenía un compromiso arbitral con el Perú.
Fue árbitro el Rey Alfonso. Pues bien: sabiendo que el Rey Alfonso fallaba en
una forma que consideraba favorable para el Perú, el Ecuador dijo que
renunciaba a la sentencia arbitral; que si se pronunciaba, la iba a desconocer.
Así que yo en mi escepticismo sobre el arbitraje, sin que desconozca que
pueda tener su utilidad en ciertos casos, pero que en general la alabanza se
rompe cuando miramos cómo estamos por casa y por la vecindad...".[14]
La firma de los tratados de arbitraje permitían al gobierno solucionar
eventuales conflictos con ciudadanos extranjeros, antes que éstos reclamen
frente a su gobierno sino habían agotado todas las vías legales a su alcance en
el país. Este es el caso de la firma con Inglaterra: "La mayoría de la
gente imparcial considera que las Autoridades no tratan a la Compañía [del
Ferrocarril Central] en forma justa, pero en vista de las estipulaciones del
Tratado de Arbitraje de 1918 esta legación desafortunadamente no puede
intervenir hasta que se presente el momento psicológico de la denegación de
justicia, y no es secreto el hecho de que el Doctor Brum estaba ansioso por
concluir este Tratado a los efectos de prevenir e impedir tal intervención
diplomática, que podría obstaculizar su política de nacionalización de todas
las Compañías extranjeras de Servicio Públicos en este país. De hecho, ya se ha
informado a Su Señoría que inmediatamente después de su firma el Doctor Brum
manifestó su satisfacción, exclamando que en el futuro no habría intervención
de parte de los Gobiernos extranjeros cuando se trata de Compañías extranjeras
en Uruguay".[15]
3 - El panamericanismo
Tiene sus inicios en la Conferencia de Washington de 1889. A partir de
21 de julio de 1907 se inaugura el Congreso Panamericano, realizado en Rio de
Janeiro, siendo la tercera conferencia internacional americana, concurriendo
por nuestro país los doctores Antonio M. Rodríguez, Luis Melián Lafinur,
Gonzalo Ramírez y Martín C. Martínez.
Dentro de las bases a tratarse podemos destacar:
-Moción afirmando la adhesión de las repúblicas americanas al principio
de arbitraje para resolver las cuestiones que puedan surgir entre ellas y
expresando la esperanza que tienen las naciones que tomen parte en la
conferencia, de que la próxima que ha de reunirse en La Haya, acuerde una
convención general de arbitraje que pueda ser aprobada y puesta en vigencia por
todos los países.
-Moción recomendando la prórroga por un período de cinco años del
Tratado de Arbitraje; celebrado en la Conferencia de México, donde se hace
mención a las reclamaciones pecuniarias.
-Moción recomendando a la segunda Conferencia de La Haya examinar si el
empleo de la fuerza para el cobro de deudas públicas es admisible, y, en caso
afirmativo, hasta qué punto debe serlo.
-Convenio determinando la creación de una Comisión de jurisconsultos que
prepare para someterlo a la Conferencia siguiente, un proyecto de Código de
Derecho Internacional Público y Privado, estableciendo el pago de los gastos
necesarios para esa obra y recomendando especialmente a la consideración de
aquéllos, los tratados del Congreso de Montevideo de 1889, sobre Derecho Civil,
Derecho Comercial, Derecho Criminal y Leyes de Proceso.
"...La gran República del Norte ha sabido hacer sentir una vez
más su poderosa influencia, que es mayor por los prestigios morales de sus
institucionales libres, por la fuerza material de su ejército y de su armada.
Por el tratado de 15 de Junio de 1897, las repúblicas de Costa Rica,
Guatemala, Honduras, Nicaragua y Salvador, formaron una sola nación,
denominándola República de Centro América. Las repúblicas contratantes, a pesar
de constituir una nueva unidad política, conservaron su entera libertad e
independencia en cuanto a la administración interna, quedando solamente
extinguida su personalidad internacional. Subsisten, pues, durante la vigencia
del tratado, los Estados signatarios con sus respectivas autoridades, las
cuales por turnos de un año desempeñaban las funciones de representantes
supremos de la unión. El tratado consagra también expresamente el principio de
la no intervención de un Estado en los negocios de los otros, estableciéndose
el arbitraje como medio de dirimir los conflictos.
...La intervención amistosa del Presidente Roosevelt ha conjurado, al
parecer definitivamente, el peligro que amenaza a las jóvenes y pequeñas
repúblicas...
El continente americano se encuentra en condiciones excepcionales para
arraigar de un modo definitivo la paz. Dividido en numerosos países, conserva
siempre y en potencia ciertos elementos de unión en la estructura íntima de la
organización de cada uno de ellos. Hoy por hoy son innecesarias las expansiones
territoriales, pues no cuenta ninguno con pobladores ni medios para explotar
una parte mínima de las riquezas que encierran. Las condiciones económicas de
los que se dedican al trabajo son más desahogadas y con más atractivos que las
que pueden ofrecer los países europeos...
No existiendo en América necesidad de expansión territorial, -no
existiendo entre los países que la forman rivalidades profundas que afecten
fundamentalmente la vitalidad de sus fuentes de riquezas,- no puede prosperar
una política agresiva si cada nación se mantiene dentro de su esfera de acción
legítima y respeta los derechos de las demás.
Son estas circunstancias las que puede explotar el gobierno de la Unión
como director de la política continental internacional, para obligar
amistosamente a aceptar las soluciones pacíficas en todos los conflictos que
pudieran surgir.
Las naciones americanas obtendrían enormes ventajas si se consiguiera
implantar una norma de conducta siempre pacífica. Se obtendrían ventajas del
punto de vista de la preponderancia política, porque permaneciendo unido el
continente entero, constituiría una fuerza todopoderosa frente a cada una de
las naciones del viejo mundo, las cuales por múltiples causas de diversa
naturaleza nunca podrían formar un núcleo permanente y homogéneo.
Pero lo que aprovecharíamos principalmente serían las ventajas de orden
económico. Las luchas y rivalidades entre las naciones de Europa han llevado
las cosas a un estado de paz armada, casi de guerra, obligándolas a agotar
enormes recursos y a imponer numerosos sacrificios a los contribuyentes para
mantener flotas y ejércitos siempre prontas para entrar en combate.
Las naciones del nuevo mundo no han sufrido hasta el momento los efectos
perniciosos de una paz armada, que siempre repercuten sobre todos los
habitantes del país, y principalmente sobre los que cuentan con medios más
reducidos de vida. La política de franca amistad, de tutela de la paz, que se
propone iniciar el presidente Roosevelt tiende a engrandecer el continente
americano, cuyas condiciones económicas serán al amparo de la paz inmensamente
superiores a las de Europa y aun a las de Asia, pues Japón y China ya están
también sufriendo las consecuencias de los armamentos excesivos, y cuya
situación internacional será envidiable porque estando todo unido constituirá
una fuerza poderosa capaz de sostener el empuje de cualquier nación que
pretendiera injustamente atacar a alguna de sus unidades".[16]
La propuesta del Ministro de Negocios Extranjeros de los EE.UU., Mr.
