CAPITULO 2
¿QUE ES UNA IDEOLOGIA?
A - CONCEPTO DE
IDEOLOGIA
Como una definición primaria de ideología podemos utilizar la dada por Jean Jacques Chevalier, quien la
entiende como un sistema coherente u organizado de ideas de representación
intelectual, susceptible de determinar en una cierta dirección el
comportamiento humano.
Es algo más que una doctrina que vincula determinadas acciones y prácticas
mundanas, es en realidad, un término que se aplica a ideas generales y
potenciales en situaciones específicas de conducta, que va por lo general
unido a un grupo más amplio de significados, y que propende a darle a la
conducta social una fisonomía más honorable y digna.
Si analizamos el concepto de ideología política podemos afirmar que
ésta constituye una aplicación de
determinadas prescripciones morales a las colectividades, y por consiguiente
cualquier ideología puede llegar a ser política. El hegelianismo se convirtió en la justificación ideológica del estado
prusiano, y así el marxismo-leninismo es la ideología de las sociedades
comunistas.
En base a estos razonamientos podemos definir al ideólogo como aquel que
impulsa hacia adelante lo intelectual y lo moral, en virtud de su mayor
conocimiento.
En el mundo occidental, la ideología ha experimentado un notable cambio
desde aquellas afirmaciones más dogmáticas que en el siglo XVIII y XIX
anunciaban soluciones totales a los problemas mundiales. En la actualidad nuestras
ideologías se diferencian de aquéllas; han cambiado su lenguaje y el elemento
utópico ha desaparecido, y se puede
decir que aún hoy nuestra sociedad abriga una vieja creencia en el
progreso democrático, sustentada mediante la aplicación de la ciencia sobre los
asuntos humanos.
Dos funciones cumplen las ideologías: una es directamente social, que
persigue la unión de la comunidad, y otra es individual y se basa en la
organización de las personalidades y sus roles en constante proceso de
maduración. Ambas se combinan para legitimar su autoridad e imponerle a la
ideología su significado político.
Las ideologías aparecen por lo general como concepción esquemática, siendo
impulsadas tanto por una persona como por un grupo de personas y muchas veces
son condicionadas por la situación económica, social y cultural de los grupos
que la sostienen.
De acuerdo al enfoque
que pretendamos realizar las ideologías pueden ser de cambio o de dominio y a
su vez conservadoras o revolucionarias, pudiendo considerarlas como
concepciones esquemáticas de la realidad, cuya coherencia es variable, aunque
pretendan expresar, interpretar o justificar las actitudes del hombre en relación
al mundo social al cual pertenece.
Toda ideología posee
una perspectiva de mundo que la puede llevar a tener una relación con
determinada situación social, que la transforme en una utopía si no pesan en
sus juicios y en su acción ciertos equilibrios no dogmáticos.
¿Pero, cuándo surge este concepto
de ideología? Su aparición se da por primera vez cuando se rompe la
unidad religiosa y germina la fe en el progreso: es obra de la Ilustración y de la Revolución Industrial.
La utilización del término
por primera vez se dio a fines de siglo XVIII, acuñado por Destutt de Tracy (1754-1836).
Ideología significa
creencia, conjunto de creencias o mitos que influyen en el comportamiento
político y lo justifican. Para los marxistas, la ideología es una superestructura
intelectual, un campo secundario de ideas construidas sobre el cimiento
primario; la subestructura material de la sociedad.
Es a partir de la Revolución
Norteamericana y de la Revolución Francesa que las ideologías
políticas se han basado en el convencimiento revolucionario.
Dicho carácter se
revela además por su consciente evocación del pueblo como beneficiario del
progreso y de la victoria ideológica.
En los períodos de
auge, las sociedades crean sus mitos, las figuras públicas e históricas; crean
los prototipos, los modelos, los ejemplos a copiar, o a vencer. Pero la
historia enseña que esa construcción se transformó en obsoleta debido a la
repetición de la misma, en un estereotipo, en copia rutinaria, en algo vacío.
