7 - ¡Un Imaginario!
L
|
uis Eduardo González establecía en El
Día, en reportaje que se le hizo en 1989, que gran cantidad de ciudadanos
son hoy "activamente batllistas,
independientes de su pelo político ... buena parte de las transformaciones que
realizó el Partido Colorado y en particular el batllismo a principios de este
siglo, al comienzo fueron banderas del Partido Colorado y del batllismo, pero
lo que tenía color partidario, con los años se convirtió en patrimonio nacional
... todos en este país somos batllistas. Somos batllistas por el mismo hecho
de ser uruguayos y de haber sido socializados en una tradición en la cual era
muy importante".[1]
El Universo Batllista en el Uruguay moderno, por ejemplo, no es el que se
identifica con uno de los partidos tradicionales uruguayos, sino el que sirve
de plataforma o roca ideológica y mítica a todo el país. Esta dimensión de la
experiencia cotidiana tiene que ver con lo que es posible decir y pensar sin
afirmar que se está dentro de una restricción. Lo imaginario en conjunción con
lo verosímil estipula los límites de aquello que se nos ocurre "naturalmente", en cada momento de
la vida. Las llamadas revoluciones sociales, sean éstas violentas, como la
francesa de 1789, o tranquilas, como la de comienzos de este siglo en Uruguay,
implican una modificación o redefinición de lo que es posible en el universo
social. El imaginario es el dominio de
lo deseable virtual, que para volverse efectivo debe ser sancionado por el
verosímil, es decir, la versión oficial de la verdad. El imaginario es el
territorio donde se da esta sigilosa pero esencial negociación en cada momento
de la vida social. Los mitos son los mojones que marcan las áreas vitales del
imaginario, entendiéndose como formas privilegiadas de leer los acontecimientos
reales para darles sentido, pero sobre todo para decir qué es lo natural, la
norma que rige nuestra vida, en cada ocasión vital.
La idea de mito social o político como "fuerza operante", es un conjunto de creencias, brotadas del
fondo emocional del hombre, expresadas en un juego de imágenes y de símbolos
más que en un sistema de conceptos, y que se revelan efectivamente capaces de
integrar y de movilizar a los hombres para la acción política.
Los Mitos son siempre fuerzas
convocantes a la acción; ellos son ideas en pie de guerra; conducen a la Revolución, pero la revolución puede ser
progresiva o restauradora, como los mitos que la impulsan.
Se dice que una revolución es progresiva cuando tras la destrucción del
orden impone, o intenta construir un orden nuevo, algo diferente, sin
antecedentes en el pasado. Es restauradora cuando su objetivo es revalidar y
dar nueva vigencia a un orden tradicional y desquiciado por un progreso
sentido como falso, exógeno en su promoción demasiado acelerado para la propia
capacidad de adaptación evolutiva.
Cuando una sociedad fuertemente tradicional es forzada a emprender un
proceso de modernización o un ritmo mayor que el permitido por sus
posibilidades evolutivas, ese proceso modernizador no es percibido como
progresista ni libertador, sino como enajenante y destructor; y el sentido
profundo del pueblo, fuente permanente de los mitos convocantes, añora el
pasado y suscita la presencia de líderes que encarnan los valores de ese
pasado. La tensión en el conjunto de la sociedad puede producir una revolución
restauradora.
El Mito sigue al Caudillo como la sombra al cuerpo.
Todo caudillo de raza lleva en vida y deja tras de sí cuando muere una estela
mítica. Son mitos de exorcismos los miedos sociales que convocan los anhelos
ocultos y su nombre despierta esperanzas, violencias, temores, etc. Mientras
más se ataca al Mito con armas racionales, más parece agrandarse la figura del
Caudillo, que aparece como una expresión personificada de los anhelos sociales
y también una respuesta a sus demandas.
El Mito cumple una función de integración social, haciendo de catarsis
colectiva cuando el sistema político está obstruido, o cuando hay una apatía
política o cuando existe un callejón social sin salida, hallando así los grupos
en el Mito su válvula de escape.
La verdadera magnitud de este problema es la dimensión colectiva; es a
escala de las masas, únicas en poder realizar una sociedad nueva, que se debe
examinar desde el nacimiento de nuevas motivaciones y nuevas actividades capaces
de llevar a su desenlace el proyecto revolucionario. Pero este examen
resultará más fácil si intentamos explicitar primero cuál puede ser el deseo y
las motivaciones de un revolucionario.
El proyecto revolucionario tiene sus raíces y sus puntos de apoyo en la
realidad histórica efectiva, en la crisis de la sociedad establecida y la
contestación de ésta por la mayoría de los hombres que viven en ella.[2]
Podemos establecer entonces que ninguna revolución puede realizarse sin
producir un imaginario que encontraría en el pasado los elementos de su
coherencia.
Por último, la ideología política retoma la función tradicional de los
mitos y de las religiones, la de asegurar el consenso social construyendo un
modelo de lo social, proponiendo un
paradigma que defina las posiciones sociales al tiempo que las justifica.
Resulta importante subrayar que la ideología, al igual que los mitos,
cristaliza una imagen de las distribuciones sociales, de las igualdades y
desigualdades proporcionando un auténtico saber del sistema social.[3]
Los grandes períodos de transformación son aquellos en los cuales crece
la creatividad: la utopía tiende a realizarse y el imaginario social presenta
nuevas configuraciones.
No debemos caer en el error creyendo que fue solo la figura de José Batlle y Ordóñez la creadora de la
modernidad uruguaya, pero sí podemos afirmar que hablar del imaginario social
y del cúmulo de hechos que lo conformaron está asociado al Estado Batllista.
A partir de ello, se sustituye la religión católica por la fe en el
Estado y sus dones inagotables de ocuparse
de todo, lo que habilitará a la conformación de tres mitos: La
Suiza de América; Montevideo, la Atenas del Plata y Uruguay
Feliz.[4]
[4] Perelli, Carina - Rial, Juan- De Mitos y
memorias políticas. La represión, el miedo y después. Montevideo. 1986. págs.
22-24.
No hay comentarios:
Publicar un comentario