Root, es bien recibida y apoyada por El
Día: "...América saluda la nueva política de paz, de fraternidad,
de armonía continental, con que se inaugura la nueva era de los destinos
americanos.
...no mueve a las naciones americanas en su acercamiento actual ningún
sentimiento de hostilidad hacia los viejos continentes, ni mucho menos hacia la
Europa ... La unión americana actual no significa, pues, más que un paso hacia
esa confraternidad, completa del planeta, ideal universal de todas las
sociedades, dado que en último término el objeto de todos los acercamientos no
responde más que a asegurar el imperio definitivo de la paz en los conflictos
internacionales.
Las declaraciones que a nombre de su poderoso país ha venido formulando
Mr. Root, en su viaje triunfal por Sud América, no vienen sino a confirmar el
amplio concepto que nuestra nacionalidad merece y debe merecer ante el mundo
civilizado, al igual de las demás congéneres del continente. El reconocimiento
explícito de nuestros derechos de nación soberana, y como tal igual a todas las
otras, no es sin duda una idea nueva ni paso alguno que hayamos avanzado en el
terreno de los progresos teóricos, pero es la continuación ante las miradas
del orbe entero de nuestras esperanzas y de nuestros anhelos, de nuestras
aspiraciones y de nuestros derechos, a la égida del poderoso concierto americano
y, muy especialmente, de la grande y generosa república del norte que
acaudilla gallardamente los destinos continentales".[17]
El 2 de julio de 1907, ante la celebración del Congreso Internacional de
Estudiantes Americanos, en nuestro país, El
Día establecía: "El concepto de las nacionalidades americanas se
consolida y se engrandece; y por arriba de ese concepto, se consolida y se
engrandece la concepción más vasta de la gran patria americana. Esa será sin
duda la obra del siglo XX. A medida que los pueblos del continente vayan
encontrando la fórmula definitiva de su estabilidad que les asegure la paz
interna a la sombra del libre juego de sus libertades institucionales; a medida
que el ideal democrático vaya cumpliendo su misión en las tierras largo tiempo
azotadas por la barbarie martirizadas por el prejuicio, extenuadas por el
llanto, sacrificadas por el dolor; a medida que las agitaciones de la vida
libre y los progresos de la idea republicana se generalicen y se perpetúen; se
acercarán las patrias y se fundirán los afectos, y todos los pueblos
americanos...
Es evidente que ese concepto fecundo de solidaridad americana se difunde
y se expande, y es evidente que los pueblos hermanos del continente se van
conociendo y apreciando mejor. Y es esta la hora en que el sentimiento de una
marcha paralela de nuestros futuros destinos comienzan a penetrar en el
entendimiento de nuestros hombres públicos y en el pensamiento de la masa
popular que comprende vagamente, que el porvenir exigirá el triunfo de todos,
para la realización de un mismo ideal generoso y justiciero, la consagración de
las más hermosas conquistas civilizadoras, vibrando al unísono en toda la
extensión del mundo americano.
El desconocimiento mutuo, el aislamiento casi absoluto ha sido la
característica de los pueblos americanos hasta los últimos tiempos, y puede
decirse que la gran obra [...] de la compenetración y del reconocimiento va
siendo realizada por los Congresos, que desde el punto de vista exclusivamente
práctico realizan una labor muy relativa, en cambio desde el punto de vista
moral e intelectual realizan tareas hondas y proficua...".[18]
En la Conferencia Panamericana de La Habana en 1928, le correspondió al delegado
uruguayo Dr. Varela Acevedo, su
clausura. Entonces manifestaba: "El panamericanismo ha echado raíces y
crecido como las libertades anglosajonas, e infiel concepto tendría de él quien
quisiera descubrir el secreto de su dinamismo en los textos inanimados y no en
la vida. Nació y se desenvuelve intentando conciliar la civilización magnífica
que están forjando 110.000.000 de hombres amparados por la bandera de las
"rayas y las estrellas", y la otra, tan singular, de las veinte
repúblicas que prolongan y remozan en América el genio inmortal y la sangre
eximia de las dos razas de Hispania.
Decir que todo une a los Estados Unidos y a la América Latina y que nada
los separa, sería una fórmula creadora de sensibles desinteligencias o de
inercias peligrosas. La América Latina y los Estados Unidos tienen grandes
hechos y principios comunes, la tradición histórica, una parecida teoría de
demócratas, la ventaja recíproca en el intercambio comercial y en la
vinculación financiera, el afán por la justicia y la equidad, la misma devoción
por la forma originaria de una política tradicional ante el mundo, enunciada
por uno, elogiada por muchos; pero importantes intereses y modalidades retardan
su perfecta armonía y colaboración. Más que la raza, el distinto temperamento,
la diversa formación intelectual, los intereses económicos a menudo separados,
la lengua sobre todo, son elementos no convergentes que sólo se apartarán
cuando se venza el abismo de incomprensión que aún subsiste en sectores de
cierta importancia de la opinión pública, del norte y del sur...
La América Latina no está pensando siempre en mañana, ni aspira "al
reposo que la vida ha turbado", sino que está preparando una de las
civilizaciones más completas de la historia y a nadie asombraría si en dos
generaciones algunas de sus Repúblicas figuran, como acaba de predecirlo el
señor Lloyd George, entre las principales potencias del mundo.
La obra de solidaridad en que estamos empeñados es una creación continua
y por eso sería temerario esperar que ha de salir perfecta de las
deliberaciones de un congreso, por ilustre que sea...".[19]
La firma de los tratados de arbitraje permitían al gobierno solucionar
eventuales conflictos con ciudadanos extranjeros, antes que éstos reclamen
frente a su gobierno sino habían agotado todas las vías legales a su alcance en
el país. Este es el caso de la firma con Inglaterra: "La mayoría de la
gente imparcial considera que las Autoridades no tratan a la Compañía [del
Ferrocarril Central] en forma justa, pero en vista de las estipulaciones del
Tratado de Arbitraje de 1918 esta legación desafortunadamente no puede
intervenir hasta que se presente el momento psicológico de la denegación de
justicia, y no es secreto el hecho de que el Doctor Brum estaba ansioso por
concluir este Tratado a los efectos de prevenir e impedir tal intervención
diplomática, que podría obstaculizar su política de nacionalización de todas
las Compañías extranjeras de Servicio Públicos en este país. De hecho, ya se ha
informado a Su Señoría que inmediatamente después de su firma el Doctor Brum
manifestó su satisfacción, exclamando que en el futuro no habría intervención
de parte de los Gobiernos extranjeros cuando se trata de Compañías extranjeras
en Uruguay".[20]
También para los diplomáticos extranjeros la política exterior del país
estaba orientada al panamericanismo. "...se inclina fuertemente hacia
el Panamericanismo, y hay muchos detalles que indican que los principales
estadistas de esta república, quisieran ver una Sudamérica unida con sus ojos
dirigidos hacia los Estados Unidos como su protector".[21]
4 - La Primera Guerra Mundial
La población uruguaya siguió de cerca los acontecimientos del Viejo
Mundo, la prensa mantenía informados a los inmigrantes.