Nosotros, utilizaremos el término en el sentido de "conjunto de ideas" que
implican imaginarios y un grandioso
esquema de cambio social que les permitan a las nuevas generaciones realizar
una correcta comparación y valoración de las ideologías manejadas en el pasado
y realizar su aggiornamento a los tiempos que se viven.
B - EL
BATLLISMO ¿ES UNA IDEOLOGIA?
En su ejemplar del 28
de setiembre de 1910, El Día publicó el Programa de Gobierno de
Batlle para su segunda presidencia, que había sido enviado como carta por
Batlle y Ordóñez desde París donde residía junto a su familia, a la Convención
del Partido que era la máxima institución donde estaba representado todo el
pueblo partidario.
"París, 10 de
agosto de 1910. - Señor Presidente de la Convención del Partido Colorado,
doctor Antonio Mª Rodríguez.
Señor Presidente: He
recibido la nota en que me comunica Ud. que la Convención Nacional del Partido
Colorado, recientemente celebrada, me ha discernido el alto honor de aclamarme
como su candidato a la Presidencia de la República en el próximo período
constitucional de gobierno. Quiera Ud. llevar a todos los correligionarios que
han concurrido a ese acto, así como a aquellos que lo han preparado, la
expresión de mi profunda gratitud y del anhelo con que me esforzaré en realizar
sus patrióticas aspiraciones si el voto de la Asamblea Nacional me confía el
cargo para cuyo desempeño soy indicado.
Conceptúo que,
habiendo ya ejercido la presidencia de la República durante un período de
gobierno reciente, mi conducta de mandatario en aquel período ha sido
tácitamente aprobada por la Convención Nacional Colorada al proclamar de nuevo
mi candidatura y prometo que mantendré mi actividad, si otra vez soy elegido,
dentro de los lineamientos capitales que la determinaron antes, pues las ideas
y aspiraciones en que ella se inspiró, constituyen el programa general de
gobierno que ahora presento.
Quiero, no obstante,
hacer algunas ratificaciones y ampliaciones.
Refuto errónea la
teoría de la política de coparticipación, según la cual los ministerios deben
constituirse, en parte, con hombres de opiniones y tendencias contrarias a las
del Poder Ejecutivo, pues no es posible que haya tarea que aliente, ni fecunde,
allí donde obedezcan a planes distintos y contradictorios los obreros
encargados de realizarla. La tendencia del esfuerzo debe ser única y no
debilitada por otras tendencias opuestas o divergentes. El Poder Ejecutivo
perdería la cualidad que debe ser su característica, o sea la rapidez y la
eficacia en la ejecución, para convertirse en un cuerpo principalmente
deliberante, con lo que se falsearía el espíritu de nuestro código fundamental
que ha cometido las deliberaciones, principalmente, al Poder Legislativo.
Hay sin embargo,
fuera de la dirección superior, numerosas esferas de trabajo extrañas a las
desinteligencias y oposiciones de la vida política, en que el concurso de todos
puede ser requerido y otorgado con ventajas considerables, pues siendo nuestra
forma de gobierno republicano por todos aceptada, todos pueden sin desdoro
aportar su concurso a la obra de un gobierno legítimamente constituido, en
aquella parte que aprueben y quieran ver realizada.
La teoría de la política
de coparticipación es un engendro de los gobiernos arbitrarios y despóticos que
han afligido al país en los últimos tiempos y que, faltos de autoridad moral,
combatidos y perseguidos por la censura pública, necesitados de tolerancia y
disimulo para sus faltas y crímenes ofrecían algunos puestos superiores a
ciudadanos bien intencionados, o que gozaban de algún prestigio en la opinión,
como una garantía de sus propósitos de enmienda o de que, al menos se
aminorarían los males públicos. No creo necesario recordar que la peor de nuestras
tiranías ha sido el mejor gobierno de coparticipación.