El Uruguay fue tomando una actitud pro aliados a medida que la guerra se
iba desarrollando y en especial a partir de la utilización de nuevas tácticas y
armamento por parte de los alemanes. Principalmente desde filas de los nacionalistas
se pugnaba por mantener una postura de neutralidad.
a - La neutralidad
Cuando Alemania proclama la guerra submarina en 1916, la Cancillería
protestó, considerando que violaba todo derecho de neutralidad y era un agravio
a la humanidad.
El Ministro de Relaciones Exteriores, Baltasar Brum, envió un mensaje al
presidente norteamericano, Wilson, expresando la solidaridad y simpatía del
gobierno uruguayo: "...Cuando el gobierno del Imperio alemán anunció de
llevar a cabo sin restricciones la guerra submarina, los países americanos y,
entre ellos, el Uruguay, procedieron por separado, protestaron contra tal
resolución, reservándose la facultad de adoptar, llegado el caso de producirse
un acto de agresión a sus respectivos derechos, las medidas que considerasen
justas. No habiéndose producido hasta ahora este caso con mi país, éste ha
resuelto mantener su neutralidad, aun cuando reconoce, como ya lo ha expresado,
la justicia de la actitud de los Estados Unidos, y le expresa con tal motivo su
simpatía y solidaridad moral".[22]
Por su parte en la Cámara de Representantes al discutir sobre la
neutralidad, el diputado Sánchez manifestaba: "Los Estados Unidos -esa
hermana mayor de las repúblicas americanas, hermana mayor no sólo por la edad,
sino por la fuerza material y por la fuerza mucho mayor que le dan sus libres
instituciones- ... han intervenido en esa contienda...
...Después de haber agotado todos los recursos, todos los medios que una paciencia serena ha podido poner en práctica...
el Presidente Wilson se ha dirigido al Parlamento de su país con un documento
que ha de marcar realmente, una etapa en la historia de la humanidad...
Un pueblo que es capaz de ir a tamaño sacrificio por puras razones de
justicia y de derecho, es un pueblo que merece la admiración de todos los
hombres.
Yo me pregunto, señor Presidente: cuando se debate en la sangre y en el
incendio esos derechos nuestros, ¿debemos permanecer cruzados de brazos,
testigos mudos de ese combate, de esa lucha que tan definitivamente nos
afecta... Yo creo que cometeríamos el más grave de los errores si tal hiciéramos...
Yo no pretendo que nuestros pueblos ocupen un lugar entre esos combatientes...
En ninguno de los terrenos en que se combate con las armas puede tener lugar
nuestro pueblo, que no está preparado ni dispone de una fuerza eficiente; pero
eso no quiere decir que no afirme dónde están sus simpatías...".[23]
Inmediatamente después de estas declaraciones lee el siguiente texto
para ser enviado al Congreso norteamericano: "La Cámara de Diputados
del Uruguay envía un saludo fraternal a los representantes del pueblo americano
que, al entrar en la terrible lucha que en estos momentos ensombrece al mundo,
lo hace gallardamente, como el paladín del derecho y de las altas normas
jurídicas que en materia internacional han proclamado en todo tiempo los
pueblos del Nuevo Mundo".[24]
Por su parte Buero entendía la neutralidad: "Somos neutrales en
el conflicto que como un incendio gigantesco, cada hora y cada minuto se
extiende, invade y devora; neutrales porque no somos beligerantes, y quien no
es beligerante no tiene, en el Derecho Internacional, más rol jurídico que el
de quien se abstiene de participar en la contienda; pero si somos neutrales en
el sentido de que no enviamos fuerzas ni participamos de hostilidades, ni sufrimos
daños en nuestras vidas y en nuestros bienes, no somos indiferentes ni
extraños, porque no podemos serlo, porque vivimos en el siglo de los grandes
problemas definitivos, que cierran una época de la historia para inaugurar una
época nueva.
Entiendo que solo el hecho de ser hombre obliga a tomar una
participación, siquiera sea espiritual, en este conflicto, en pro o en contra
del despotismo, en pro o en contra de la fuerza, en pro o en contra del
derecho.
...Hemos entendido, y lo hemos dicho en esta Cámara, que cuando hemos
alzado nuestra voz de protesta contra excesos militaristas, esta voz nunca ha
fulminado ni anatematizado, ni criticado la gran alma laboriosa del pueblo
alemán; pero hemos criticado y criticamos y seremos por siempre adversarios del
militarismo prepotente y audaz que ahoga las conciencias y que subvierte los
principios de la democracia".[25]
b - De la solidaridad con EE.UU. a la ruptura de relaciones
con Alemania
En octubre del 17 se rompe la neutralidad de nuestro país, aunque en los
meses previos toda América se ve enfrentada a qué camino debería de tomar ante
la Gran Guerra.
En el mes de junio visita el país una flota de marines norteamericanos,
la cual trae una serie de incidentes con Argentina.
En esos momentos tanto Brasil como Uruguay fueron notificados de dicha
visita, ya que habían revocado su postura de neutralidad y Argentina continuaba
manteniéndose estrictamente neutral. "El Brasil reconoce que esa política mantiene la tradición
diplomática del Uruguay y de su historia nacional, bien como traduce en hecho
la doctrina que viene trabajando hace casi un siglo, la conciencia jurídica y
el sentimiento de defensa de los pueblos americanos. El Brasil felicita a la
república hermana y amiga por esa afirmación solemne y práctica de
pan-americanismo, en el momento en que los principios fundamentales de la
civilización, en peligro en el viejo mundo, empiezan a encontrar abrigo y
equilibrio en los pueblos libres de las dos Américas...".[26]
La misión de la escuadra norteamericana consistía en vigilar el
Atlántico Sur, de forma tal de impedir cualquier excursión de corsarios y
submarinos, en beneficio de toda la zona, cuyo comercio puede verse en peligro,
del mismo modo que el norteamericano y el europeo.
Dentro de estos acontecimientos, se afirma la prédica de la unión
americana: "...el pan-americanismo es cada día que pasa, una realidad
más concreta y más brillante. La entrada de los Estados Unidos en la guerra y
la actitud de Cuba, Brasil, Bolivia, Perú y la Argentina frente a las demandas
alemanas, han venido a dar conciencia a los remisos o indiferentes, de la
necesidad absoluta de una solidaridad efectiva entre todas las naciones del
Nuevo Mundo... En esta hora severa de su historia el espíritu americano alienta
la necesidad de un apoyo fraterno y profundo para encarar con mayores
probabilidades de éxito los acontecimientos posibles. La última maniobra
alemana de alejar a la Argentina del concierto de las repúblicas americanas ha
abortado al nacer...".[27]
Cada vez el ambiente era más favorable a los aliados, llegándose a
constituir el comité "de solidaridad
Americana y pro aliados", siendo su presidente el Dr. Gabriel Terra,
destacándose, los Dres. Juan Zorrilla de San Martín, Jacobo Varela Acevedo y
Juan Andrés Ramírez.