En el afán con que
cierto número de ciudadanos y de órganos de publicidad solicitan, aún ahora,
cuando el país goza de todas sus libertades, la adopción de esa política, no
veo, sin embargo, una simple obcecación en el error, sino el reclamo insistente
de una medicina equivocada para una enfermedad real, de que se experimenta la
sensación, que debe ser atendida y cuya curación no puede ser el resultado de
la conducta de un gobernante ni de varios, sino de una reforma de nuestras
leyes fundamentales.
El mal está en la
influencia excesiva que en el lapso de tiempo de todo gobierno y sin ultrapasar
la ley, ejerce el Poder Ejecutivo. Tal influencia no tiene límites definidos y
se impone sin violencias ni arbitrariedades, sin intervención de un propósito
preciso en el gobernante, a todo el movimiento del Estado. La propaganda
desfallece ante la estrecha comunión de miras del Poder Ejecutivo y del Legislativo:
la influencia de las minorías, aún en su tarea crítica, queda reducida a
proporciones exiguas y depende de aquel poder casi exclusivamente y de la
bondad o perversión de sus intenciones la marcha recta o torcida de los
acontecimientos. Parece, en tal situación, que todo debe esperarse de él y a él
recurren y a su favor, renunciando a los medios de acción democrática, los
ciudadanos y los partidos.
El remedio no
consiste en llevar a los ministerios uno o más
prohombres de las minorías, que harían imposible el gobierno con sus
oposiciones, o que, ajustando su conducta, precisamente, a la del poder, cuya
influencia se quería debilitar, contribuiría al contrario, a robustecer esa
influencia, con mengua de sus prestigios personales y quebrantamiento de sus
partidos. El remedio consistiría en fortificar el Poder Legislativo, abriéndolo
a todas las ideas que tengan algún prestigio en el país, por medio de la
representación proporcional, para lo cual sería necesario aumentar
considerablemente el número de sus miembros y perfeccionar el funcionamiento de
los poderes públicos, determinando mejor sus relaciones y acentuando el control
que el Poder Legislativo debe ejercer respecto del Ejecutivo, obra ésta última
que correspondería a la Asamblea que reforma la Constitución. Un jefe de grupo
parlamentario tendría entonces, aunque estuviese alistado en la minoría, una
importancia mucho mayor, sostenido por su partido y dependiendo sólo de él, que
la que podría darle el ser elevado a un ministerio por resolución de un
gobernante designado por el partido contrario, ante cuya voluntad debería
doblegarse para permanecer en su puesto. Los debates parlamentarios tendrían
entonces una gran resonancia; todos los problemas serían dilucidados con mayor
amplitud por la intervención de un mayor número de opiniones ilustradas; se
haría sentir mejor la acción de los partidos por intermedio de sus más genuinos
representantes en general. La entidad ejecutiva que ahora lo llena casi por
completo, con el cortejo de todas las esperanzas y recelos, simpatías y
enemistades, alegrías y dolores de nuestra naciente democracia, aparecería
reducida a proporciones regulares, armonizada con los otros poderes, importante
sí, pero no absorbente ni exclusiva.
Las leyes electorales
dictadas en el período de gobierno que termina han tendido a hacer cada vez
más efectivo el sufragio y a aproximarnos cada vez más a la representación
proporcional, pero no han podido llegar hasta la implantación misma del
sistema, porque era necesario comprometer antes a la elección directa o a un
colegio especial, la designación del Presidente de la República, reforma ésta
que habría importado la de nuestro Código fundamental y que no ha sido posible
por tanto efectuar hasta ahora. El sistema de la representación de las
minorías, vigente en la actualidad, se inspiró también en el propósito de
solucionar el problema que nos preocupa y si no ha producido los resultados
que se esperaba, fue, primero, porque la reforma no fue completa y, después,
porque no se le acompañó de otras medidas tendientes a vigorizar al Poder
Legislativo. La representación proporcional es, pues, una meta a la que nos
venimos aproximando, ha tiempo, con derrotero siempre fijo y su establecimiento
no será la obra de un solo hombre, ni de un grupo de hombres, sino el
resultado de una aspiración nacional.
Yo pondré a su
servicio, toda la fuerza de mi convicción, que estará, además, siempre al
servicio de las iniciativas que tiendan a perfeccionar nuestras instituciones
republicanas y a identificarlas con lo que deben ser: una regla de justicia y
de fraternidad entre todos los miembros de nuestro organismo político.
Al lado de las
reivindicaciones de los partidos tendré que considerar, también, las de las clases
obreras, no menos justas y respetables. Reclaman ellas el derecho a la vida, a
la salud, a la libertad, con frecuencia lesionados y destruidos por el régimen
de la producción y que tienen que constituir los derechos elementales en una
sociedad civilizada. No piden sino un poco más de reposo en sus arduas tareas y
alguna participación más en el goce de la riqueza que elaboran, ni emplean otra
arma de combate que la de abstenerse de trabajar, a costa de su propia miseria,
cuando han perdido toda esperanza de mejora, no siendo las grandes
perturbaciones que a veces esa abstención origina sino la prueba palpable de la
importancia de sus tareas.
Reproduzco aquí los
conceptos del mensaje con que acompañé, ejerciendo la Presidencia de la
República, el proyecto de ley sobre días y horas de trabajo. Insistiré en que
se sancione ese proyecto y propondré otros sobre higiene de los talleres,
protección a los niños, asistencia de los inválidos, retiro de los ancianos. No
creo que el bien del obrero y el interés de las industrias y del capital sean
antagónicos. Creo, al contrario, en una armonía superior. Y estoy seguro de
que, propendiendo, por un lado, a mejorar las condiciones de la existencia de
aquél y, por otro, al desarrollo de éstos, trabajaré por el bien de todos.
La vida del obrero no
presenta entre nosotros los caracteres que en otros países, donde el
proletariado es con frecuencia impotente para conquistar el sustento cotidiano
y donde la miseria se cierne sin remedio sobre legiones de trabajadores desocupados.
Nuestro suelo es más hospitalario; ninguna fuente de riqueza está agotada;
quedan muchas sin tocar. El obrero inteligente y metódico llega a menudo a
la fortuna. Dentro de nuestras fronteras
podría instalarse holgadamente una población veinte veces más numerosa que la
que sustenta ahora.
Pero no por eso puede
afirmarse que el problema no existe. Menos apremiante, está sin embargo
planteado. Las horas de trabajo de muchos de nuestros obreros son excesivas.
No es posible que la salud se conserve, ni la vida a la alta presión de sus
tareas. La miseria tiene, también, su asiento en hogares donde escasea el pan y
el abrigo. Numerosos niños se crían privados de lo más indispensable para su
salud y su desarrollo. El proletario provecto y cuando ya no puede trabajar
más, se encuentra muchas veces en el desamparo.
¿Hay que esperar a
que estos males crezcan para ocuparse de ellos? ¿O al contrario, debemos
preocuparnos de solucionar todos los problemas de la vida nacional, sin exceptuar
los que se refieren a las clases más numerosas? ... Plantear la cuestión es
resolverla. Y efectuaremos la obra, por lo mismo que el mal será atacado antes
de que se desarrolle, sin el apuro angustioso de otras naciones populosas y sin
el gasto de fuerzas que exige, a veces, en ellas. País de inmigración el
nuestro, cuyo rápido progreso depende, en gran parte, del concurso de elementos
de trabajo que nos llegan del exterior, el esfuerzo que se haga para mejorar
las condiciones de la vida de éstos, no dejará de ser compensado en un aumento
de la población y del bienestar que es su consecuencia. Incurriríamos, por
otra parte, en una manifiesta incongruencia si nos resistiéramos a hacer al
proletariado las concesiones que ya se les otorga en las naciones mejor
organizadas y lo invitáramos al mismo tiempo a establecerse en nuestro país.