Es así que este último presenta en la sección del 25 de setiembre de la
Cámara de Representantes la moción de llamar al Ministro de Relaciones
Exteriores, debido a que "La
situación de los países sudamericanos en la guerra mundial se halla hoy en un
momento crítico que debe merecer muy especialmente la atención de los Poderes
Públicos.
Estados vecinos, amigos y afines de nuestro país, la han definido ya, o
la definen en estos momentos, de un modo que afecta seriamente nuestra posición
en esa lucha que, desde su principio, ha conmovido profundamente los sentimientos
de nuestro pueblo.
Siendo así, hay un evidente interés en que los dos Poderes del Estado
que tienen participación constitucional en la gestión de las relaciones
exteriores se pongan en contacto, cambiando ideas, para presentarse, si fuera
posible, unidos y solidarios en la acción internacional".[28]
Por su parte en el Parlamento cada vez eran más los adeptos de la
postura rupturista, dándose el enfrentamiento, entre sus representantes. El
diputado Quintana manifestaba: "No es afirmar, pues, nada aventurado
decir que a esta altura del conflicto los países como el nuestro, que han
mantenido su neutralidad, sus gobernantes, sus cancillerías, están habilitadas
para haberse dado su composición de lugar; que sus gobernantes pueden haberse
marcado ya una ruta definida, porque sin perjuicio de reconocer que sorpresas
inesperadas y profundas puedan hacer trepidar o cambiar esa ruta, no es menos
cierto que los lineamientos definidos de una orientación, el criterio propio
nacional de los gobernantes tiene que estar ya definido a la fecha...
Voy a terminar ... diciendo ... afirmar nuestra posición nacional,
honorable, útil y patriótica de la neutralidad, que creo que es hoy la única
compatible con nuestro decoro, y si hay agravio al Uruguay, si hay lesiones a
los atributos nacionales de nuestra soberanía, que tenga la energía de plantear
también definida la beligerancia...".[29]
En filas del nacionalismo la postura estaba dividida, así lo reflejan
las manifestaciones de Roxlo: "...En esta cuestión internacional no hay
"partí pris". Lo que hay es que la minoría está profundamente
dividida en sus opiniones. Los unos, como yo, son partidarios de la
neutralidad; los otros no son partidarios de la neutralidad: lo son de la
ruptura. No puede haber, pues, plan de batalla preconcebido.
¡Cómo vamos a tener la intención, si es público y notorio, si el país lo
sabe, si lo sabe el señor diputado, que en este asunto internacional estamos
profundamente divididos los de la minoría!
Hay muchos aliadófilos en la mayoría. Es cierto".[30]
Este clima también se reflejaba en la prensa. "La política
americana está orientada en líneas definitivas de irremisible ruptura de
relaciones con el imperio alemán, acaso como anticipo necesario de otras
actitudes de mayor eficacia práctica en la defensa de intereses y derechos
comunes a las democracias del nuevo mundo ... desde que Estados Unidos y
Brasil, precursores gloriosos de una acción liberadora y solidaria, ante el
agravio propio y ajeno, con la valentía moral de su noble espíritu republicano,
adoptaron la beligerancia como norma de resistencia y de reparto frente a los
métodos kaiseristas de agresión a la humanidad libre y de desconocimiento brutal de las leyes internacionales más
sagradas. Reclamamos asimismo, en coincidencia con nuestra cancillería, la
coordinación de todos los esfuerzos y de todas las voluntades americanas para
proceder con unidad eficiente y asegurar la unanimidad de una sanción... ¿Qué
pueblo, capaz de propia soberanía y de altivez patrióticas puede tolerar un
estado de cosas que lo hace neutral en favor de un beligerante que, a su vez,
no respeta la personalidad neutral de ese pueblo?...".[31]
Es así que en la sección del 6 de octubre se resuelve la ruptura de
relaciones con Alemania. El Día se manifiesta con alegría por esta postura:
"La resolución del Parlamento uruguayo por cuya virtud se declaran
rotas las relaciones diplomáticas y comerciales de nuestro país con el gobierno
imperial de Alemania, ha venido a corroborar nuestra insistente propaganda de
los últimos tiempos, encaminada a demostrar que ninguna nación de América debía
permanecer indiferente al enorme conflicto en que se debaten los pueblos de
Europa. La neutralidad que pudo ser al principio la única actitud posible y
lógica, prudente y encomiable, se había convertido en una ficción que ningún
país que tuviese un concepto claro y concreto de su dignidad y de su destino
podía seguir manteniendo sin conspirar contra sus más vitales intereses.
Ninguna nación neutral seguiría siéndolo después del brutal atentado a la
independencia de Bélgica, después de la devastación sistemática del suelo de
Francia, después de los actos de depredación cometidos o autorizados por el
gobierno germánico, después del hundimiento de buques cargados de mujeres y
niños, después del sacrificio inicuo de Serbia, después del bárbaro fusilamiento
de Miss Cavell, después de la insolente decisión imperial que decretaba la
guerra submarina sin restricciones y que ponía a los neutrales en condiciones
mil veces peores que las de los propios pueblos en armas...
Hubiera bastado esa razón para decidir al Uruguay a quebrantar las
reglas de una neutralidad aparente y a ocupar un puesto de honor entre las
naciones que luchan por la justicia y por el derecho, junto a la Francia
democrática, a la Inglaterra maestra de libertades, a la Bélgica ungida por su
propio martirio sublime...
El Uruguay sirve también con su actitud los intereses bien entendidos de
la política continental. América tendrá que arrojarse al final torbellino
formidable. Algunos países de esta parte del mundo lo han hecho ya, en el afán
de reparar agravios inferidos a su soberanía o cediendo a la sugestión de altas
y prestigiosas idealidades... Nuestro país no podía haber ido a remolque de
los demás, porque su diplomacia ha aspirado a señalar rumbos y orientaciones y
porque nadie ha sentido tan hondamente y tan vivamente como él el ideal
americanista, por cuyo prevalecimiento ha venido luchando con energía ejemplar
y con optimismo jamás claudicante".[32]
La ruptura de relaciones con Alemania implicó tomar una decisión sobre
los buques alemanes que se encontraban en nuestro puerto desde inicio del
conflicto en 1914. "Consecuencia directa de la ruptura de relaciones
con el imperialismo alemán, es el apresamiento y la utilización, con fines
comerciales, de los barcos de aquella nacionalidad que se refugiaron, al
principio de la guerra, en nuestros puertos, cuando todo hacía suponer que la
neutralidad sería respetada por el kaiserismo y que éste encuadraría sus actos
en las reglas del derecho de gentes "ante bellum". No sucedió así.
Por la "necesidad" de imponer la ley por la fuerza al mundo entero,
se sustituyó a las leyes internacionales y a la justicia de las doctrinas
universalmente consagradas.