La instrucción
pública será una de mis preocupaciones capitales. Un pueblo no puede ser libre
y feliz si no es instruido y la grandeza que suele buscarse aún en la conquista,
no debe consistir para una nación verdaderamente civilizada sino en su adelanto
en las ciencias, en las artes, en la industria, en el comercio y en el
bienestar y la cultura moral que son su consecuencia. No podremos sobresalir
por la extensión de nuestro territorio, ni nos distinguiremos, ni querremos
distinguirnos, por la prepotencia de la fuerza; pero podremos y querremos
enaltecernos por la intensidad y brillo de nuestra cultura en todas las ramas
de la actividad humana y por el puesto que ocupemos en el concepto de las otras
naciones.
Propenderé, pues, con
ardor, a la difusión de la escuela primaria y el perfeccionamiento de sus
programas, a la creación de liceos de enseñanza más elevada en todas las
capitales departamentales y a la de institutos de enseñanza superior en la
capital de la República, en los que, agregados a los ya existentes, puedan
dedicarse a todas las carreras, especulativas o prácticas, con arreglo a sus
vocaciones, la juventud nacional y especialmente sostenida por el Estado, aquella parte
selecta de ella, que en los institutos inferiores, haya rendido pruebas
excepcionales de una gran capacidad y dedicación.
La escultura, la
pintura y la música, descuidadas hasta ahora, debe ser el objeto de una
atención preferente. La claridad de nuestro cielo, el temperamento de nuestro
pueblo, su origen principalmente español e italiano, nos aseguran de que esas
artes encontrarán entre nosotros un medio apropiado a su existencia y rápido
desarrollo. Pienso que no puede diferirse por más tiempo la creación de escuelas
de pintura, escultura y música en Montevideo y que las capitales
departamentales tienen también derecho a la atención del Estado a este
respecto.
El arte teatral
tampoco tiene manifestaciones entre nosotros. Depende casi por completo de la
producción extranjera, en cuanto a las
obras que se ponen en escena y de los artistas extranjeros que periódicamente
nos visitan, en cuanto a la representación de esas mismas obras.
La acción pública
debe hacerse sentir también en este orden de actividad y es necesario crear
escuelas de declamación y de canto y destinar sumas de alguna consideración al
sostenimiento de uno o varios teatros de artistas nacionales, cuyos resultados
serán escasos en sus comienzos, pero que florecerán al fin y harán que el país
tenga compañías propias de teatro como las tienen todas las naciones
definitivamente constituidas.
La protección del
Estado permitirá desde el principio, poner las representaciones al alcance de
todas las clases y aún, con frecuencia, darlas gratuitamente, como lo hacen
algunas municipalidades europeas, considerando, con razón, que ellas
constituyen un eficaz medio de cultura de los más humildes elementos sociales.
El vigor físico es un
poderoso auxiliar del vigor intelectual y moral. Es, además, un exponente de la
salud de una raza y de su capacidad para
el trabajo. Siempre fueron activos y emprendedores los pueblos vigorosos. Y,
los más avanzados, practicaron y honraron los juegos atléticos que dan a los
organismos la plenitud de su agilidad y de su fuerza.
Los gobiernos, la
prensa, la multitud de sociedades creadas con ese fin y la simpatía popular,
los estimulan con empeño en las naciones actualmente más avanzadas. Y, si es
cierto que la previsión de posibles conflictos bélicos ha fomentado su
desarrollo, es, sin embargo, en el goce de los bienes de la paz y en su
conquista, donde las razas fuertes y sanas demuestran su aptitud para la vida.
Nuestro pueblo ha
tenido, también, sus juegos atléticos que robustecían sus músculos. Consistían
ellos en las rudas labores de sus tareas campestres. Los progresos de la
industria van suprimiendo ahora esos ejercicios y nada se haría que pudiera
sustituirlos si la iniciativa individual no hubiese creado numerosas instituciones
que tiene por fin el desarrollo de las energías del organismo y cuyos benéficos
resultados ya se palpan.
El Estado debe
agregarles su concurso a fin de que su influencia se difunda a todo el país y
los ejercicios físicos se conviertan en una costumbre nacional.
Pero la base de la
cultura de un pueblo es el trabajo y la riqueza que de él resulta.
La ganadería y la
agricultura, fuente principal de nuestra producción, dispondrán de toda mi
solicitud. A más de la instrucción técnica, que debe ser tanto más difundida,
cuanto que el trabajo es más fecundo cuanto más ilustrado, habrá que implantar
granjas modelos en diferentes parajes del país, a fin de que nuestros ganaderos
y agricultores puedan estudiar en ellas prácticamente los perfeccionamientos
de que son susceptibles sus industrias y se sientan estimulados por la
evidencia de los resultados obtenidos. Podría además, habilitar el Estado en
condiciones de fácil pago y de seguro reembolso, a los jóvenes agrónomos y
veterinarios, formados en el país, que hubiesen obtenido notas especiales de su
competencia, en la rendición de las pruebas requeridas para recibir sus
títulos.
Las manufacturas y,
especialmente, las que tienen sus materias primas en el país, deben de ser objeto
de la más viva atención. La protección
aduanera, en primer término, y en segundo, todos los esfuerzos que pueda hacer
el Estado para difundir el conocimiento de las artes útiles, serán los medios
más eficaces de determinar su desarrollo.
Pienso también, que
es necesario preocuparse de la formación inmediata de una marina mercante
nacional. Una acción pública decidida en ese sentido nos permitiría lanzar al
mar muchas naves y los fletes que ahora se pagan a empresas completamente
extrañas a nosotros, nos proporcionarían los recursos necesarios para su
sostén. Habríamos encontrado así, una fuente de riqueza en ese océano, que al
bañar nuestras playas y costas, parece insistentemente invitarnos a que
dilatemos nuestras miradas y nuestra acción.
Y no solamente en las
esferas de la industria y del comercio se deben hacer esfuerzos para que el
país se baste a sí mismo. El régimen de las grandes obras públicas que se
efectúen en lo sucesivo debe ser modificado en cuanto sea posible. Han pasado
ya los tiempos en que, ora por nuestras convulsiones internas, ora por la
carencia de capitales y de elementos técnicos, teníamos que entregar a
compañías exóticas su construcción, su administración y sus utilidades.
Actualmente los gobiernos son capaces de la gestión de los intereses públicos,
el orden está definitivamente radicado, disponemos de un numeroso personal
científico y el crédito de que goza la República le permitirá obtener los
capitales que necesite. Por conveniencia pública, pues, para que su costo sea
menos oneroso y nos pertenezcan sus utilidades y por amor propio nacional, para
no denotar una constante incapacidad, debemos, salvo casos excepcionales,
esforzarnos en ejecutar nuestras obras públicas bajo nuestra inmediata
dirección y por nuestra cuenta.
Ha preocupado mucho
al país en los últimos tiempos sus relaciones con uno de los países limítrofes.
Felizmente los vínculos de amistad y de solidaridad que a ellos lo ligan, son
demasiado estrechos para que puedan ser destruidos por la voluntad mal inspirada
de un hombre o de unos pocos hombres.
Yo propenderé a que
tales vínculos se sostengan y fortifiquen en cuanto de nosotros dependa; y
confío en que, cada vez más, serán una verdad práctica en las relaciones que
con esos pueblos sostenemos, los principios de justicia que deben regirlas,
consagrados con altísimo espíritu de rectitud y generosidad, por uno de ellos,
en nuestro reciente tratado de límites y
que han prevalecido siempre, también, en la conducta del otro.
Me interesaré,
además, en sostener y estrechar nuestras buenas relaciones con las otras
repúblicas americanas y con todas las naciones civilizadas, propendiendo,
respecto a las primeras, a que se celebren congresos en que se estudie la
manera de fomentar los intereses que nos son comunes y, respecto a todas, a la
conclusión de amplios tratados de arbitraje.