Por otra parte, la requisa y utilización de los barcos alemanes no
importará, a pesar de todo, un asalto o apropiación deshonesta de la propiedad
extraña. Nuestra probidad nacional, nuestro respeto a los principios del
derecho y de la justicia, determinantes de nuestra ruptura con Alemania, no nos
permitirían abusar de nuestra posición eventual, para apropiarnos de lo ajeno
sin la compensación debida, según precepto tutelar de nuestra Constitución.
Cualquier cosa estaría justificada por los procedimientos kaiseristas. Pero
como no somos kaiseristas, no prescindimos jamás de la ley y de la moral en
nuestros actos soberanos. Pagaremos, pues, en concepto de arrendamiento, los
servicios que nos presten los barcos alemanes, descontados los gastos que
demande la obra de restauración de sus máquinas e implementos y los derechos de
estadía que nos adeudan.
Nadie, pues, podrá objetar, racionalmente y patrióticamente, la actitud
necesaria que adoptará nuestro gobierno y que permitirá al País desarrollar,
por sus propios medios, una actividad comercial de grandes proyectos morales y
económicos".[33]
Al firmarse el armisticio El Día
lo veía como: "...el reconocimiento
expreso de la derrota alemana, es la victoria de los pueblos que se han
erigido en defensores de la democracia y del derecho y es, sobre todo, el
deseado término de una guerra implacable...
El Uruguay no había adoptado, frente a la conflagración formidable, la
actitud del espectador desinteresado e indiferente. Había abrazado la buena
causa, había escogido su puesto entre las naciones aliadas, había abandonado el
ideal de la neutralidad para significar su adhesión moral a los pueblos
beligerantes que, en la refriega gigantesca, defendían con un valor supremo y
con una confianza jamás vacilante, los intereses de la civilización y los
postulados del derecho y de la justicia... Sus aspiraciones democráticas
coincidían con las de aquellas grandes naciones en armas. También sublevó al
Uruguay el atentado sistemático, la única doctrina de la prevalencia de la
fuerza, las ostentaciones de la violencia desenfrenada, que osaba hollar todo
derecho como si la arbitrariedad autocrática fuera el dueño incontestable de
los destinos del mundo...".[34]
5 - La relación de América Latina y EE.UU.
En 1909 EE.UU. reclamó de Chile el pago de deudas, las cuales fueron
contraídas cuando se produce la guerra con Bolivia. El Día apelará a una
revisión norteamericana: "Nosotros, que siempre hemos hecho justicia a
la altura de propósitos y a la ecuanimidad histórica de la gran Nación del
Norte, porque en realidad siempre fue simpática su actitud frente a las
tentativas imperialistas de algunas potencias europeas que trataron de
prolongar sus dominios sobre nuestras tierras libres, encarando la doctrina de
Monroe en los actos de su política internacional, tenemos confianza en que la
cancillería de Estados Unidos reaccione sobre su radicalismo del momento y
reconozca la ligereza y el peligro de su perentoria intimación. El pueblo que
por intermedio de sus estadistas contemporáneos más ilustres y prestigiosos
como Roosevelt y como Root ha hecho de la solidaridad americana un postulado,
del respeto a las nacionalidades un principio y de la igualdad de las soberanías
una conquista de la América; el pueblo que, por medio de su diplomacia
respetada ha proclamado en los mismos congresos europeos la fórmula de
arbitraje, como fórmula de paz y de amistad universal; el pueblo que impuso con
su poderosa influencia el concepto meritorio e igualitario de las
nacionalidades sudamericanas al bloque histórico de la santa alianza,
haciéndoles dar una intervención digna de su cultura, en armonía con sus
derechos en los cónclaves del viejo continente...
...¿puede suponerse siquiera que se esgrima por Estados Unidos el arma,
tantas veces repudiada por todo el continente, frente a las peticiones
europeas, del cobro compulsivo de las deudas contraídas? No, tenemos plena
confianza en la serenidad y en la equidad de la diplomacia norteamericana...".[35]
Los acontecimientos que depararon la intervención norteamericana en
México, determinaron la aparición de expresiones tanto en el Parlamento como en
la prensa sobre el derecho de no intervención y las relaciones interamericanas.
Por su parte El Día manifestaba: "Los sucesos desarrollados en
México, en las Antillas y en varias repúblicas sudamericanas, en estos últimos
tiempos, representan un fracaso para la política de orden y pacificación
emprendida con esos países por el presidente de la república norteamericana.
Mr. Woodrow Wilson. La enérgica cláusula que dice que el gobierno de la Unión,
no reconoce los gobiernos inconstitucionales, no ha surtido el efecto esperado.
No sólo los hispanoamericanos no la han temido, sino que la desafían...
El primer obstáculo de Wilson fue Huerta. Este enérgico dictador, al
cual los hispanoamericanos ponen de ejemplo, no se acobardó ni siquiera por las
amenazas de la intervención extranjera...
La política de Mr. Wilson ha fracasado por varias razones. No es que su
intención no fuera de las más nobles y dignas y hasta prácticas. Con lo que no
contó, fue con el espíritu de dignidad exagerado que hace que, justamente, no
se admita en los negocios de casas, la intervención de los extraños. Wilson se
presentó más bien como un amigo, como un hermano mayor que da consejos a los
pequeñuelos barullentos. Bien se dice que no hay redentor que salga bien.
Los republicanos, llevados por sus ideas imperialistas, obraron siempre
de otro modo; con mayor energía y decisión. Ahí están Panamá y Nicaragua como
ejemplo. Wilson no ha podido desprenderse en absoluto de la política que sus
antecesores observaban con los países nombrados... Proseguir una política de
despojo a los débiles, contrariaba su temperamento lleno de equidad y su amplio
programa de presidente demócrata. Lo único que podía hacer lo hizo: en su
primer discurso, en la Casa Blanca, afirmó que jamás durante su gobierno se
cometería una injusticia contra las hermanas menores y que se trataría, por
todos los medios legales, de evitar que produjeran y prosperasen revoluciones
en sus territorios".[36]
Mientras tanto en el Parlamento las opiniones de sus legisladores se
hacían sentir. Herrera establecía: "...Ningún país de Sud América, ni
aún los más fuertes y los más capaces territorialmente y por su población, se
permiten conceder a nadie, ni en doctrina, el derecho de intervenir en las
sociedades políticas infortunadas. Pues si los grandes vecinos de este mundo
occidental no lo entienden así, ¿cómo es posible que nuestro Uruguay, pequeño
y tan castigado en todo tiempo por las intervenciones que en tiempos terribles
trajeron a su seno los desvaríos de blancos y colorados, cómo es posible que en
este país esa tesis a la que debemos tantos desastres y más de una mutilación
territorial, cómo es posible, repito, que este país la acepte como buena?"[37]
El diputado Buero defenderá la posición del gobierno: "La
intervención, señor Presidente, no es más que la consagración de un estado
brutal de fuerzas: del más fuerte frente al débil; pero ningún tratadista, ni
ningún político ha pretendido en los tiempos modernos sostener la teoría de la
intervención.
Lo que el señor diputado (Herrera) llama órgano oficial (El Día) puede
sostener una teoría que a mí me parezca equivocada... Pero yo creo que ese
órgano oficial, si es el mismo del suelto a que se refiere, no sostiene la
teoría de la intervención.