Quiera, señor
presidente, contar con mi más alta consideración y estar cierto de que mi afán
de servir al país y mi pasión por la justicia y por el bien son mucho más vivos
que lo que he podido expresar en estas líneas.
Podemos ver a través de la carta de Batlle cómo fue presentando un
conjunto de ideas, "llamémosle ideología", que delineaban cual
sería su comportamiento en una nueva presidencia de la República.
La aplicación de esta
"carta-programa" sería
para él un factor clave en el
mantenimiento de la cohesión de la sociedad uruguaya o de un grupo o
clase social intentando con ella evitar cualquier eventual disgregación.
Constituía concomitantemente
a su entender una ayuda para la vida de las personas o de los grupos, dándole
las motivaciones para vivir y las pautas de comportamiento social y político
que entendía eran vitales para una convivencia democrática.
C - LA
IDEOLOGIA BATLLISTA
Se podrá criticar la
obra del batllismo, pero debemos de reconocer el mérito singular de Batlle de
captar tempranamente el surgimiento de nuevas fuerzas sociales e ideológicas
en el país, no oponiéndose a su desarrollo y tratando de colaborar en su crecimiento
y difusión. Lo hace siempre en una forma firme, perseverante, infatigable y
convencido de su actuar era el correcto.
Para lograrlo no era necesario solamente la razón, sino que se
necesita el influjo decisivo de una personalidad que sirva de modelo para
producir los ideales en la acción, creando así un proceso diferente.
La ideología
batllista estuvo impulsada por la acción de un hombre excepcional, el cual le
dio perfiles intransferiblemente nacionales e influyó decididamente en el modo
de ser uruguayo, llevándola a adquirir validez universal en la medida que se
integra a una forma general de resolver los problemas políticos-sociales.
"Transformó
un partido llevándolo a basar su acción en afirmaciones ideológicas de justicia
social, de perfeccionamiento institucional y de mejoramiento nacional, sustentada
la tendencia ideal sobre las corrientes sentimentales, que parecía construir
los partidos políticos tradicionales en nuestro medio".[2]
Batlle se propuso a
partir de ella devolverle al pueblo la
soberanía, para ello va a purificar el
sufragio y eliminar en lo posible la explotación en todo sentido del hombre por
el hombre para llegar a la independencia económica del país.
El batllismo es una
ideología a dos puntas, que intentará
dar solución armónica a los dos grandes temas pendientes en la sociedad de la
época: por un lado la estructura del poder y por otro la organización social.
Es por todo esto que
a Batlle lo podemos definir como un pragmático, y a su ideología como
ecléctica, dado que se sirvió de diferentes corrientes del pensamiento y de
aquello que le servía "en determinado momento y lugar" para
aplicarlo en el mejoramiento social.
Debemos de tener
presente que cada período histórico del proceso social está dominado por una
forma de ideología, y que las otras formas no desaparecen totalmente, sino que
se subordinan y complementan a la principal.
Una ideología
subsiste debido a que desarrolla una y otra vez sus postulados sin variar el
contenido sustancial de los mismos, adaptándolos a los tiempos en que se vive.
Preguntémonos ahora ¿qué relación puede haber entre las
ideologías y los cambios históricos?
Podemos contestar esa
interrogante analizando la actuación de Batlle en los primeros años de su gobierno.
Si Batlle no hubiera existido, los problemas podrían haber tenido su solución
entre blancos y colorados, hubieran gobernado los bienintencionados y el
régimen habría sido democrático pero moderado. Por eso afirmamos que la virtud
de Batlle estuvo en usar y adecuar el pensamiento a la realidad de su tiempo.
Por ejemplo, es la
gran diferencia entre Herrera al decir "doy a los uruguayos lo que
quieran" y Batlle cuando expresa "hay que hacer del Uruguay lo
que necesitamos".
Para Grompone "...en
Batlle existió el hombre político, el hombre de acción en todo momento,
dominando siempre la construcción de las ideologías... es siempre el hombre del
siglo XIX, liberal e individualista, el que intenta resolver los problemas
sociales".[3]