...que mal puede nuestro Gobierno, que es amigo de Estados Unidos como
de todas las demás naciones de América, sostener la doctrina de la intervención
cuando los mismos Estados Unidos sostienen la teoría de la no intervención".[38]
Otro caso de intervención norteamericana fue la que se produjo en 1927
en Nicaragua, sufriendo un cambio la actitud del gobierno, que en esta
oportunidad no se manifestó. Lo hará el Parlamento. Rodríguez Fabregat propone:
"...se envió un mensaje a las Cámaras de Representantes de las naciones americanas
expresándoles la solidaridad de esta Cámara con todos los pueblos del
continente frente a la política imperialista de los Estados Unidos y
exhortándolas a pronunciarse en idéntica forma en esta hora de grave peligro
para los destinos de las democracias de América".[39]
Además de las motivaciones políticas están las económicas: "Nosotros,
todos los pueblos de América, hemos aplaudido y admirado a Estados Unidos cada
vez que su gobierno, sus hombres dirigentes, sus elementos más representativos
seguían esa verdadera tradición de libertad, de democracia; la tradición de
Washington, la de Lincoln que en mi concepto, culminó con el Presidente Wilson,
verdadero apóstol de la paz en una hora de caos y de horror para la conciencia
humana.
Pero nosotros, señor Presidente, no podemos acompañar esta otra
tradición que ahora quiere triunfar desde el gobierno de los Estados Unidos,
que es la de expansión imperialista.
Es, señor Presidente, la doctrina a que se refería el señor Minelli,
diciendo que los Estados Unidos no habían agrandado su territorio ni su
capacidad, ni su riqueza por guerras anexionistas, o por agresiones a otros
Estados. Estados Unidos en toda su grandeza territorial, en primer término es
el resultado de una gran guerra: la guerra contra México, por rectificar, señor
Presidente, el límite del Estado de Texas; guerra que le permitió adueñarse del
Estado de Texas, de Colorado, de California, de Nuevo México, que constituyen
casi la mitad del territorio de la Unión.
Si los Estados Unidos, señor Presidente, en lugar de valerse de esta
política de ahora que les permite llevar tropas de desembarco a naciones
inermes, se valieron de esa otra política a que se refiere el doctor Minelli,
política solapada que trata de provocar revoluciones armando multitudes por el
dinero de los Estados Unidos, para provocar permanentes estados de caos en esas
naciones, entonces, la conducta de Estados Unidos no sería combatible, sería
francamente repudiable, como lo fue cada vez que provocó esas revoluciones en
las naciones de Centro América.
El peligro, señor Presidente, de Nicaragua, no puede
quedar solamente circunscripto a los límites de ese país; no queda reducido
en extensión al peligro que entraña un
cuerpo de tropas de desembarco en las costas de Nicaragua; no queda reducido
-en mi concepto- al hecho de que tropas de Estados Unidos estén decidiendo el
pleito de la política interna de un país, en beneficio de un Gobierno que pueda
serle grato; no queda reducido tampoco, señor Presidente -y anoto que a esto no
se refiere el señor Representante Mibelli,- no queda reducido tampoco a la
acción de los Estados Unidos contra México. Esta política de hoy es el
resultado, en cierto modo, de la evolución industrial y económica de los Estados
Unidos...
No hace muchos años era necesario, señor Presidente,
desarrollar la política del carbón y del hierro, porque la expansión industrial
así lo reclamaba, y vemos cómo -porque en Africa no hubo una gran potencia que
dijera "Africa para los africanos", y porque en Asia no hubo una gran
nación que dijera "Asia para los asiáticos las potencias de occidente
cayeron en Asia y en Africa, donde pudieron conquistar, por la rapiña o el
crimen, las minas de hierro y carbón necesarias para poder agrandar su
producción industrial.
Hoy, señor Presidente, la política industrial ha evolucionado:
ya no son el hierro y el carbón: estamos en la edad del petróleo. Estados
Unidos, la más fuerte nación productora, el más fuerte industrial del momento,
que está, en realidad, después de la gran guerra de 1914, regulando la balanza,
no ya los destinos de los negocios humanos de la historia, Estados Unidos
necesita conquistar pozos de petróleo donde los haya; después de haberse valido
de esa política, según se afirma, según se denuncia, según lo dice la prensa
independiente de todas esas naciones que sienten como ninguna el peligro de esa
absorción yanqui, se ha valido de una política habilidosa para obtener esas
concesiones, y el día que un país como México quiso regir por sí mismo su
destino económico, el día que quiso determinar por su voluntad y por su
esfuerzo la ruta industrial, el engrandecimiento social de la nación, entonces
aparecen los Estados Unidos, no para reclamar de los Tribunales de Justicia
-que podían hacerlo en este caso,- no para denunciar una ley, cómo hacerlo,
por las disposiciones de las mismas leyes mejicanas, sino para oponer al
imperio de la ley en nombre de la soberanía nacional de México, la amenaza de
la fuerza que los Estados Unidos pueden desplomar sobre México o sobre Centro
América".[40]
No todos los integrantes del cuerpo compartían la
exposición del diputado Rodríguez Fabregat, es así que se manifiesta en líneas
generales justificando la política de Norteamérica, Minelli: "...considero
que si el Estado de Nicaragua merece, por parte del Uruguay, la mayor consideración
y el más grande afecto como pueblo hermano de la América Latina, entendiendo
también que los Estados Unidos merecen, por lo menos, tanta consideración como
aquel otro país. Estados Unidos ha sido y es un gran amigo del Uruguay. Lo ha
demostrado en todas las oportunidades... Ha celebrado tratados de arbitraje
amplio con la República del Uruguay, tendiente a resolver, por la vía de la
amistad, todos los conflictos que puedan surgir entre los dos países...
Tampoco me siento solidarizado con esa opinión que
acusa a Estados Unidos como un país pura y exclusivamente imperialista. No es
cierto, señor Presidente: Estados Unidos de América tiene tal fuerza material,
que por cualquier vía podría constituirse en el amo absoluto de cualquiera de
las naciones de Centro América... sin
necesidad de recurrir a la vía de la violencia. Por el solo camino de promover
disensiones internas en esos países de Centro América, crearía fuerzas
políticas favorables a sus propios intereses; de manera que no tendría
necesidad de desembarcar reducidas tropas de marines, como acaba de hacerlo en
Nicaragua, a pedido, precisamente, del gobierno de ese mismo país.
...Estados Unidos habrá intervenido de una u otra
manera en esos países americanos; pero como resultado y a través del tiempo se
puede observar que Norte América no se ha apoderado de libertad constitucional
de todos los países de Centro América.
No es posible permitir que en el Parlamento del Uruguay,
se emita opiniones así sobre el proceder de un país amigo, que en realidad ha
demostrado en los últimos tiempos ser el verdadero campeón de la justicia y la
democracia, aún en los conflictos mundiales; no es posible permitir semejante
cosa, sin que se pida, por lo menos, que las acusaciones sean verdaderamente
bien formuladas y minuciosamente analizadas".[41]
Por su parte El
Día condenaba los acontecimientos ocurridos en Nicaragua: "De nada
han valido hasta ahora las enérgicas y fundadas censuras que dentro y fuera del
país ha merecido la política seguida por el presidente de Estados Unidos Mr.
Coolidge en Nicaragua. No solamente el primer mandatario norteamericano ha
insistido en ella sino que ha ido mucho más allá, y de una intervención que pretendió
en un principio justificarse por la necesidad de proteger las vidas y los
intereses de los connacionales en peligro, se ha llegado a una verdadera
ocupación del país entero para sostener a un gobierno usurpador desprovisto de
prestigio ... Los Estados Unidos vienen en tal forma a establecer una especie
de protectorado sobre la república de Nicaragua influyendo en su vida política
y económica de un modo omnipotente ya que son sus batallones los que
contribuyen en primera fila en la tarea de sostener o derribar gobiernos. No
sabemos cómo justificarían la conducta los señores Coolidge y Kellog que no
pudieron hace unas cuantas semanas convencer a nadie de la razón que los
asistía al intervenir a favor de uno de los dos bandos políticos nicaragüenses
que se disputan la presidencia de la República. Lo más probable es que no darán
ahora ninguna explicación ni al Congreso, ni a la opinión pública de su país,
ni de otro país alguno. Obran de acuerdo con un plan de penetración que se va
viendo cada día más claro, y en verdad estarían de más todas las explicaciones
porque serían completamente inútiles.
...La intervención del gobierno de Estados Unidos en
Nicaragua está motivada por un propósito igual al que lo hizo intervenir hace
unos años en Panamá: para asegurarse la propiedad "a perpetuidad" de
una zona del territorio nicaragüenses particularmente apta para abrir en ella
un nuevo canal interoceánico...".[42]
En el banquete ofrecido por "United Press", el presidente Coolidge definió algunos rasgos
de la política exterior de su país. El Día dijo: "...Al principio de
su discurso el señor Coolidge afirmó
categóricamente que sustenta el principio de que "allí donde vaya un
ciudadano norteamericano lo sigue la protección de su gobierno". Y de
acuerdo con tal principio general no fundamentado ni limitado debidamente,
pretendió justificar la actitud intervencionista de su gobierno en Nicaragua y
China. Queremos manifestar que ese principio sentado por el presidente
Coolidge, es absolutamente inadmisible para los demás países, desde que
enunciado así y aplicado de acuerdo con el alcance de su enunciación
significaría una amenaza contra la disposición de su soberanía por las demás
naciones independientes del mundo. Puede admitirse la aplicabilidad de
semejante principio en ocasión sumamente excepcional... Cada Estado tiene su
cuerpo especial de leyes, y el primer acto de los extranjeros que quieran
residir en él, es el sometimiento tácito a dichas leyes".[43]
Por su parte Baltasar Brum establecía respecto a la
política exterior norteamericana en "La Nueva Democracia de Nueva York":
"...el Pan Americanismo implica la igualdad de todas las soberanías,
grandes y pequeñas, la seguridad de que ningún país intentará amenguar la de
otros y de que ha de serles reintegrada a los que la tuvieren disminuida. Es,
en resumen, exponente de un alto sentimiento de confraternidad y de una justa
aspiración de engrandecimiento material y moral de todos los países de
América.
Si los señores Coolidge y Kellog insisten en su
injusta política contra Méjico, Nicaragua, Haití, Panamá, etc. perjudicarán,
indudablemente, el desarrollo de las relaciones económicas y espirituales de
su país con la América Latina...".[44]
6 - El Uruguay y la defensa de sus límites
Dentro de este tema la situación fue diferente según
el país limítrofe a que hagamos referencia. Con Argentina se da un proceso de
deterioro de relaciones diplomáticas, el cual se reflejó también en la prensa;
con Brasil la situación fue todo lo contrario, estrechándose los lazos entre
ambas naciones.
a - Los conflictos con Argentina
El enfrentamiento con la Cancillería Argentina giró en
torno a la soberanía en el Río de la Plata, debido a que no existían tratados
específicos que reglamentaran con detalles los derechos y las obligaciones de
uno y otro país.
En este enfrentamiento, Brasil apreció en escena jugando
un papel importante en el
reequilibramiento de la situación. Terminado este acercamiento
uruguayo-brasileño, con la firma del Tratado de Límites en 1909, el efecto
inmediato fue una moderación de la política exterior argentina.
El hecho desencadenante fue la captura de un buque
uruguayo por naves argentinas en octubre de 1907, pero tal procedimiento
ocurrió a dos kilómetros de la costa uruguaya.
La prensa se hizo eco de inmediato: "...Todo
consiste como dijimos nosotros y como lo ha ratificado más de un diario
bonaerense en una justa reclamación formulada con toda firmeza, pero a la vez
con toda mesura por nuestra cancillería ante el gobierno del país amigo a causa
de la intervención abusiva que autoridades argentinas asumieron en aguas
evidentemente uruguayas, con motivo del naufragio del "Constitución",
hecho notorio producido hace algún tiempo.
La justicia que asiste al reclamo de la Cancillería
Oriental se puso de trasparencia en nuestra nota gráfica, en términos tales,
que rompen los ojos. Se ha visto allí que el "Constitución" naufragó
casi sobre nuestras barrancas, y que el sitio del siniestro, con un poco de
buena voluntad, podría confundirse con una sinuosidad de la costa uruguaya...
Ahora bien: si las aguas que se encuentran en esa situación no fueran nuestras
habría que concluir que tampoco son nuestras las aguas de nuestros puertos y de
nuestras playas. Y extremando el sofisma se podría redondear el absurdo,
llegando a la conclusión de que tampoco son nuestras las aguas de algunos ríos
por poderse considerar como prolongaciones de aguas ajenas, pertenecientes
dentro del territorio de la República, colmo que al fin y al cabo no sería
mucho mayor que el de pretender que sean argentinas las aguas en que naufragó
el "Constitución".
Algunos de los diarios bonaerenses que han querido
sostener la doctrina insostenible de que las aguas en tela de juicio son argentinas,
han invocado el hecho de que las autoridades de aquel país haya valizado el
canal del Infierno que roza, precisamente la costa uruguaya...
Siendo tan elemental, tan transparente el derecho
uruguayo, no podemos asumir por un
momento que pueda ser desatendida la justísima reclamación que ha formulado
nuestra cancillería. Desde que es evidente que las autoridades argentinas han
incurrido en error en menoscabo de nuestra soberanía, es de estricta justicia
que el error se repare, rindiendo tributo a los más elementales principios de
cortesía internacional...
Confiamos, pues, en la discreción, en el buen juicio,
en la nobleza de la cancillería argentina. El justo desagravio ha de venir
porque no podemos creer que el Gobierno Argentino, por solidarizarse con
irregularidades de funcionarios subalternos, prefiera nublar la bella
tradición que en favor del derecho y de la justicia internacional han sabido labrar para su patria sus hombres más
ilustres; porque no podemos creer que la Cancillería Argentina quiera desmentir
las declaraciones de amplia confraternidad que sus delegados, en nombre del
gobierno y del país, acaban de hacer solemnemente en el Congreso de La Haya
ante los representantes del mundo entero...".[45]
El conflicto no se solucionó de inmediato; a lo largo
del mes de noviembre la prensa continuó con el asunto, que tuvo como
consecuencia la renuncia del titular del Ministerio de Relaciones Exteriores,
Jacobo Varela Acevedo.
Todo el proceso caló hondo en el Uruguay: "La
cuestión internacional que tanto ha apasionado a nuestro pueblo está
completamente terminada. El incidente del vapor "Constitución" ha
pasado a ser un simple antecedente que recordará el primer rozamiento serio, la
primera disidencia de importancia en la cuestión jurisdiccional del Plata
entre la cancillería argentina y la nuestra. Momentáneamente el asunto está
concluido por más que ha de ser recordado más de una vez en el porvenir, y
ahora, queda solamente como vestigio, como recuerdo difícil de borrar, el agravio
inferido a nuestro pueblo y que éste no parece dispuesto a olvidar.
Nuestro pueblo ha recibido una decepción que no esperaba.
Ya difícilmente se oirá hablar por mucho tiempo de pueblos hermanos, y de
estrechas vinculaciones. Las cancillerías han terminado el pleito que
sostenían. Para el pueblo recién nace, recién empieza. Ahora, es que se da
cuenta exacta de la tramitación que ha seguido el asunto y de la solución que
necesariamente se ha impuesto. Todo el mundo reconoce que el gobierno ha
procedido correctamente y que el único camino a seguirse ha sido el adoptado.
La mala impresión del primer momento ha desaparecido y unánimemente se conviene
en que no había más remedio que proceder con energía y con prudencia a la vez.
Soluciones de guerra, verdaderas quijotadas, pueden agradar al pueblo en un
momento de indignación, en un instante de ira colectiva no contenida, pero
cuando el reposo se restablece, cuando la calma vuelve a los espíritus, se
reconocen los peligros y la insensatez de esas soluciones extremas. Ahora el
acuerdo es completo. Se reconoce que el gobierno ha procedido bien, que el
asuntó está concluido y que nuestros derechos están salvados. Resta solamente
en el pueblo el deseo de vengar el agravio recibido que se trasluce, a pesar de
los esfuerzos de la policía, en las manifestaciones callejeras".[46]
La solución definitiva se produce en Montevideo, el 5
de enero de 1910, al firmarse el Protocolo Ramírez-Sáenz Peña.
b -
Brasil y la solución de los límites
A los pocos meses de asumido Batlle como presidente,
visita el país una nave de guerra brasileña. Al finalizar su visita El Día
establecía: "La fiesta en honor de los
distinguidos huéspedes brasileños, ha terminado... Indudablemente,
estos gentiles agasajos no representen un hecho puramente ocasional. Reconocen
un principio y tienden a una finalidad de halagüeños auspicios y fecundos
resultados. Por lo pronto, contribuyen eficazmente a esa gran aspiración
universal que recibe provechosas aplicaciones prácticas en los tiempos
presentes; la supresión de las contiendas bélicas por la serena acción de las
cancillerías. Para hacer factible esta sustitución de medios que conduce a
fines idénticos, pero más justos y racionales y menos sangrientos y ruinosos,
sólo falta formar ese ambiente de cordialidad internacional en que se
desarrollan exuberantes las iniciativas pacífica...".[47]
En 1909, un año importante para el país, se puso punto
final a un tema de larga data y de grandes problemas, como fueron los límites
con Brasil.
Previo a ello hubo una visita de estudiantes norteños:
"Ya están aquí los estudiantes brasileños que traen de Rio Janeiro,
como un mensaje cordial, el busto de uno de los más altos estadistas
sudamericanos, el busto del Barón de Rio Branco. Vienen en loable misión,
conduciendo con ellos, como una invalorable presa, un voto de perdurable
solidaridad, realzado con todos los prestigios de que puede rodearlo el hecho
de provenir de un pueblo fuerte y animoso, pero inspirado en propósitos de
concordia y sumiso a todas las exigencias de
la equidad internacional".[48] Esta delegación
de estudiantes significó mucho para su momento: "La actitud del Brasil
parece una valiente anticipación de lo que ha de ser el derecho de los pueblos
en las civilizaciones y en las armonías del porvenir: un derecho universalmente
respetuoso que no tenga ya que sustentarse en las efímeras victorias de la
fuerza; un derecho ampliamente reconocido en los sinceros protocolos que se
custodiarán en los archivos de las cancillerías nuevas; un derecho que por sí
solo imponga y triunfe sobre toda preocupación de utilidad; un derecho que
prevalezca sobre la mala fe...
El pueblo oriental ha sentido estos días la proximidad
de esa grande y nueva política, y ha previsto, con anticipada videncia, el
advenimiento de las modernas fórmulas del derecho de las naciones. Por eso no
ha podido dejar de saludar en la delegación brasileña, al pueblo progresivo y
cordial que adelantándose a los tiempos...".[49]
Al mes siguiente se firma el acuerdo titulado "Tratado
de Rectificaciones de Límites", siendo enviado Rufino T. Domínguez por
el Uruguay y el representante brasileño fue José María da Silva Paranhos de Rio
Branco. De esta forma se daban límites definitivos a la nación en el Yaguarón y
en la Laguna Merín.
[2] Gros Espiell,
Héctor- Uruguay: el equilibrio en las relaciones internacionales. Montevideo.
1995. págs. 38-39.
[5] Tratados y
Convenios Internacionales. Suscritos por Uruguay en el período enero de 1871 a
diciembre de 1890. Tomo II. Montevideo. 1993. pág. 59.
[6] Ídem. Suscritos
por Uruguay en el período enero de 1891 a diciembre de 1907. Tomo III. págs.
18 y 46.
[8] La paz por la
fuerza. Mejor dicho: la justicia internacional por la fuerza. Iniciativa del presidente
Wilson. Uruguay fue el único país que propuso esta solución en la conferencia
de la Haya. El Día. Junio, 1º de 1916.
[9] Turcatti,
Dante- El equilibrio difícil. La política internacional del Batllismo.
Montevideo. 1981. pág. 19.
[15] Nahum,
Benjamín- Informes diplomáticos de los representantes del Reino Unido en el
Uruguay. Tomo III. 1921-1923. Montevideo. 1993. págs. 5-6.
[19] Varela
Acevedo, Jacobo- Acción parlamentaria y diplomática. Modestos
discursos en altas tribunas. Montevideo. 1934. págs. 316-318.
[20] Nahum,
Benjamín- Informes diplomáticos de los representantes del Reino Unido en el
Uruguay. Tomo III. 1921-1923. Montevideo. 1993. págs. 5-6.
[33] La ruptura de
relaciones con el imperio alemán. Los barcos alemanes. El Día.
Octubre, 9 de 1917.
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